martes, 29 de julio de 2014

EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA O ALMAS GEMELAS


Ayer me senté a ver la película que proyectaba La 2.: El primer día del resto de tu vida. Y la verdad es que no me esperaba demasiado. Pasar un rato, más o menos, entretenido, escuchar buena música (para esto también valen las películas) y poder zapear 100 minutos más tarde, gracias a la bendita ausencia de cortes publicitarios, ver las noticias del día e irme a la cama que hoy me tocaba madrugar.

De manera que la película o peliculilla, digámoslo abiertamente (siempre es un chasco ver las mismas historias de siempre disfrazadas con el manirroto, falso y rastrero disfraz de “esto es algo distinto”) no me defraudó. Escuché un trozo del estupendo Time de David Bowie (luego lo escuché entero echando mano de Aladine Sane, el LP donde la canción no se corta) y disfruté de esa joyita que es el Perfect Day de Lou Reed. Y es que siempre que oigo esa canción pienso que “un día perfecto”, de tener una música, tendría esa música.

Pero de repente, y casi al final, hubo una verdadera sorpresa. Porque por un lado ya he dicho que no esperaba gran cosa de la película. Y la película se estaba terminando y, efectivamente, todo había transcurrido plácidamente. O sea sin sobresaltos o, como un amigo me suele decir, “sin peligro”. Y de repente eso: una secuencia fantástica que, obviamente, valía por toda la película; una secuencia digna del más brillante de los melodramas, un punto o un puntazo, uno de esos prontos de genio que, de pronto, te deja perplejo porque nunca te habrías imaginado nada parecido viendo de donde viene (El primer día…) o viniendo de quien viene (Remi BezanÇon, el director).

La secuencia en cuestión tenía lugar en el interior del taxi de Robert, el taxista protagonista de la película, que acaba de morir por un (siempre inesperado y jodido) cáncer. Es de noche y su mujer, Marie-Jeanne, entra en el interior del coche dolida y silenciosa. Seguramente todavía llora de vez en cuando añorando a Robert. Se siente, viéndola acomodarse en el asiento, que su muerte aún está cercana. Y que duele. Pero de pronto repara en la almohadilla que su hija, Fleur, le regaló por su último cumpleaños para que tuviera su espalda protegida. Y lentamente la coge. La acaricia entre sus manos. Y entonces destapa la boquilla y deja que el aire vivo, el aliento del propio Robert, le bese el rostro.

Y eso: me quedé sorprendido. De repente, un pequeño milagro. Unos mágicos instantes del mejor cine. Y me fui a consultar la crítica que pudiera haberse incluido en el Dirigido por… en su momento. Y la encontré. En el nº390. La firmaba Raúl Acín. Y terminaba con estas palabras: “BezanÇon entrega una secuencia que vale por todo el cine de Klapisch (y por tantas horas y horas del cine actual, añado yo): aquélla (…) en la que Marie-Jeanne (…) inhala la respiración de su marido”. Sí, resulta gratificante encontrar a alguien con el que se comparte una opinión. Y que no estamos tan solos. Porque seguro que hay muchos más que se conmovieron con la secuencia (mi mujer entre ellos). Y es que se me ocurre pensar que el arte tiene, entre otras virtudes, estas cosas. Nos encuentra “almas gemelas” cuando menos lo esperamos.  
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martes, 8 de julio de 2014

ANGELO BADALAMENTI & THE CHAMELIONS: PARECIDOS RAZONABLES & P.D.

Escuchad entre dos temas. Uno es el Silence, Sea and Sky de los Chamelions escrito en 1985 y el otro, el tema principal que Angelo Badalamenti compuso en 1990 para los Twin Peaks de David Lynch. Los razonables parecidos que encuentro entre ambos temas, sobre todo en cuanto al "aire" que respiran sus notas y acordes, no hacen sino reafirmarme en la ingente cultura artística que nada deja caer en el olvido, que asume que todo-sirve, y que todos los creadores norteamericanos incorporan inmediatamente a sus ADN.

La cuestión, como yo la veo, es que para ellos no se trata de que todo esté ya inventado sino de que con todo eso que está ya inventado, sean capaces de inventar algo nuevo. Y en eso, los creadores norteamericanos son maestros y espejos donde más de algún indocumentado debería mirarse más a menudo y dejar, de paso, de comerse la polla, como diría el espídico Harvey Keitel de Pulp Fiction.

