viernes, 31 de octubre de 2014

OTRA MANO PARA CATALUÑA, NO,... YA MUÑONES

Desde que el 1 de mayo de 2014 publiqué la entrada "Manos y más manos" en la que daba cuenta de las manos, o los brazos a torcer, que el Gobierno español daba a la rebelde Cataluña, se han producido, tal y como también anunciaba en la mencionada entrada, muchas otras manos. Aunque no parece que al día de hoy esas manos hayan servido para mucho. Más bien para nada o para hacer lo más inútil que puede hacerse: dar vueltas en círculo. Pero eso también nos lo imaginábamos algunos dada la calidad de esas manos, casi muñones. Y los catalanes siguen a su bola o en sus 13 o en sus 9-N. La deriva de las acciones ha alcanzado semejante despropósito por ambas partes que hasta la bonita y sagrada palabra "independencia" ha adquirido unos tintes ridículos. Y eso es imperdonable. Así que, en estas circunstancias, sólo queda atarnos los machos y apretarnos los cinturones. El disparate está servido. Y la chapuza acompaña al plato.
Pero no por esto me resisto a citar una última mano-muñón que en su desvarío (el mundo de las carreras de motos sería a Mariano Rajoy como...) me produce vergüenza ajena, y que haría referencia a ¡la felicitación personal que el Presidente Mariano Rajoy envió (pondría seguramente una señal acústica en su móvil para que no se le "pasara") al catalán Esteve "Tito" Rabat, reciente campeón mundial de motociclismo, en la cilindrada de 250cc. Patética enhorabuena, sr. Rajoy, que huele a ¡Dios sabe qué!


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domingo, 26 de octubre de 2014

LAS LÁGRIMAS DE ROGER. UNA INTRODUCCIÓN


Espero que en fechas próximas consiga poner en circulación mi segundo ensayo escrito después de mi anterior Divino Tesoro. Este segundo llevaría por título Las lágrimas de Roger. Y el tal Roger no sería otro que el tenista suizo Roger Federer, aunque el ensayo no trate tanto sobre el tenis como sobre el juego en general, y sobre la vida en concreto ya que es mi intención sería demostrar el paralelismo y las múltiples conexiones que existen entre ésta y aquél.

Yo defiendo en el libro que la vida no es sueño, tal y como nos contaba Calderón sino que la vida es, sobre todo, juego. Y es a partir de esta igualdad cuando podemos entender muchas de estas cosas que nos rodean y, sobre todo, cuando nos podemos armarnos con ciertos patrones de conducta que nos harán, sin duda, más felices.

La cuestión, brevemente, haría alusión a que consigamos entender que todos nuestros pensamientos y acciones contribuyen a que la vida, esta vida en la que estamos, que nos engloba y que siempre está por encima de nosotros, sea más o menos digerible, más o menos admirable. Según esto, nosotros nos debemos a la vida, siempre estamos en relación con ella y, por ello, es nuestra inexcusable obligación hacer de ésta cada día una vida mejor. Más allá de los encontronazos y rivalidades que pudieran surgir, y de hecho surgen, a cada minuto entre nosotros.

Y todo esto que leído de una forma rápida y atolondrada quizás pudiera sonarnos a chino si lo trasladamos a los terrenos lúdicos, a los rectangulares márgenes de una cancha de tenis, por ejemplo, podemos hacerlo más comprensible. Ésa es mi última intención. Y si no veamos y gocemos de los dos puntos que disputaron el búlgaro Dimitrov y el norteamericano Sock en las recientes semifinales del Open de Estocolmo de tenis. Los puntos son dos maravillas que realiza el tenista búlgaro y que hacen que el juego se decante a su favor, pero más allá de la disputa que enfrenta a los tenistas, el tenista norteamericano se alegra también (con el pulgar en alto, o haciendo chocar sus puños con su rival), aún siendo el derrotado, porque con su presencia y juego ha hecho que la vida, perdón, el tenis sea, por unos momentos, un deporte más bello y mejor. Yo, podría decir Sock, estuve allí y lo hice posible con granitos de arena, con mis restos. Y gracias a ello, este deporte, esta vida merecen hoy un poco más la pena.

Claro, en estas nuevas circunstancias Sock y Dimitrov no serían ya tanto rivales como participantes en un partido de tenis, participantes, como todos los demás, en el juego, participantes, y siguiendo ya con esta igualdad que habríamos establecido, en la vida. De estas cosas y de otras más tratan Las lágrimas de Roger que garantizo que no están escritas ni para defraudar ni para entristecer a nadie.
 
 
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