miércoles, 23 de noviembre de 2022

ROCK AROUND THE CLOCK


Hay una impagable frase debida a Woody Allen que yo la repito en estas entradas bastante a menudo. Quien me conoce, la sabe. Pero para quien no me conozca, se la repito, y con mucho gusto. Más o menos dice lo siguiente, hasta un reloj estropeado da dos veces bien la hora al día. Y me encanta. Y comprendo con ella en mente y poniéndola en práctica que nadie puede quedar aparte, que a nadie se debe menospreciar. Todos sirven. Todos cuentan. Todos, sin excepción. merecemos la pena. Incluso los “estropeados”.

Y para dejar una breve constancia de a qué me refiero con esto de "estropeados", os voy a citar algunos ejemplos. Y del ámbito deportivo esperando con ello hacerme entender con mayor facilidad. Porque, ¿quién hubiera dicho que Lionel Messi sería, posiblemente, el mejor jugador de fútbol de la Historia, con su apenas 1,70 cms, 72 kgs,- no en vano uno de sus apodos sería La pulga- y los problemas físicos asociados a la enfermedad hormonal que le fuera diagnosticada de niño, y que aún arrastraba cuando ficha por el Barca y se viene a Europa, con apenas 13 años, desde su querida Argentina? ¿No se le podría haber colgado entonces, sin temor a equivocarnos, el letrero de “estropeado” o, por lo menos,  de no apto para jugar al fútbol? ¡Y qué confundidos hubiéramos estado, nosotros tan listillos! O echemos una ojeada a su inigualable palmarés: único futbolista con siete Balones de Oro, seis premios FIFA, la Federación Internacional de Fútbol, al mejor jugador del mundo y seis Botas de Oro. Además de ser  el primer futbolista y primer argentino en recibir un Laureus (el Oscar del Deporte), y ser incluido en el Dream Team del Balón de Oro... y sigue porque, mientras escribo esto, Leo aún no ha chutado ni regateado por última vez.

Y también sería, seguramente, el mismo cartel que se le habría colgado a Dennis Rodman, el de “estropeado” quiero decir, cuando éste pretendió ocupar, jugando al basket, el puesto de ala-pivot con sus escasísimos para la mencionada posición 1,98 cms. Y sin embargo, siete veces (1992-1998) jugador con mayor promedio de rebotes por partido; jugador con mayor número de rebotes conseguidos (1992-1994, 1998); con mayor número de rebotes ofensivos (1991-1994, 1996-1997); con mayor número de rebotes defensivos (1992, 1994, 1998), y todo esto sin dejar de mencionar que el “pequeño”  o “estropeado” Rodman comparte el récord de la NBA, la mejor liga de basket del mundo, con 11 rebotes ofensivos en un partido, logrando esta hazaña en dos ocasiones durante las Finales de 1996. Además de haber conseguido 238 dobles-dobles en una Temporada; esto querría significar, para los no iniciados, más de 10 puntos y 10 rebotes per partita, y terminando con ese estratosférico triple-doble conseguido el 16 de enero  de 1996 en un partido contra los 76ers de Philadelphia: 10 puntos, ¡21 rebotes! y 10 asistencias.

Y ahora, volteando la tortilla pero sin salirnos de las canchas de la NBA, haríamos subir a la palestra al “estropeado” Magic Johnson con sus excesivos a todas luces 203 cms. para ocupar el puesto de base y, no obstante, haber logrado el Oro Olímpico en los Juegos de Barcelona/92 formando parte del mítico Dream Team, haber sido 5 veces campeón de la NBA; 3 veces jugador más valioso (MVP) en las Finales; 3 veces jugador más valioso de la Temporada; 4, líder en número de asistencias; amén de record de asistencias en los play-offs en toda una carrera con ¡2346!, y uno más: record de  asistencias en un solo cuarto con ¡14 pases de canasta! ¿Alguien da más? Para ser un “gigantón” a Magic no se le daba nada mal eso de jugar de base, de "chiquitín", ¿verdad? Como a Rodman eso de jugar de ala-pivot a pesar de ser un “canirro”.

O sea que de todo aquello de "ni tan bajo ni tan alto" o de “estropeado”, cero patatero. Tanto Rodman como Johnson fueron capaces de dar (más que) perfectamente la hora a pesar del patético refrám o de sus "estropeadas" condiciones y dejarnos a los demás con la boca abierta y la babita colgando viéndoles por la tele.

Y para acabar y por no hacerme interminable, citaría un último reloj “estropeado”. Jokin Altuna, genio en ese deporte made in Euskadi que llamamos Pelota a Mano. Jokin disputó hace unos días una escalofriante final en la modalidad del 4 ½. (1 contra 1 y jugando hasta el cuadro 4 1/2 del frontón). Y perdió. 22-21. Por el pelo de un calvo, sí. Pero a estas alturas, con sus 25 años Jokin ya atesora 2 títulos en el Manomanista, la modalidad estrella de la Pelota, donde se juega 1 contra 1 y en todo el frontón; 1 título en la modalidad de Parejas y ¡7 finales consecutivas, con 3 títulos incluidos entre ellas, en el mencionado 4 ½!  Y todo esto con sus “estropeados”, raquíticos o justitos 1,80 cms y 75 kgs de peso para la práctica de un deporte donde la fuerza y robustez han sido siempre caracteres necesarios, condiciones sine qua non para ser un mocetón y realizar una decente carrera dentro de los frontones. El mismo Joseba Ezkurdia, el flamante ganador de la imborrable Final a la que aludíamos al inicio de este párrafo, y en un gesto que le honra, no sentía remilgos a la hora de calificar a Jokin como el no.1, el capo de la Pelota a Mano.

