jueves, 22 de diciembre de 2016

EL MEJOR PLANO DEL CINE ESPAÑOL 2016


El año se termina y, en cuanto al cine patrio, pronto empezarán la lista de premios, goyas, forqués, feroces y demás galas  que proclamarán la buena salud de nuestro 7º Arte aunque, también, nos alertarán sobre los peligros de lanzar las campañas al vuelo (jejeje) y de que la lucha, una lucha sin cuartel, a largo plazo, en la que nunca debemos bajar los brazos ni relamernos (jejeje) en las espectaculares y esperanzadoras recaudaciones, continúa…

No voy a insistir en el descorazonar panorama que se nos echa en cara desde la pantalla blanca cada vez que nos metemos en un cine. ¡Qué se le va a hacer! Mientras no sepamos ver, sí, ver (ya que hablamos de cine), el tamaño de ka herida y asumir la gravedad de la gangrena no acertaremos a buscar al cirujano más adecuado (si es que este galeno existe en alguna parte) para taponar la hemorragia, y seguiremos tan campantes, riéndonos como siempre de nuestra propia sombra, con el mismo y deprimente cine nuestro de cada día.

(Porque, ¿alguien, por ejemplo, ha pensado alguna vez en la casi-nula calidad de nuestras Bandas Sonoras?, ¿alguien ha reparado en que sin música no hay cine que valga? Y no me estaría refiriendo sólo a la música que se escucha con los oídos sino a la que también debe sentirse en la piel, entre plano y plano. ¿Sería, entonces, una canallada insertar el tema de Camille- Brigitte Bardot- que Georges Delerue compuso para Le Mepris, de Godard? No lo sé, pero yo lo hago).

 
Aunque también echo el freno. No nos distraigamos. Me niego a seguir emulando al abuelo cebolleta y a su eterna e improductiva mala leche, y me voy a quedar con lo bueno que, si continuamos hablando de cine, siempre lo hay, aunque cada tarde nos cueste más y más esfuerzos dar con las dichosas pepitas doradas.

Así que si en este 2016 me tuviera que quedarme con una (¡sí, la hay!), posiblemente no lo dudara y recurriría a Graffiti, el multipremiado cortometraje de Lluís Quílez. Reafirmarme, de esta manera, en que en los cortometrajes se encuentra lo más atractivo del cine español quizás sea un buen petardo en la línea de flotación de los grandísimos (sic) productores españoles (algún día habrá que meter mano al tema) y no una exageración. Si tenemos ocasión y ganas de ver En la azotea, Timecode o el mismo Graffiti, y compararlas después con los más aclamados largometrajes del año, posiblemente la exageración ya no nos parecerá tanta exageración.

Y aunque con Graffiti, quizás hubiera que matizar más de la cuenta, o más que con los otros dos cortometrajes mencionados, por unos brevísimos e inolvidables minutos, la más pura, valiosa y bella pepita asoma en su celuloide como un parpadeo genial. Y sí, éste será mi plano; me lo guardo como recuerdo del 2016 cinematográfico; el mejor plano del cine español que he visto durante este año que se nos acaba.

Y me refiero, cómo no, al increíble y mágico momento (muy atentos, en el enlace que os dejo abajo el plano se encuentra en el minuto, 26 segundos) en el que el apocalíptico protagonista de la historia cree ver el rostro de una bella mujer entre las ramas heladas de un árbol. Porque bastará un segundo, una leve panorámica para que esa mirada se desvanezca y reaparezcan, en su lugar, las mismas hojas tristes y mustias.

El instante me sobrecoge, y su mínima duración no hace sino reafirmarme en su excelencia, en que la belleza también se inscribe sobre la fugacidad de una fracción de tiempo o de la vida, ¿por qué, no?, sobre el aleteo de unos ojos que, tal vez, nos miren atentamente o que… tal vez, no nos miren o que… tal vez, ni siquiera sean unos ojos.

Que lo disfrutéis.

¡¡¡Feliz Navidad!!!


 
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martes, 13 de diciembre de 2016

26-J: TAMBIÉN SE ACABÓ LO QUE SE DABA



Se acabó lo que se daba, sí. Y menos mal. También será esta la última entrada sobre el 26-J (como la anterior lo fue sobre el nobel dylaniano), sobre este absurdo quebradero de cabeza. Lo juro, la última, última. También (la jaqueca) debe terminar: etiam finito, "también concluido", que dirían los romanos. Mucho me he liado ya. Demasiado posiblemente. Y lo siento.
 
Aunque no pueda resistirme a sacar un poco el pecho (a pasear) y presumir que, después de todo, no andaba tan descaminado cuando escribía, en una anterior entrada, La soberanía popular y la abstención obligada, del 14 de mayo de 2016, algo así como, (…) si Rajoy y Sánchez no se ponen de acuerdo, como fue nuestra voluntad el 20D, que se levanten de la mesa y que vengan otros dos. O por lo menos otro nuevo. Y si estos tampoco, que vengan otros dos. Y así hasta que se pongan de acuerdo.

Porque al final de tantos dimes y diretes, ¿qué coño ha pasado? Pues eso, que, en este caso, uno de los dos (Sánchez, en concreto) ha hecho mutis por el foro y alguno de nosotros le hemos dicho adiós con las manos. Y casi todos nos las hemos frotado. Aliviados porque el tren se ponga otra vez en marcha.

Así que uno se va, Sánchez, y llega otro, Javier Fernández, y asunto arreglado. O provisionalmente arreglado, que también vale. Y así, de esta simple manera, se acaba con tantos cristos y cruces.

Sí, quizás a los telediarios aún les sepa a poco y no sepan qué programar. Pero sin dármelas de hermano pequeño de Rappel os prometo que ya se arreglarán. ¡Somos tan entretenidos y nos saben sacar tanto jugo!

