martes, 23 de diciembre de 2014

FELIZ NAVIDAD, COÑO

 
En esta época de "poco pan para tanto chorizo" adjunto para todos esta pequeña rebanada o villancico del gran Pepe Hierro, a modo de felicitación navideña y con los mejores deseos para el año próximo y para todos aquellos (años, se entiende) que quieran venir detrás de él.

VILLANCICO
(DIÁLOGO DE PASTORES POR INTERNET)
“¡Ha nacido!”
            “¿Quién nació?”
“Quien va a ser: quien era y es”
            “¿Dónde ocurrió?”
            “Naveguemos
por Internet:

            Triple W, Punto. Arroba.
Punto. Com. Portabelén.
Ángeles. Pastores. Magos.
María. Arroba. José
y la tibieza del heno.
La Mula. El Buey.
La estrella errante y su orquesta
de estrellas – sol fa mi re –
y el almendro que no sabe
que es Diciembre...”.

            “Pero, ¿quién
es la luz, la flor desnuda
que ríe en Portabelén?”

            “Es quien es.
¡Quién iba a ser!”
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domingo, 21 de diciembre de 2014

SÁNCHEZ ROSILLO & LOU REED

Lo que me gusta es establecer relaciones entre aquellas cosas en las que paso el tiempo. Esto hace que me crea que en este mundo todos estamos más comunicados de lo que pudiéramos pensar. Me instala en la certeza de que todos viajamos en el mismo barco. Algunos serán grumetes, otros contramaestres, otros capitanes, otros cocineros e, incluso, algunos polizones que se han embarcado sin papeles. Pero de verdad eso no me importa. Porque a lo que voy es que, a pesar de su falta de documentos, ellos también viajan con nosotros. Y si algo le sucediera al barco esos indocumentados sufrirían las mismas consecuencias que los que hemos pagado el billete.

Y todo se me ha venido a la cabeza mientras leía ese bonito poema de Sánchez Rosillo que se llama Las palabras que he escrito y he pensado al momento en Lou Reed (¡siempre él!) y en esa increíble canción que se titula My House, porque en ambos, en el poema y en la canción, se habla de "casa" y encuentro un sosiego, una generosidad, una paz de domingo similares; un encontrarse a gusto consigo mismo y con los demás, con ese instante increíble al que nada pedimos porque nada le falta.

Primero, el poema:
 
Las palabras que he escrito no son mías,

aunque también a mí me pertenezcan.

Yo escuché, y dije luego

con mi voz y a mi modo lo que oí.

Qué raro patrimonio.

Al fin y al cabo, soy

un indigente rico, un rico pobre.

Y esta hacienda pequeña que es tan grande

nadie me la disputa

y hasta se me atribuye con frecuencia

su entera propiedad.

Hace ya muchos años que trabajo

con ilusión en ella,

y desde que la cuido procuré

esparcir a su tiempo la semilla

en surcos bien dispuestos.

Y en medio de los campos, poco a poco,

levanté como supe con mis manos

esta casa que veis.

No es suntuosa, desde luego, pero

podrá encontrarse acaso

alguna estancia en su interior que sea

cálida y habitable.

Intento en lo posible mejorarla

y le voy añadiendo

de tarde en tarde alguna dependencia.

Se halla a disposición de todo el mundo;

en verdad es de todos.

No hay aquí cerraduras; siempre están

las puertas bien abiertas.


Y ahora la canción. Vosotros diréis.
 

 
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sábado, 13 de diciembre de 2014

JOSÉ Mª LATORRE HA MUERTO


Acabo de enterarme hace unos minutos: José Mª Latorre murió el pasado 14 de noviembre, de "una manera rápida e inesperada", según he leído en las páginas de Dirigido por... del mes de diciembre. Sabía que andaba fastidiado. No había escrito las páginas digitales del número anterior de la revista. Y sé también que eso en él no podía ser signo de nada bueno. Pero la muerte siempre nos coge por sorpresa. Y si es de alguien al que se admira la sorpresa se acompaña con el dolor y... un segundo de silencio durante el que uno se pregunta muchas cosas, como si ese segundo fuese, en realidad, mucho más que un segundo o como en mi caso, sin ir más lejos, casi-toda una vida.

Porque José Mª Latorre para mí ha sido como un maestro. No, más exactamente: el maestro. Mi crítico de referencia. No podría asegurar que gracias a él se me metió en el cuerpo el gusanillo del cine, pero sí que gracias a él ese gusanillo fue tomando la forma que hoy tiene. Sus críticas eran mi santo y seña particular. Sus películas, poco a poco, mis películas. Y sus ojos, partes imprescindibles de mi mirada cinematográfica... y vital, ¿por qué no? Hitchcock, Murnau, Fellini, Terence Fisher, Bergman y tantos otros que hicieron y hacen, todavía hoy, que la experiencia de sentarse a ver una película sea una de esas fascinantes y misteriosas (¿o acaso la emoción no es misteriosa?) experiencias que hacen que esta vida merezca la pena.

Luego esa mirada cinematográfica se hizo mayor y fue abarcando otros campos. También José Mª contribuyó a ese "crecimiento", ¿Y cómo se le pueden agradecer a alguien semejantes regalos? En la literatura me abrió las páginas de Kipling, Joseph Conrad, Faulkner, Tolstoi o Kundera. Y con la música me acompañó a los estrenos de Rota, Stravinski, Alban Berg, Mozart o Beethoven.

Y con todo ello fue haciéndose una masa. Y esa masa fue la que, en parte, me hizo. Así que el espíritu de José Mª sigue viviendo, de alguna extraña manera, en mí. Por eso cuando me he enterado de su muerte una esquina de ese espíritu también me ha dicho adiós con la mano. O hasta luego, que es lo que preferiría imaginar que escucho cuando alguien querido me deja. Porque eso sería como pensar que simplemente José Mª no ha querido esperar, que se ha adelantado unos metros  por delante, y que algún día volveremos a vernos en un cine donde se proyecta, por ejemplo, el Moonfleet de Fritz Lang o en una sala de conciertos donde se programa El clave bien temperado del insigne Sebastian Bach.

Pero de momento habrá que esperar. Y hoy acaso me ponga en el DVD I clowns cuyo final tanto le gustaba. ¿Y a quién no? Por lo que añado, debajo de estas apresuradas y dolorosas líneas, esa increíble secuencia a los geniales sones de Nino Rota, a modo de homenaje a una persona que, sin imaginarlo, me hizo un poco como soy y siento. QEPD.


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viernes, 31 de octubre de 2014

OTRA MANO PARA CATALUÑA, NO,... YA MUÑONES

Desde que el 1 de mayo de 2014 publiqué la entrada "Manos y más manos" en la que daba cuenta de las manos, o los brazos a torcer, que el Gobierno español daba a la rebelde Cataluña, se han producido, tal y como también anunciaba en la mencionada entrada, muchas otras manos. Aunque no parece que al día de hoy esas manos hayan servido para mucho. Más bien para nada o para hacer lo más inútil que puede hacerse: dar vueltas en círculo. Pero eso también nos lo imaginábamos algunos dada la calidad de esas manos, casi muñones. Y los catalanes siguen a su bola o en sus 13 o en sus 9-N. La deriva de las acciones ha alcanzado semejante despropósito por ambas partes que hasta la bonita y sagrada palabra "independencia" ha adquirido unos tintes ridículos. Y eso es imperdonable. Así que, en estas circunstancias, sólo queda atarnos los machos y apretarnos los cinturones. El disparate está servido. Y la chapuza acompaña al plato.
Pero no por esto me resisto a citar una última mano-muñón que en su desvarío (el mundo de las carreras de motos sería a Mariano Rajoy como...) me produce vergüenza ajena, y que haría referencia a ¡la felicitación personal que el Presidente Mariano Rajoy envió (pondría seguramente una señal acústica en su móvil para que no se le "pasara") al catalán Esteve "Tito" Rabat, reciente campeón mundial de motociclismo, en la cilindrada de 250cc. Patética enhorabuena, sr. Rajoy, que huele a ¡Dios sabe qué!


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domingo, 26 de octubre de 2014

LAS LÁGRIMAS DE ROGER. UNA INTRODUCCIÓN


Espero que en fechas próximas consiga poner en circulación mi segundo ensayo escrito después de mi anterior Divino Tesoro. Este segundo llevaría por título Las lágrimas de Roger. Y el tal Roger no sería otro que el tenista suizo Roger Federer, aunque el ensayo no trate tanto sobre el tenis como sobre el juego en general, y sobre la vida en concreto ya que es mi intención sería demostrar el paralelismo y las múltiples conexiones que existen entre ésta y aquél.

Yo defiendo en el libro que la vida no es sueño, tal y como nos contaba Calderón sino que la vida es, sobre todo, juego. Y es a partir de esta igualdad cuando podemos entender muchas de estas cosas que nos rodean y, sobre todo, cuando nos podemos armarnos con ciertos patrones de conducta que nos harán, sin duda, más felices.

La cuestión, brevemente, haría alusión a que consigamos entender que todos nuestros pensamientos y acciones contribuyen a que la vida, esta vida en la que estamos, que nos engloba y que siempre está por encima de nosotros, sea más o menos digerible, más o menos admirable. Según esto, nosotros nos debemos a la vida, siempre estamos en relación con ella y, por ello, es nuestra inexcusable obligación hacer de ésta cada día una vida mejor. Más allá de los encontronazos y rivalidades que pudieran surgir, y de hecho surgen, a cada minuto entre nosotros.

Y todo esto que leído de una forma rápida y atolondrada quizás pudiera sonarnos a chino si lo trasladamos a los terrenos lúdicos, a los rectangulares márgenes de una cancha de tenis, por ejemplo, podemos hacerlo más comprensible. Ésa es mi última intención. Y si no veamos y gocemos de los dos puntos que disputaron el búlgaro Dimitrov y el norteamericano Sock en las recientes semifinales del Open de Estocolmo de tenis. Los puntos son dos maravillas que realiza el tenista búlgaro y que hacen que el juego se decante a su favor, pero más allá de la disputa que enfrenta a los tenistas, el tenista norteamericano se alegra también (con el pulgar en alto, o haciendo chocar sus puños con su rival), aún siendo el derrotado, porque con su presencia y juego ha hecho que la vida, perdón, el tenis sea, por unos momentos, un deporte más bello y mejor. Yo, podría decir Sock, estuve allí y lo hice posible con granitos de arena, con mis restos. Y gracias a ello, este deporte, esta vida merecen hoy un poco más la pena.