Y por todo esto, y es a lo que iría con Woody Allen, mucho cuidadín a la hora de emitir esos juicios tremendos y categóricos que tan rápidamente pronunciamos y a los que tan acostumbrados estamos a escuchar. Porque nadie desmerece porque sí, o porque nos dé la gana. Todo quisqui se merece su oportunidad por muy marciano que nos suene a los demás (tan listillos) concedérsela. Porque no encontraremos nunca un reloj (o un ser humano) que no sepa dar la hora /(o el callo) bien dos veces al día, por lo menos. Por todo esto (y más), gracias, Woody. Por todo esto (y más) que ¡suene la música!, ¡ el Rock Around the Clock, por supuesto!,

















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jueves, 10 de noviembre de 2022

LA MAMÁ Y LA PUTA, ENTRE EL COMPROMISO Y LA ANARQUÍA

La mamá y la puta, la película que Jean Eustache dirigió en 1973, y que volví a ver hace unos días en el incomparable cineclub FAS (de hecho esta entrada no deja de ser una reproducción del artículo que escribí para su blog), da para hablar muchas cosas; quizás demasiadas (no en vano la duración actual de la cinta, impecablemente restaurada, supera los 200 minutos). Por ello me cortaré y me circunscribiré a aquello que más me ha llamado la atención de este último visionado.
Y es que la película de Eustache supone la defunción definitiva de una manera de hacer cine, de la nouvelle vague en concreto y su formar de plasmar y mostrar a las personas y personajes que llenan su celuloide. Y es también, y como suplemento necesario a todo ello, la defunción de esa alegría histérica que emanaba de las películas de Godard y de Truffaut (sobre todo aquellas en las que interviene su alter ego o Jean-Pierre Leaud, protagonista, y no casualmente, de la cinta de Eustache). Y, sobre todo, es el candado que cierra esa dulzura de vivir que alumbraría y agitaría el Mayo del 68 y que hizo pensar a muchos que a las cosas se les podría dar la vuelta. Y es por ello también la historia de un doloroso fracaso. El fracaso que nos dice que siempre tendremos que elegir entre la mamá y la puta, entre el compromiso y el desapego. Y que esta elección encierra trampa y nunca será satisfactoria. Porque las dos opciones, o mejor escrito, Marie y Veronique, nos enseñan sus traicioneras trampas que arrojan, en el plano con el que Eustache pone final a su película, y por eso mismo importantísimo plano, al disoluto y derrotado Frederick al suelo contra un pequeño armario ante la mirada triunfante de Veronique.

Porque para mí La mamá y la puta es, sobre todo, una película sobre eso, sobre el compromiso. O sobre la falta de compromiso, por la que clama Veronique en su memorable y largo discurso, que será la moneda corriente con la que abonamos nuestras deudas y caprichos a partir de entonces, y sin que a nadie parezca importarle lo más mínimo. Y es que el Mayo del 68, más allá de sus 31 días, terminó su tiempo dando la espalda al compromiso sobre el que había basado su nacimiento y caracteres, y abrazando una especie de anarquía donde todo valía y que, sin embargo, no nos llevaba a ninguna parte. Como el devenir de los años nos ha enseñado y nos enseña. La lectura ridícula, que realiza Fredrerick, de la crítica de la comprometida película de Germi La clase obrera… no deja lugar a las dudas. Mejor, piensa este hijo del 68, follar cuanto se pueda, con esa madre (Marie) que le cuida y arropa como a un hijo (es impagable la visita que hace a su boutique y su manera disimulada de espiar, como un chiquillo, a una clienta que, en esos momentos, está desvistiéndose en el probador), y esa puta-enfermera que se junta desesperadamente con todo aquello que se mueve y que, por fin, se ha enamorado de este insustancial hijo del 68, al que el compromiso le incordia como una piedrecita en el zapato.

Y si al final Fredrerick acaba comprometiéndose ante la insistencia de Veronique, pegando un portazo a las correrías (¡ese fugaz tránsito que los personaje de
Band Apart realizan al “comprometido” museo del Louvre), a la diversión-sin-más (tantos fragmentos del Free Cinema) que compusieron su paso por ese Mágico Mes de Mayo, no pensemos con ello en ningún clásico Happy End sino, más bien, en un punto-y-seguido que por lo que experimentamos en nuestras propias carnes no es ni mucho menos Final…, ni mucho menos Feliz.

PDs,-

(1) Y otra impagable enseñanza: La mamá y la puta, entre algunos otros títulos, nos hizo creer a muchos que el realizar una película estaba al alcance de cualquiera, de aquel o de aquella que se lo propusiera con relativa terquedad. Y que, a partir de ahí, todo era posible.

(2) Y una más: que me encantan las buenas y largas películas. Aquéllas en las que se siente al tiempo trascurrir mientras los más perezosos y agotados espectadores van abandonando lentamente sus butacas. Yo lo siento por ellos. De verdad.

(3) ¿O podría entenderse, acaso, el cine de Woody Allen sin
La mamá y la puta? ¿Esos paseos sobre el Hudson que al anochecer toman Woody Allen y Diane Keaton sin los encuentros a orillas del lago que realizan Frederick y Veronique?

(4) Y ahora sí, la última: pero sin olvidarnos que, como dijo aquél, mucho antes que el compromiso está siempre la honestidad.

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