Y no entiendo y se me escapan los motivos últimos de la estrategia Sánchez/Fernández pero no puedo negar que, a veces, a bote pronto, me gusta tener la razón, o que lo hechos corroboren que no estoy del todo loco. Porque en definitiva, y en esto el mundillo (basta con el diminutivo) de los políticos es un ejemplo consumado, se trata de un mero e inocuo intercambio de cromos, Sánchez x Fernández (y con rima), aunque los ciudadanos tengamos la penosa y reiterada impresión de que nos han tomado el pelo. Una vez más…

Pero tranquilos. Tampoco esto debería preocupar mucho, ni debiéramos dar más de una vuelta en la cama o comernos un par de orfidales para conciliar el sueño, porque el tiempo pone a todas las cosas en su sitio, y todas son todas. Y el que piense que no tiene fecha de caducidad, peor para él; como si pensara que la Tierra continúa siendo plana y que Colón sólo existió en las calenturientas mentes y crónicas de los Reyes Católicos.

Y en éstas estaba cuando el otro día vi por televisión un flash del infausto Rodrigo Rato diciendo no sé qué de qué, porque tenía el aparato sin volumen, y la noche anterior, El hombre de las mil caras, la película sobre las “hazañas” de Paesa, Camoes, Roldán y toda la recua a la que en esos momentos le tocaba trincar. Y quise pensar que estos personajillos (otra vez basta con el diminutivo) pertenecían a una época lejana, a una pesadilla de la que vamos despertándonos poco a poco, y que espero que, no mucho más tarde, también la sintamos como un primo hermano de aquel aparatoso y extinto Tyrannosaurus Rex, como pensamos en que hubo un tiempo en el que nos creímos que la Tierra era plana.
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lunes, 12 de diciembre de 2016

BOB DYLAN Y EL DICHOSO PREMIO NOBEL: FINITO


Vamos acabando con el “bueno” de Bob Dylan y su engorroso Premio Nobel de Literatura (¡al final la lió sin que se le viera por ningún lado!) y que por repetitivo a mí ya me ha cansado.

Así que termino. Y lo hago con lo último, con la Ceremonia para la que Dylan lió a Patti Smith, que esta sí que es buena sin comillas, para que recogiera en su nombre el premio y cantara, por si lo anterior no fuera ya bastante, el tema de Hard Rain´s A-Gonna Fall al que lo hizo tan bonito y emocionante (quizás el que no se emocione oyéndolo que se coloque la mano sobre el corazón por si éste ha dejado de latir )… como justo es admitir su endiablada complicación para cantarlo.

Pero Patti no se amilanó y ahí que con sus 69 tacos y toda la Filarmónica se decidiera a atacar la canción. Con dos cojones, que diría un castizo.

Y el resto ya sería historia. Lo conocemos todos. Patti se quedó in albis en una ocasión, y en otra se trastabilló. Estaba tan nerviosa, dijo. ¿Cómo no iba a estarlo? Enmendándole la plana al carota (¿puedo escribirlo?) de Dylan que se conformó con mandar un discurso a la Academia, arreglar desde casa la canción para la Orquesta y de estar tan presente en los actos como Bin Laden.

Pero Patti, y la versión que cantó de Hard Rain estuvieron, a pesar de todo, o por eso mismo: por la sinceridad y humilde emoción que demostró (I´m so nervous) para apurar el papelón, este trago puñetero, muy por encima de las circunstancias y, no digamos, por encima del “bueno” de Bob Dylan que con un poco de vergüenza torera debería no salir de su refugio por lo menos hasta que deje de caer esta hard rain que nos lleva empapando a todos desde hace ya demasiados años.
 
 
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lunes, 14 de noviembre de 2016

PERICO FERNÁNDEZ & LEONARD COHEN. QEPD.


            
Para mí hablar de Perico Fernández es traerme al recuerdo, y como por arte de magia, la figura del boxeador tailandés Suansak Muangsurin, el púgil al que se le terminó apodando la “Sombra del Diablo”. Y con toda la razón. No era para menos. Si el Diablo se hubiera dedicado al noble arte de las doce cuerdas su estampa no hubiera diferido demasiado de la que presentaba Muangsurin. A mí, un niño en aquella época, me acojonaba. No me acuerdo pero podía soñar con él. Perfectamente. Y despertarme sudoroso y agitado en medio de la cama, con los ojos asustados, buscando luz entre las rendijas de la persiana. Como le ocurriría, más o menos, o así me lo imagino a Perico.

Año 1974. Suena la campana. El título mundial del superligero ha quedado vacante por el paso de Bruno Arcati a una categoría de superior pesaje,  y en Roma, el 21 de septiembre, Perico se proclama campeón al vencer a los puntos al japonés Lion Furuyama. Eran sus mejores tiempos. Esos que nunca queremos que pasen. Aún Muangsurin no se le aparecía con aquella sardónica risa y sus poses histriónicas, tan típicas del boxeo tai donde se había criado como profesional.


El 19 de abril de 1975 Perico aún defiende el título ante Joao Enrique. Su derecha se pasea señorial por el cuadrilátero y sus puños hacen el resto. Derriba sin paliativos a su rival. Con una explosiva contundencia. Como debe ser. Ante un boxeador estilista y de fino boxeo, un púgil de alta escuela, Perico consigue una victoria que le encumbra entre los más grandes del momento. Ha pasado de ser el típico pegador alocado a un púgil corajudo, sensato y fiable.

Quizás por esto la desilusión fuera mayor cuando el 15 de julio de ese mismo año, en Bangkok, donde se reparten de todo menos abrazos, Muangsurin le derriba en el 8º asalto. De golpe y a golpes. Y adiós al título. Después la revancha en Madrid, donde seguramente Perico esperaría algún que otro “abrazo” por aquello de pelear en casa, pero Muangsurin vuelve a derrotarle a los puntos. Adiós a Perico. 1º round.

