viernes, 27 de abril de 2018

AUDREY HEPBURN Y EL STAR SYSTEM


En estos momentos, bueno, durante muchos momentos durante este mes he tenido delante de mí la hoja del calendario donde una glamorosa e inalcanzable Audrey Hepburn besa el mentón de William Holden en una fotografía de estudio realizada durante el rodaje de Sabrina, la película que Billy Wilder dirigió en 1954.
Y como sigo queriendo rendir honores al título de este blog, o sea, a lavueltaylatuerca, pues eso, me he puesto a darle una vuelta a lo que esa fotografía contiene y lleva consigo: la imagen congelada en blanco y negro de una superstar hollywoodense en el cenit de su carrera, cuando aún del Star System podía hablarse con pleno sentido (ya faltaba poco para que su nombre y significado se diluyeran en los modernos derroteros por los que el cine iba a enfilar muy pronto).
Porque con esta foto del calendario se me ocurre pensar que a estas estrellas pertenecientes, con todos los derechos y virtudes, al limitado y privilegiado universo del Star System, y de las que Audrey es un ejemplo palmario como pocos, les sucede algo que no siempre es reconocido por esos cómodos gacetilleros que se dedican a llenar páginas y páginas de revistas cinematográficas hablando siempre más de lo mismo y, por si tuviéramos poco (eco), repitiéndolo a continuación, como si quisieran lanzarnos un maldito yu-yu, una premonición que, de aquí a unos años, el sonotone nos va a ser imprescindible y va a reposar sobre de nuestras mesitas de noche.
Por eso siempre intento no ser un disco rayado. Aunque sólo sea por llevar la contraria. Aunque, por si acaso, ruego a quien se lo parezca que me lo diga e ipso facto pondré todos los esfuerzos en des-rallarme. Lo juro. Y lo que pasa con las estrellas, lo que aquí me sugiere el rostro de Audrey, en esta hoja del calendario, y que sería el motivo último de esta entrada, es que Audrey Hepburn no es Sabrina, por mucho que encarne a ese personaje en la película de Billy Wilder. No es Sabrina quien besa a William Holden en la foto del calendario, o no es la primera que lo hace, porque antes que Sabrina apoye sus labios en el mentón de William Holden lo ha hecho la propia Audrey Hepburn. Y sólo después de que ésta lo haga, lo podrá hacer su personaje, Sabrina. Sólo después...
Lo que nos lleva a una incontrovertible cuestión. En el mundo del Star System, la estrella en cuestión, en nuestro caso de hoy y de esta hoja del calendario, Audrey Hepburn, siempre está por delante y por encima del personaje que interpreta la propia star. La estrella siempre se adelantará al personaje. Por eso Audrey Hepburn nunca podrá interpretar a una sanguinaria asesina a sueldo, por ejemplo, una sicario que desmembrara los cuerpos de aquellos que contravinieran las órdenes de cualquier clan mafioso que pudiéramos imaginar, ya que por delante de ese personaje de asesina a sueldo se situaría el propio personaje de Audrey Hepburn, el personaje que Audrey Hepburn, ruede o no ruede una película, está interpretando siempre, el personaje de star, y este personaje hace imposible que Audrey Hepburn pueda dar un paso al frente que le haga confundirse bajo los rasgos de una fría y despiadada asesina a sueldo de la Mafia.
Sí, ésta es una de las limitaciones que tiene eso de ser estrella. No todo va a ser jauja. En su caso, y por delante del personaje que les vaya a tocar interpretar en la película que se dispongan a rodar, estará ya el personaje que ellas interpretan siempre, hayan oído o no el motor de la cámara o la voz del director diciendo, ¡acción!
 
