lunes, 23 de septiembre de 2019

PUERTAS GIRATORIAS, CERRADAS Y ENTREABIERTAS


Aunque no diré nada sobre política (para ello me remito a lo que escribí en la entrada sobre la investidura el pasado 5 de julio y que me llevará a abstenerme, como Dios manda, el próximo 10N), hablar de puertas parece que se ha puesto de moda desde hace tiempo; y sin que, la mayoría de nosotros, seamos carpinteros ni llevemos un lapicero colgándonos de la oreja. Pero todos hablan sobre puertas, los mass media los primeros en dar el coñazo. Sobre todo, en cuanto se refiere a las “las puertas giratorias”. Sí, éstas son el gran-gran coñazo.

Por eso yo, en esta entrada, voy a hacer caso omiso de estas puertas, de las giratorias, y a quedarme con otras que me interesan mucho más, como son las puertas entreabiertas, ésas que, después de haberlas atravesado, no hemos cerrado del todo. Por descuido o a propósito. Esto último me interesa más.

Porque el mundo del arte está repleto de ellas. Y gracias. Por eso, porque sus puertas se quedan, a menudo, entreabiertas, el arte avanza (la exposición de las naturalezas muertas, de Giorgo Morandi en el Guggenheim bilbaíno habría sido apenas una última muestra de lo dicho). Porque si bien o mal todo lo que se mueve entre puertas giratorias está condenado al “trinque”, a la “impresentabilidad”, a las comisiones de investigación, a los paraísos fiscales, a los ceses y a la vergüenza más vergonzante, todo lo que se hace entre puertas cerradas lo está al aislamiento, a la reclusión, y a la extinción por pura inanidad. De esta forma no hay manera de innovar. Y esto para el arte supone una auténtica sentencia de muerte, ya que si nos olvidamos de aquello que nos ha precedido y que debe servirnos para aprender y reflexionar, para darle una o más vueltas, si es necesario, a la tarea que pretendemos afrontar en estos momentos, estamos perdidos, entregados al fracaso más estrepitoso, a la quietud más lacerante.

Por eso nosotros necesitamos que la puerta donde se guarda lo pasado se quede entreabierta y sus vapores se mezclen con nuestra respiración y hagan que no todo lo que realicemos (un libro, una película, una canción,…) sea algo completamente nuevo sino, más bien, una mixtura, un mestizaje que, al contrario que la pureza de las puertas cerradas, y no digamos, que el fraude de las giratorias, siempre crecerá y tirará para adelante alimentándose, al menos durante sus primeros momentos de existencia (sí, como un recién nacido), de aquello que ha venido y/o triunfado antes que él, de aquello que, seguramente, le ha dado su razón de ser.

Y esto sólo es posible cuando abandonamos una habitación dejando sus puertas entreabiertas para que, aún sin nuestra presencia en ella, el aire (sus influjos) continúe corriendo y “contaminando” nuestro entorno, lo cual se me habría ocurrido, o creo que viene a cuento, porque recientemente ha caído en mis manos (¡a buenas horas, me objetará, y con razón, más de un buen aficionado!) el mítico disco de Charles Mingus Mingus Ah-Um, editado en el año 59 del siglo pasado, durante los mismo días en que se anda celebrando los 60 años de la publicación del revolucionario The Shape of Jazz to Come, de Ornette Coleman, que abriría desde el free jazz, mas sujeto a la improvisación y a la atonalidad, nuevos senderos por donde el jazz podría transitar y por donde, aún hoy en día, continúa transitando.

Y así, durante estas efemérides, leí un artículo firmado por José Olarte en el que éste daba cuenta de cómo, efectivamente, hace justo seis décadas que Ornette Coleman daría un buen revolcón al jazz y anticiparía su futuro con la publicación de su trabajo sobre el que el propio Mingus opinaría que “(…) sus notas eran tan frescas que hacía que todo lo demás, incluido mi propio disco, sonara fatal”.

La sinceridad y la humildad son siempre encomiables, y en estos tiempos que corren tan engreídos, casi un milagro. Por ello quisiera dejar, ante todo, constancia que Mingus, siempre tan modesto, se queja y se minusvalora en sus declaraciones, pero lo hace sin motivo, porque la puerta, por la que él habría salido con su Mingus Ah-Um, la habría dejado entreabierta, y así se habría quedado para siempre; una puerta entreabierta por donde podrán filtrarse todos los sonidos inventados por él, y sus antecesores; sonidos que servirían para vertebrar, sin duda, y entre otros, el legado que Coleman recoge en su disco. Sin Charles Mingus, sin su Mingus Ah-Um, Coleman no habría sabido dar la misma forma al jazz que, en una continua progresión, muy pronto vendría, parafraseando el título de su magnífico LP.
 
 
Y si para muestra valdría un botón yo aquí os dejo dos (arriba uno; abajo, el otro), para demostrar todo o parte de lo que en esta entrada he querido exponer. De esta manera, y a través de la magnífica puerta entreabierta, escuchemos el precioso Self-Portrait in Three Colours, incluido en Mingus Ah-Um, y después el mítico Lonely Woman de The Shape of Jazz to Come el cual, me repito, sin el antecedente de Charles Mingus, y de tantas puertas que se quedaron felizmente entreabiertas, posiblemente, nunca se hubiera grabado.






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