viernes, 6 de septiembre de 2019

TOSCA PER SEMPER


Llevo ya bastantes años con esto de la ópera. Como aficionado, que nadie se vaya a creer otra cosa. Pero como aficionado, que cada día va a más. Y creo, y espero, que no esto no pare; quiero decir, esta creciente afición por el bel canto.

Pero a veces echo la vista atrás y cuando me pregunto sobre el porqué empezó en mí esta afición, no creo equivocarme mucho si lo achaco, en una buena medida, a un escrito de la atinadísima pensadora americana Susan Sontag en el que hablaba sobre la rapidez que tiene el género operístico para plantear las situaciones y las emociones que embargan y guían las acciones de sus personajes. Siempre citaría como ejemplo el Che Gelida Manina, de La Boheme de Puccini (ved, oíd y disfrutad del aria con Pavarotti en el vídeo que inserto más abajo) en donde en apenas cuatro minutos el personaje de Rodolfo descubre su amor por Mimí y se lo descubre a ella, mientras nosotros, como espectadores sabemos al momento, que será un amor correspondido y eterno, más allá de la caída de cualquier "telón".

Y a mí, que ya por entonces andaba enfrascado en las lides cinematográficas, este tema me tocó (y me sigue tocando) porque con cuántas dificultades no me habré encontrado a la hora de plasmar emociones de este tipo en un guión o en una película. Y os animo a que lo corroboréis cada vez que veis una película o tratéis de escribir un guión. Aunque la ópera hace de esta dificultad casi una nimiedad, un asunto facilón, y sin que lo sea para nada, pero la conjunción de la música con las palabras consigue que se obre el milagro, y que en 4 minutos no nos cueste adivinar que a Rodolfo y a Mimí sólo la muerte logrará separarles, y sin estar aún del todo seguros de que la burda parca vaya a lograrlo (de ahí las comillas en las que antes he encerrado al "telón").

Luego esta dificultad emocional, digamos, que yo sentía al ponerme a escribir guiones o a dirigir la misma película y que la ópera, sus compositores y libretistas, convertían, y nunca mejor dicho en un asunto de coser y cantar me atrajo y me atrapó sin remedio y aún hoy continúa teniéndome cogido por los machos.

 
Pero si ahora tuviera que concretar y decidir desde cuándo la ópera me tiene enredado con sus historias, sin duda que no andaría muy descaminado si recurro a la primera representación que vi de la Tosca del mismo Giacomo Puccini hace ya más de 25 años en el hoy ya utilizado para otros menesteres, seguramente menos artísticos, Coliseo Albia de Bilbao. Porque Tosca, y hoy (cosa extraña en mí) no he cambiado ni un ápice mi parecer al respeto, continúa pareciéndome, aparte de una de mis tres o cuatro óperas favoritas, una ópera modélica, con tres actos perfectamente armados y ensamblados, donde todo ocurre con el increíble legato y velocidad a la que aludía la imprescindible Susan Sontag y donde se plantean temas que a mí, por lo menos, siempre me han interesado, como el enfrentamiento entre la vida (con todos sus reveses y maldades) y el arte (con todas sus virtudes y bondades) y del que se queja, amargamente, Tosca en su conmovedora aria Vissi d´arte (y más desde la portentosa garganta de Maria Callas), aunque sin reparar en que, desgraciadamente, sin la amarga vida no existiría el bondadoso arte, de que ambos extremos pertenecen y hacen la misma cuerda.

Sí, reconozco que por cosas como esta la ópera continúa teniéndome bien cogido por los machos. Pero yo, tan a gusto. La función puede continuar...

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