Claro, en estas nuevas circunstancias Sock y Dimitrov no serían ya tanto rivales como participantes en un partido de tenis, participantes, como todos los demás, en el juego, participantes, y siguiendo ya con esta igualdad que habríamos establecido, en la vida. De estas cosas y de otras más tratan Las lágrimas de Roger que garantizo que no están escritas ni para defraudar ni para entristecer a nadie.
 
 
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sábado, 20 de septiembre de 2014

EL ATHLETIC Y LA CHAMPIONS 2014-2015


Todos se han frotado las manos o por lo menos se las han frotado los aficionados del Athletic. Y eso que al día de hoy, de frío, ni hostia. Pero es que el grupo en el que el Athletic ha quedado encuadrado para disputar la primera fase de la Champions 2014-15 no es precisamente de ésos que sirven echarse a temblar o para rasgarse las camisetas rojiblancas. Aunque se haría mal, muy mal en lanzar las campanas al vuelo. Porque, paradójicamente, no es sino la “bondad” de los contrincantes: el Shakhtar ucraniano, ese tal Borisov, o el más conocido Oporto, la trampa que seguramente se vuelva contra el equipo de La Catedral de San Mamés. Y termine con su aventura europea. Y me explico. O trato de…
 


Y es que este grupo H, en el que el Athletic ha caído, creo que va a resultar una compañía poco propicia para esas noches épicas, para las hazañas sobre el césped que tan gratas y, sobre todo, tan ¡necesarias e imprescindibles! son para el Athletic. No, con este trío de contrincantes no va a resultar nada fácil dar lustre y jabón (¡con lo que esto le gusta a la afición bilbaína!) a la especial y particularísima idiosincrasia con la que se nutre y vive el Athletic y que, ya que estamos, no sería otra que la de mostrar, para espasmo y sorpresa mayúscula de todos los amantes al balompié, cómo “once aldeanos” (sé que está muy oído pero para entendernos vale), con el in-cansable e in-condicional apoyo de una in-igualable afición, es capaz de derrotar a los enemigos más pintados, a ésos contra los que cualquier otro equipo, con once jugadores y dos dedos de frente, se echaría a temblar nada más que el trencilla de turno hiciera sonar su silbato anunciando el inicio del partido.

Y claro por aquí empiezan a verse los problemas venir. Porque ni Shakhtar, ni Borisov, aunque sí quizás Oporto, pero Oporto sólo habría uno, componen un terceto como para que nadie se asombre si el Athletic consigue derrotarles. Casi al contrario: se me antojaría una desagradable decepción si el equipo no logra clasificarse. Las cosas como son. Si colegimos que el Oporto es un grande, o más exactamente, fue un grande, el Athletic debería "pasar" por detrás de él, como segundo del grupo H y, por lo tanto, con acceso directo a los octavos de final de la susodicha Champions. Pero lo que así parece a priori: un camino de rosas se convierte por obra y gracia de la filosofía-Athletic, esto es, sudor y sufrimiento a borbotones, lucha contra lo que es normal y lógico, apuesta a ciegas por la singularidad, por lo que no es normal ni lógico, por la titánica pelea,... y la victoria final, sííí, contra pronóstico, contra las adversidades, contra el sentido común, contra la menor calidad técnica de las plantillas enfrentadas, contra la comparación de sus presupuestos, etc., para que todos alucinen y hablen del equipo, de esos "once aldeanos" y nos sintamos, así, los más "guapos" del mundo, en una ruta que es, en realidad, un campo de minas, una maldita emboscada en la que, si no me equivoco, acabará des-nortado el Athletic de Bilbao.

O si lo escribo de otra forma. Que venga un partido contra, por ejemplo, el Bayern de Guardiola, una noche de perros, de ésas de agua y frío, con un campo en el que no entra ni un alfiler y en un partido en el que nadie da un euro por el equipo, que no uno contra el Shakhtar que no-se-sabe-quién-coño-le-entrena, una plácida y cálida noche del mes de septiembre, con el campo ¡no lleno del todo!, y en el que el Athletic es favorito, y es casi normal y lógico que gane, tal y como ha sucedido hace unos días. Se recuerda, y cómo, el 3-1 contra el poderoso Nápoles o… aquellos memorables 1-0 contra el invencible Milán de Baresi o el 5-3 contra el mítico Manchester con la hierba del viejo San Mamés cubierta por la nieve. Pero también y aunque duela, ese 0-0 con el que terminó el duelo contra los ucranianos sería como la otra cara de la Luna, la otra parte, ¿el semblante menos vistoso?, de cómo se las gasta el Athletic. Porque aquí o se compite con el cuchillo entre los dientes, y nos olvidamos de esos artículos de la filosofía-Athletic según los cuales el equipo únicamente lo dará todo en las batallas perdidas a priori, o nos vamos con el estómago vacío. Y con todos los respetos, los contrincantes del grupo H no son ninguna batalla perdida a priori, no, sino que, al contrario, conforman para el hambre de los leones de San Mamés un raquítico tentempié, un terceto tan de andar por casa... De ahí que para esta primera fase de grupos de la Champions 2014-2015 augure problemas, demasiados problemas...  
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lunes, 15 de septiembre de 2014

EURÍPIDES VS. BOTÍN


El otro día me di una vuelta por una librería en cuestión, ya que no viene a cuento decir su nombre. Da igual. El caso es que me avisaron, no, me enviaron un mensaje al móvil de que ya se  había recibido el libro que les había encargado hacía una semana: Las bacantes, de Eurípides.

Y si menciono ahora el título del libro es porque ilustra, más o menos, la manera que tengo de elegir mis lecturas, los cedés, o deuvedés que compro, y que después me llevo a casa. Había visto el domingo anterior en el cine la última película de Polanski: La Venus de las pieles. Y la película, como casi todas las de Polanski, me pareció que estaba bastante bien, que en el aridísimo desierto en el que se ha convertido la actual oferta cinematográfica La Venus era como un refrescante bidón de agua fresca. Y en La Venus, entre otras muchas cosas, se habla de Las bacantes. Por eso decidí comprarme la obra de Eurípides. Por eso y porque a mis años (ya me vale) no había leído aún ninguna obra del clásico griego.

Bueno, el caso es que me fui a la librería en cuestión a recoger el libro. Pero antes de entrar mis ojos se torcieron un rato hacia su bonito escaparate. Por si entre las muchas novedades, supongo, encontraba algo que mereciera la pena. Ya puestos a comprar, bien podía acompañar a Eurípides con alguna que otra sorpresa. Y sí, de repente la sorpresa estaba ahí. En el centro de la vitrina. Bien grande y cantosa. Y como multiplicada por diez. Haciendo piña. O sea, diez idénticos ejemplares agrupados en una vistosa montañita de papeles y pastas blandas. Pero os aseguro que aquélla no era ninguna de las sorpresa con las que hubiera querido a acompañar a Eurípides ni con la que ni él mismo, si hubiera estado vivito y coleando (estoy seguro), se hubiera querido ver acompañado.


La sorpresa llevaba por título El Banco Santander y Emilio Botín: historia de una ambición. Su autor tampoco importa, porque lo verdaderamente increíble (al menos lo fue para mí) era que el banquero Emilio Botín había muerto, ¡hacía apenas un par de días!, de un fulminante fallo cardiaco. Sí, sólo dos días. Y su cuerpo, mientras el libro ya decoraba el escaparate, aún caliente, como diría un concienzudo policía. Que no sería enterrado hasta el próximo fin de semana. Pero su libro ya se había adelantado. Sin dejar que ni un segundo se escapara de rositas. Para aprovechar el tirón de su fallecimiento. Y se me ocurrió pensar que esa gente (por llamarles de alguna manera) hasta con la muerte negocia; y que pingues rendimientos y beneficios no tienen porqué estar reñidos con las desgracias.

Por eso cuando pagaba Las bacantes se me ocurrió una boutade que comenté con e dependiente de la librería que es también mi amigo. Quizás hiciéramos bien, le dije, en darnos una vuelta por la Editorial en cuestión (la de El Banco Santander y Emilio Botín…, se entiende) e indagar entre sus empleados y directivos por si alguno de ellos carecía de coartada y pudiera haber tomado parte o acelerado el “fulminante” fallo que había terminado con la vida de Botín. Si sigues la pista del dinero acabarás dando con el culpable, suelen asegurar también los concienzudos policías. Pero claro, todo era una broma. Y mi amigo se sonrió. Y yo me cogí Las bacantes y salí de la librería.

Aunque en la calle aún tenía un regusto amargo bailándome entre los dientes. No sé, quizás la clásica arcada. No sé, quizás el asco que, a veces, me dan algunas de las cosas que los seres humanos (como yo) hacemos todos los días. Y por eso decidí enjuagarme la boca con un sorbito de Las bacantes, aquel con el que se inicia la tragedia de Eurípides, las majestuosas palabras de Dioniso, Aquí he venido yo, el hijo de Zeus, a esta tierra de Tebas: me parió antaño Sémele, la hija de Cadmo, e hizo de partero el fuego del relámpago. Entonces me sentí mejor. Los seres humanos (como yo) también son capaces de hacer cosas como ésta. Entre las unas, las más rastreras, y las otras, las más sublimes, anda siempre el juego. Ése es nuestro verdadero quebradero de cabeza: hacia qué extremo nos arrimaremos más..
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jueves, 21 de agosto de 2014

TITÍN III Y LOS IMPRESCINDIBLES



Ando estos días, tristes días (y enseguida expondré en qué medida lo son, al menos para mí), cuando el verano ya nos anuncia lo inevitable (y enseguida diré el qué), con una preci(o)sa cita del gran Bertolt Brecht rondándome la cabeza; unos versos que, años después, recitaría el también gran Silvio Rodríguez para comenzar aquella canción que algunos llamamos Sueño con serpientes. Los versos, en cuestión, vendrían a decir lo siguiente, Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.

Y hagamos, ahora, la siguiente operación, con el permiso de Brecht, que aunque ya no esté entre nosotros yo creo que sí nos lo concedería, y cambiemos “toda una vida” por “todos los partidos”. Y leamos de nuevo la cita. Despacito, durante 15 segundos, por ejemplo.

Pero hay los que luchan todos los partidos, esos son los imprescindibles.

