domingo, 3 de julio de 2022

MR. STEPHEN CURRY

Ahora que estamos de bakatas-NBA y todavía relamiéndonos con la última victoria de los Warriors, frente a unos siempre aguerridos y competitivos Celtics, que les puso en los dedos el Anillo de Campeón de la Temporada 2021/22, quisiera aclarar un par de cosas, o una cosa más que nada, sobre el equipo de la Bahía y, más en concreto, sobre su indiscutible figura, ese base que responde al nombre de Stephen Curry.

Porque, sin salirnos del basket, debemos reconocer que siempre ha habido jugadores que han marcado, con sus actuaciones y éxitos, el devenir de este deporte. Los nombres, quizás, no sean muy numerosos (la excelencia si pretende ser tal, nunca debe ser numerosa), aunque sí inolvidables. Cito, y si me dejo a alguno aquí pongo mi pescuezo para el merecido capón,  a Jordan o a Bird, o a Magic Johnson, al Doctor J, a Chamberlain, o a Kareen, y con un etc… me cubro las espaldas. Todos ellos habrían conseguido que disfrute del baloncesto como antes nunca lo había disfrutado. Y ésta siempre será una impagable deuda que los aficionados tendremos con esos jugadorazos. Pero con ellos el baloncesto ha seguido siendo el mismo deporte, más excelente, eso sí, sin duda, pero sin especiales alteraciones en la forma de jugar, o de diseñar esas jugadas, dignas de una atención tan particular.

Pero sin embargo habría otros jugadores, quizás no tan súper brillantes, a los que el deporte, el baloncesto en este caso, les debe no tanto la excelencia que han aportado al juego, sino la auténtica revolución que su presencia habría provocado tanto en los diseños de las jugadas, como en la misma práctica del deporte en sí.

Y  menciono a Stephen Curry, el excelente base de los Warriors, y creo que me haré entender con mayor facilidad. Porque, tal vez, el bueno de Stephen no llegue (todavía) al nivelazo que acabaron por mostrar los Jordan, Bird, Magic y el etc. aludido líneas arriba, pero pienso que, en cierta manera, Curry ha ido más allá o, por lo menos, hacia otro lado. Con él en la pista el baloncesto no sólo se habría recubierto de una evidente excelencia sino que, simple y llanamente, habría cambiado. Eso es, desde el aterrizaje de Curry en las canchas NBA, el baloncesto ya nunca se jugará igual que antes de su llegada.

Simplemente sus acertados lanzamientos desde más allá de los 8, o a veces cebándose, desde más allá de los 9 metros, desde el popularizado downtown o desde la cocina de su casa, han provocado que las defensas rivales se abran y jueguen más arriba, con lo cual en la zona, en la pintura el tráfico es más fluido y los jugadores, los pivots y ala-pivots sobre todo, no se amontonan y “chocan” sobre la pintura. El juego da la razón a los “bajitos” y se acelera a mil por hora. Se hace más espectacular, a bloqueo-limpio, y el espectador, sumido en su vida cotidiana en una existencia que viaja, también, a velocidad de crucero, encuentra ahora en el baloncesto, en especial, en la NBA, un deporte ad hoc; un deporte que sí, que va como su vida misma: a toda hostia.

Y Stephen Curry, más allá de si es peor o mejor que Jordan, o que Bird, o que Magic ha conseguido que esto (que no es moco de pavo) se haya hecho realidad. Él solito ha cambiado el baloncesto como Fosbury cambió, en su día, el salto de altura; modalidad atlética que desde sus saltos ya no ha vuelto a practicarse de la misma manera. ¿Y es Dick Fosbury el mejor saltador de altura de todos los tiempos? Ni lo sé, ni me importa. Pero desde que él pisó los estadios de atletismo, la modalidad del salto de altura se practica de otra manera. Y se salta más alto. Y con Curry estaríamos en las mismas. Al baloncesto se jugaba de una forma a.C. (antes de Curry, claro) y d.C (o sea, después de Curry) se juega de otra. O que se lo pregunten sino al mismo Llull o  al Booker de los Suns de Phoenix. Y además se meten más puntos.