Y es que a veces creo que para dirigir una película que se desarrolla en un ambiente carcelario, por ejemplo, el director norteamericano de turno no pasa (incluso con gastos pagados) una temporada en San Quintín o en algún otro penal. Le basta (y le sobra) con encerrarse, sí, pero en una confortable sala de cine y visionarse, eso también: una y mil veces, todas aquellas películas (norteamericanas y extranjeras) en las que sus protagonistas han ido a parar, por las circunstancias que fueran, con sus huesos en alguna cárcel. Y esto mismo lo aplico a tantos pintores, escultores,... o músicos, como es el caso que nos ocupa.

¡Y que cunda el ejemplo de una p...vez!
Silence, Sea & Sky


 
Twin Peaks


P.D.
Y hablando, o escribiendo, de lo que estamos escribiendo, una recomendación: la última película de James Gray, El sueño de Ellis que podría ser una versión muy sui generis de ¡La strada felliniana! ¿O no encontramos parecidos razonables, salvando las distancias que fueran, entre Bruno-Ewa y Orlando/Emil y Zampanó-Gelsolmina y El Loco? ¿No podríamos ver al mismo Emil/Orlando como un trasunto de El Loco? ¿Y no cumplen funciones similares en el desarrollo de la trama el número de equilibrismo a no sé cuántos metros del suelo bajo los mágicos acordes de Nino Rota y la levitación que realiza Orlando ante los ojos asombrados de Gelsolmina/Ewa bajo los no menos mágicos acordes del Coro con la boca cerrada de la Butterfly de Giacomo Puccini? ? Y así podríamos continuar un rato. Pero termino. Aunque no me resisto a hacerlo sin mencionar el último plano de Ellis porque él me ha dado una de las más felices sorpresas que últimamente he vivido en una sala de cine. ¿O no se incluye en él un hermoso homenaje al también plano final de la mítica, y nunca suficientemente re-visionada, Moonfleet de Fritz Lang?

Que en el año 14 de este, de momento, deprimente siglo XXI alguien se acuerde de las magníficas películas de Fellini y Lang para realizar su trabajo es algo que pienso puede codearse con el milagro más absoluto; además de ser, o así me gustaría creerlo a mí, una especie de íntima confesión, hecha al oído y en voz muy baja, casi con la boca cerrada y con todo lo que esas insignes películas atesoran y representan para toda una generación de cinéfilos, que James Gray nos cuenta a algunos (cada vez menos) afortunados espectadores. Y que este excelente director naciera en 1969 quizás pueda representar un dato sin mayor trascendencia, pero que lo hiciera en Nueva York, seguramente, no tanto, ¿verdad?
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viernes, 4 de julio de 2014

SALVEMOS AL "MANOMANISTA"

 
Ahora que el Manomanista ha concluido por este año creo que se puede y se debe afrontar un debate como Dios manda. Porque decir que el Torneo está en crisis no es algo que ya sorprenda a nadie. Lo siente todo el mundo. Y algunos avezados periodistas (sic) lo escriben día sí, día también. Y es que “decir” y “escribir” es algo relativamente sencillo, al alcance de cualquiera que tengo ojos para ver y sabiduría (sic et sic) para repetir lo que es ya sabido por todo quisqui. ¡Menudo mérito! Pero así nos va. Y es que en este mundo que se nos ha dado, pero al que nosotros hemos moldeado a nuestra imagen y medida, muchos de esos que se autoproclaman profesionales se ganan de esta forma su sustento y habichuelas: con el lugar común por bandera, repitiendo cosas del dominio público y que cualquiera con apenas dos dedos de frente las recita de memoria.

El Manomanista está en crisis. Que sí. Que ya lo hemos oído y leído todos. ¡Mil veces! Para la final que se disputó el pasado domingo en Donosita aún quedaban 140 entradas disponibles, de todos los precios, dos días antes. Cierto que después, el domingo, el Atano lució sus mejores galas. ¡Salvados por la campaña! Pero no olvidemos que en ediciones anteriores las entradas se agotaban el mismo día que salían a la venta. Apenas unas horas… Y la semifinal que este mismo año había enfrentado a Irujo y Urrutikoetxea reunió, según la prensa de turno, a 680 espectadores en el Frontón de Miribilla de Bilbao con una capacidad para 3000. O sea 680 amiguetes. Y eso por hacer caso al periódico, y tirando por lo alto. Pero no discutamos. Espectador arriba o abajo: un cuarto de entrada. O sea, patético. Y triste. Muy triste.