Y entonces espero que se entienda que si he subrayado, o colocado en cursivas, el adjetivo “imprescindibles” no lo hecho por casualidad ni porque se me haya trastabillado el cursor del ordenador si no porque es en ese adjetivo donde se encuentra la razón de que los versos de Brecht me anden rondando la cabeza y de que estos días sean para mí, efectivamente, unos tristes días. Porque el 5 de octubre, Augusto Ibánez Titín, o Titín III para los que hemos disfrutado y nos hemos emocionado viéndole jugar en un frontón, colgará el gerriko, y nos dirá adiós con esa sobriedad propia de los guerreros que nunca se dan por vencidos. Porque la vida para ellos será siempre “el gran partido”. Y las disputas en el frontón sólo una parte de ella. Y que ésta, la vida, apenas si terminará cuando uno acepte que le falta el aire. Mucho después de que al marcador haya subido el cartón “22”.

Y Titín III, como pocos en este mundo (me supongo que por aquí vendrá lo de la Medalla al Mérito Deportivo), y como poquísimos en este deporte es sin duda uno de esos, uno de los imprescindibles. ¡Más de 1500 partidos en sus manos y espalda! ¡Más de 900 victorias, que al final son lo de menos pero que ahí quedarán! ¡Y cuántos inolvidables instantes que se nos han prendido en la memoria para siempre! ¡Después de 22 años como profesional! Que se cuentan pronto. Y que, sin embargo, si los pensamos bien y nos echamos una ojeada en el espejo comprobaremos que son muchos partidos y, sobre todo,… muchos años.

Sí, el 5 de octubre Titín III se despedirá de la pelota profesional. Y lo hará desde su tierra, desde su frontón, desde ese Adarraga que tiene su estampa grabada en la pared del rebote, presidiendo con su figura toda la cancha donde él ya no volverá a estar pero donde todos le echaremos de menos y, de vez en cuando, aún nos podremos imaginar que continúa lanzándose como un rayo a por esa pelota puñetera que el rival le ha cruzado astutamente al ancho.

Porque estas cosas hacen a los hombres imprescindibles. Que en un momento determinado se pueden ir, se pueden ausentar a hacer algún recado que, incluso, les vaya a ocupar el resto de su vida pero que, sin embargo, por ser imprescindibles siempre estarán con nosotros. Siempre que presenciemos un partido de pelota.

Porque estos imprescindibles, a diferencia de los otros profesionales con los que comparten la cancha, no sólo juegan a un determinando deporte, en este caso la pelota a mano, sino que hacen ese deporte, lo cambian, lo construyen, lo convierten desde sus aptitudes en algo diferente a cuando ellos aún no habían empezado a jugar; en algo que desde su llegada ya no volverá a ser lo mismo. Por eso decía que cuando Titín III ya no juegue en los frontones él seguirá estando en ellos, jugando en cada paridita al txoko, en las estiradas imposibles hasta la contracancha en busca de esa pelota que sí se puede devolver…

Y pienso que éstas son las cosas que tienen los imprescindibles. Que se despedirán y continuarán estando entre nosotros, en cada uno de los aficionados. Por eso, su marcha nos puede dejar un nudo en la garganta. Al principio, claro. O durante unos días que serán, sin duda, días tristes. Pero después recuperaremos los ánimos. Porque otro pelotari se lanzará a por esa bola imposible, hasta la contracancha y en su vuelo, en ese vuelo acrobático, horizontal y centelleante nos volveremos a encontrar con Titín III. Que nunca se habrá ido del todo. Y que por eso formará siempre parte de esos imprescindibles, de los que nos habla Bertolt Brecht. 
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sábado, 9 de agosto de 2014

REAL MADRID, SEVILLA: GRANDES DE ESPAÑA A LA CONQUISTA DE EUROPA (sic)

Dice más o menos un refrán, de ésos de los que yo no soy muy amigo (os animo a leer en este mismo blog en una entrada del 19 de abril de 2013) pero que en esta ocasión me sirve, eso sí, para luego tirarlo a la basura, que uno recoge lo que siembra; versión agropecuaria de aquel otro que nos cuenta que de aquellos polvos vinieron estos lodos.

Y si, muy a mi pesar, traigo a colación estas sabidurías tan populares y pacatas es porque pienso que cuando se recurre a explicar los fenómenos nacionalistas éstas arrastran partes de verdad. No en vano si el refranero es una "sabiduría populachera y pacata" el nacionalismo no deja de ser "una forma de gobierno popularecha y pacata". Así que entre afines andaría el juego.

Lo que no contendría mayor peligrosidad si las palabras, refranes o consignas, que tan populacheros como pacatos son tanto los unos como las otras, fuesen tan inocuos como el aire que sale de nuestros labios cundo los pronunciamos. Pero desgraciadamente todos sabemos que esto no es así. Y que las palabras, y los refranes y consignas por estar en ellas incluidas, pueden herir o matar o, sin llegar a tan radicales extremos, pueden enturbiar las cosas, enredar lo que ya está de por sí enredado; esto es, aplacar un pequeño incendio con un buen chorretón de la mejor gasolina súper.

Y si hablo de todo esto no es por otro motivo que por los jaleos nacionalistas que este país lleva ya, ¿demasiado tiempo?, sufriendo; y que ahora con la latoso referéndum catalán sobre su derecho a decidir si se desligan de España o continúan a ella ligados parece que han adquirido un protagonismo que no nos permiten escapar de sus refranes y consignas ni torcer la cabeza hacia algún lado donde esas voces no se oigan porque quedan enmudecidas, por ejemplo, bajo el tranquilizador, y siempre más gustoso, rompimiento de las olas contra un arenal cualquiera.

Pero esto último no deja de ser una quimera. Y más de uno de estos nacionalistas me acusaría, y tal vez no sin razón, de esconder la cabeza bajo el ala (sí, otro refrán) y de no querer escuchar lo que muchos dicen. Sean refranes o consignas pero que si son muchos los que las dicen, democráticamente, pasan a ostentar ese peligrosísimo, éste sí, status del que gozan las verdades que se erigen en Verdades Mayúsculas. Y, entonces, a ¡atarse los machos! (otro refrán).

Aunque el peligro de estos refranes y consignas, ¿de dónde proviene? Las palabras sólo son consecuentemente peligrosas. Por sí solas ellas no guardan ningún peligro. Grito "¡arriba!" y qué. Pero si obedecen a una (consecuente) respuesta, si se pronuncian después de que alguien nos haya pisado el callo o de que otro haya dicho "¡abajo!" los problemas pueden empezar a llamar a nuestra puerta.

Y entonces claro que los nacionalismos (y llamémosles ya por su nombre de pila, nacionalismos catalanes y vascos) nos salen respondones. Porque no sería el mismo el nacionalismo palestino o de Hamás sin las prepotencias, las hieráticas y altaneras poses de los dirigentes de Israel y de sus nacionalistas judíos. Claro que la fe, como escuché en alguna ocasión en algún sitio, puede ser un polvorín de imprevisibles consecuencias porque da a la gente que la tiene una seguridad inquebrantable en su propia rectitud. Y nosotros, españoles, catalanes y vascos, no tendríamos entonces ese problema. Parece que nuestra fe es compartida. Pero, ¿qué pasa con "las pisadas del callo", con los "¡abajo! después de los "¡arriba!? Y en estos terrenos nos movemos como peces en el agua (sí, sí, otra refrán). Somos maestros en las "tocadas de cojones". Y así nos va.


¿O no estamos estos días escuchando a través dela televisión publica qué refranes y consignas para apoyar a los equipos españoles en las competiciones deportivas que disputarán en próximas fechas? Y pongo un ejemplo: el Real Madrid, como campeón de la última Champions, y el Sevilla, como campeón de la Europa League, van a jugarse la próxima Supercopa  europea. Refrán o consigna de Televisión Española: "¡dos grandes de España a la conquista de Europa!"

Y después nos quejamos. Yo, por lo menos, lo tengo claro. Con un nacionalismo español menos agresivo, menos excluyente, menos "toca-pelotas" ni el nacionalismo catalán ni el vasco serían tan incordiantes ni pesados. Ni estos lodos nos hubieran venido si no se nos hubiera ocurrido (¿cuándo se produjo el error?- aunque esta pregunta daría para muchas entradas) mezclar aquellos lodos.
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martes, 29 de julio de 2014

EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA O ALMAS GEMELAS


Ayer me senté a ver la película que proyectaba La 2.: El primer día del resto de tu vida. Y la verdad es que no me esperaba demasiado. Pasar un rato, más o menos, entretenido, escuchar buena música (para esto también valen las películas) y poder zapear 100 minutos más tarde, gracias a la bendita ausencia de cortes publicitarios, ver las noticias del día e irme a la cama que hoy me tocaba madrugar.

De manera que la película o peliculilla, digámoslo abiertamente (siempre es un chasco ver las mismas historias de siempre disfrazadas con el manirroto, falso y rastrero disfraz de “esto es algo distinto”) no me defraudó. Escuché un trozo del estupendo Time de David Bowie (luego lo escuché entero echando mano de Aladine Sane, el LP donde la canción no se corta) y disfruté de esa joyita que es el Perfect Day de Lou Reed. Y es que siempre que oigo esa canción pienso que “un día perfecto”, de tener una música, tendría esa música.

Pero de repente, y casi al final, hubo una verdadera sorpresa. Porque por un lado ya he dicho que no esperaba gran cosa de la película. Y la película se estaba terminando y, efectivamente, todo había transcurrido plácidamente. O sea sin sobresaltos o, como un amigo me suele decir, “sin peligro”. Y de repente eso: una secuencia fantástica que, obviamente, valía por toda la película; una secuencia digna del más brillante de los melodramas, un punto o un puntazo, uno de esos prontos de genio que, de pronto, te deja perplejo porque nunca te habrías imaginado nada parecido viendo de donde viene (El primer día…) o viniendo de quien viene (Remi BezanÇon, el director).

La secuencia en cuestión tenía lugar en el interior del taxi de Robert, el taxista protagonista de la película, que acaba de morir por un (siempre inesperado y jodido) cáncer. Es de noche y su mujer, Marie-Jeanne, entra en el interior del coche dolida y silenciosa. Seguramente todavía llora de vez en cuando añorando a Robert. Se siente, viéndola acomodarse en el asiento, que su muerte aún está cercana. Y que duele. Pero de pronto repara en la almohadilla que su hija, Fleur, le regaló por su último cumpleaños para que tuviera su espalda protegida. Y lentamente la coge. La acaricia entre sus manos. Y entonces destapa la boquilla y deja que el aire vivo, el aliento del propio Robert, le bese el rostro.