Si con aquellos primeros excelentes, los Jordan, Bird, Magic y etc. aprendimos a ver el baloncesto con los ojos como platos y la boca abierta. Con Curry todavía nos preguntamos, más que si ganará tantos anillos como Jordan o Phil Jackson, hasta dónde pueden llegar las variantes de este apasionante deporte del cinco contra cinco. Y esto es mucho preguntar. Curry y su juego nos hacen pensar, directamente, en un futuro que aún no podemos ni imaginar. Y esto también es mucho pensar, Mr.
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viernes, 1 de julio de 2022

VERTIGO & EL TIEMPO RECOBRADO

 

Acabo de terminar de leer las 7 novelas que componen En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, uno de esos puntuales de la Literatura Universal que todos deberían leer, por lo menos una vez en la vida. Así me lo propuse yo cuando empecé por la primera, Por el amor de Swann, allá por 2014, coincidiendo con el centenario de la novela. Luego, he ido a libro por año hasta terminar la serie este 2022 con El tiempo recobrado.


Y me he quitado el sombrero ante la descomunal tarea que Proust llevó al mejor puerto. Y aunque debo reconocer que la novela, en su conjunto, no me ha apasionado, sí que, a sombrero quitado, me descubro ante su segunda entrega o
A a la sombra de las muchachas en flor, para mí la mejor de las 7 que componen el conjunto, todo un prodigio de sensibilidad como, casi nunca, he tenido ocasión de disfrutar, y ante decenas de pasajes de sus otras compañeras de viaje que no me dejan, precisamente, indiferente.

Lo compruebo cuando, una vez terminada la lectura de la novela en cuestión, repaso aquellos pasajes que más me han interesado y que, por ello, he subrayado- ¡a lápiz!- y me doy, entonces, cuenta que esos pasajes bien que podrían engrosar, a su vez, otra pequeña-gran novela- como si de dos muñecas rusas se trataran: una en el interior de la otra. Entonces sí, y aunque a primera vista no me lo haya parecido, En busca del tiempo perdido, además de su bonito título, es una obra maestra (aunque, en su totalidad, no me haya apasionado).

Y si para muestra de lo que digo sirviera un botón, extraería de la última entrega, de El tiempo recobrado un excelente momento, más o menos, extenso, y al que mientras le ponía los ojos encima, hacía aflorar en mi (calenturienta) mollera la escena que Alfred Hitchcock diseñara casi 60 años más tarde para la aparición de Judy salida de entre los muertos y reconvertida en Madeleine en su inagotable Vertigo.

Por eso las obras de Proust y de Hitchcock son cumbres de nuestra cultura. Las dos saben buscarse, encontrarse y reencontrarse, ser siempre las mismas, pero siempre diferentes, inagotables en sus enseñanzas.

Y ya os dejo "trankis". Primero, la página de El tiempo recobrado. En ella yo leía hace unos días: (...) como un aviador que, rodando penosamente en tierra, despega bruscamente, me iba elevando despacio hacia las silenciosas alturas del recuerdo. En París, esas calles se destacarán siempre para mí en una materia distinta de las demás. Cuando llegué a la esquina de la Rue Royale, donde estaba en otro tiempo el vendedor de aquellas fotos que tanto le gustaban a Francisca, me pareció que el coche, arrastrado por centenares de antiguas vueltas, no podría hacer otra cosa que girar por sí mismo. No atravesaba yo las mismas calles que los transeúntes que pasaban aquel día, sino un pasado deslizante, triste y dulce. Por otra parte, se componía de tantos pasados diferentes que me era difícil reconocer la causa de mi melancolía... Y después, ¡dentro vídeo!, la increíble secuencia de Vertigo a la que la página de El tiempo recobrado me remite como un imán. No sé. Pero sí, ahora una me lleva a la otra (a la de Proust, que desconocía hasta hace unos días). Y la otra, a la una.



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