Luego propondría para empezar que nos dejemos de decir y escribir lo que de por sí es evidentísimo. Que con eso no vamos a parar a ningún parte salvo a regodearnos, más y más, en las miserias. Y de verdad eso, como que no apetece. Porque nuestro deporte se merece muchísimo más. Que alguien venga y exponga soluciones. Por ejemplo. Y esto es lo que yo, sin ir más lejos y con toda la modestia del mundo, quisiera hacer aquí: imaginar una solución. Pero con las mejores perspectivas de poder llevarla a cabo. Y que, después, el tiempo y los resultados del invento nos den o nos quiten la razón. Pero que ya nadie pueda acusarnos de habernos quedado con los brazos cruzados repitiendo por enésima vez lo que todos saben, que el Manomanista está en crisis, mientras trasladamos la final al precioso frontón de Donosita pero con capacidad más reducida que el de Bilbao o Gazteiz o presenciamos la semifinal de Irujo vs. Urruti y hacemos piña con esos 680 que se reunieron en Miribilla; casi como de casualidad o, simplemente, porque “pasaban por ahí”.

Pero, a ver, listillo, me preguntará más de uno, ¿cuál es tu solución? Porque por estos lares todos andamos estrujándonos los sesos para dar con el parche apropiado que suture esta herida del “vacío” y nos llene los frontones. Y por ahí, querría empezar yo: por llenar los frontones. Aunque antes de llenarlos, veamos qué significa en el caso del Manomanista llenar. Y espero no resultar demasiado discursivo.

Y es que en el deporte los estadios, donde se cuelga el letrero de “no hay entradas”, forman parte del espectáculo. Eso es obvio. Para cualquiera. No es lo mismo asistir a un partido con los jugadores y recogepelotas, que con los jugadores y recogepelotas y…. 70000 o 100000 espectadores. El ambiente, las banderas y pancartas, los murmullos, los “uuyyss”, los gritos de ánimo, las estruendosas ovaciones, los abucheos acaso, los cánticos de la afición dan un especial sabor y colorido al deporte que posiblemente ni la dejada al txoko más tremenda ni el más contundente y letal de los dos paredes pueda igualar.

Y todo esto en el Manomanista es, además, doblemente cierto y sangrante cuando no se cumple o no se llena el aforo. ¿Y por qué doblemente? Y me apresuro a responder. Y fijémonos entonces, y por no salirnos del ejemplo mencionado anteriormente, en esa semifinal que enfrentó este año a Irujo y a Urruti. La duración total del partido fue de 63 minutos. Pero la duración del juego efectivo, ¡15 minutos nada más! O sea que, si las matemáticas no me engañan, entre tanto y tanto jugado se “perdieron” 48 minutos sin jugar. O sea que Irujo y Urruti estuvieron parados 48 minutos, ¡más del triple del tiempo que estuvieron en acción!

