lunes, 29 de abril de 2013

PAÍS DE GALES: EL HIMNO MÁS BONITO DEL MUNDO

Y ya que estamos hablando de deporte no he podido resisitr la tentación de incluir en este blog el que me parece uno de sus momentos más emotivos: el himno de País de Gales cantado por la grada y los propios jugadore galeses en los prolegómenos de un partido de rugby en el Milenium Stadium de Cardiff.
Por un lado, creo que el himno de País de Gales es el himno más bonito y emocionante que he escuchado nunca. Y por otro, el momento en sí con todos los jugadores abrazados antes del comienzo del partido y el público puesto en pie; un instante mágico de íntima comunión entre jugadores y afición y, ¿por qué, no?, con la propia Historia del país y con todo lo que ese equipo significa para ellos.
Yo estuve en el Milenium hace 6 años y todavía hoy cuando lo recuerdo la carne se me sigue poniendo de gallina. Es uno de esos instantes por los que merece la pena darse una vuelta por este planeta.

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domingo, 28 de abril de 2013

NBA 2013. KEVIN DURANT: EL MATE

Y en plan distendido, echar un vistazo (dejando el fútbol a un lado y la Champions en el trastero salvo a Messi, ¿no?) al mate de Kevin Durant de Oklahoma City Thunder en el tercer partido de los play-offs de la NBA que les está enfrentando este año a los Houston Rockets. De momento Oklahoma gana la serie 3-0; tranquilamente. Pero la altura (¡un cohete!) que alcanza este súper atleta para "matar" la pelota contra el aro de los Rockets; éstos son, irónicamente, los "Cohetes", creo que es digna de esta nueva entrada. Sin olvidar que Durant, posiblemente, sea otro a los que habría que dejarle espacio, según la imprescindible proclama de Zygmunt Bauman (ver en este mismo blog la entrada "Faulkner no es infierno").


Mientras tanto seguimos buscando, por supuesto...


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miércoles, 24 de abril de 2013

EL TAMAÑO SÍ IMPORTA


Nos pensamos que esto del “tamaño” siempre está referido a la misma cosa (que cuelga con, más o menos, decoro y salud entre nuestras piernas de machitos) por lo que, a pesar de la creciente chabacanería y simpleza que embadurnan los comentarios y pensamientos (no digamos “reflexiones”) de los más conocidos contertulios que inundan, entre otras, las sesiones de tarde y noche de nuestras televisiones, no deberíamos (es fácil, lo sé) caer en el desánimo y sí reafirmarnos, contrariamente, en lo ya escrito y que viene en otro sentido muy a cuento de lo vamos a tratar en las siguientes líneas. O sea que el tamaño sí que importa. En serio. Y mucho.

Y es que parece un hecho consumado o, siendo benévolos (aunque no sabría decir por qué), próximo a consumarse, la crisis y disminución creciente y galopante de las grandes pantallas de las tradicionales salas comerciales de cine en favor de otros sistemas de proyección como el teléfono móvil, las tablets o el ordenador, dotados (permítaseme el chistecillo), en su lugar, de pantallas más pequeñas.

Las consecuencias de dicha reducción serían varias pero en estos momentos, me gustaría traer a colación una sola que me parece, especialmente, preocupante y sobre la que me temo que no se ha hecho en los medios suficiente hincapié.

Primero, y hablando de cine, habría que convenir en que el formato de proyección de la película en cuestión es algo consustancial a su ser-película. Quiero decir con ello en que el formato de proyección hace que, ante nuestros ojos, la película pueda parecer una u otra cosa. Que la película varíe. Y me explico con un ejemplo que no pienso que sea muy difícil de seguir.