Porque esta cruel revancha marcará su declive. Y sin vueltas atrás. El púgil maño ya no vuelve a levantar la cabeza. Muangsurin se ha convertido en el boxeador en alcanzar con mayor celeridad el cetro mundial. Con solo tres combates pero con un diabólico contrato rubricado con el mismísimo Belcebú, Muangsurin era una auténtica roca, una fortaleza envidiable, capaz de tragarse los golpes más terroríficos esbozando siempre esa sonrisa de Freddie Kruger que delatan sus juergas y amistades con lo más granado del Averno. Zurdo, además. Siniestro. Claro, la mano que le hacía casi invencible. Demoledora. Perico la probó en sus carnes mientras el “chino ese”, como le llamaba para abreviar, le hipnotizaba con la mirada. Gajes del Diablo, sin duda. Perico los conoció de primera mano (valga la cruel redundancia). Y se acabó.

En la rueda de prensa posterior al combate aseguró que si miraba a Muangsurin a los ojos, este le hipnotizaba. La gente no acababa de creérselo pero yo sí. Aquel Muangsurin era el demonio en persona, y si no lo era, era íntimo de él. Me apuesto lo que sea. Aquellos desplantes, sus pintas, su risotada, siempre su risa, no podían provenir de ningún otro lugar más que de la sulfurosa y apestosa laguna Estigia.

Perico nunca lo superaría. Cómo iba a hacerlo. Enemigos de esa calaña son invencibles. Con esos no se puede jugar, pensaba yo con mis diez años a cuestas. Y Perico también lo aprendió. Bien pudo haberse muerto aquella noche en Madrid. Hace casi 40 años. El Diablo nos lo habría arrebatado. Pero valiente Perico, siempre valiente, decidió aguantar y esperar. Y la espera le trajo su recompensa.

El Diablo, en su versión "Muangsurin", falleció en 1979, sobre una mullida cama de un hospital en Bangkok. Y Perico lo hizo, por 2ª vez (2º y esta vez último round) el otro día. Pero si se dice que la (son)risa va por barrios seguro que Perico sonrió, por fin, mientras se despedía definitivamente de esta tierra. Porque lo estaba haciendo después. ¡17 años más tarde que Suansak, que la mismísima “Sombra del Diablo”! Así que ¡ganador por puntos! ¡Levanta los brazos, Perico, y ríete ahora tú de todo y de todos!

Y como en esas mismas fechas Leonard Cohen le acompañó en su viaje hacia esos rincones que siempre nos resultarán a nosotros, aún mundanos, tan desconocidos, rescato, a modo de merecido homenaje, su I´m your man, porque se me ocurre, o me gustaría pensarlo, que en esa canción Leonard Cohen se dirige e interpela con sus versos a la Vida; cuando canta aquello de “Si quieres un amante…” o le promete que “si quieres un boxeador subiré al ring por ti…” . Porque Perico y él se habrán saludado. Como dos inseparables coleguitas.

Sí, lo reconozco, soy un sentimental, que diría Woody Allen ¿en Manhattan?, y me encantaría que esta versión de los hechos fuera posible. Que fuera la que de verdad ha sido mientras, en las antípodas de todas las sombras, pesadillas e infiernos, escuchamos…


If you want a lover
I'll do anything you ask me to
And if you want another kind of love
I'll wear a mask for you
If you want a partner, take my hand, or
If you want to strike me down in anger
Here I stand
I'm your man
If you want a boxer
I will step into the ring for you...

 

 
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miércoles, 2 de noviembre de 2016

SI PREGUNTAN POR "EUROPA", LA RYDER CUP CONTESTA

Redacté el presente artículo, con algunos pequeños añadidos, para las páginas digitales de El desmarque de Bizkaia. Se publicó el 10 de octubre de 2016.


Llevaba varios meses sin aparecer por estas benditas e imprescindibles páginas de El desmarque. En realidad las razones han sido variadas. Un poco por el trabajo, un nuevo libro cuyas correcciones me han tenido ocupado todo el verano, pero sobre todo por la falta de alicientes deportivos que me hayan hecho sentarme frente al ordenador. Y a mí esa motivación me resulta tan necesaria como supongo que un trago de agua lo será para un maratoniano que desea aguantar los 42 kilómetros y 195 metros de su particular y memorable odisea.

Y la verdad es que estas motivaciones deportivas han brillado últimamente por su ausencia. Los JJOO me han pillado con el pie cambiado, a mucha distancia y con un océano de por medio que se me ha hecho eterno y enormemente aburrido. Habrían sido unos JJOO para olvidar si en algún momento los hubiese recordado. Vaya, que se me han pasado sin pena ni gloria, y si para algo me han servido es para descubrir que el volley-playa es una modalidad deportiva muy respetable (eso lo son todas) pero que si alguno de aquellos venerables griegos de la antigüedad levantara el pescuezo lo volvería a hundir en la tierra mediterránea con más vergüenza que sorpresa.

Después nos ha venido el fútbol, la Liga, ahora Santander, y la Champions y la Europa League. Nada verdaderamente nuevo en el panorama, y además ya habrá tiempo de escribir algo sobre todo este enorme negocio de la pelota rodando sobre un campo de hierba.