Aunque esta diferencia entre los minutos totales y reales del partido no debiera movernos a mayor extrañeza tratándose como se trata del Manomanista. Y es que, sin que nos quepa ninguna duda al respecto, el Manomanista es la modalidad de la pelota a mano más exigente y dura de todas cuantas se celebran en nuestros frontones. Dos deportistas encerrados y enfrentados uno contra uno, a todo lo ancho y largo del frontón, y sin más defensas y ataques que la habilidad y la técnica que atesoran en sus manos. Por eso en el Manomanista sólo juegan los mejores. Y lógico parece entonces que, en estas circunstancias y aún siendo, como son, los mejores, los pelotaris se tomen su (merecido) tiempo entre tanto y tanto, sus (merecidos) descansos, y que los botilleros recurran además de a los 5 reglamentados a una y mil triquiñuelas, a tantas como sean necesarias, para ralentizar y detener el partido, para que su pupilo pueda tomarse ese respiro reparador que, quizás, resulte el revulsivo que, como anillo al dedo, le servirá para dar la vuelta al marcador. (Y poner, de paso, a los corredores un bonito nudo en la garganta). De ahí la separación en el Manomanista existe entre los tiempos totales y reales de los partidos. Y de ahí la cantidad de minutos suspendidos, o en suspenso, minutos en donde no se juega, en donde los jugadores sólo están en cancha, mascando la tensión del resultado, rumiando la táctica que pudiera abrirles el camino hasta el cartón que contiene ese mágico número 22. Y por esto creo que es fundamental que esos minutos suspendidos, en suspenso, que son muchos por todo lo que llevamos señalando, se produzcan en el interior de una bombonera, de una “olla a presión”, de una cancha abarrotada de aficionados que aunque ya no llenen el aire con el humo de sus puros, sí que continúen murmurando, hablando, comentando más o menos acaloradamente, gritando si es preciso (el murmullo nos impedirá escuchar las voces medias), y cantado, animando, cogiendo las pelotas que los corredores nos lanzan con las apuestas. Así lo pienso. El Manomanista o se juega en frontones donde se ha colgado ese cartel que anuncia que el aforo está completo, o mejor corremos un tupido velo y pensamos, en su lugar, en pasar la tarde chapoteando en una piscina o enfrascados en la más apasionante partida de tute. Porque, ¿no nos duele (el corazón) ver a Urruti paseando su decepción por el devenir del marcador, enfrascado en cómo puñetas poder hacer torcer su brazo a Irujo, o de qué maldita táctica echar mano a la mano, ¡durante 48 minutos (más de una de las partes de un partido de fútbol)!, delante de 680 raquíticos espectadores que lejos de llenar hacen aún más patente e hiriente el casi-vacío de las gradas, la inmensidad del frontón que, en ese casi vacío, se nos antoja más demoledora y… ridícula. El sufrimiento y el esfuerzo de los pelotaris no se merecen ese “premio”.  Los frontones, y para el Manomanista esto cuenta más que para ninguna otra de las modalidades de la pelota a mano, deben estar hasta los topes. Y es ésta para mí, por lo menos, una condición sine qua non: una condición que debemos intentar hacer realidad por c…     

Luego ya tendemos el primer y fundamental objetivo a alcanzar, que los frontones donde vayan a disputarse los partidos del Manomanista están llenos a rebosar. Y ésta no es ninguna verdad de Perogrullo (ya se sabe, aquél que a la mano cerrada le llamaba puño), por lo que llevamos escrito y por las consecuencias que, a continuación, extraeré con toda mi buena voluntad de todo. Porque una de ellas sería descartar los frontones de mayor aforo (Ogueta, Atano, Miribilla, Labrit) para las eliminatorias previas a la final, e incluso para las semifinales. Quizás podríamos exceptuar el Labrit pamplonés pero habría que darle, en cualquier caso, una vuelta. Y estudiar cada partido,  que se decida jugar en Pamplona, con especial detenimiento en el que se expusieran todos los posibles “pros” y “contras”. Y en el fondo de la reflexión, siempre el mismo mantra: el frontón, hasta los topes.

Luego no sería mi intención poner en cuarentena el formato de competición sino los lugares o frontones donde la competición va a tener lugar. Y si los grandes frontones huelen a “cemento”, traslademos los partidos a recintos más pequeños. A pueblos, ¿por qué, no? Donde los aficionados, seguramente, sólo habrán visto partidos del Manomanista y a sus ídolos a través de la cuadrada pantalla de un televisor. Y  hagamos que la elección del material que se realiza durante los días previos al partido, y las consiguientes ruedas de prensa de los protagonistas, tengan lugar en el mismo pueblo. Que el pueblo se engalane y ofrezca una bonita estampa. Que los pelotaris se paseen por sus calles. Y se fotografíen y firmen autógrafos a los aficionados que se acerquen a ellos. Que el ambiente vaya caldeándose, preparando la olla a presión, ¡el cocido más importante y suculento de nuestro deporte!, en que se convertirá el frontón durante el fin de semana. Y que la televisión esté ahí para dar fe de todos esos detalles, de todas las excelencias que se vivirán antes, durante y después de un acontecimiento tan singular. Y celebrar la final, ésta sí, por todo lo alto. En un frontón (Miribilla, Ogueta, etc.) con capacidad suficiente para hacer “buena caja” y albergar el partido definitivo que clausura la competición por excelencia, para el que durante todo el mes de junio hemos ido creando entre los aficionados (¡con los “pequeños” frontones llenos hasta los topes!) esas expectativas propias de un espectáculo que “nadie (en su sano juicio) desea perderse”. 