Paguemos una entrada y entremos a ver Lawrence de Arabia en un cine (como Dios manda, porque la película se rodó para ser vista en un cine). Y a continuación nos tomamos un par de días de reposo (es que la película dura casi 4 horas), y la visionamos otra vez a través de la pantallita de nuestro teléfono móvil (preparado, por supuesto, para tales circunstancias) o de la pantallita más grande de una tablet. Resulta obvio que la película nos parecerá diferente. Las propias dimensiones de la pantalla, la sala oscura, la “soledad” del espectador, el silencio sólo interrumpido por las voces de los actores o por un acorde de la banda sonora (y no por el timbre de la puerta, por ejemplo), el hecho de que cuando dejamos de ver la película (porque nos urge ir al servicio, por ejemplo) la película sigue por su cuenta y riesgo como si tuviera vida propia, y no se la interrumpe caprichosamente accionando la pausa en el botón del mando a distancia harán que la película se vea, indudablemente, de otra manera. Quizás, y estaría dispuesto a transigir, ni mejor ni peor (acabo de leer que el 57% de los españoles no pisa una sala de cine en todo el año), pero sí diferente.

Con lo que si persistimos en el acierto de titular a estas líneas con el socorrido “el tamaño sí importa” y ahora hablamos de diferencias tendremos que demostrar que estas diferencias también importan. Y es a lo que ahora voy. Porque si el formato de proyección (más grande o pequeño) es consustancial a la película será porque el tamaño influye en la manera en que  nosotros, espectadores, recibimos su mensaje; es decir, el tamaño opera directamente sobre el propio lenguaje cinematográfico. Y esto del lenguaje son ya palabras mayores. Y explico ahora las cursivas. Pero brevemente.

El lenguaje cinematográfico se compone, esencialmente, de planos, de igual manera que el lenguaje escrito (por ejemplo) se compone, esencialmente, de palabras. El plano y la palabra son las unidades lingüísticas de ambas artes. Cada una de la suya. De tal forma que hojeando cualquier manual de cinematografía podríamos enumerar, en función del espacio que el actor o actriz ocupa en el plano (de menos a más abierto), el primerísimo plano, el primer plano, el plano ¾, el plano medio, el plano general concreto, el plano general y el gran plano general. Éstas serían las armas (como las palabras para el escritor) con las que el cineasta debe jugar, debe atinadamente combinar para lograr el efecto deseado en el espectador.

Sin embargo cuando el tamaño en el sistema de proyección se reduce el lenguaje cinematográfico inexorablemente se estaría reduciendo también. Y las primeras víctimas (resulta obvio escribirlo) serían los planos que están en relación con la “generalidad”. Claro, tanto el gran plano general, como el plano general como el general concreto tenderán a no rodarse ya que en la pantalla pequeña apenas podrán apreciarse y verse y, por lo tanto, el espectador del DVD o del Blue-Ray, por ejemplo, pulsarán los botones de avance rápido o de quitarme-esto-que-no-veo-nada-de-encima-cuanto-antes.

¿O no hemos padecido en numerosas ocasiones la machaconería y sobreabundancia de primerísimos y primeros planos y planos medios en los telefilms (las películas hechas para ser vistas por la tele, por si acaso nos lee algún despistado/a); un abuso, no obstante, coherente con el tamaño de proyección, la tele, ya que con independencia de las proporciones, de las pulgadas (de pulga) de la pantalla televisiva estos planos sí pueden verse en ella, sí pueden capturar y transmitir sus contenidos al telespectador. Y sin embargo el gran plano general, por ejemplo, para qué. En la tele no luce. Aburre, distrae, mueve al zapeo (¡horror!). Así que habrá que desterrarlo (vade retro!). Y el plano general usémoslo sólo en los momentos estrictísimamente necesarios. Nunca más. Con lo cual el lenguaje cinematográfico cambia. Claro. Pero no sólo cambia (en el fondo el cambio no tiene porqué tener ninguna connotación de valor) sino que se empobrece. Y esto sí que es negativo y preocupante. Se le quitan “palabras” al cine.

