jueves, 20 de septiembre de 2018

CHARLES LLOYD & SILVIO RODRÍGUEZ: LA MÚSICA PELIGROSA


Para Tintxo, por supuesto
Charles Lloyd, es un músico de jazz nacido en Memphis en 1938. Y yo lo cuento entre los grandes porque su figura y talento no se han casado nunca con nadie, y es peligroso. Esto último es fundamental: la música debe ser también peligrosa (¡¿por dónde andas Juan Querol?!), debe despertar conciencias y hacerlo con un bofetón, si es necesario. Quizás no guste a la primera escucha. Esto es parte de su peligrosidad, porque estaros seguros que cuando a la 2ª o 3ª os vaya atrapando, estaréis perdidos. Ya nunca volveréis a ser los mismos. Y eso es lo mejor de todo. Porque el cambio es algo inherente a nuestro mundo, a la materia que con la que se construye. Sólo los malos no cambian. Los que se agarran a lo que ya tienen y se quedan para siempre iguales. Yo creo que estos son los verdaderos traidores, los parásitos a los que se refiere Ernesto Cardenal, los que desprecian lo más noble de la naturaleza humana: el cambio, el progreso...

Y os dejo, para muestra un botón, con Twin Pearls, el temazo que Charles Lloyd grabó en 1967 con Keith Jarrett ¡al saxo soprano!, él mismo al tenor, Jack De Johnette a la batera y Ron McClure al contrabajo. Y al lorito, ¡peligro por los cuatro costados!…
Y añado, para completar la pareja (más "&"), la increíble versión, que un buen amigo me ha encontrado y que Charles Lloyd realizo más de 20 años después, de la bonita Rabo de nube, la canción de Silvio Rodríguez, otra alma con goma2 en los dedos, e imprescindible en estos años musicalmente tan dados al bostezo, a la MTV, a lo mismo-de-siempre. Sí, no podía haber ocurrido de otra manera: Charles Lloyd  y Silvio Rodríguez, dos perlas gemelas y muy peligrosas.


Leer más...

martes, 4 de septiembre de 2018

BERNSTEIN & KARAJAN, PARECIDOS RAZONABLES


El pasado 25 de agosto se cumplieron los 100 años del nacimiento de Leonard Bernstein, posiblemente el compositor americano más famoso de todos los tiempos (en lo que a la música clásica se refiere no tendría duda alguna al respecto). Pero Lenny, como era conocido entre sus amigos y amigas, no fue un grandísimo pianista. Ni un grandísimo director de orquesta. Ni tan siquiera un grandísimo compositor. En su época, en cada una de las categorías que he mencionado, hubo músicos mejores músicos que él. Seguramente no demasiados, pero sí algunos. Pero en lo que ninguno habría podido superarle, ni siquiera acercársele a los talones, fue en popularidad.

Y es que Bernstein no paraba quieto. En todos los sentidos. Era el prototipo de americano hecho para comerse el mundo y no dejar ni una miga sobre el mantel. Nada parecía detenerle y desbordaba una vitalidad que transmitió tanto a las orquestas a las que tuvo que dirigir, como a los hombres y mujeres que se cruzaron por su vida, que no fueron pocos ni anónimos.

Al final, sin embargo, como nos ocurrirá, tarde o temprano, a todos los mortales, Lenny murió. Tenía 72 años. Era un otoñal 14 de octubre de 1990. Y expiró en su residencia de Nueva York, en el mítico (también este inmueble lo es) edificio Dakota (¿no se cargaron ahí a John Lennon?, ¿no rodó también ahí Polanski su semilla del diablo hace hoy justo medio siglo?- que el que quiera lea la crítica en la entrada grandes películas, pequeñas críticas). Desde entonces, desde que Lenny no está entre nosotros, la partitura de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, uno de sus autores favoritos, descansa junto a su cuerpo: una buena compañía para emprender ese siempre enigmático viaje a la eternidad.

