sábado, 7 de junio de 2014

LA CANCIÓN DE MARIETA

En plan relax o simplemente, delicatessen, y más para estos convulsos y atropellados tiempos que
corren, os recomiendo escuchar esta pequeña joya que es La canción de Marieta, interpretada en esta ocasión por la gran Renée Fleming en el Teatro Colón de Buenos Aires hace un par de años, y que pertenece a una de las últimas obras de arte que nos ha regalado la Música con mayúsculas como es La ciudad muerta, la ópera que el compositor austriaco Erich Wolfrang Korngold (sí, ¡el mismo que ganó el Öscar a la Mejor Banda Sonora en 1938 por Las aventuras de Robin Hood!) escribió en 1921 antes de exiliarse a los EEUU, por motivos que a todos nos vienen a la boca en forma de arcada.

Y aprovecharía, ya que estamos, el aria y la magnífica voz de Renée Fleming para anunciar una próxima entrada en este blog sobre un tema que siempre me ha sorprendido como es el escaso reconocimiento, cuando no fragante desprecio, que tienen los músicos que han dedicado parte de su talento a escribir música para cine (¿quién dijo "Nino Rota"?: escuchar, como desagravio, su bonita Suite para la película Abdicación incluida asimismo este blog) entre sus otros compañeros de profesión más ¿serios? (sic) o reacios a estas incursiones cinematográficas. Estoy seguro que darle un par de "vueltas" al asunto servirá para engrasar y desatascar más de una "tuerca".

Leer más...

jueves, 5 de junio de 2014

ABDICACIÓN

Que nadie se eche las manos a la cabeza. Que tampoco es para tanto. Aunque a casi todo quisqui nos ha cogido desprevenidos. Pero lo dicho: "tampoco es para tanto". El rey, Juan Carlos I de España, ha abdicado. Sí, pero algún día tenía que hacerlo. Tampoco se iba a eternizar. Ni se puede andar jugando con las personas, y menos aún con un  hijo, y hacer, por ejemplo, como la reina madre (o madrasta, diría yo) de Inglaterra con Carlos al que su papel de príncipe heredero, juntándose con los años que va cumpliendo el hombre ya más que maduro, viejo, ha terminado por llevarle hacia una patética y triste ridiculez, hacia un no saber qué hacer con su vida, hacia un qué pinto yo en este mundo. Eso no se le hace ni al peor enemigo. Por eso me alegro de que Juan Carlos I haya abdicado, que haya dejado paso para que su hijo, Felipe, VI creo, pueda hacer lo que le han enseñado a hacer. Y que acierte o que se equivoque. O que meta la pata hasta las rodillas. Y que sea lo que Dios quiera. Porque todos nos merecemos nuestra oportunidad. Y si además esta abdicación está motivada por ese dejar el terreno libre a una "nueva generación joven", tal y como se le ha oído comentar a Juan Carlos I, pues mejor que mejor. Porque es otra muestra, y van ya muchas, de que mi libro Divino Tesoro, sí porque-yo-he-venido-aquí-para-hablar-de-mi-libro-etc.-y-etc., está particularmente "sembrado". Porque en estos tiempos jóvenes, o  ADSL (como a mí me gusta llamarles), que corren que se las pelan, nadie con una muleta bajo el brazo puede pretender seguir su ritmo sin tropezarse y meterse un buen estacazo contra la acera.

Así que me alegro. ¡Por mí, y por todos mis compañeros! Y de cualquier forma, y ya que hablamos de "abdicaciones", y para terminar con esta entrada, yo recomendaría que no nos tomáramos demasiado a pecho estas historietas "borbónicas" a las que el tiempo colocará en el lugar que les corresponde; y que mucho mejor haríamos en disponernos a ver una noche cualquiera aquella excelente película de Anthony Harvey, con una, ésta sí, majestuosa música de Nino Rota, que se llamó, y se llama precisamente, Abdicación




Leer más...

miércoles, 4 de junio de 2014

EL SUEÑO DE BELA LUGOSI

 
Tampoco me he dado mucha prisa pon ponerme a escribir sobre el resultado de las últimas Elecciones Europeas. Y estas no-prisas me han echado encima una especie de modorra, de pesado hastío que no me han hecho sino dejar pasar de largo la susodicha réplica en la creencia de que “no hay demasiado que añadir” o de que ya “todo está añadido”, vendido, embalado y enviado a quien pudiera interesar.