Y eso: me quedé sorprendido. De repente, un pequeño milagro. Unos mágicos instantes del mejor cine. Y me fui a consultar la crítica que pudiera haberse incluido en el Dirigido por… en su momento. Y la encontré. En el nº390. La firmaba Raúl Acín. Y terminaba con estas palabras: “BezanÇon entrega una secuencia que vale por todo el cine de Klapisch (y por tantas horas y horas del cine actual, añado yo): aquélla (…) en la que Marie-Jeanne (…) inhala la respiración de su marido”. Sí, resulta gratificante encontrar a alguien con el que se comparte una opinión. Y que no estamos tan solos. Porque seguro que hay muchos más que se conmovieron con la secuencia (mi mujer entre ellos). Y es que se me ocurre pensar que el arte tiene, entre otras virtudes, estas cosas. Nos encuentra “almas gemelas” cuando menos lo esperamos.  
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martes, 8 de julio de 2014

ANGELO BADALAMENTI & THE CHAMELIONS: PARECIDOS RAZONABLES & P.D.

Escuchad entre dos temas. Uno es el Silence, Sea and Sky de los Chamelions escrito en 1985 y el otro, el tema principal que Angelo Badalamenti compuso en 1990 para los Twin Peaks de David Lynch. Los razonables parecidos que encuentro entre ambos temas, sobre todo en cuanto al "aire" que respiran sus notas y acordes, no hacen sino reafirmarme en la ingente cultura artística que nada deja caer en el olvido, que asume que todo-sirve, y que todos los creadores norteamericanos incorporan inmediatamente a sus ADN.

La cuestión, como yo la veo, es que para ellos no se trata de que todo esté ya inventado sino de que con todo eso que está ya inventado, sean capaces de inventar algo nuevo. Y en eso, los creadores norteamericanos son maestros y espejos donde más de algún indocumentado debería mirarse más a menudo y dejar, de paso, de comerse la polla, como diría el espídico Harvey Keitel de Pulp Fiction.

Y es que a veces creo que para dirigir una película que se desarrolla en un ambiente carcelario, por ejemplo, el director norteamericano de turno no pasa (incluso con gastos pagados) una temporada en San Quintín o en algún otro penal. Le basta (y le sobra) con encerrarse, sí, pero en una confortable sala de cine y visionarse, eso también: una y mil veces, todas aquellas películas (norteamericanas y extranjeras) en las que sus protagonistas han ido a parar, por las circunstancias que fueran, con sus huesos en alguna cárcel. Y esto mismo lo aplico a tantos pintores, escultores,... o músicos, como es el caso que nos ocupa.

¡Y que cunda el ejemplo de una p...vez!
Silence, Sea & Sky


 
Twin Peaks


P.D.
Y hablando, o escribiendo, de lo que estamos escribiendo, una recomendación: la última película de James Gray, El sueño de Ellis que podría ser una versión muy sui generis de ¡La strada felliniana! ¿O no encontramos parecidos razonables, salvando las distancias que fueran, entre Bruno-Ewa y Orlando/Emil y Zampanó-Gelsolmina y El Loco? ¿No podríamos ver al mismo Emil/Orlando como un trasunto de El Loco? ¿Y no cumplen funciones similares en el desarrollo de la trama el número de equilibrismo a no sé cuántos metros del suelo bajo los mágicos acordes de Nino Rota y la levitación que realiza Orlando ante los ojos asombrados de Gelsolmina/Ewa bajo los no menos mágicos acordes del Coro con la boca cerrada de la Butterfly de Giacomo Puccini? ? Y así podríamos continuar un rato. Pero termino. Aunque no me resisto a hacerlo sin mencionar el último plano de Ellis porque él me ha dado una de las más felices sorpresas que últimamente he vivido en una sala de cine. ¿O no se incluye en él un hermoso homenaje al también plano final de la mítica, y nunca suficientemente re-visionada, Moonfleet de Fritz Lang?

Que en el año 14 de este, de momento, deprimente siglo XXI alguien se acuerde de las magníficas películas de Fellini y Lang para realizar su trabajo es algo que pienso puede codearse con el milagro más absoluto; además de ser, o así me gustaría creerlo a mí, una especie de íntima confesión, hecha al oído y en voz muy baja, casi con la boca cerrada y con todo lo que esas insignes películas atesoran y representan para toda una generación de cinéfilos, que James Gray nos cuenta a algunos (cada vez menos) afortunados espectadores. Y que este excelente director naciera en 1969 quizás pueda representar un dato sin mayor trascendencia, pero que lo hiciera en Nueva York, seguramente, no tanto, ¿verdad?
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viernes, 4 de julio de 2014

SALVEMOS AL "MANOMANISTA"

 
Ahora que el Manomanista ha concluido por este año creo que se puede y se debe afrontar un debate como Dios manda. Porque decir que el Torneo está en crisis no es algo que ya sorprenda a nadie. Lo siente todo el mundo. Y algunos avezados periodistas (sic) lo escriben día sí, día también. Y es que “decir” y “escribir” es algo relativamente sencillo, al alcance de cualquiera que tengo ojos para ver y sabiduría (sic et sic) para repetir lo que es ya sabido por todo quisqui. ¡Menudo mérito! Pero así nos va. Y es que en este mundo que se nos ha dado, pero al que nosotros hemos moldeado a nuestra imagen y medida, muchos de esos que se autoproclaman profesionales se ganan de esta forma su sustento y habichuelas: con el lugar común por bandera, repitiendo cosas del dominio público y que cualquiera con apenas dos dedos de frente las recita de memoria.

El Manomanista está en crisis. Que sí. Que ya lo hemos oído y leído todos. ¡Mil veces! Para la final que se disputó el pasado domingo en Donosita aún quedaban 140 entradas disponibles, de todos los precios, dos días antes. Cierto que después, el domingo, el Atano lució sus mejores galas. ¡Salvados por la campaña! Pero no olvidemos que en ediciones anteriores las entradas se agotaban el mismo día que salían a la venta. Apenas unas horas… Y la semifinal que este mismo año había enfrentado a Irujo y Urrutikoetxea reunió, según la prensa de turno, a 680 espectadores en el Frontón de Miribilla de Bilbao con una capacidad para 3000. O sea 680 amiguetes. Y eso por hacer caso al periódico, y tirando por lo alto. Pero no discutamos. Espectador arriba o abajo: un cuarto de entrada. O sea, patético. Y triste. Muy triste.

Luego propondría para empezar que nos dejemos de decir y escribir lo que de por sí es evidentísimo. Que con eso no vamos a parar a ningún parte salvo a regodearnos, más y más, en las miserias. Y de verdad eso, como que no apetece. Porque nuestro deporte se merece muchísimo más. Que alguien venga y exponga soluciones. Por ejemplo. Y esto es lo que yo, sin ir más lejos y con toda la modestia del mundo, quisiera hacer aquí: imaginar una solución. Pero con las mejores perspectivas de poder llevarla a cabo. Y que, después, el tiempo y los resultados del invento nos den o nos quiten la razón. Pero que ya nadie pueda acusarnos de habernos quedado con los brazos cruzados repitiendo por enésima vez lo que todos saben, que el Manomanista está en crisis, mientras trasladamos la final al precioso frontón de Donosita pero con capacidad más reducida que el de Bilbao o Gazteiz o presenciamos la semifinal de Irujo vs. Urruti y hacemos piña con esos 680 que se reunieron en Miribilla; casi como de casualidad o, simplemente, porque “pasaban por ahí”.

Pero, a ver, listillo, me preguntará más de uno, ¿cuál es tu solución? Porque por estos lares todos andamos estrujándonos los sesos para dar con el parche apropiado que suture esta herida del “vacío” y nos llene los frontones. Y por ahí, querría empezar yo: por llenar los frontones. Aunque antes de llenarlos, veamos qué significa en el caso del Manomanista llenar. Y espero no resultar demasiado discursivo.

Y es que en el deporte los estadios, donde se cuelga el letrero de “no hay entradas”, forman parte del espectáculo. Eso es obvio. Para cualquiera. No es lo mismo asistir a un partido con los jugadores y recogepelotas, que con los jugadores y recogepelotas y…. 70000 o 100000 espectadores. El ambiente, las banderas y pancartas, los murmullos, los “uuyyss”, los gritos de ánimo, las estruendosas ovaciones, los abucheos acaso, los cánticos de la afición dan un especial sabor y colorido al deporte que posiblemente ni la dejada al txoko más tremenda ni el más contundente y letal de los dos paredes pueda igualar.

Y todo esto en el Manomanista es, además, doblemente cierto y sangrante cuando no se cumple o no se llena el aforo. ¿Y por qué doblemente? Y me apresuro a responder. Y fijémonos entonces, y por no salirnos del ejemplo mencionado anteriormente, en esa semifinal que enfrentó este año a Irujo y a Urruti. La duración total del partido fue de 63 minutos. Pero la duración del juego efectivo, ¡15 minutos nada más! O sea que, si las matemáticas no me engañan, entre tanto y tanto jugado se “perdieron” 48 minutos sin jugar. O sea que Irujo y Urruti estuvieron parados 48 minutos, ¡más del triple del tiempo que estuvieron en acción!