Aunque si estoy escribiendo sobre Bernstein lo hago, además de por los obvios motivos de su centenario, por otra circunstancia en la que, tal vez, no todo el mundo haya reparado. Y es que pienso que Bermstein se presentó al mundo musical, y al mundo en general, como un alter ego, eso sí, con todas las diferencias que quisiéramos atribuirle, al también mítico Herbert von Karajan. Yo, por lo menos, siempre les he encontrado físicamente parecidos, aunque personal y musicalmente siempre se posicionaran en las antípodas el uno del otro. Si uno era blanco, por decir algo, el otro negro. Si Karajan era un espíritu teutón: serio, distante, arrogante (¿no afirmó aquello de que cuando muriera no se le enterrara, porque si Jesús resucitó al tercer día él no esperaría tanto?), Bernstein era más popular, cercano, casi “de andar por casa”: puro estilo “Gran Manzana”. Y si Bernstein reinó en América, Karajan lo hizo en Europa. Karajan, más volcado en las grabaciones discográficas, Bernstein, más (¡cómo no!: This  is America) en la televisión, donde difundiría sus conocimientos musicales con grandes cifras de audiencia, como demuestran sus Conciertos para Jóvenes, grabados cuando era ya titular, lo era desde 1958, con apenas 40 años, de la Filarmónica de Nueva York, y que continúan siendo, al día de hoy, el programa cultural de mayor éxito en la Historia de la televisión.

Y si hablo de los dos, aparte de sus parecidos físicos razonables (por lo menos para mí), es porque sus características me retrotraen a esos años de la Guerra Fría, donde si había, pongo por caso, un ajedrecista eminente a este lado del charco, y pronúnciese Karpov, los americanos producían otro a su estilo, al american way of life, pronúnciese ahora el controvertido y espectacular Bobby Fisher (¿cuántos reportajes y películas no se habrán producido sobre su esquiva figura?); y, del mismo modo, donde habría en la vieja Europa un aclamado director de orquesta, éste sería, Karajan, los americanos sabrían oponerle puntualmente su réplica correspondiente, o sea, Bernstein.

Y si Karajan nunca anduvo lejos de los centros de poder, no sólo musicales sino políticos, Bernstein tampoco los esquivaría. Sólo que a estos añadiría los aromas de esa atractiva popularidad que le acompañaba allá por donde fuera: compuso una Misa por encargo de la familia Kennedy, aunque también celebraría un concierto multitudinario con motivo de la caída del Muro de Berlín, con su salud hecha ya unos zorros, consecuencia, ¡cómo no!, de excesos de todo tipo. Llegó a fumar más de cuatro paquetes de tabaco diarios, asiduo consumidor de todo tipo de pastillas, y practicante del sexo sin demasiados miramientos. Tuvo relaciones con casi todos los miembros de sus orquestas. Tanto hombres como mujeres. Y con famosos de su tiempo, que podrían rellenar una inmensa lista de agraciados. Cuentan que Marlon Brandon andaría entre las líneas de su pentagrama.

Luego ni que decir tendría que en un hipotético enfrentamiento entre Bernstein y Karajan hoy, pisando ya el 2018, el ganador, y por k.o. técnico, sería el músico americano. Qué duda nos debería caber que, en ese hipotético cuadrilátero de la fama, el espíritu televisivo, follarín, alegre y animoso de Lenny levantaría los brazos triunfante. Hoy todos quisiéramos parecernos a él: culto, pero popular y desinhibido. Mientras que Karajan se nos habría quedado trasnochado. Culto, sí, muy culto, pero frío como un susto, seco como una nuez, adusto como un carraspeo…

Y es que en estos tiempos baumanianamente líquidos, sí, y populacheros como una romería, los ademanes y la entrepierna juguetona de Lenny serían otro ejemplo de esas actitudes ganadoras que derrotan a la solidez, a la rigidez de Karajan, a sus ojos entornados, casi ausentes, mientras la orquesta sigue, sin perderse una coma, el dictado que surge de sus prodigiosas y geniales manos.

Así que aquí os dejo con el Adagietto de la 5ª de Mahler, con el que Lenny cubre su pecho, pero en una versión ejecutada por Karajan porque, después de sus razonables parecidos (físicos), que haya también, y a pesar de sus diferencias, buen rollete entre estos dos genios de la música.



Leer más...