Y también empezó la ACB y también se nos ha ido Pablito, el menudo pero grandísimo pelotari Pablo Barasaluce al que desde aquí deseo la mayor de las suertes en todo aquello que vaya a emprender a partir de ahora, con el gerriko quitado y lejos (¿o no?) de los frontones. Pablo se lo merece. Si una palabra se me viene a la cabeza cuando alguien me menciona su nombre ésta es, sin duda, “honradez”. Y de esta no son muchos los que pueden presumir, y menos aún en estos convulsos meses que nos están tocando sufrir. Así que Pablo será siempre un magnífico ejemplo de deportista, y de persona a quien poder imitar sin temor a equivocarnos. Seguro que no nos arrepentiremos. Seguro que tardaremos en olvidarle. Agur, Pablo! O mejor todavía, gero arte, Pablo!
 
Y han habido muchos otros acontecimientos deportivos de los que ahora no me acuerdo y que habré dejado (mea culpa) pasar de largo. No se puede estar a todo. Y el mundo del deporte da para muchísimas cosas. En realidad da para todo. Es probablemente el resumen más aproximado y acertado de lo que es la vida, esta existencia en que los humanos sapiens llevamos enredados desde hace más de 150.000 años. Y para muestra un botón. Que es de lo que voy a terminar escribiendo: la Ryder Cup, y en concreto, la Ryder Cup en su edición 41ª que se ha celebrado este año en Chaska, Minnesota, USA, en el campo de Hazeltime, desde el 27 de septiembre hasta el 2 de octubre.

¿O sea que ahora voy a ponerme a escribir sobre golf (las imágenes incluidas me delatan)? Eso es, y sobre la Ryder Cup que, sin olvidarme ni por un momento del estrellón que viene desde Euskadi y que responde al nombre de Jon Rahm(bo) y del que tanto hablaremos durante los próximos años y que hará de este deporte una especialidad más popular y cercana que nunca, me ha hecho pensar, y me ha “puesto” y me ha emocionado, que es de lo que deportivamente andaba falto para redactar unas líneas.

Con la Ryder, que se celebra cada dos años, alternativamente en Estados Unidos y en Europa, enfrentando a los equipos de USA y de Europa, el golf pierde el hieratismo que a veces embarga a sus torneos y jugadores y se desmelena. Con la Ryder surgen los puños cerrados y en alto cuando se emboca un putt, los abrazos sentidos cuando se realiza un approach espectacular como los futbolistas se abrazan cuando se logra un gol decisivo en el último minuto de la prórroga, y los gritos eufóricos y las explosiones de alegría en una grada colorista y gamberra, sí, sí, gamberra, cuando un punto sube al marcador del equipo al que se apoya.

El formato de la Ryder, además, produce en los golfistas un efecto mágico e increíble. Abandonan por un fin de semana sus estiradas poses, las rabiosas y necesarias individualidades que, en ocasiones, nos llevan a la más pura desafección por esta práctica deportiva y pasan a convertirse en una verdadera piña, compañeros que sienten, se entristecen, y se ríen al unísono. Es el egoísmo trasmutado en la más noble y grata solidaridad. Lo que se consigue, igualmente, sin que haya dinero de por medio, ni premios en metálico; sólo honor y el placer de ganar por ganar; y esto en un deporte tan económicamente dotado como es el golf, y en un mundo tan económicamente apasionado (sic) como es este nuestro, me parece, en los albores del s. XXI, un acontecimiento que bordea el milagro. Sí, la Ryder Cup me encanta.

Sus reglas me parecen un increíble ejemplo de un plan impecablemente trazado. Cada equipo, 2 capitanes y 12 jugadores, los 12 mejores jugadores del año por cada bando. Se juega sobre la modalidad match play; es decir, no se computan los golpes sino los hoyos ganados o perdidos. Y se juega según 3 modalidades. En los foursomes con 4 jugadores, 2 por cada equipo, cada equipo juega con una bola que golpea alternativamente cada uno de los 2 miembros del equipo. Gana el hoyo el equipo que lo hace en menos golpes.

En los fourballs también hay 2 equipos y 4 jugadores pero habrá 4 pelotas y cada jugador golpea la suya. También ganará el hoyo el que lo consigue hacer en menos golpes y con ello el equipo al que representa gana asimismo el hoyo.

Finalmente, el último día de competición, se celebrarán los partidos individuales. Un jugador europeo contra otro estadounidense. El que más hoyos gana de los 18 de los que consta el campo ganará el partido.

Obviamente habrá partidos en los que no se disputen los 18 hoyos. Si, por ejemplo, un equipo o jugador va ganando el recorrido por 5 hoyos de diferencia y faltan únicamente 4 hoyos por disputar el partido termina en ese momento con el resultado de 5&4, o sea 5 golpes a falta de 4 hoyos.

Por último, la Ryder se decide sobre un total de 28 puntos. Se celebrarán 4 foursomes durante la mañana de la 1ª jornada y otros 4 foursomes durante la mañana de la 2ª jornada; 4 fourballs durante la tarde de la 1ª jornada y otros 4 durante la tarde de la 2ª jornada. Y por fin, los 12 partidos individuales (sólo aquí saltan al campo todos los jugadores seleccionados; en el resto de modalidades y días es el seleccionador quien elige a los 8 que disputarán los partidos descartando a los otros 4 jugadores).

En total, si se suma bien, son 28 puntos. Cada partido ganado 1 punto, partido perdido, 0 puntos y partido empatado ½ punto para cada equipo. En caso de igualdad final a 14 puntos el ganador será el equipo que defiende el título conquistado hace 2 años, y retiene el preciado trofeo, la Ryder Cup.

Quizás complicadillo de entender, no lo niego pero apasionante, lo juro. Nunca Europa vibra como continente y “equipo” como lo hace durante la Ryder. Nunca la bandera de estrellas en círculo sobre fondo azul ondea más orgullosa por representar una idea, la idea de Europa. Es más si alguien me preguntara la socorrida y puñetera cuestión de si hay que llamar a Europa a quién coño tengo que llamar yo, ¡eureka!, ya no tendría la más mínima duda y contestaría que telefoneara a Darren Clarke, el capitán del equipo europeo de la Ryder 2016.  Nadie sabe más que él sobre lo que es el “sentimiento europeo”. Podríamos llamarlo así, ¿no?