Por lo que ésta se me antojaría que podría ser, sin duda, una de las razones por las que las carreras profesionales de estas estrellas es, en muchas ocasiones, más ingrata de lo que a muchos se les pudiera pasar por la mollera. Fijaos, la estrella siempre debe rendir pleitesía, antes que a nada o a nadie, a su propia persona. Se debe asimismo. Y no hay marcha atrás. Por eso Audrey Hepburn se pliega a los deseos y caprichos antes que de ningún otro, de la mismísima Audrey Hepburn. O Clark Gable, de Clark Gable, o Harrison Ford, de Harrison Ford, o Brad Pitt, de Brad Pitt, y paro. Con lo que posiblemente no sea del todo agradable esto de ser esclavo de uno mismo, de la propia imagen que uno siempre, guste o no, lleva contigo y de la que, por lo tanto, le resultará imposible desembarazarse a no ser que… No, no lo digo. Tal vez Marilyn me oyera. O tal vez lo hiciera James Dean. O Monty Clift. O tantos otros que nos dejaron antes de tiempo.
 
Sí, y mejor que no nos oigan y continúen criando malvas o descansando tranquilitos o escuchando esta bonita canción que The Kinks les dedicó a todos ellos, a todos los que componen ese tentador pero peligroso campo de sueños que es el Star System, y que a cambio de una segunda vida inmortal te sustrae puñetero esta común al resto de nosotros, más corriente y ramplona, sin duda, pero también menos peligrosa y, normalmente, más larga.
Sí, la hoja del calendario me dio para pensar estas cosas. ¿Que soy un coñazo, que estaba o estoy muy, o súper aburrido? Puede ser, pero a mí me gusta; pensar en estas cosas, quiero decir… (jeje).
 
 

Leer más...

lunes, 16 de abril de 2018

LOS TIEMPOS SÓLIDOS Y LOS HERMANOS LUMIERE

 

Y continúo dándole vueltas a esto de las manecillas del tiempo. Me parece un asunto fundamental. De esos de poder perder el tiempo con ellos (y valga la gracieta), hasta hartarse. Porque si para el tiempo del siglo XX Bauman acuñó la expresión de “tiempos líquidos”, que nos viene al pelo para lidiar con este cronómetro que nos consume la existencia a toda leche, que nos hace ir de La Ceca a La Meca en menos que canta un gallo, que nos junta y nos separa a la velocidad del rayo y con el ruido ensordecedor del trueno, que hace, en definitiva, que hombres y mujeres movamos agitados y estresados el culo, la mayoría de las veces sin ton ni son y sin saber dejarlo estar quieto, en esta entrada echo el freeeeno de mano. Hasta arriba y parado como un poste de la luz. Y me reafirmo en que los tiempos no siempre han sido líquidos como hoy los padecemos. Que es más, que los tiempos de la Madre Naturaleza son más bien lentísimos o, por seguir con el pensamiento de Bauman tiempos, más bien, sólidos.

Pero en este inocuo y, aparentemente, inofensivo enfrentamiento entre tiempos; líquidos por un lado, versus, sólidos por otro radica, a mi parecer, uno de los grandes problemas que sufrimos, actualmente, todos los que nos empeñamos en circular por este mundo. Porque podríamos referirnos a los tiempos sólidos, los tiempos lentorros, como a los tempora naturale, a ese trote cochinero con el que la Madre Naturaleza se conduce, con el que hace sus cosas, mientras que los otros, los tiempos líquidos, escurridizos como una ardilla, serían los humanos, los tiempos racionales, los tiempos del homo sapiens con el disfraz que éste se empeña en ponerse desde que empezó el siglo XX. Y no me cabe duda de que este desfase de velocidades, de tiempos, es una de las causas de que la cabeza nos duela más veces de las que quisiéramos.

Porque con ello nos pegamos de bruces con la Naturaleza, y entrar en contradicción con ella no puede llevarnos a ningún sitio. Pero nosotros erre que erre (¡y que nadie me mencione a Martínez Soria, por favor!), insistiendo en hacerlo todo, nuestra vida incluida, más y más rápido, y cruzando los dedos porque la locomotora aguante y no descarrile pero presintiendo, también, que en cualquier curva pronunciada puede acabarse el chollo e irse todo, locomotora incluida, al traste y entonces sí: ¡sálvese quien pueda!