¿Y nos imaginamos entonces, y por ayudarnos con comparaciones literarias, que a un novelista se le prohibiera utilizar en sus libros todas las palabras que empiezan por “p” o por “r”? Su lenguaje no sólo se reduciría sino que se empobrecería. Ya no podríamos leer nunca “pasión” ni “ruiseñor” como tampoco, y volvemos a hablar de cine, podríamos ver “el gran plano general de Lawrence caminando entre las grandes dunas del desierto africano” ni al inolvidable “Norman Maine perdiéndose en Ha nacido una estrella (versión George Cuckor, 1954, a ser posible), una noche, entre las olas de la playa de su residencia en Hollywood” o, ¿para qué seguir?, a la indómita Perla Chávez y al enjuto y rudo Gregory Peck disparándose y amándose en los montañosos y terrosos fotogramas finales de Duelo al sol.   
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viernes, 19 de abril de 2013

MALDITO REFRANERO, REFRANERO MALDITO


Hombre refranero, hombre majadero
(Se lo dijo a mi mujer una amiga)

Llevo cierto tiempo de asueto. Respecto a lavueltaylatuerca. Lo reconozco. Y agacho la cabeza para recibir las correspondientes y bien merecidas tollejas. Pero es que en estos momentos ando liándome. Y me explico. He iniciado la redacción de un nuevo libro y ya sabéis los que me conocéis, y a los que no se lo cuento ahora, empezar para mí a escribir un nuevo libro viene a ser como si de repente tu mujer te suelta una buena tarde que ha ido al ginecólogo y que está esperando trillizos. Pero como el techo de la cocina no puede caérsete encima de la cabeza cuando a ti te da la gana es el mundo el que, en su lugar, empieza a dar vueltas y vueltas a tu alrededor, te marea, se te seca la boca, tragas y tragas saliva y te aclaras la voz antes de preguntar tontísimamente, y como si fuera la cosa más natural del mundo, ¿de verdad? A lo que ella dice sí, sí, sí (tres veces por si alguien se ha olvidado de contar).

El mundo, entonces, es cierto no se para pero se mueve de una forma diferente, girando y girando, y lo que antes ocupaba un espacio, más o menos, primario en tu vida pasa a retroceder y a esconderse detrás de otros asuntos que pasan a ocupar, ahora, esos espacios primarios en tu mollera (que, ni que decir tiene, tampoco está ya para demasiados trotes). Y son estos asuntos del tipo de los trillizos imaginados o del nuevo libro, éste no imaginado sino con pretensiones de hacerse realidad los que han mantenido apartado de lavueltaylatuerca. Aunque soltaré una pequeña primicia antes de adentrarme en el tema que hoy quiero tratar con todos vosotros/as, y que sirva para paliar mi (impresentable) mala cabeza: el nuevo libro será un libro sobre el silencio pero en el que se hablará sobre poesía, filosofía y cine. Así que tendré la mejor compañía durante los próximos meses ya que esto de escribir siempre va para largo. Por lo menos en lo que a mí respecta.

Aunque vamos ya a lo que vamos. Esta tarde voy a referirme al refranero. Y lo traeré a colación porque si en su día decidí llamar a este blog lavueltaylatuerca no fue por otro motivo que el de buscar-la-boca, meter-las-narices (figuradamente, claro) en todas aquellas cosas que damos por supuesto y que están muy claro y que, en realidad, ni están tan claras ni deberíamos haberlas dado por tan supuestas.

Y el refranero casa con estos presupuestos a la perfección. Podría constituirse casi en su auténtica razón de ser. El refranero o el lugar común. El refranero o las verdades que son mentira pero que, aún y así, se resiste a dar el brazo a torcer y continúa creyéndose sabio (sic). Sí, la gente lo dice muy convencida, el refranero es sabio. Aunque yo añadiría, ¿cómo no va a serlo si se apunta a las duras y a las maduras, al negro y al blanco, al favor y al contra? Un ejemplo: No hay dos sin tres. Y a continuación: A la tercera va la vencida. ¡Claro, de esta manera se acierta siempre! Basta con cubrirse del todo, con gabardina, abrigo, traje de baño, guayabera, bermudas, pantalón de pana, zapatillas y botas, con apostar al 100% de las posibilidades. Otro ejemplo: Al que madruga Dios le ayuda. Y el siguiente: No por mucho madrugar amanece más temprano. Sí, más de lo mismo. Luego eso de que el refranero es sabio vamos a ponerlo por fin entrecomillas, ¿de acuerdo? Seamos serios y démosle a la tuerca la vuelta que le es debida.

