viernes, 27 de marzo de 2015

ATHLETIC, QUE NADIE DUERMA EN BARCELONA

 

Todavía estoy rumiando la jugada y el gol que nos ha metido el Barcelona antes de comenzar la Final de Copa de este año. Porque si jugar el partido en su propio estadio no es un gol tempranero que baje Dios y que diga lo contrario. Pero meterse en estos jardines y con estos cuatreros trae estas consecuencias. Se quiso traer la Final a Bilbao, a nuestro flamante y recién inaugurado San Mamés y nos hemos encontrado con lo que ahora tenemos. Por eso no debemos tener dudas de que se peleó por conseguir la Final para Bilbao. Éstas son las cosas que tiene buscarles las cosquillas a los abusones. Quienes hemos pasado y jugado miles de recreos en patios de colegio “unisex” nos lo sabemos de memoria. El resultado de la lucha no deja lugar a las dudas. La Final no sólo no se jugará en San Mamés sino que se disputará en el campo que nunca quisimos, en el campo del rival, del “abusón” de turno: en el Nou Camp. Si no queríamos taza, tomad, taza y media. Pero no nos achantemos antes de tiempo. Que el gol encajado no cuenta. Porque el árbitro aún no ha hecho sonar su silbato. Seguimos 0-0. Y velando armas. Que nadie duerma en Barcelona…

Nessun Dorma!

Porque que no atiendan a tus razones legítimas es un detalle que debe tenerse en cuenta pero continuar tan campantes,  como si nada hubiera ocurrido, es poner la mejilla para que te aticen otro tortazo. Y este segundo tortazo, por pardillo. Quiero decir que si la Final nos la han birlado (los cuatreros, digámoslo ya) y se la han llevado a Barcelona no vamos a ser tan canelos de echar a correr para reservar habitaciones, al precio que a ellos más les apetezca, en los hoteles de Barcelona, en los “albergues” del señor Gaspart; y a comer y a cenar y a beber en Las Ramblas y Canaletas… ¡Eso no! Si quieren “forrarse” que se pongan un abrigo. Humildes y pobres… seguramente. ¿Apaleados?, ¡jamás! Que nadie duerma en Barcelona…

Nessun Dorma!

Y por eso propongo una insumisión. Y al enemigo, ni agua. Que ningún hincha del Athletic que viaje a Barcelona a presenciar la Final duerma en un colchón en Barcelona. Y para ello barajo dos posibilidades: salir muy temprano y animosos desde Bilbao, o más descansados y prudenciales, pillar alojamiento en alguna de las bonitas ciudades y pueblos aragoneses, cercanos si se quiere a la frontera catalana, despertarnos bien entrado el día y arrear hasta el Nou Camp para darlo todo por el equipo. Que nadie duerma en Barcelona…

Nessun Dorma!

Porque habrá que emprender el viaje bien pertrechados. La comida y la bebida en Barcelona, ni tocar. El almuerzo, los bocatas, el kalimotxo y la bota de vino nos lo llevamos puesto. Y después de la Final, tanto si se ha perdido como si se ha ganado, para casa. Si el resultado ha sido una derrota, a ahogar las penas y la mala suerte, y los postes si los ha habido en algún rinconcito tan lejos de La Masía como de Marte, pero con la bebida más a mano que la Plaza Moyúa. Y si el resultado ha terminado con una victoria histórica, a regresar a bocinazos al Botxo, como si nos persiguiera el mismísimo Atila. ¡Y a preparar la Gabarra! ¡Y a alborotar las calles de Bilbao! ¡Y a pensar que por unos días el mundo entero cabrá en nuestras Siete Calles! ¡Y que Dios también se vistió, por esta vez, con la camiseta rojiblanca! ¡Y que los abusones y los cuatreros, en esta historia, se han llevado, por fin, su merecido! Que nadie duerma en Barcelona…

Nessun Dorma!
¡Así vencere(mos)!
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martes, 24 de marzo de 2015

MARLON BRANDON & R. L. STEVENSON, PARECIDOS RAZONABLES


Hay “parecidos razonables” que descolocan o que, por lo menos a mí (ya que éste me afecta directamente a mí), me dejan absolutamente perplejo. Sin saber muy bien qué pensar exactamente. O pensando que, tal vez, las cosas mantengan entre ellas una relación que no alcanzamos a comprender y que cuando la tenemos delante de los ojos nos deja fuera de juego, y por bastante más que un “palmo”.