Y citaría, como empezamos hablando de cine y de los Lumiere, en un flash-back, apenas un par de ejemplos para que veamos a lo que quiero referirme hablando del tiempo. Porque nada de sol, ni de lluvia, nada de ciclogénesis, nada de nieve por encima de los 300 metros. Nada de este tiempo. Y sí, en cambio, del tiempo que sitúa al homo sapiens sobre la superficie de este Planeta que nosotros continuamos pisando: alrededor de 315.000 años a.C. Casi nada al aparato.

Pero es que después de esto, las primeras pinturas rupestres de las que tenemos constancia; esto sería, cuando a nuestros ancestros les dio la gana de ponerse a dibujar las paredes de las cuevas donde residían, suele fecharse sobre los 40.000 años a.C. (incluso hoy las últimas investigaciones tiran las fechas más atrás, hasta casi los 70.000 años a.C.), con lo cual las conclusiones que podemos sacar son de cajón de madera: ¡el homo sapiens habría tardado casi 250.000 años en coger el lápiz de colores! Si a este tiempo no se le puede llamar lento o sólido que baje Dios y lo cuente.

Pero es que si tiramos adelante, la modorra no se nos quita fácilmente de encima. Desde las pinturas rupestres hasta encontrar los primeros vestigios de lo que pudiera ser una civilización humana habrían transcurrido otros ¡65.000 años! Bosteeezo que te crió…

Sí, el homo sapiens se lo habría pensado dos veces antes de juntarse y formar Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eúfrates, o construir las pirámides en el Antiguo Egipto. Luego, “sólo” 4.000 años después surgirían las primeras colonias que darían lugar a la civilización griega.

Así que lo que nadie debería poner en discusión es que el viejo homo sapiens hacía lo posible, aún sabiendo lo infructuoso del intento, por acomodar sus ritmos a los ritmos naturales que marca la Madre y con los que erige las montañas o gana terreno para una selva virgen e inhóspita. Sí, sin duda, estos tiempos lentorros, estos tiempos sólidos son los más afines a los tiempos naturales.

Pero con la llegada del siglo XX todo se habría desmadrado. El cine nos daba un buen ejemplo y nos abría el camino sobre el que escribía en la 1ª parte de esta entrada: Salida de la fábrica de los Lumiere, 1895, la incomparable Amanecer, de Murnau, 1927: 32 años de nada. Moco de pavo para un salto de gigante. ¿Y somos conscientes- ahora un flash-foward- de que el homo sapiens cruza en avión los 560 kilómetros del Canal de la Mancha en 1909 y sólo ¡60 años más tarde! los 384.400 que nos separan, y hacia arriba, de La Luna?

Seguramente a la Madre Naturaleza (¡buenas son las madres!) no le gusta que nadie le haga un sorpaso. Y menos por la derecha. Y seguramente al homo sapiens se la tendrá jurada. Por lo tanto, tampoco es de extrañar que todo nos vaya como nos va. Quizás, incluso, la Madre se esté cachondeando mientras nosotros, los homines sapientes, nos empeñamos en mandarlo todo al garete a-toda-hostia. Porque, y que nadie se atreva a ponerlo en duda, si algún día hacemos mutis por el foro y desaparecemos, la Naturaleza va a seguir estando aquí en La Tierra, adoptando las formas que le toque adoptar, y quizás nos eche un poco de menos (han sido muchos años de convivencia, milenios de tiras y aflojas), pero tampoco por ello va abrirse las venas. Lo tengo claro.
Leer más...

LOS HERMANOS LUMIERE Y LOS TIEMPOS LÍQUIDOS


 
El tiempo lleva un tiempo (y perdón por la reiteración) trayéndome por la calle de la amargura; bueno es un decir porque la calle de la amargura es, realmente para mí en esta ocasión, la calle de la reflexión (y ahora perdón por el pareado).

Y es que el  otro día, otro de esos martes de gloria con los que nos suele obsequiar el cineclub FAS (cineclubfas.com), tuve el placer de asistir a la proyección de Lumiere!, un imprescindible documental francés para todos los que presumimos de ser amantes del 7º Arte, firmado por Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes, con la colaboración, entre otros, de Bertrand Tavernier y Martin Scorsese, y en el pudimos ver en magníficas copias restauradas 108 de las más de ¡1400! películas que produjeron o dirigieron los hermanos Lumiere, y los operadores de su particular y original Fábrica de Sueños, entre los años 1895 y 1900.