Porque sobre el formato del Manomanista no tendría nada de particular que añadir. A mí me gusta como está. El pelotari que gana el partido, pasa de eliminatoria. Y el que pierde que vaya buscando en sus bolsillos las llaves de casa. Así no hay excusas. Ni nadie puede reservarse o resarcirse de una derrota con otro posterior partido. El Manomanista no debe admitir errores. Éstos se pagan. Y a mí me enrolla que sea así. Partidos, a cara o cruz. Partidos, a cara de perro. Porque después ya no hay más, ya no habrá otro partido. Y el frontón, lleno hasta los topes, sabrá agradecer el detalle. Todos los partidos son finales. Y, ¿qué mejor regalo podríamos ofrecer a los aficionados que la disputa de unos octavos de final, por ejemplo, que como su nombre indica ya es una final con todas las de la ley?

Todo lo cual no hace sino redundar y convencerme de que ante el Manomanista estamos ante la competición cumbre y reina de la pelota. Por eso también los frontones llenos para presenciar sus eliminatorias aluden también a esa cuestión, que antes llamábamos, sine qua non o cuestión por c…. Pero es que, además, el Manomanista sólo se juega durante un mes, el mes de junio, y precede a los torneos veraniegos que sin desmerecer a nadie tienen siempre un mayor carácter festivo y menos competitivo, sin duda. De hecho ninguna txapela adorna las cabezas de sus vencedores. Con lo que siempre que me hablan del Manomanista la cabeza se me va y pienso en Wimbledon. También el torneo cumbre y rey del tenis profesional se juega durante el mes de junio. Y también los pies de los mejores tenistas sólo pisan la hierba durante ese mes. Y sus eliminatorias son también a cara o cruz. También a cara de perro. Como sucede en el Manomanista. ¡El Wimbledon de la pelota a mano, sí, ¿por qué no?! Y, entonces, si la particularidad de Wimbledon es jugar sobre hierba, la particularidad del Manomanista es jugar uno contra uno, un pelotari contra otro a lo largo y ancho de todo el frontón. Así que el tenis sobre hierba, o el Manomanista en nuestro caso, sólo dure un mes no tiene porqué desmerecer la competición. Antes al revés, preguntémosle a Wimbledon cómo se lo toman, y convirtamos esa circunstancia en la mayor virtud! ¡Sí, hagamos del Manomanista el Wimbledon de la pelota!

Y por aquí podríamos sacar y proponer un montón novedades que harían del Manomanista ese torneo tan especial, el torneo más especial y apasionante. Y pensemos en los uniformes que vestirán en él los pelotaris (recuerdo que, sin ir más lejos, en Wimbledon los tenistas visten de riguroso blanco), y los jueces; pensemos en el ceremonial con el se inician los partidos: la apertura de la caja con el  material que previamente se ha escogido, la caja misma, el peloteo previo, la moneda que elige al primer sacador; y pensemos también, ¿por qué no?, en las chaquetillas que usarán los corredores, en las mismas pelotas, si es preciso, que vuelan hasta las gradas conteniendo las apuestas, en la txapela que coronará, por fin, a finales de junio, la figura del ganador, en lo más alto del podium. Todos esos detalles, y cualquier otro que pudiera ocurrírsenos en una productiva sesión de brain storming, deben conseguir que el Manomanista sea un torneo diferente, nuestro torneo por excelencia. Como Wimbledon. El más especial y singular de los torneos de tenis. ¿O se le pasa por la cabeza a alguien, tenistas, periodistas, jueces, etc. ponerlo en duda? Y todo ello a pesar de que la temporada del tenis en hierba dure un mes, y Wimbledon, 15 días. Qué importa. ¿O será, acaso, que son precisamente esas circunstancias reducidas las que lo convierten en algo tan excelente, tan especial y singular? Así que, igualmente, convirtamos ese supuesto defecto del Manomanista, su corta duración, en su mayor virtud; la virtud que ningún otro Campeonato, el Parejas o el 4 y ½, podrán nunca tener.

Y si Wimbledon es el torneo estrella del tenis, como los 100 metros lisos y sus apenas 9´´ lo son del Atletismo (¿o no es el ceremonial de esta carrera también diferente al resto de carreras?), que el Manomanista lo sea de la pelota a mano. Que quizás muchos lo sepan ya pero que parece que hay otros muchos que no se han enterado todavía. En eso deben las Empresas empeñar sus esfuerzos: ¡en que se enteren! Yo, y este largo artículo en ello estamos.

 

      
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