Y a ver si consigo explicarme. Una de mis películas favoritas, una de ésas por las que siento una particular e inmarchitable admiración es El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks), el western que Marlon Brandon dirigió en 1961. ¿Las razones? Muchas. Y muy variadas. Por ejemplo, que es la primera y única película que realizó el actor americano. Como me ocurre a mí con mi ópera prima, y de momento única película en mi “austera” filmografía, que sería Lo mejor de cada casa (Una semana en el parque). O porque El rostro impenetrable es una rareza. Vosotros diréis: una película del Oeste dirigida e interpretada por Marlon Brandon y cuya duración sobrepasa… ¡las 2 horas y cuarto! Y yo siempre he sentido una franca afinidad por estas “rarezas”. Por lo que no es como lo demás. Por lo que es y presume de ser diferente. Y en esto El rostro impenetrable no se esconde. Es una película diferente. Y muy larga. Y más tratándose de un western clásico. Sin duda que también eso la “toca” con la varita de la singularidad. ¿Y qué más? Quizás su director y actor principal. Porque reconozcamos que Marlon Brandon puede ser muchas cosas pero un tipo normal y corriente me temo que no. Aunque tampoco sabría decidir si ése es el motivo o uno de los motivos pero, en cualquiera de los casos, me atrevería a afirmar que una vez que se ha visto El rostro impenetrable uno no se olvida tan fácilmente de ella. Y seguramente la estupenda música de Hugo Friedhofer también tenga algo que decir al respecto. Y los actores, empezando por los siempre espléndidos Kart Malden, Ben Johnsom, Slim Pickers, Elisha Cook Jr o la misma Katy Jurado. O esa bonita historia de amor imposible que se crea entre dos seres tan opuestos como el forajido y canalla que interpreta Brandon y la ingenua e inocente Pina Pellicer.
 
No, no sabría con qué quedarme. Si apuntar a una razón o apuntar al aire y quedarme con todas… o con alguna otra que, en una primera y precipitada batida, me habría dejado en el tintero. Porque, vamos a ver, ¿qué es lo que hay en El rostro impenetrable, en un western, que no encontramos en ningún otro? Y entonces, a nada que lo pensemos, tal vez demos con la respuesta: ¡el mar! Claro, El rostro impenetrable transcurre en Monterrey, California, a la orilla del Océano Pacífico, y el mar es un elemento que en la película siempre está ahí, en presente, azotando con el rumor de las olas su banda de sonido e impregnando sus fotogramas con un inconfundible sabor a salitre y a arena mojada.

Claro, siempre nos acordamos del mar cuando pensamos en El rostro impenetrable. Y éste será un recuerdo que siempre nos acompaña, que desvela posiblemente que alguna vez, en algún tiempo muy remoto, todos sacamos nuestras cabezas del agua, que todos en definitiva venimos de allí. Y de aquí, entonces, el encanto que destilaría y que siempre tendrá El rostro impenetrable. El gran, y nunca suficientemente añorado, Jose Mª Latorre lo anotaba a menudo en sus comentarios sobre la película: el mar hace que El rostro impenetrable sea una película fascinante, única en su género y… singular. Y yo lo corroboro. Y continúo (con aquello a lo que iba).
 

