sábado, 19 de agosto de 2017

CHAVALES CONTRA HOMBRES, UNA GUERRA SIN TRINCHERAS


PS,- Vistos a los responsables de los recientes y asquerosos atentados de Barcelona, vistas sus fotos, calculados sus años, vistos sus rostros malencarados y achulados de niños bravucones y peligrosos, y después a sus sufridas madres clamando por sus "angelitos" tal que si estos, en lugar de matar, hubiesen roto todas las farolas del paseo a pedradas, no he podido sino acordarme de aquello que escribí hace unos día y en lo que, desgraciadamente, me confirmo.

Aunque no haya que alarmarse, porque yo, por lo menos, dispongo de una explicación; y esta, a menudo, ayuda a tranquilizar los ánimos y nos pone sobre la pista de qué coño está ocurriendo y de c. podríamos hacer para solucionarlo. Claro, si esto es de verdad lo que queremos.

Porque ya lo escribía en Divino Tesoro, aquel ensayo que me publicaron hace ahora unos tres años. Aborrezco autocitarme, pero ya que nadie viene en mi ayuda, o me corrobora lo que en Divino apuntaba, pues voy yo y lo repito. En sus líneas está esa explicación a la aludo en el párrafo anterior.

Resumo la tesis: la preocupante juvenilización, cuando no infantilización (probablemente me quedara corto echando las manecillas del reloj hacia atrás), que sufren nuestras sociedades, encabezadas por las pertenecientes al otrora sólido y, más o menos congruente, Occidente.

Y esto lo escribiría ahora a cuenta del gesto que realizó el magnífico, juvenil y añiñado (para sus 27 tacos) Curry, ilustre base del equipo de baloncesto de los Warriors de San Francisco durante el tercer partido de las Finales de la NBA de este curso 2016/17.

El “muchacho”, después de que un compañero de equipo anotara un triple que iba a suponer la victoria de su equipo en la cancha del contrario, los Caballeros (¡qué ironía, ¿verdad?) de Cleveland, se acuclilla, en actitud de sufrir de repente un inoportuno apretón, apunta a la grada con las posaderas, y simula que lanza un (tor)pedo a la grada o suelta un zurullo en mitad del parquet, ante la vista abochornada y los silbidos de los 20.000 asistentes al partido. Os pongo aquí el vídeo (en cámara lenta, no es un error); echadle un vistazo. (Aunque lo siento, por lo no-visto, y por ahorrarnos el sonrojo más violento, las autoridades de YouTube han decidido cancelar el vídeo; buscadlo vosotros si podéis; quizás ande por ahí; yo no he podido).

Aunque lo dicho: yo, más o menos tranqui, hasta donde se puede estar tranquilo. La redacción de Divino Tesoro me habría servido para eso. Para no tomarme estas cosas demasiado a la tremenda, para soltar un suspiro desolado, eso sí, y decir para mis adentros, ¿adónde estamos llegando?, meterme en los bolsillos un par de cápsulas de estoicismo y confiar en que esto se pase ya que, y lo habríamos oído en algún sitio, si hay una enfermedad que se cura con el tiempo ésa es la juventud.

¡Que duda nos debe caber entonces si afirmo que la juvenilización de la sociedad nos está llevando, a primera página de los periódicos y de las redes sociales, este tipo de gestos gamberros, maleducados, juveniles, pero sin mayor trascendencia, estúpidos en sí mismos, y que enseguida pasarán, y si no pasan, pues cambiamos de canal y a otra cosa, que no tendremos prisa pero tampoco tiempo que perder, como suele decir un buen amigo.

¿Por qué os imagináis a los Magic, Bird, Jordan haciendo gestos como este de Curry? Aquéllos, y por no salirnos del mundo de la NBA, eran adultos, hombres hechos y derechos, cuidado, para lo bueno y para lo malo, pero hechos y derechos, y a los que chorradas como las del mocoso Curry seguro que les hacen agachar sonrojados las cabezas. Las broncas y malos modos del chaval Kyrgios no serían sino otro más de estos ejemplos de esta creciente y mal entendida juvenilización de nuestras sociedades, adscrita en esta ocasión, y por no salirnos de los ámbitos deportivos, al circuito tenístico de la ATP.

O ya más en serio, aunque sólo fuera por su inequívoca influencia en nuestras vidas, más allá de los Curry o Kyrgios de turno, el propio Kim Jong-un desde el Norte de Corea con sus rabietas y soflamas de chiquillo-tragón, o el musculoso Vladimir (Putin) o Donald Trump, con su procaces poses y declaraciones, con su nombre de dibujos animados, sus frecuentes salidas del tiesto, impropias de un presidente de una nación civilizada, no serían sino otros ejemplos de este calamitoso estado de las cosas que nos está tocando vivir.

Que la juvenilización actual y el auge de los populismos están en línea directa y se retroalimentan la una al otro, es algo sobre lo que, al día de hoy, no tengo la más mínima duda.

Y si me estiro, y con esto ya termino, ¿no son los mismos atentados yihadistas, de no contarse las tragedias y muertos que ocasionan, y atendiendo a las edades, al cruel ensañamiento y a las tácticas (sic) empleadas por los terroristas, extravagantes chiquilladas de adolescentes mosqueados porque les han dejado tres para septiembre?

Conducir, por circunscribirme a lo más reciente, un camión o una furgoneta a lo loco, en zig-zag, por una avenida llena de gente inocente (que no les ha hecho nada), para atropellar al mayor número de viandantes posible, o asestar puñadas a diestro y siniestro entre los asistentes a un mercadillo popular, o llevar a cabo ataques suicidas a la salida de un concierto de música cargando en una mochila explosivos, en lugar de libros de texto, para llevarse por delante a cuantos más, mejor; sean hombres de 90, de 39 (Ignacio Echevarría), o de 10 (Manchester), más y más desgraciados ejemplos de que el Tesoro ha dejado de ser Divino y de que el panorama, más que preocupante (por aquello de que confiemos en que los años, el sentido común y las arrugas, en último término, nos arreglarán el problema), resulta, y esto sí no nos lo quita nadie, vergonzoso y dolosamente desmoralizante.
 

 
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