Aunque esta diferencia entre los minutos totales y reales del partido no debiera movernos a mayor extrañeza tratándose como se trata del Manomanista. Y es que, sin que nos quepa ninguna duda al respecto, el Manomanista es la modalidad de la pelota a mano más exigente y dura de todas cuantas se celebran en nuestros frontones. Dos deportistas encerrados y enfrentados uno contra uno, a todo lo ancho y largo del frontón, y sin más defensas y ataques que la habilidad y la técnica que atesoran en sus manos. Por eso en el Manomanista sólo juegan los mejores. Y lógico parece entonces que, en estas circunstancias y aún siendo, como son, los mejores, los pelotaris se tomen su (merecido) tiempo entre tanto y tanto, sus (merecidos) descansos, y que los botilleros recurran además de a los 5 reglamentados a una y mil triquiñuelas, a tantas como sean necesarias, para ralentizar y detener el partido, para que su pupilo pueda tomarse ese respiro reparador que, quizás, resulte el revulsivo que, como anillo al dedo, le servirá para dar la vuelta al marcador. (Y poner, de paso, a los corredores un bonito nudo en la garganta). De ahí la separación en el Manomanista existe entre los tiempos totales y reales de los partidos. Y de ahí la cantidad de minutos suspendidos, o en suspenso, minutos en donde no se juega, en donde los jugadores sólo están en cancha, mascando la tensión del resultado, rumiando la táctica que pudiera abrirles el camino hasta el cartón que contiene ese mágico número 22. Y por esto creo que es fundamental que esos minutos suspendidos, en suspenso, que son muchos por todo lo que llevamos señalando, se produzcan en el interior de una bombonera, de una “olla a presión”, de una cancha abarrotada de aficionados que aunque ya no llenen el aire con el humo de sus puros, sí que continúen murmurando, hablando, comentando más o menos acaloradamente, gritando si es preciso (el murmullo nos impedirá escuchar las voces medias), y cantado, animando, cogiendo las pelotas que los corredores nos lanzan con las apuestas. Así lo pienso. El Manomanista o se juega en frontones donde se ha colgado ese cartel que anuncia que el aforo está completo, o mejor corremos un tupido velo y pensamos, en su lugar, en pasar la tarde chapoteando en una piscina o enfrascados en la más apasionante partida de tute. Porque, ¿no nos duele (el corazón) ver a Urruti paseando su decepción por el devenir del marcador, enfrascado en cómo puñetas poder hacer torcer su brazo a Irujo, o de qué maldita táctica echar mano a la mano, ¡durante 48 minutos (más de una de las partes de un partido de fútbol)!, delante de 680 raquíticos espectadores que lejos de llenar hacen aún más patente e hiriente el casi-vacío de las gradas, la inmensidad del frontón que, en ese casi vacío, se nos antoja más demoledora y… ridícula. El sufrimiento y el esfuerzo de los pelotaris no se merecen ese “premio”.  Los frontones, y para el Manomanista esto cuenta más que para ninguna otra de las modalidades de la pelota a mano, deben estar hasta los topes. Y es ésta para mí, por lo menos, una condición sine qua non: una condición que debemos intentar hacer realidad por c…     

Luego ya tendemos el primer y fundamental objetivo a alcanzar, que los frontones donde vayan a disputarse los partidos del Manomanista están llenos a rebosar. Y ésta no es ninguna verdad de Perogrullo (ya se sabe, aquél que a la mano cerrada le llamaba puño), por lo que llevamos escrito y por las consecuencias que, a continuación, extraeré con toda mi buena voluntad de todo. Porque una de ellas sería descartar los frontones de mayor aforo (Ogueta, Atano, Miribilla, Labrit) para las eliminatorias previas a la final, e incluso para las semifinales. Quizás podríamos exceptuar el Labrit pamplonés pero habría que darle, en cualquier caso, una vuelta. Y estudiar cada partido,  que se decida jugar en Pamplona, con especial detenimiento en el que se expusieran todos los posibles “pros” y “contras”. Y en el fondo de la reflexión, siempre el mismo mantra: el frontón, hasta los topes.

Luego no sería mi intención poner en cuarentena el formato de competición sino los lugares o frontones donde la competición va a tener lugar. Y si los grandes frontones huelen a “cemento”, traslademos los partidos a recintos más pequeños. A pueblos, ¿por qué, no? Donde los aficionados, seguramente, sólo habrán visto partidos del Manomanista y a sus ídolos a través de la cuadrada pantalla de un televisor. Y  hagamos que la elección del material que se realiza durante los días previos al partido, y las consiguientes ruedas de prensa de los protagonistas, tengan lugar en el mismo pueblo. Que el pueblo se engalane y ofrezca una bonita estampa. Que los pelotaris se paseen por sus calles. Y se fotografíen y firmen autógrafos a los aficionados que se acerquen a ellos. Que el ambiente vaya caldeándose, preparando la olla a presión, ¡el cocido más importante y suculento de nuestro deporte!, en que se convertirá el frontón durante el fin de semana. Y que la televisión esté ahí para dar fe de todos esos detalles, de todas las excelencias que se vivirán antes, durante y después de un acontecimiento tan singular. Y celebrar la final, ésta sí, por todo lo alto. En un frontón (Miribilla, Ogueta, etc.) con capacidad suficiente para hacer “buena caja” y albergar el partido definitivo que clausura la competición por excelencia, para el que durante todo el mes de junio hemos ido creando entre los aficionados (¡con los “pequeños” frontones llenos hasta los topes!) esas expectativas propias de un espectáculo que “nadie (en su sano juicio) desea perderse”. 

Porque sobre el formato del Manomanista no tendría nada de particular que añadir. A mí me gusta como está. El pelotari que gana el partido, pasa de eliminatoria. Y el que pierde que vaya buscando en sus bolsillos las llaves de casa. Así no hay excusas. Ni nadie puede reservarse o resarcirse de una derrota con otro posterior partido. El Manomanista no debe admitir errores. Éstos se pagan. Y a mí me enrolla que sea así. Partidos, a cara o cruz. Partidos, a cara de perro. Porque después ya no hay más, ya no habrá otro partido. Y el frontón, lleno hasta los topes, sabrá agradecer el detalle. Todos los partidos son finales. Y, ¿qué mejor regalo podríamos ofrecer a los aficionados que la disputa de unos octavos de final, por ejemplo, que como su nombre indica ya es una final con todas las de la ley?

Todo lo cual no hace sino redundar y convencerme de que ante el Manomanista estamos ante la competición cumbre y reina de la pelota. Por eso también los frontones llenos para presenciar sus eliminatorias aluden también a esa cuestión, que antes llamábamos, sine qua non o cuestión por c…. Pero es que, además, el Manomanista sólo se juega durante un mes, el mes de junio, y precede a los torneos veraniegos que sin desmerecer a nadie tienen siempre un mayor carácter festivo y menos competitivo, sin duda. De hecho ninguna txapela adorna las cabezas de sus vencedores. Con lo que siempre que me hablan del Manomanista la cabeza se me va y pienso en Wimbledon. También el torneo cumbre y rey del tenis profesional se juega durante el mes de junio. Y también los pies de los mejores tenistas sólo pisan la hierba durante ese mes. Y sus eliminatorias son también a cara o cruz. También a cara de perro. Como sucede en el Manomanista. ¡El Wimbledon de la pelota a mano, sí, ¿por qué no?! Y, entonces, si la particularidad de Wimbledon es jugar sobre hierba, la particularidad del Manomanista es jugar uno contra uno, un pelotari contra otro a lo largo y ancho de todo el frontón. Así que el tenis sobre hierba, o el Manomanista en nuestro caso, sólo dure un mes no tiene porqué desmerecer la competición. Antes al revés, preguntémosle a Wimbledon cómo se lo toman, y convirtamos esa circunstancia en la mayor virtud! ¡Sí, hagamos del Manomanista el Wimbledon de la pelota!

Y por aquí podríamos sacar y proponer un montón novedades que harían del Manomanista ese torneo tan especial, el torneo más especial y apasionante. Y pensemos en los uniformes que vestirán en él los pelotaris (recuerdo que, sin ir más lejos, en Wimbledon los tenistas visten de riguroso blanco), y los jueces; pensemos en el ceremonial con el se inician los partidos: la apertura de la caja con el  material que previamente se ha escogido, la caja misma, el peloteo previo, la moneda que elige al primer sacador; y pensemos también, ¿por qué no?, en las chaquetillas que usarán los corredores, en las mismas pelotas, si es preciso, que vuelan hasta las gradas conteniendo las apuestas, en la txapela que coronará, por fin, a finales de junio, la figura del ganador, en lo más alto del podium. Todos esos detalles, y cualquier otro que pudiera ocurrírsenos en una productiva sesión de brain storming, deben conseguir que el Manomanista sea un torneo diferente, nuestro torneo por excelencia. Como Wimbledon. El más especial y singular de los torneos de tenis. ¿O se le pasa por la cabeza a alguien, tenistas, periodistas, jueces, etc. ponerlo en duda? Y todo ello a pesar de que la temporada del tenis en hierba dure un mes, y Wimbledon, 15 días. Qué importa. ¿O será, acaso, que son precisamente esas circunstancias reducidas las que lo convierten en algo tan excelente, tan especial y singular? Así que, igualmente, convirtamos ese supuesto defecto del Manomanista, su corta duración, en su mayor virtud; la virtud que ningún otro Campeonato, el Parejas o el 4 y ½, podrán nunca tener.

Y si Wimbledon es el torneo estrella del tenis, como los 100 metros lisos y sus apenas 9´´ lo son del Atletismo (¿o no es el ceremonial de esta carrera también diferente al resto de carreras?), que el Manomanista lo sea de la pelota a mano. Que quizás muchos lo sepan ya pero que parece que hay otros muchos que no se han enterado todavía. En eso deben las Empresas empeñar sus esfuerzos: ¡en que se enteren! Yo, y este largo artículo en ello estamos.

 

      
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sábado, 7 de junio de 2014

LA CANCIÓN DE MARIETA

En plan relax o simplemente, delicatessen, y más para estos convulsos y atropellados tiempos que
corren, os recomiendo escuchar esta pequeña joya que es La canción de Marieta, interpretada en esta ocasión por la gran Renée Fleming en el Teatro Colón de Buenos Aires hace un par de años, y que pertenece a una de las últimas obras de arte que nos ha regalado la Música con mayúsculas como es La ciudad muerta, la ópera que el compositor austriaco Erich Wolfrang Korngold (sí, ¡el mismo que ganó el Öscar a la Mejor Banda Sonora en 1938 por Las aventuras de Robin Hood!) escribió en 1921 antes de exiliarse a los EEUU, por motivos que a todos nos vienen a la boca en forma de arcada.

Y aprovecharía, ya que estamos, el aria y la magnífica voz de Renée Fleming para anunciar una próxima entrada en este blog sobre un tema que siempre me ha sorprendido como es el escaso reconocimiento, cuando no fragante desprecio, que tienen los músicos que han dedicado parte de su talento a escribir música para cine (¿quién dijo "Nino Rota"?: escuchar, como desagravio, su bonita Suite para la película Abdicación incluida asimismo este blog) entre sus otros compañeros de profesión más ¿serios? (sic) o reacios a estas incursiones cinematográficas. Estoy seguro que darle un par de "vueltas" al asunto servirá para engrasar y desatascar más de una "tuerca".