Porque la tarde pasada leía uno de los ensayos que escribió el mejor, para mí el mejor escritor (junto con William Faulkner) que haya emborronado jamás una cuartilla en blanco, y que no es otro que Robert Louis Stevenson. El ensayo se titulaba, o se titula, La antigua capital del Pacífico y en él Stevenson nos habla de su estancia en Monterrey, el mismo lugar que eligió Brandon para rodar su rostro impenetrable. Y Stevenson redacta el ensayo alrededor de 1880, un año que no quedará lejos del tiempo en que transcurre la película de Brandon. Y Stevenson escribe (y ésta fue la sorpresa mayúscula que sentí mientas lo leía, la que me  impulsa a pergeñar estas líneas), las olas que lamen suavemente las escolleras de Monterrey se hacen más grandes cada vez, en la distancia; (…) y en todas partes, incluso cuando hace buen tiempo, el rugido lejano y electrizante del Pacífico resuena por la orilla y los campos adyacentes, como el humo que se eleva sobre un campo de batalla. (…) Un rasgo común en toda esta región es la presencia perpetua del océano. El sonido lejano de las olas te sigue hasta las profundidades de los cañones del interior.

Y ya está. Porque ya no me cabrían dudas que las sensaciones que Stevenson y Brandon experimentaron contemplando Monterrey fueron las mismas, sólo que con ¡80 años de distancia entre las dos! Y que estas dos expresiones artísticas, dejemos ahora de lado cualquier agravio comparativo entre ellas, tan imprescindibles en mi imaginario como lo son la prosa de Stevenson y El rostro impenetrable de Brandon se estrechen las manos, más allá del tiempo, sobre las cálidas aguas que bañan los alrededores del Monterrey de finales del siglo XIX, me ha parecido motivo más que suficiente y sobrado para dejar constancia de ello en este artículo de este humilde “aprendiz de la vida”, que no deja de asombrarse ante las increíbles cosas (¿o no son, acaso, éstas el material, parafraseando al halcón maltés, con se forjan estos “parecidos razonables”?) que le va contando aquella que como decía el poeta, y como Brandon en la soberbia escena que cierra su película, va a “dar en la mar, que es el morir”.
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domingo, 15 de marzo de 2015

LA MEJOR PELÍCULA ESPAÑOLA DE LOS ÚLTIMOS AÑOS

Cuando me preguntan por mi película favorita de los dos últimos años, por ejemplo, me siento ante todo perplejo porque la opinión de uno siga contando para algo o que, por lo menos, despierte la curiosidad de un semejante (ya que supongo que si me lo pregunta es porque ese semejante tiene interés en conocer mi respuesta al respecto y no, simplemente, por escuchar el tono de mi voz o por comprobar que ésta me haya "cambiado", ya que los 14 años los dejé atrás hace tiempo y a Dios gracias).
 
Pero la pregunta, aparentemente sencilla, no tiene tan fácil contestación. Quizás debiera remontarme a los lejanos tiempos de Una historia verdadera, esa maravilla sobre el tiempo y la vida de David Lynch o al Fausto que Sokurov rodara en plenitud de condiciones y con todo ese ruido y furia shakespearianos que el director ruso es capaz de poner en imágenes (y que hoy en día, y aparte de él, no se me ocurre a ningún otro). Me gustó también El sueño de Ellis, una versión muy sui generis de La Strada felliniana con Marion Cotillard en lugar de Guiletta Masina, Joaquin Phoenix por Anthony Quinn y Jeremy Renner por "El loco" de Richard Basehart y un increíble finale a lo Moonfleet con Cotillard perdiéndose entre las olas a bordo de una barcaza como un trasunto del Stewart Granger de la película de Fritz Lang, pero dirigida ésta por James Gray, que a nada que se lo proponga acabará convirtiéndose (¿o acaso no lo es ya?) en el mejor director de cine americano. Y no sé,... me sobran dedos, muchos dedos.
 