Porque tal y como hacía constar en la “entrada”, Cañete y Elena en la luna de Valencia(no), del 22 de abril, el batacazo de la pobre Elena estaba cantado (y cantado además no por un majestuoso Frank Sinatra, por ejemplo, sino por Los del Río más txungos y patéticos, que no estaban muertos, no, que siguían de parranda). Elena no se ha enterado de nada. No ha sabido leer en las circunstancias. Y toda la trayectoria de ese circo de mítines, debates, y cualquier otro método para-llegar-al-electorado se le ha torcido y caído encima de las narices. PSOE, K.O. Y ella, la pobre Elena, aún preguntándose el porqué.

Estuve acertado, modestia aparte. Por una vez y sin que sirva de precedente. Elena ya estaba instalada en la luna de Valencia(no). Y a los que interesa ya sólo les quedaría desear que no durara mucho su estancia en el rocoso satélite. Porque, ¿durante cuánto tiempo van a estar los sufridos militantes y los no tan sufridos barones subiéndole la comida hasta allá arriba? Me temo que muy pronto se van a hartar. Estas cosas suceden, a menudo, con la política. Y quien no se entera pasa hambre.

Pero Cañete, ¿qué ha pasado con Cañete, con nuestro entrañable Papá Nöel? Porque su historia es otra historia. Lo tenía todo para triunfar. O, por lo menos, tenía la imagen de esa Bondad en persona, y en mayúsculas; con su lustrosa mochila repleta de regalos para grandes y pequeños. Y sin embargo, algo ha fallado. Su nave también ha zozobrado. Ha descuidado el rumbo y se ha pegado de morros contra algún arrecife, en algún ignoto rincón del vasto océano aunque, bien es verdad, sin llegar a los extremos, del avión ése de las líneas malayas, al que meses después aún andan buscando.

Porque el caso de Cañete no tiene tan difícil explicación. Y menos para cualquiera que haya reparado, con el detenimiento preciso, en esa anterior entrada de Cañete y Elena… Ya en ella equiparaba la imagen de Cañete con la de Papá Nöel sustentada en sus incuestionables parecidos físicos. Luego con eso la mitad de la batalla estaba ganada. En estos tiempos, se entiende y como trataba de explicar en Divino Tesoro, en que la imagen y el parece-ser son, realmente, las únicas consignas que valen. Pero aquello sólo era la mitad de la batalla, porque la otra mitad, y la guerra entonces, consistiría en llevar a la práctica, cuidadosa y debidamente, la mencionada consigna. Y en esto Cañete ha fracasado estrepitosamente.

Porque ninguno de los avezados asesores del ministro ha sabido extraer rédito alguno de ese incuestionable parecido navideño. Antes al contrario han enfrentado a Cañete, a Papá Noel en un vocinglero cara a cara televisivo con Elena, en donde saltaron algunas chispas y Cañete, perdón Papá Nöel, perdió papeles, bolis y rotuladores y mostró una cara arisca y… casi antipática. Y lo mismo sucedía en los mítines en los que no se cansaba de repetir, en un tono demasiado airado para venir de donde venía, es decir, de Laponia o de por ahí arriba, las calamidades de los “sociatas” y las virtudes de sus ilustres compañeros de fatiga. Craso error: demasiado vulgar, demasiado terrícola, demasiado “más de lo de siempre”. Y a Papá Nöel todos le pedimos más, pero un “más” diferente. Y sobre todo que nos lo diga como el más cariñoso y pícaro de los abuelotes. De “buen rollo” y nada de exabruptos y broncas catódicas o de taberna. En eso te has equivocado.

Si tu imagen, Cañete, te designa como el Papá Nöel de nuestros tiempos debes saber estar a su altura de semejante privilegio. Y en caso contrario, tendrás que pagar la traición y rascarte los bolsillos. A riesgo de quedarse sin blanca. Que es lo que, figuradamente, te ha pasado. Además la Bondad, que es lo que Papá Nöel representa para todos los que alguna vez hemos sido niños, o sea para todos, incluidos (por supuesto) a los electores (que son los que a fin de cuentas te interesan) tiene sus pequeñas, y a veces no-reconocidas, particularidades. Me explico y te explico.