¡Ah! Y por cierto este año, después de haber sido derrotados en las 3 últimas ediciones, los Estados Unidos volvieron a ganar, 17-11. Pero para 2018 Europa ya está afilando los cuchillos; un decir, por supuesto. En 2018 la Ryder regresará a Europa; a París concretamente. Ya están encendidas las ganas de revancha, las ganas de volver a demostrar dónde se encuentra la auténtica hegemonía del golf mundial, las ganas de sacar a pasear el puño y el honor, las ganas de sentirse a gusto por vivir en Europa y ser europeo. Y si contamos entre los 12 elegidos con la presencia de nuestro Jon Rahm, qué más podríamos pedir. Así que el capitán del equipo de la Ryder para el 2018 (se elige a uno nuevo para cada nueva edición) tendrá, por lo menos, entre manos dos objetivos: devolver a los americanos l´amer saveur de la dèfaite o el amargo sabor de la derrota y, sobre todo, ponerse y contestar al teléfono cuando alguien llame preguntando por "Europa" ya que suele decirse, y con muy mala leche, que cuando alguien llama a ese teléfono no contesta ni dios.

De cualquier forma ya lo habría comentado Pep Guardiola, que de esto del deporte sabe un rato, la Ryder Cup es la competición deportiva más apasionante entre las que actualmente se celebran en el mundo. ¡Choca esos cinco, Pep!

 
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viernes, 21 de octubre de 2016

UN MONSTRUO VIENE A VERME... ¡SOCORRO!

Juro que no iba a escribir nada. Como me pasó con el caso del Nóbel al bueno de Dylan que, al final, la “montará”, como tiene que ser, como siempre ha sido él: un bicho raro y único. Y que se lo pregunten si no a cualquiera que le conozca de primera mano. A Sam Peckinpah, por ejemplo, aunque ya no esté aquí entre nosotros y tengamos que recurrir a las crónicas del rodaje de Pat Garrett y a las hemerotecas.

Pero bueno, no iba a eso. La Academia Sueca y el Nóbel se las arreglarán y saldrán adelante con o sin Bob, y sí a algo que, aún estando ya curado de espanto (por eso no pensaba escribir ni palabra), me ha producido y me produce auténtico sonrojo e incomodísima urticaria mental.

Sí, un monstruo podría venir a verme y no me dejaría más perplejo. Porque la campaña de promoción de la última película de Bayona roza, en su buenismo exagerado, el puro esperpento. Ahora leo, como si tal cosa, que Un monstruo viene a verme forma parte y cierra la ¡¡¡¡trilogía maternofilial!!! que Bayona ha realizado con El orfanato, Lo imposible y ahora con el monstruo (¡uuuhhh!): tres intrascendencias de biberón, por seguir con el símil maternofilial.

Sinceramente pienso que a esta gente, encargada de la promoción de estos productos (dios me libre de llamarles películas), se le va la olla y cree que somos más estúpidos de lo que realmente somos. Porque querer hacernos colar que la idea de construir una Trilogía estaba en la mente de Bayona cuando dio su primera voz de “¡acción!” durante el rodaje de El orfanato es ir demasiado lejos. Vaya que yo, por lo menos, no me lo como, y hablando de “ollas”, ni con verdura.
 

Bayona rueda. Y rueda bajo los auspicios, entre otros, de Telecinco Cinema, o sea, según las directrices de Paolo Vasile que es uno de los capos más avispados en esto de convertir el más inocuo e insustancial de los entretenimientos en una fuente de escupir euro tras euro y regodearse, después, en lo más alto del Box Office. Y solo eso. Que bastante es. Lo reconozco. Pero a las Trilogías que las dejen en paz. Porque son algo que requiere mucho más esfuerzo, dedicación y… talento.

Porque a ver si ahora nos van a vender la moto (gripada) de que realizar una Trilogía es como hacer churros, una tarea al alcance de cualquiera que pase-por-ahí (y perdón a todos los churreros), cuando en realidad es un trabajo infinitamente más sesudo y (mentalmente) mucho más costoso. Que se lo digan sino a Richard Wagner y a su Tetralogía del Anillo.

¡Así que seamos serios, por favor! Bayona se forrará con el monstruo y después con Parque Jurásico 5ª parte. (Igual también Spielberg imagina una “Quintología Jurásica”, sic; "nuestro" Gran Hermano ya va por la 17ª: ¡a ver quién gana!). Pero que a muchos de nosotros nos dejen tranquilos y nos eviten, en la medida que puedan, continuar oyendo memeces que a veces nos producen esa urticaria de la que hablaba más arriba, o vergüenza de pertenecer a esta gran familia de humanos progresivamente desorientados y espantados, y no por la "Trilogía maternofilial" ni monstruitos como el del bueno de Bayona precisamente.
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viernes, 14 de octubre de 2016

BOB DYLAN Y EL DICHOSO PREMIO NOBEL


No pensaba escribir nada sobre el Nóbel de Literatura con el que la Academia Sueca ha premiado a Bob Dylan. Lo juro. Incluso yo que he sido y soy dylaniano de pro quizás hubiera preferido que el galardón fuera a parar a Philip Roth, que también figuraba en las quinielas, y del que su novela La mancha humana me parece una de las narraciones más apasionantes de los últimos años. Pero tampoco me quejo. No merece la pena hacerse mala sangre por estas cosas. Creo, por ejemplo, que Dylan es más digno ganador del Nóbel que nuestro mediocre Don Camilo y no pasa nada.