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jueves, 5 de junio de 2014

ABDICACIÓN

Que nadie se eche las manos a la cabeza. Que tampoco es para tanto. Aunque a casi todo quisqui nos ha cogido desprevenidos. Pero lo dicho: "tampoco es para tanto". El rey, Juan Carlos I de España, ha abdicado. Sí, pero algún día tenía que hacerlo. Tampoco se iba a eternizar. Ni se puede andar jugando con las personas, y menos aún con un  hijo, y hacer, por ejemplo, como la reina madre (o madrasta, diría yo) de Inglaterra con Carlos al que su papel de príncipe heredero, juntándose con los años que va cumpliendo el hombre ya más que maduro, viejo, ha terminado por llevarle hacia una patética y triste ridiculez, hacia un no saber qué hacer con su vida, hacia un qué pinto yo en este mundo. Eso no se le hace ni al peor enemigo. Por eso me alegro de que Juan Carlos I haya abdicado, que haya dejado paso para que su hijo, Felipe, VI creo, pueda hacer lo que le han enseñado a hacer. Y que acierte o que se equivoque. O que meta la pata hasta las rodillas. Y que sea lo que Dios quiera. Porque todos nos merecemos nuestra oportunidad. Y si además esta abdicación está motivada por ese dejar el terreno libre a una "nueva generación joven", tal y como se le ha oído comentar a Juan Carlos I, pues mejor que mejor. Porque es otra muestra, y van ya muchas, de que mi libro Divino Tesoro, sí porque-yo-he-venido-aquí-para-hablar-de-mi-libro-etc.-y-etc., está particularmente "sembrado". Porque en estos tiempos jóvenes, o  ADSL (como a mí me gusta llamarles), que corren que se las pelan, nadie con una muleta bajo el brazo puede pretender seguir su ritmo sin tropezarse y meterse un buen estacazo contra la acera.

Así que me alegro. ¡Por mí, y por todos mis compañeros! Y de cualquier forma, y ya que hablamos de "abdicaciones", y para terminar con esta entrada, yo recomendaría que no nos tomáramos demasiado a pecho estas historietas "borbónicas" a las que el tiempo colocará en el lugar que les corresponde; y que mucho mejor haríamos en disponernos a ver una noche cualquiera aquella excelente película de Anthony Harvey, con una, ésta sí, majestuosa música de Nino Rota, que se llamó, y se llama precisamente, Abdicación




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miércoles, 4 de junio de 2014

EL SUEÑO DE BELA LUGOSI

 
Tampoco me he dado mucha prisa pon ponerme a escribir sobre el resultado de las últimas Elecciones Europeas. Y estas no-prisas me han echado encima una especie de modorra, de pesado hastío que no me han hecho sino dejar pasar de largo la susodicha réplica en la creencia de que “no hay demasiado que añadir” o de que ya “todo está añadido”, vendido, embalado y enviado a quien pudiera interesar.

Porque tal y como hacía constar en la “entrada”, Cañete y Elena en la luna de Valencia(no), del 22 de abril, el batacazo de la pobre Elena estaba cantado (y cantado además no por un majestuoso Frank Sinatra, por ejemplo, sino por Los del Río más txungos y patéticos, que no estaban muertos, no, que siguían de parranda). Elena no se ha enterado de nada. No ha sabido leer en las circunstancias. Y toda la trayectoria de ese circo de mítines, debates, y cualquier otro método para-llegar-al-electorado se le ha torcido y caído encima de las narices. PSOE, K.O. Y ella, la pobre Elena, aún preguntándose el porqué.

Estuve acertado, modestia aparte. Por una vez y sin que sirva de precedente. Elena ya estaba instalada en la luna de Valencia(no). Y a los que interesa ya sólo les quedaría desear que no durara mucho su estancia en el rocoso satélite. Porque, ¿durante cuánto tiempo van a estar los sufridos militantes y los no tan sufridos barones subiéndole la comida hasta allá arriba? Me temo que muy pronto se van a hartar. Estas cosas suceden, a menudo, con la política. Y quien no se entera pasa hambre.

Pero Cañete, ¿qué ha pasado con Cañete, con nuestro entrañable Papá Nöel? Porque su historia es otra historia. Lo tenía todo para triunfar. O, por lo menos, tenía la imagen de esa Bondad en persona, y en mayúsculas; con su lustrosa mochila repleta de regalos para grandes y pequeños. Y sin embargo, algo ha fallado. Su nave también ha zozobrado. Ha descuidado el rumbo y se ha pegado de morros contra algún arrecife, en algún ignoto rincón del vasto océano aunque, bien es verdad, sin llegar a los extremos, del avión ése de las líneas malayas, al que meses después aún andan buscando.

Porque el caso de Cañete no tiene tan difícil explicación. Y menos para cualquiera que haya reparado, con el detenimiento preciso, en esa anterior entrada de Cañete y Elena… Ya en ella equiparaba la imagen de Cañete con la de Papá Nöel sustentada en sus incuestionables parecidos físicos. Luego con eso la mitad de la batalla estaba ganada. En estos tiempos, se entiende y como trataba de explicar en Divino Tesoro, en que la imagen y el parece-ser son, realmente, las únicas consignas que valen. Pero aquello sólo era la mitad de la batalla, porque la otra mitad, y la guerra entonces, consistiría en llevar a la práctica, cuidadosa y debidamente, la mencionada consigna. Y en esto Cañete ha fracasado estrepitosamente.

Porque ninguno de los avezados asesores del ministro ha sabido extraer rédito alguno de ese incuestionable parecido navideño. Antes al contrario han enfrentado a Cañete, a Papá Noel en un vocinglero cara a cara televisivo con Elena, en donde saltaron algunas chispas y Cañete, perdón Papá Nöel, perdió papeles, bolis y rotuladores y mostró una cara arisca y… casi antipática. Y lo mismo sucedía en los mítines en los que no se cansaba de repetir, en un tono demasiado airado para venir de donde venía, es decir, de Laponia o de por ahí arriba, las calamidades de los “sociatas” y las virtudes de sus ilustres compañeros de fatiga. Craso error: demasiado vulgar, demasiado terrícola, demasiado “más de lo de siempre”. Y a Papá Nöel todos le pedimos más, pero un “más” diferente. Y sobre todo que nos lo diga como el más cariñoso y pícaro de los abuelotes. De “buen rollo” y nada de exabruptos y broncas catódicas o de taberna. En eso te has equivocado.

Si tu imagen, Cañete, te designa como el Papá Nöel de nuestros tiempos debes saber estar a su altura de semejante privilegio. Y en caso contrario, tendrás que pagar la traición y rascarte los bolsillos. A riesgo de quedarse sin blanca. Que es lo que, figuradamente, te ha pasado. Además la Bondad, que es lo que Papá Nöel representa para todos los que alguna vez hemos sido niños, o sea para todos, incluidos (por supuesto) a los electores (que son los que a fin de cuentas te interesan) tiene sus pequeñas, y a veces no-reconocidas, particularidades. Me explico y te explico.

A la imagen de la Bondad hay que rendirle una sagrada pleitesía. Quizás a ninguna imagen se pueda defraudar pero a la Bondad menos que a ninguna. Si vas de o si pareces bueno, una buena persona, tienes que serlo necesariamente. En caso contrario la decepción que se llevará contigo el receptor de dicha imagen será doblemente sangrante. Por un lado, por el encono y la crispación que en sí misma lleva la Maldad, el reverso de la Bondad para entendernos. Pero por otro, y éste es el lado más importante, y el que más me gustaría destacar aquí y ahora, por el sobresalto, por el vuelco que nos mete el corazón, por la desagradable sorpresa, cuando no susto literal que nos produciría ver u oír hablar al supuestamente entrañable Papá Nöel como a un tipo normal y corriente, como a nosotros mismos. Y es que, ahora, esa teórica normalidad cuando lo que esperamos son las sonrisas y consejos del más comprensivo y cándido “pedazo de pan” se nos antoja insuficiente, casi una falta de respeto. Y entonces, Cañete, tu imagen de Papá Nöel se vuelven con toda su artillería (que es mucha) en tu contra. Y estás perdido.

Sobre todo esto Bela Lugosi, ese actor del cine de terror americano que se hartó de provocar escalofríos entre el público y de hacer, con mayor o menor acierto, de Drácula, contaba en una entrevista que lo que más miedo le daba a él en el mundo, y con la que temblaba como una criatura, era con un sueño que venía a visitarle sin previo aviso algunas noches. El sueño, en cuestión, consistía en que él estaba durmiendo plácidamente en su cama. Fuera era de noche y tronaba y llovía como si nunca antes hubiera tronado ni llovido. Y de repente alguien llamaba a la puerta. Y Bela se despertaba sin acertar a decir si lo que había oído era un timbre o si no había oído nada. Pero entonces el timbre volvía a sonar, y ya no había dudas. Y Bela esperaba. Por si el intruso estaba equivocado. Pero el timbre, convencido, volvía a sonar. Y Bela, sorprendido por el timbre, por la hora que era, y por la desapacible noche que golpeaba los cristales de las ventanas, no se atrevía a mover un músculo. Pero el timbre volvía a sonar. Y cada vez con mayor insistencia. Sin parar un segundo. Así que por fin, Bela decidía levantarse. Y avanzar muy lentamente por el pasillo hasta llegar a la puerta. Y en ese instante, temblando de pies a cabeza, decidía coger la manilla, doblarla hacia abajo y abrir. Y lo que veía era a un payaso con el dedo apoyado en el timbre. El payaso le miraba y sonreía con su risa pintarrajeada…  Y entonces Bela, empapado en un frío sudor, se despertaba de golpe en su cama.

Y esto sería el resumen de lo que he querido decir. No hay cosa más terrorífica ni decepcionante (en nuestro caso) que lo inesperado, o que un payaso llame a nuestra puerta a las 4 de la mañana durante una noche de perros, o que Cañete-Papá Nöel discuta acaloradamente de política con su contrincante como un vulgar candidato del Partido Popular a las Elecciones Europeas.   
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lunes, 2 de junio de 2014

LEBRON, EL REY

Sólo una cosa. Admiremos cómo LeBron, el Rey, se toma el gesto de Stephenson de soplarle, puñetero, en el oído durante uno de los decisivos partidos de las series de los play-offs de la NBA que han enfrentado a los Heat de Miami contra los Pacers de Indiana.

El Rey, hoy que el nuestro ha abdicado, muestra una actitud impecable. Por un lado no se rebaja a contestar el gesto de su adversario. LeBron es el Rey, y el Rey nunca se molesta por los infantiles "prontos" que afectan, de vez en cuando, a sus "súbditos". Ese no hacer aprecio de LeBron desnuda en su nadería más "nada" la actitud y al mismo personaje que sopla para eso: para nada.