A la imagen de la Bondad hay que rendirle una sagrada pleitesía. Quizás a ninguna imagen se pueda defraudar pero a la Bondad menos que a ninguna. Si vas de o si pareces bueno, una buena persona, tienes que serlo necesariamente. En caso contrario la decepción que se llevará contigo el receptor de dicha imagen será doblemente sangrante. Por un lado, por el encono y la crispación que en sí misma lleva la Maldad, el reverso de la Bondad para entendernos. Pero por otro, y éste es el lado más importante, y el que más me gustaría destacar aquí y ahora, por el sobresalto, por el vuelco que nos mete el corazón, por la desagradable sorpresa, cuando no susto literal que nos produciría ver u oír hablar al supuestamente entrañable Papá Nöel como a un tipo normal y corriente, como a nosotros mismos. Y es que, ahora, esa teórica normalidad cuando lo que esperamos son las sonrisas y consejos del más comprensivo y cándido “pedazo de pan” se nos antoja insuficiente, casi una falta de respeto. Y entonces, Cañete, tu imagen de Papá Nöel se vuelven con toda su artillería (que es mucha) en tu contra. Y estás perdido.

Sobre todo esto Bela Lugosi, ese actor del cine de terror americano que se hartó de provocar escalofríos entre el público y de hacer, con mayor o menor acierto, de Drácula, contaba en una entrevista que lo que más miedo le daba a él en el mundo, y con la que temblaba como una criatura, era con un sueño que venía a visitarle sin previo aviso algunas noches. El sueño, en cuestión, consistía en que él estaba durmiendo plácidamente en su cama. Fuera era de noche y tronaba y llovía como si nunca antes hubiera tronado ni llovido. Y de repente alguien llamaba a la puerta. Y Bela se despertaba sin acertar a decir si lo que había oído era un timbre o si no había oído nada. Pero entonces el timbre volvía a sonar, y ya no había dudas. Y Bela esperaba. Por si el intruso estaba equivocado. Pero el timbre, convencido, volvía a sonar. Y Bela, sorprendido por el timbre, por la hora que era, y por la desapacible noche que golpeaba los cristales de las ventanas, no se atrevía a mover un músculo. Pero el timbre volvía a sonar. Y cada vez con mayor insistencia. Sin parar un segundo. Así que por fin, Bela decidía levantarse. Y avanzar muy lentamente por el pasillo hasta llegar a la puerta. Y en ese instante, temblando de pies a cabeza, decidía coger la manilla, doblarla hacia abajo y abrir. Y lo que veía era a un payaso con el dedo apoyado en el timbre. El payaso le miraba y sonreía con su risa pintarrajeada…  Y entonces Bela, empapado en un frío sudor, se despertaba de golpe en su cama.

Y esto sería el resumen de lo que he querido decir. No hay cosa más terrorífica ni decepcionante (en nuestro caso) que lo inesperado, o que un payaso llame a nuestra puerta a las 4 de la mañana durante una noche de perros, o que Cañete-Papá Nöel discuta acaloradamente de política con su contrincante como un vulgar candidato del Partido Popular a las Elecciones Europeas.   
Leer más...

lunes, 2 de junio de 2014

LEBRON, EL REY

Sólo una cosa. Admiremos cómo LeBron, el Rey, se toma el gesto de Stephenson de soplarle, puñetero, en el oído durante uno de los decisivos partidos de las series de los play-offs de la NBA que han enfrentado a los Heat de Miami contra los Pacers de Indiana.

El Rey, hoy que el nuestro ha abdicado, muestra una actitud impecable. Por un lado no se rebaja a contestar el gesto de su adversario. LeBron es el Rey, y el Rey nunca se molesta por los infantiles "prontos" que afectan, de vez en cuando, a sus "súbditos". Ese no hacer aprecio de LeBron desnuda en su nadería más "nada" la actitud y al mismo personaje que sopla para eso: para nada.

Pero es que además el rostro que compone Lebron es bonito, casi cinematográfico: no sólo aguanta al busca-bocas-de-Indiana sino que aguanta el plano, compone una escena de una serenidad y aplomo majestuoso (¿no está el mismo Mizoguchi a la vuelta de la esquina?), propio de alguien que sabe que medio mundo le está mirando y aguardando su reacción ante la provocación del rival. Y es, en esos momentos, cuando el Rey sabe también que debe estar a la altura de su corona y se muestra como lo que es: el admirado (y su reacción es sólo un ejemplo del por qué de esa admiración) y magnífico monarca (de la NBA). Su indisimulada sonrisa es real. Su mirada está más allá del vulgar Stephenson (al que ni mira) y de la misma cancha de baloncesto. Cuando se está tocado por los dioses hay que demostrarlo. Sí, sobre todo eso: de-mos-trar-lo. Y el resto de los mortales le rendiremos la pleitesía que se merece y que le hace diferente. O encenderemos la televisión y le veremos jugar al basket como lo que es: el mejor jugador del mundo: el Rey.





Leer más...