Y es que las películas, rodadas todas ellas en un blanco y negro majestuoso y con una profundidad de campo como para cortar el hipo de cuajo, casi mágica por increíble, incluso proyectadas las películas en este siglo XXI en el nos sigue tocando vivir (¡toquemos madera!), me dieron pie y cabeza para pensar un poco más en esto del “tiempo”, que ya lo decía antes, me tiene bastante perplejo.

Porque sostener que el tiempo contiene entre sus caracteres una parte fundamental de nuestros modos de vivir y, por lo tanto, de ser, es algo que a más de uno pudiera parecer lógico y normal, y hasta poca cosa, pero que si le damos un par de vueltas, enseguida veremos que lo de “lógico y normal” se queda corto-cortísimo.
 

Porque en una primera vuelta diría que, a partir del tamaño de los chasis que debían usar en su época los Lumiere, donde no entraban más de 50 segundos de celuloide, el género aparentemente documental al que podrían adscribirse sus primigenias Salida de la fábrica de los Lumiere en Lyon, La llegada de un tren a la Ciotat, El mar, etc.  no es tal, ya que esos benditos y raquíticos 50 segundos hacen que los planos, para que “quepan” en ellos todo lo que el arte de los Lumiere quisieron meter, deban estar cuidadosamente planeados y planificados, milimétricamente calculados en sus más pequeños detalles.

¿Y a qué puerta estarían llamando entonces los Lumiere con todo esto? Pues obviamente a la puerta de la manipulación, de la fabulación, a la puerta de la puesta en escena, de la ficción y no, como pudimos presuponer en un primer momento, a la puerta del documental.

Es decir, que de la misma manera que nuestro tiempo limitado por la muerte (¡toquemos madera, again!) fue, seguramente, aquello por que el ser humano empezó a filosofar, el tiempo limitado de los Lumiere, sus chasis de 50 segundos, y ni uno más, fue lo que necesariamente llevó a su cine, y por extensión al cine que todos continuamos disfrutando y sufriendo, las más de las veces, hoy en día, a la puesta en escena, a la trampa, al arte puro, a la ficción. Y a las dichosas palomitas, ¿por qué no reconocerlo?

Y además todo sea dicho, el tiempo, y con esto ya entraríamos en la segunda vuelta, desde el siglo anterior, el XX, el siglo de los Lumiere y el cine, ha incrementado su velocidad de paso hasta unos extremos alucinantes. El gran pensador y ensayista polaco Zygmunt Bauman, recientemente fallecido, acuñó hace unos años la expresión tiempos líquidos para referirse, entre otras cosas, a esta endiablada rapidez con lo que todo acontece en  nuestra época; una rapidez con la que nuestros antepasados ni soñaban despiertos. Al hilo de esto, y lo escribo entre paréntesis, siempre me ha hecho gracia esa anécdota que cuenta que a los pasajeros que viajaban en los primeros trenes, el ver a través de las ventanillas el paisaje que fugazmente se alejaba de su mirada, podía dañarles los ojos. ¡Qué duda cabe que, menos mal, que el tiempo también sabe poner a cada cosa en su sitio!
 

Y termino asegurando y jugándome, si es preciso, una cena en el envite, a que el cine es posiblemente el mejor hijo de estos tiempos líquidos baumanianos, tiempos a toda hostia, porque reto a que alguien me diga de algún otro arte que en el raquítico espacio de 32 añitos haya pasado de producir una obra como aquella Salida de la fábrica de los Lumiere en Lyon, en 1895, a esa joya y cumbre absoluta del cinematógrafo que es el Amanecer, de Murnau, en 1927, y que próximamente también tendremos oportunidad de ver en este imprescindible cineclub FAS, con el piano en directo del no menos imprescindible Josetxo Fernández de Ortega.
Leer más...