Pero es que además el rostro que compone Lebron es bonito, casi cinematográfico: no sólo aguanta al busca-bocas-de-Indiana sino que aguanta el plano, compone una escena de una serenidad y aplomo majestuoso (¿no está el mismo Mizoguchi a la vuelta de la esquina?), propio de alguien que sabe que medio mundo le está mirando y aguardando su reacción ante la provocación del rival. Y es, en esos momentos, cuando el Rey sabe también que debe estar a la altura de su corona y se muestra como lo que es: el admirado (y su reacción es sólo un ejemplo del por qué de esa admiración) y magnífico monarca (de la NBA). Su indisimulada sonrisa es real. Su mirada está más allá del vulgar Stephenson (al que ni mira) y de la misma cancha de baloncesto. Cuando se está tocado por los dioses hay que demostrarlo. Sí, sobre todo eso: de-mos-trar-lo. Y el resto de los mortales le rendiremos la pleitesía que se merece y que le hace diferente. O encenderemos la televisión y le veremos jugar al basket como lo que es: el mejor jugador del mundo: el Rey.





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jueves, 1 de mayo de 2014

MANOS Y MÁS MANOS

 
Se ha tocado a rebato. Ya no valen las medias tintas. Jugamos con todo el equipo. El problema esta ahí. Es el nº 1. El problema nº 1. Cataluña se quiere marchar. Se quiere desgajar. Dejar la naranja española sin uno de sus gajos. Y lo que es peor: pelada y entreabierta. Porque como se desgaja una naranja sin tener que pelarla previamente. Y abrirla. O desangrarla. Vamos a lo que vamos.

Porque si a Cataluña se le da el”brazo”, ¿quién vendrá luego a pedir el otro brazo cuando no, ya puestos, la mismísima cabeza? Los interesados que se pongan a la cola. Y ahí que se iría Euskadi, la primera. Siempre reclamando su turno. O sus derechos. Y luego, ¿quién sabe? Cuando un buque hace aguas hasta las ratas (y que nadie se sienta aludido u ofendido) quieren escaparse de las bodegas y saltar al agua… aunque no sepan nadar. Son, quizás, los efectos de la histeria, los recuerdos del Titanic.
 
Pero repito: vamos a lo que vamos. Cataluña pide el brazo. Y España lo sabe. Entre otras cosas porque los catalanes no se andan con chiquitas y se lo han pedido a la cara. O el otro día en el Congreso. Y España entonces, ¿qué? Hace lo que puede. Ofrece diálogo. O tiende la mano. Aun a riesgo de que, si el refrán se cumple a rajatabla, después le cojan y le arranquen el brazo. Pero confía en que el refrán vuelva a fallar. Como sucede muchas veces. Que para el 40 de mayo ya nos hemos quitado el sayo hace ya por lo menos… dos semanas. Y ahí que España, con todos sus arsenales puestos de acuerdo (medios de comunicación, en primer lugar) tiende la mano a Cataluña. Y que, después, sea lo que sea. O pase lo que pase. O de perdidos al río. Y empezamos, entonces, con lo que me está llamando últimamente la atención.

O, por ejemplo, ¿cuántas veces ha visitado este año 2014 algún miembro de la Casa Real Cataluña? Eso es tender la mano. Lo que algún chiquillo deslenguado llamaría hacer la pelota. En esto todos los españoles remando en la misma dirección. Hay que sacrificarse. Quemar hasta las últimas balas. Porque lo que vendría a continuación ni imaginárselo quieren. La naranja abierta. Y desgajada. Y “tocada” también. O con muy mala pinta.

O, ¿quieren otro ejemplo? El fallecimiento de Tito Vilanova, el ex - entrenador del Barcelona que ganó una Liga, que batió el record de puntos, y que murió de un maldito cáncer con 45 años y sin tiempo de decir “esta boca es mía”. Me permito un inciso. El Francotirador que nos acecha desde las alturas continúa haciéndonos la vida imposible. ¡Desde hace cuánto tiempo! Todos hablan de Él pero nadie le ha visto aún. Nos caza a millones todos los años. En grupos o a solas. Tiene especial preferencia por las personas ya entradas en años. Pero a veces se encapricha con los que aún no han llegado a los 50. Como Tito. También parece que prefiere a los negritos. De África a ser posible. Pero muchas veces se fija y encuadra (siempre certero) a los blanquitos. Y de Europa. Como a Tito. Esto nos mete en un jaleo que parece que no tiene solución. El Francotirador es un Tipo que parece que se mueve sin razones. Que no obedece a ningún Gobierno. Que va por libre. Y eso puede hacerle muy peligroso. Apostado entre las nubes o, posiblemente, desde mucho más arriba parece que no se cansa de darnos caza. ¿Acaso de divierte así? Yo ni lo sé ni me importa. Creo que es la conclusión a la que he llegado después de darle muchas vueltas al asunto y de leer algún libro que otro. O es, por lo menos, la solución más saludable. Por lo menos, para mí. La que me permite conciliar el sueño, con más o menos dificultades sí, pero más o menos llevaderas también, todas las noches. Y la solución que me permito aconsejar a todos para así podernos concentrar en otras historias.

Por ejemplo en ésta que no es sino otra versión de la pregunta que antes planteaba. O, ¿no es a todas luces excesiva la dedicación, ¡por parte del ABC! (ya conocemos su “patita”), de una portada de forma íntegra, y vuelvo con él, al bueno de Tito? Creo, sinceramente, que esto es otra mano. Como el minuto de silencio a los sones de Ennio Morricone y del precioso tema de Hasta que llegó su hora (¡emblemático título, por cierto!) que le dedicó al desafortunado entrenador la sección de baloncesto del Real Madrid, con sus jugadores luciendo crespones negros en sus blancas camisetas en el decisivo partido que les enfrentaba al Olympiakos griego en su lucha por alcanzar la Final Four de Turín. Pues eso: otra mano.

Y, ¿qué decir de una de las semifinales y la final del Trofeo catalán Conde de Godó de tenis que TVE tiene anunciadas para emitir a través de ¡su primer canal! ¿No es también excesivo para un Torneo 500 de la ATP, o sea, que ni es un Grand Slam ni un  Master 1000, pueda ocupar la parrilla vespertina del fin de semana de la principal cadena de televisión estatal? Sí, eso es eso: otra mano.

Y de aquí al mes de noviembre me atrevo a pronosticar que veremos muchas más manos. Y, ¿en qué terminará todo esto? ¿Cuántas manos se podrán lanzar a Cataluña? ¿Habrá manos de sobra? Yo no me aventuraría a hacer un pronóstico. Y me conformaría con mirar a los toros desde la barrera. En el fondo me gusta que se tiendan manos. Y que éstas parezcan infinitas, inagotables. A las manos suelen seguirles los saludos, los apretones y, a veces, … ¡hasta los abrazos! Pero en una mano tendida siempre hay buen rollo. Y eso me gusta. ¿A quién puede no gustarle? Si además conservamos aún el brazo. Que ése sí que no tiene vuelta. Cuando la mano se da, se reclama al mismo tiempo a la otra. Se desea aquel buen rollo del que hablaba antes. Aunque también es verdad: ¿hasta cuándo podremos estar jugando a “este buen rollo”? Ni idea. Supongo que será cuestión de esperar. Esperar acontecimientos, hechos. Wittgenstein ya nos advertía que de hechos está realmente construido el mundo. Ellos nos dirán, al final, si tantas manos han merecido la pena, si tantas han servido para algo; para que la naranja, por lo menos, continúe sin pelar y con todos sus gajos intactos... O si, por el contrario, llevamos los pantalones en los tobillos, y no podemos dar ni un paso sin tropezar y caernos de morros con el culo al aire. Porque a tender la mano también algunos, no tan finos, le llaman directamente “bajarse los pantalones”. Y no es tan seguro que estén en un error.

Al final, los hechos dictarán sentencia. Como siempre. ¿Para qué precipitarse, entonces? Sólo pedimos que no nos tomen demasiado el pelo. Ni que nos den gato por liebre. Porque algunos sí conocemos a ciertos “animales”.

PS.: Aunque las manos sigan quedándose en el aire esperando, ¿¡hasta cuándo!?, ser estrechadas. El pase del Real Madrid a la final de la Champions 2014, después de su victoria (0-4) contra el Bayern de Guardiola, apenas si tuvo reflejo en las portadas de los principales periódicos catalanes. ¡Lástima!

PS#2: Y sin embargo ahí que va otra mano: el programa de TVE 24 horas se emitirá una vez al mes desde Barcelona. Sin duda para que sus protagonistas tengan más a mano (y valga otra redundancia) unos micrófonos y altavoces de mayor alcance y difusión. 
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domingo, 27 de abril de 2014

VINCE CARTER, Y QUIÉN DA MÁS

Sinceramente pienso que la máxima expresión del deporte, el deporte en estado puro, al máximo nivel, tensión y concentración se da en los play-offs de la NBA. Y si me apretaran las clavijas para que diga más, añadiría, en los play-offs de la NBA en algunas de las eliminatorias de primera ronda cuando después de la (a menudo) rutinaria temporada regular los jugadores, por fin, compiten a cara perro, cuando ya no se permiten "coger prisioneros" y cada balón puede suponer un triunfo o una derrota que ya no tiene vuelta atrás.

Y para muestra un botón o el triple de Vince Carter en el último segundo del 3º partido de la eliminatoria entre los Mavericks de Dallas y los Spurs de San Antonio, que daba la segunda victoria in extemis a los primeros. Y a disfrutar, ¡coño!, que no todo es fútbol:

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martes, 22 de abril de 2014

CAÑETE, Y ELENA EN LA LUNA DE VALENCIA(NO)


Cañete, y Elena en la luna de Valencia(no)

No quisiera pecar de plomazo ni que alguien me acusara de ser como el viejo Paco Umbral que, en aquel memorable programa de televisión, clamaba a voz en grito, ¡yo he venido aquí para hablar de mi libro!, pero es en este caso mi libro, mi último libro sí, el que nos va a dar unas curiosas orientaciones que nos explican no ya lo que pasa sino lo que va a pasar en un futuro próximo.

Luego, animo a los buenos lectores a que se acerquen a una librería y compren o encarguen Divino Tesoro. Casi un ensayo contra la juventud, el libro que este menda escribió hace un `año y pico y podrán, entonces, arroparse en la túnica y con los saberes del mejor de los pitonisos y acertar, sin necesidad alguna de hacer ningún paripé, ni de aprender a volar en una escoba al modo del cargante Harry Potter  o de frotar zalameramente cualquier bolita en la que no se ve más que la cara de uno mismo achinando los ojos y mirando el cristal, con los pronósticos sobre las próximas Elecciones Europeas.