Así que si ahora me he sentado a escribir no ha sido para dar cuenta de la noticia sino por las airadas protestas que ha levantado el reconocimiento, sobre todo y como desgraciadamente me temía, entre los más engreídos, carcas y aburridos señores o señoritos de las letras (por ejemplo, el lamentable Juan Manuel de Prada; ver y aguantar las arcadas durante su penosa intervención en La hora cultural del jueves 13 de octubre fue todo uno); y contra estos si que me planto, les hago frente, y defiendo y defenderé siempre a Bob Dylan a capa y espada. Él por lo menos habría metido el dedo en los ojos de muchos de estos indeseables, apoltronados y cínicos. Él por lo menos ha hecho sonar su voz contra la injusticia, el mamoneo y los mamones, la indolencia e indiferencia que nos rodea allá por donde plantemos la mirada. Sólo por eso Bob Dylan merece para mí la pena. Por contar con semejantes enemigos. Ante ellos yo también estaré siempre con él. 

Además si escuchamos y leemos las letras de algunas de sus canciones, como de este célebre Like a Rolling Stone que toca junto a Tom Petty y del que más de uno de estos indeseables debería tomar nota, tendremos que reconocer que su poesía, buena o mala o peor, nunca nos dejará ni indolentes ni indiferentes. Y eso ya tiene su mérito. Bastante mérito.
  
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viernes, 7 de octubre de 2016

CAROL, EL PRÓXIMO BESO SERÁ EN LOS LABIOS


El otro día me animé a ver Carol, la película de Todd Haynes, multipremiada y multiaclamada; para muestra un botón o muchísimos botones porque parece que a todos estos gacetilleros les gusta subirse a la chepa del caballo ganador:




"Haynes consigue un extraño milagro –dar la impresión de que no falta ni sobra un plano en todo el metraje–, hay que añadir un asombroso trabajo del punto de vista (...) desde ya un referente ineludible del melodrama contemporáneo."  Sergi Sánchez: Diario La Razón




Y si nos ponemos a contar los premios para qué andarnos por las ramas:


2015: Premios Oscar: 6 nominaciones incluyendo mejor actriz (Cate Blanchett)

2015: Globos de Oro: 5 nominaciones incluyendo mejor película drama y director

2015: Premios BAFTA: 9 nominaciones, incluyendo Mejor película

2015: Festival de Cannes: Mejor actriz (Rooney Mara)

2015: Premios David di Donatello: Nominado a mejor film extranjero

2015: American Film Institute (AFI): Top 10 - Mejores películas del año

2015: Independent Spirit Awards: Mejor fotografía. 6 nominaciones

2015: Critics Choice Awards: 9 nominaciones incluyendo mejor película y director

2015: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor film, director, guión y fotografía

2015: Críticos de Los Angeles: Mejor banda sonora.

2015: Sindicato de Actores (SAG): Nom. actriz (Blanchett) y actriz sec. (Mara)

2015: Sindicato de Guionistas (WGA): Nominada a Mejor guión adaptado

2015: Premios Gotham: Nominada a Mejor película, guión y actriz (Cate Blanchet)

2015: Satellite Awards: Mejor banda sonora. 5 nominaciones

2015: Asociación de Críticos de Chicago: 6 nom. incluyendo Mejor película.

Acojonado. Vamos, una de esas joyitas del 7º Arte, “imprescindible”, y que salen muy de vez en cuando, que añadiría cualquiera de estos críticos;  para acogotar al personal y dejarle con un palmo de narices, que añadiría yo. Aunque en esto ya ando con el culo más que pelado, y si nunca es oro todo lo que reluce, hablando del cine norteamericano qué os puedo contar que no sepáis.


Pero ante tanta unanimidad crítica y festivalera incluso a mí se me presentaron las dudas razonables. ¿Y si era Carol realmente una obra maestra? ¿Si no verla podría ser constitutivo de un flagrante delito contra el buen gusto penado con una maratoniana sesión continua de películas de Cantinflas?


Así que a ello fui y como Carol se encontraba, además, entre la lista de películas disponibles en el videoclub de Imagenio pues la duda ofendía y me apeteció echarla un vistazo. Lo hice el otro día… Y el chasco fue monumental. Se ve que no, que no aprendo. Que para estos yankies las películas son como las preferentes. Todo se trata y se resume en vender, en venderlas como sea; envolver el producto en un papel de regalo tan increíble que haga que hasta el detalle más pueril nos resulte alucinante. Y todos a mirar, con los ojos como platos.


Sí, sí, Carol, la puesta al día de Douglas Sirk, interpretaciones como nunca se han visto, Cate Blanchett impresionante, pero con Rooney Mara sin irle a la zaga, y la música de Carter Burwell, ¿a cuántos espectadores ha hecho llorar a moco tendido?... Y blah, blah, blah y blah…


Porque lo que yo vi durante dos horas, y lo vi muy atento (no fuera a perderme ni uno de esos prometidos momentos “imprescindibles”) fue una cosa muy diferente.


Desde su primera secuencia Carol me resultó cargante como una mochila repleta de ladrillos. Todd Haynes y la película con él se deslizaba y caía de lleno, con plenísima conciencia de estar contando algo bigger than life, en esos terrenos de pretenciosidad y engolamiento tan propios de esos realizadores que se sitúan por encima de aquello que están narrando, que se piensan a sí mismos como algo también bigger than life. Y eso es un craso error. O al menos lo es para mí. Porque convierte a la película en una continua demostración de las habilidades y conocimientos de su director (¡cómo filma!, ¡cómo narra Todd Haynes!). Y a los personajes en vacuas marionetas en sus manos. Cate Blanchett, sobreactuada hasta el ahogo. Rooney Mara, más ajustada pero todavía cargante e increíble, o sea que no me la creo, en su papel de dependienta ocasional a la que parece no sorprender ni un ápice que Carol se haya enamorado de ella ¡a principios de los años 50´ del siglo pasado!