Y ahora aludamos a otra característica del refranero que me resulta particularmente molesta. Sería aquélla que se refiere al refranero como una “sabiduría” (sí, entrecomillas) popular. Esto último no voy a discutirlo, pero me gustaría llamar la atención sobre cómo esta “sabiduría” popular está revestida con unos tintes descaradamente pesimistas. Está el refranero lleno de estos agua-fiestas populares. Y es que el pueblo llano (de donde bebe esa “sabiduría”) es, recalcitrantemente, negativo. Hasta el aburrimiento más supino. Aunque haya que reconocer que motivos para serlo, posiblemente, no le falten. Un ejemplo: A perro flaco todo son pulgas. Y otro: Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo. Y otro más sobre la climatología: En abril aguas mil. Y, por no agotar al personal, el último: En martes y 13 ni te cases ni te embarques. Pero, perdón, me falta uno: la joya de la Corona: la proclama más directa y contundente hacia el máximo sedentarismo y "apalancamiento": Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. O sea más vale cruzarse de brazos y tostarse bajo el sol que levantarse del suelo y ver si se puede hacer algo por ahí.

¡No, el pueblo no es precisamente la alegría de la huerta, ni el sagrado depositario del optimismo! Seguramente no haya tenido muchas razones para esbozar una sonrisa. El terruño es duro. Y el pedrisco amenaza las cosechas. Por eso apuntaría que atender y seguir (como parece ser que mucha gente hace) las consignas de unos cenizos tan insistentes y convencidos, quizás, no sea la mejor receta para salir de los atolladeros en los que nos empeñamos en meternos. Y que una vez son por una cosa y que otras lo serán por otra. Sí, pocos refranes hay que muevan a ver la botella medio llena aunque sí que hay alguno que se sale de la botella o de la norma. Y lo citaré para que no se me acuse de partidista. Ahí va… (¡¡casi cinco minutos más tarde!!): Después de la tormenta siempre llega la calma.

Aunque para finalizar esta “refranería” no quisiera dejar de mencionar un refrán concreto, y no por su intrínseco y latoso pesimismo (que esto ya lo tenemos sabido) sino por lo que me parece más grave: por su particular inexactitud. Dice el refrán lo siguiente: Hecha la ley hecha la trampa; estando la particular inexactitud referida al simple orden cronológico de las frases y que haría que el refrán, tal y como está escrito, resulte más falso que un billete de 15 euros. Y me explico. Y acabo.

Pregunta (con el reloj en la mano), ¿qué acontece antes la ley o la trampa?, ¿los policías o los ladrones? Y la contestación y su explicación deben resultarnos bastante sencillas. En primer lugar, se inventan las trampas. En primer lugar, llegan los ladrones cabalgando hasta el pueblo no, hasta el campamento (sin ley). Y a continuación, luego en segundo lugar, y en función de los desmanes que pudieran estar provocando las trampas o de las tropelías que estuvieran cometiendo los ladrones se empezarán a redactar las leyes y a nombrar a los policías (que ejercen y juran sus cargos al amparo de la ley).

Luego Hecha la ley hecha la trampa resulta una flagrante calumnia. La ley no se redacta sino después de cometida la trampa. Y, sin duda, podría ser este diferimiento una buena explicación para justificar su insuficiencia. Que de esto sí que tiene la ley. Para dar y regalar.

La ley, en cuanto es posterior a la trampa, siempre se redactará en base a ella pero, por esa misma causa, siempre queda por detrás de ella. Los ladrones siempre van por delante de la policía. Y la policía siempre corre detrás de los pillos y delincuentes. Pienso que, en el fondo, tratamos con una simple cuestión de orden que debería recomponer el mencionado refrán en los siguientes términos más exactos: Hecha la trampa hecha la ley. Lo cual consagraría las insuficiencias que tiene por principio la ley para atajar TODAS las trampas. La insuficiencia de la policía para echar el guante a TODOS los ladrones. Lo cual, dicho sea de paso, tampoco sería decir nada nuevo ni tendría demasiada gracia ni nos aportaría gran cosa. Como, en el fondo, me sucede a mí con el (tan socorrido, dichoso y decepcionante) refranero.    

     

 
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