Lo cual me ha llegado a la cabeza desde el mismo momento en que el Partido Popular ha designado como candidato a las mencionadas elecciones al Parlamento de Bruselas al señor Arias Cañete, el único que garantiza una victoria segura, una victoria que se producirá, seguramente, por un margen mayor que el que la señora Valenciano (la otra candidata, la del Partido Socialista) pudiera imaginar en sus peores pesadillas. Porque Elena está en la luna de Valencia(no). Y nosotros estamos aquí para ayudarle, con nuestras tretas de escribientes, a bajar de tan decepcionante satélite.

Y sería éste un momento ideal  para sacar a relucir esa pataleta umbraliana de “pero yo he venido aquí a hablar de mi libro” y colocar mi sobado ejemplar de Divino Tesoro encima del atril y enredar entre sus páginas buscando esas referencias a los tiempos juveniles que nos están tocando (mal)vivir, a los tiempos ADSL, donde todo ocurre muy, muy deprisa, y donde a la solidez decimonónica le ha sucedido la liquidez más sangrienta y veinteañera (por lo del siglo XX, y XXI por extensión), fluida, escurridiza y puñetera (¿o no tenemos muchas veces la sensación, ¡maldita sea!, de que las cosas se nos escurren entre los dedos por mucho que queremos retenerlas?), donde los valores que más cotizan en el parqué bursátil de nuestros modus vivendi son aquellos adscritos a la juventud, como lo pueden ser la informalidad, la velocidad, la improvisación, la agilidad (física, y mental por supuesto), la insustancialidad sí, la frivolidad también y… ¡la belleza, claro que sí!

Y con esta última nos quedamos por ahora. Porque la belleza preconiza y exalta un mundo, un reino en concreto, el reino, el reinado de la imagen, de la apariencia, de aquello que parece-ser muy por encima de lo que es. Y entonces ya podríamos ir intuyendo adónde estamos pretendiendo ir a parar desde el principio de estas líneas, y con tan largo (¿demasiado? Lo siento) preámbulo, con las Elecciones Europeas, con la señora Valenciano y su luna, y con el señor Arias Cañete.

¿O nos ha enseñado ya Nicolás Maquiavelo que la política es el verdadero reino de las apariencias, donde importaría muchísimo más lo que parece que lo que es, que en el fondo, y me refiero a eso último, no le importaría a casi nadie porque casi nadie lo ve? O sea que, según esta teoría, y que en mi Divino Tesoro he tratado de explicar y de llegar hasta las últimas raíces o razones que la sustentan o motivan, la apariencia y la política son más que primos hermanos, hermanos de sangre que no remiten tanto a hermanos del mismo padre y madre sino a algo mucho más en serio: a esos pactos que tantas veces hemos visto sellares en las películas de gansters con un abrazo efusivo o un violento besazo en las mejillas, o en los westerns cuando el piel roja y el trampero de turno sellan su alianza marcándose las muñecas a cuchillo y juntando las carnes, después, con un movimiento en círculo que hace que la sangre se mezcle, se detenga y pegue una relación que ya será por siempre jamás, eterna. Sí, a estas hermandades aludo cuando de política y de imagen hablo. O cuando veo a Cañete en los pasillos del Congreso o perorando desde las tribunas del hemiciclo de los leones. Cuando la señora Valenciano también debería saber lo que va a pasar. Y, desgraciadamente, nos tememos que no tiene ni la menor idea. Por eso titulamos estas líneas con lo de la luna de Valencia(no). Pero para eso estaríamos nosotros. Para bajarle del guindo (y, ahora y sin que sirva de precedente, nada que ver con el otro ministro). Y se lo decimos que para eso nos hemos puesto ya el traje de Rappel, tenemos bajo el brazo el imprescindible, sí, Divino Tesoro y no cualquier vulgar libraco magia-borras.

Pero, ¿qué es lo que va a pasar? Pues que la señora Valenciano habrá deseado no haberse presentado jamás a estas dichosas Elecciones Europeas de 2014. Que a partir del 25 de mayo cualquiera que le menciona la palabra “Europa” recibirá por sus partes el mayor de los desplantes (y perdón por el pareado pero éste me gusta), cuando no un certero puntapié en la espinilla. Que de “Europa” ni hablar del peluquín. Y que de esta forma El rapto de Europa se habrá convertido para ella en su lienzo de cabecera; en ese cuadro que podrá pasarse años y años mirando y escrutando por si alguna de las claves de su debacle electoral estuviera pintada en algún rincón de la majestuosa pintura de Rembrandt..

Pero no Elena, no. Rembrandt te puede enseñar muchas cosas pero nada de lo que ahora te arruga (¡y cómo!) la almohada. Y te lo decimos con todo el cariño que los/las que no-se-enteran-de-casi-nada nos inspiran. Acércate a cualquier librería y compra o encarga Divino Tesoro. Casi un ensayo contra la juventud, de un tal Toni Garzón Abad, y sabrás el porqué de ese monumental tortazo electoral que, además, no tendría ninguna relación (¡y hete aquí lo más cachondo de tema!) con tu manera, o la de tu partido, de plantear la campaña, ni con tus actitudes como política. Porque el motivo, y lo suelto ya, es que tu contrincante con el que has osado, con un arrojo e imprudencia digna de mejor causa, enfrentarte no es, no ha sido Arias Cañete sino el mismísimo… ¡Papá Nöel o Santa Claus! Y eso Elena es casi pecado. ¡Ensañarse, discutir con la mismísima Navidad! Como el matar a un ruiseñor que apuntillaba el magnífico Gregory Peck, o el Aticus Finch de aquella preciosa película. Matar a un ruiseñor, o faltar o perorar contra Papá Nöel o Santa Claus. ¿O no te has dado “cuen” (que diría el gran Chiquito), Elena, que los rasgos de Cañete son, o mejor aún: parecen, la viva imagen de esos entrañables y sagrados personajes que cada año llenan los hogares de millones de niños con millones de regalos sin pedir nada a cambio? Por eso, por no enterarte, por no haber visto en el rostro de tu contrincante, las dulces y radiantes facciones de Papá Nöel o Santa Claus las urnas te han castigado.

Lo que, insisto, y no hace falta que continúes llorando, no te hubiera pasado si hubieras comprado mi Divino Tesoro porque lo hubieras entendido perfectamente, porque parecer Papá Nöel o Santa Claus, parecer una bondadosíma persona, parecer incapaz de causar cualquier mal a un semejante, parecer en definitiva Papá Nöel o Santa Claus es muchísimo más decisivo que serlo de verdad.  Y, quizás entonces, hubieras presentado la dimisión antes de que el primer europeo madrugador hubiera depositado su papeleta (con el nombre de Papá Nöel o Santa Claus o, perdón, Arias Cañete) en la urna correspondiente.

Aunque, aún así y con todo, justo es reconocer que no has tenido muy buena suerte, Elena. Porque de todas las imágenes que un candidato puede atribuirse o parecer ser, sin duda, que la de Papá Nöel o Santa Claus es de las más demoledoras e invencibles. Fíjate, Elena, que Papá Nöel o Santa son la viva imagen o apariencia de todo lo bueno que puede encontrarse en este mundo de marras, de la bondad por encima de todo, de la sinceridad, de los Buenos Hombres con súper mayúsculas. Y contra esto, ¿qué se podría haber hecho? Poco, o cruzarse de brazos, Elena. Y no gastar los zapatos con tantas idas y venidas, por ciudades y pueblos, ni secar la saliva con el más ingenioso y acertado de los mítines que se convertirá, ante la aparición de Cañete o Papá o Santa, en una auténtica ignominia, en una patética prédica en el desierto (del Sinaí, por ejemplo, ya que todo esto tiene un indudable trasfondo religioso).

Claro, Elena. Y todavía habría más. Y ya que estamos te lo soltaríamos todo. Y luego pediríamos disculpas si es preciso. Porque quédate con que la imagen o la apariencia del avieso Cañete (porque no dudamos que todo esto no responde a la casualidad sino a algún sesudo Gabinete de Imagen) no concuerda ni tan siquiera con la de Melchor o Gaspar (Baltasar es negro) o la de dos Reyes Magos que, al fin y al cabo, vendrían de demasiado lejos, del quinto pino y que, además, en la Europa del Norte (la que “¡cuen!”) no pintan mucho. Y the last but not the least, que el (a)parecer encarnado en un solo rey haría de él, de Cañete, un rey mago algo hippie, un rey mago por libre, a su aire, demasiado solo, demasiado menor, demasiado poco rey-y-mago, sin sus dos compañeros de viaje y de fatigas.

Claro, Elena, la jugarreta de Cañete o Papá Nöel o Santa Claus ha sido perfecta. Inmejorable. Ahora lo sabes. Papá Nöel o Santa Claus son quienes cumplen todos los años con los más deseos de todos los niños europeos. ¿Y qué son los votantes cuando deslizan sus votos en las urnas sino niños que, en el fondo, sueñan con que Papá Nöel o Santa Claus existan de verdad, que los sacos tanto de uno como del otro vengan hasta los topes repletos con los mejores regalos, con la llamada que les ofrece un trabajo, con los intereses hipotecarios que meten un bajón de aúpa, con la subida de las pensiones y la, merecida (porque, ¿quién no se habría portado como un santo?), bajada de impuestos? Tantas cosas y tantos deseos que no entrarían ni en cien cartas, pero que quizás sí lo hacen en una papeleta de voto que vendría a ser, entonces, como el resumen de lo que esas cien cartas contendrían.

Por eso, un último consejo, y éste iría para el señor Cañete. Arias, no malgastes tu tiempo recorriendo la piel de toro divulgando tus mensajes o tu programa electoral. No seas tan prosaico. Eres Papá Nöel o Santa Claus. Asume tu parecido y siéntate, como Dios manda, en el Sillón Real, en las puertas de cada uno de los Cortes Ingleses que hay en España, con un par de pajes a derecha e izquierda. Y no digas ni “mú”. Sólo deja que los votantes se acerquen a ti y te pidan sus deseos más confesables o inconfesables, y que tus pajes tomen nota de todo. Tú sólo mueve la cabeza, comprensivo. El votante se retirará con una “sonrisón” de oreja a oreja sabiendo que Papá Nöel o Santa Claus, o el candidato Arias Cañete hará todo lo humana y/o divinamente posible porque esos deseos se hagan realidad. Que por algo es Papá Nöel o SantaClaus o el candidato Arias Cañete.

Y a ti, Elena, ¿qué?, ¿qué podemos decirte? Pues que compres mi Divino Tesoro. Casi un ensayo contra la juventud. Porque así te enterarás de algunas cosas importantes. Y entre ellas, de porqué te has dado la castaña que te has dado en las Elecciones Europeas. Y, además, porque yo he venido aquí para hablar de mi libro.

 

 
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