Y el pobre Kyle Chandler, ¿qué contar de él? en su papel de marido de Carol, personaje insuficiente y desgraciadamente, para los intereses de la película, indefinido, cosa imperdonable en un personaje que requiere una poderosa presencia, una fuerza y convicción en sus acciones realmente amenazantes y suficientes para que hacernos verosímil el miedo de Carol a perder a su hija. Pero no, Kyle no funciona nada de eso existe sobre la pantalla.


Y la música que nos hacía llorar, ¿para qué seguir hablando también de ella? Burnwell confundido entre pentagramas del lugar común, entre notas cientos de veces escuchadas, convertido en un perrito faldero de Michael Nyman, y olvidado por completo de sus excelentes (éstos sí) scores para los Coen Brothers, en Muerte entre las flores o Barton Fink.   


Por supuesto algo, algo de todo esto, nunca le pasó a Douglas Sirk que si, por ejemplo, en Imitación a la vida se adentraba por esos mismos vericuetos del bigger than life, montando la de dios es cristo en los funerales de Juanita Moore, la anegada sirvienta de Lana Turner, a los sones de ¡Aretha Franklin!, tenía el exquisito cuidado y gusto de situarse a un lado (cosa que me parece que al bueno de Haynes es demasiado pedir), detrás de la multitud, fuera de las tablas y dejar, así, que la película fluya sola, naturalmente, que emocione naturalmente.


Claro, que quizás todo esto me pase a mí y a dos más. Y nos encontremos entonces perdidos. Porque, ¿dónde buscar brújulas, críticas que nos orienten sobre las películas que hacen que darse una vueltilla por el cine merezca o no la pena? Y en mí caso más todavía ahora que el añorado José Mª Latorre nos ha dejado. Es una situación de triste desamparo, de cierto Robinson Crusoe. Pero quizás eso mismo sea lo que ahora más que nunca nos deba hacer mirar hacia adelante con valentía y confiar más que nunca en nuestro propio criterio, ese que se ha ido formando durante tantos años y tantas películas y se ha ganado el derecho a opinar con el más justo criterio. Y censuremos la sobreactuación de Cate Blanchett en Carol, contra viento y marea, contra los Oscars y contra tantos críticos que ya no tienen porqué acoquinarnos, con las cuentas corrientes tan bien forradas deshaciéndose (tal vez sea esta la última razón de su bonanza económica) en alabanzas con una perfomance que se toma a sí misma, a Carol, tan en serio que acaba cansando más que una docena de polvorones ingeridos a pelo y sin un miserable vaso de vino que echarse al gaznate.

Pero también, ¿por qué, no?, no desesperemos, que ese mismo criterio nos haga disfrutar en el Cine Club FAS con la desconocida (para mí, por lo menos) película surcoreana del prolífico (¿?) Hong Sang-soo, Ahora sí, antes no, y reconocer con él que las grandes películas no se chocan los cinco con ningún crítiquillo en concreto ni tienen porqué salir a recoger ninguna estatuilla dorada ni a lucir su palmito por ninguna alfombra roja sino, simplemente, apelar al corazón de cada uno, a ese de donde surgen las emociones verdaderas, la piel de gallina que nos cubre los sentidos, si no somos como el Hombre de Hojalata de El mago de Oz, cuando la joven pintora Kim Min-hee le dice, antes de despedirse, al director de cine, Jeong Jae-yeong, aquello de “el próximo (beso) será en los labios…,” emociones, sin duda, que nadie podrá quitarnos nunca de encima.

 

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martes, 20 de septiembre de 2016

SHAKESPEARE VS CERVANTES, 4º ROUND; SORRY, 4º CENTENARIO


Voy a contribuir, porque con esta cachaza se me pasa el arroz y se me acaba el año, a esto de los cuartos centenarios de los fallecimientos de Don Miguel (de Cervantes) y de Sir William (Shakespeare) con alguna de mis clásicas vueltas de tuerca o salidas de tono. Hoy me apetece enredar y poner sobre el tapete una cuestión sobre la que no he oído reparar y que, además, quizás conteste a muchos de los desconcertados interrogantes que desde aquí, desde este lado de Europa, nos planteamos, o yo por lo menos, yo me planteo bastante a menudo.

Resumo: ¿por qué Shakespeare continúa siendo universal e, incluso, castellanamente conocido y leído, y a Cervantes, ¡y en su país natal!, le conocen sí pero no le “hojea” ni dios, según claman y atestiguan los eruditos (que de éstos sí que tenemos unos cuantos; posiblemente, demasiados) y las eternas, tristes, últimas y siempre desoladoras encuestas?

Se me ocurre una cosa: ¿tendrá algo que ver con todo este despropósito el hecho de que “seamos como somos”, o sea, nunca-jamás profetas en nuestra tierra, o sería más acertado que huyéramos, y como de la peste, de estos lugares comunes (vade retro semper!), y echáramos mano, o añadiéramos otros argumentos para tratar de explicar lo que resulta tan palmario y evidente: ¡Shakespeare a muerte!, ¡Cervantes manco y caput!?

Y se me ocurre: ¿tendrá esta inapelable cuestión algún avieso contacto con el hecho de que a Sir William le leemos traducido y, por lo tanto, convenientemente adaptado a nuestras vidas y años, mientras Cervantes continúa apareciendo impreso en el mismo castellano de los siglos XVI y XVII, en versión original, esto es, en un castellano de hace ya ¡cinco siglos!, y que a casi todos los españoles nos suena hoy a chino-mandarino y nos cuesta un dolor de sienes entender y seguir?

Y se me ocurre más todavía: ¿resultará el inglés en el que hablaba y escribía Shakespeare tan extraño y distante del que hablan y escriben los angloparlantes del siglo XXI como lo es para nosotros, castellanoparlantes de ese mismo siglo, el primoroso castellano de Cervantes?

Quizás, tirando por ahí, pudiéramos hallar algunas respuestas a los sonrojantes resultados de los cuestionarios con que los mass media nos torturan cada cierto tiempo y en los que el bueno de Cervantes aparece, entre los españoles, no sólo manco sino apaleado y ninguneado.

Claro, Shakespeare siempre suena moderno y actual. Cervantes, carcamal y anticuado. Pero defender que a ello la traducción no rinde una ayuda harto beneficiosa sería mentir como bellacos. El autor, el que sea, no puede imaginar la suerte que correrá su idioma en un futuro más o menos lejano. Consiguientemente, la adaptación a esas nuevas voces y modos es algo que escapa completamente a su arte. Pero para eso, para aquello que escapa del autor, como de cualquier vecino de su tiempo por su estricta, necesaria e imprescindible contemporaneidad, para eso, digo, están los traductores. Ellos, con buen oficio, consiguen que una obra escrita hace cuatro siglos, por ejemplo, aparezca ante nuestros moderrnetes ojos y oídos como un relato escrito hace cuatro meses.

Es a partir de ahí cuando el traducido Sir William siempre disputará, entre nosotros, españoles a pie de calle, la carrera por la notoriedad con una inalcanzable velocidad para el puro y original y lentorro Don Miguel.

Cito por no aburrir un par de casos. A ver qué tal nos suenan. Propongo una disputa, como en un vulgar concurso televisivo y/o radiofónico al uso, y para que ésta sea justa, el mismo tema para ambos autores, para Shakespeare y Cervantes: el tan socorrido love o amor. Sin límite de tiempo. Que lo tenemos de sobra. Primero leamos, venido desde Strafford-Upon-Avon, a Sir William Shakespeare:

¿A un día de verano compararte?...
¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar  y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

¡Pero ojo, en la versión traducida por Manuel Mújica Láinez!

Luego, llegado desde Alcalá de Henares, a Don Miguel de Cervantes:
 
A Dulcinea del Toboso
¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores puesto en el Toboso,
y trocara sus Londres con tu aldea!
¡Oh, quién de tus deseos y librea
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero que hiciste venturoso
mirara alguna desigual pelea!
¡Oh, quién tan castamente se escapara
del señor Amadís como tú hiciste
del comedido hidalgo don Quijote!
Que así envidiada fuera, y no envidiara,
y fuera alegre el tiempo que fue triste,
y gozara los gustos sin escotes.
 
¡Pero ojo, éste a pelo y más original que los helados de queso! 

Y por si alguien del jurado no estuviera aún muy convencido y dudara en emitir su veredicto, le dejaríamos el monólogo shakesperiano de Shylock en El mercader de Venecia, puntualmente traducido para la versión que en el cine hizo Al Pacino, junto al famoso también (aunque pocos lo hayan echado el merecido vistazo) episodio cervantino de los molinos de viento de Don Quijote, pero en versión original (sin subtítulos), y que la extensión de uno y otro no nos despiste, que por ahí no van los tiros. Primero, la traducción del mercader:

¿Y cuál es su razón? ¡Que soy judío! ¿No tenemos ojos los judíos? ¿No tenemos manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No comemos lo mismo? ¿No nos hieren las mismas armas, no sufrimos las mismas dolencias y nos curan los mismos remedios? ¿No sufrimos en invierno y en verano el mismo frío y el mismo calor que los cristianos? Y si nos pincháis, ¿no sangramos? si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos?, si nos envenenáis, ¿no perecemos? y si nos ofendéis, no vamos a vengarnos? Si en todo lo demás somos iguales, también en eso lo seremos.

Segundo, los molinos de Don Quijote sin subtítulos:

(…) En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.
 
Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice (…)

Ya está. El jurado y, sobre todo, vosotros diréis. Aunque a mi modesto parecer la cosa tiene una complicada y muy puñetera solución. ¿O habría que traducir, y sin que esto suponga ningún menoscabo, a Cervantes y nos quedarnos tan anchos? ¡JA! Como subtitular al castellano una película argentina y confiar en que ningún platense se mosquee y nos rompa la cara, y con razón.

Así que me temo que en estas que estamos en el cuarto centenario de Cervantes seguiremos estándolo en el quinto y en el sexto. Aunque yo, por si las moscas, aquí os incluyo el original y sin subtítulos monólogo de Shylock, y lanzo al aire las últimas preguntas, ¿será este inglés para los anglosajones del siglo XXI tan pesado como lo es el castellano de Cervantes para nosotros? Juraría que no pero me gustaría dar otra vuelta de tuerca al tema y saber porqué. Si la respuesta me sorprende y es afirmativa, tampoco me quedaría con la boca cerrada y re-preguntaría, por qué. Pero mientras localizo y contacto con algún colega proficiency o con algún viejo profesor del colegio o con algún amable comentarista de esta entrada y les formulo estas preguntas, aquí os dejo con las sabias, originales y sin subtitular, palabras de Shylock, por si algún nativo del Bre-exit consulta, de vez en cuando, este mismo blog y quiere también darme una respuesta que será, sin lugar a dudas, muy bienvenida:

(…) And what's his reason? I am a Jew. Hath not a Jew eyes? Hath not a Jew hands, organs, dimensions, senses, affections, passions? Fed with the same food, hurt with the same weapons, subject to the same means, warmed and cooled by the same winter and summer, as a Christian is? If you prick us, do we not bleed? If you tickle us, do we not laugh? If you poison us, do we not die? And if you wrong us, shall we not revenge?
If we are like you in the rest, we will resemble you in that.
 
 
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