Y sin referirme aún a este país, a nuestro país de marras, a éste con una mala salud de hierro, que decía Ortega, y a prueba de bombas fabricadas con el 21% de IVA. Pero si el curioso en cuestión me persiguiera y preguntara por mi película española favorita de los dos últimos años ya estaría tocándome los c.... con las dos manos. Porque pensar en este tipo de cosas sólo puede hacerte emprender un viaje a través de todas las películas españolas que recuerdo haber visto y volver encogiéndome de hombros y con las alforjas más vacías que la despensa de Gandhi, o provocarte directamente el más inmenso dolor de cabeza..
... Pero de repente ¡una luz! Sí, la promoción que TVE realizó para publicitar la emisión de cine clásico en su cadena. Sí, ésa es mi "película" favorita española de los últimos años. Lo confirmo. ¿Y que no es una película?, ¿qué sólo dura minuto? Me da lo mismo. Esas imágenes, sobre la bonita canción de Lara del Rey, son lo más emocionante que he visto por parte del cine patrio en mucho tiempo. Una estupenda miniatura animada. ¿Y es que tal vez nos esté llegando la hora de replantearnos definitivamente las películas en hora y media, en tres actos, en tantos planteamientos-nudos-desenlaces y buscar o enredar con otras estructuras, formatos y duraciones, con otros motivos que no nos hagan salir despavoridos de las salas de cine o soltar tan sonoros ronquidos que hasta Phil se despertaría de su letargo antes del 2 de febrero, del Día de la Marmota para los no avisados?
 
Y os pongo la promo y citadme ahora vosotros otra reciente película española mejor que ésta.    

 

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viernes, 13 de marzo de 2015

ELMER BERNSTEIN & RAVEL, PARECIDOS RAZONABLES

 
En la entrada fechada el pasado 8 de julio de 2014 inauguré (¡que pretencioso me suena ahora que lo  escribo!) una sección que llame de forma, no muy original que digamos, parecidos razonables, y en cuya 1ª edición citaba una canción Silence, Sea & Sky de The Chameleons y el tema principal de Twin Peaks escrito por Angelo Badalamenti, como curiosos "parecidos", dadas las diferencias geográficas, temporales y musicales que existen (espero que esto nadie lo ponga en duda) existentes entre el grupo inglés y el compositor de Brooklyn.
 
Pero pienso que esto de los "parecidos razonables" es uno de los ejercicios más saludables que podemos realizar metidos en estas "huestes artísticas" ya que se trata del mejor que demuestra, o por lo menos me lo demuestra a mí, que las líneas que configuran a los distintos artistas lejos de ser líneas paralelas, sin contacto alguno entre ellas, son justo lo contrario: líneas transversales, líneas de fuga (que diría el imprescindible filósofo francés Gilles Deleuze) que se cruzan continuamente y de cuyos encuentros surgen nuevos temas, nuevas melodías, nuevos actos de creación.
 
Por esto siempre he insistido, en mis clases, en tomar por bandera un aprendizaje continuo, que nunca se termine y que nos permita descubrir tantos parecidos razonables como nos sea posible. Porque este rastreo de similitudes de fondo y/o forma, lejos de darnos la pueril excusa de ir corriendo a cualquier oficina de Derechos de Autor a denunciar un miserable plagio, nos debe servir como impagable ejemplo de que el Arte, en mayúsculas, no es sino Uno, también con mayúsculas: aquella expresión al alcance sólo de los seres humanos, la que hace que podamos ser, al mismo tiempo, humanos o, como diría Nietzsche, demasiado humanos.
 
Y me animo, y confío en seguir con la sana costumbre (indicio de que aún no me he convertido en piedra o pedrusco), y traigo a colación una 2ª entrega de estos "parecidos razonables" que no harían referencia sino al Tema Principal de la película Matar a un ruiseñor (To Kill A Mockingbird), de Elmer Bernstein, que de vez en cuando pienso que es el mejor Main Theme, que dirían en Hollywood, escrito para cine y el Menuet o 3º movimiento de la suite para orquesta Le Tombeau de Couperin, una delicatesen de Maurice Ravel (para quien no tenga paciencia, cosa que lamentaría, de escucharla entero, el Menuet empieza en el minuto 9 y 43 segundos). Y sugerir, apenas, antes de dejaros disfrutar con ellas que los "parecidos" entre ambas, más que en sus notas y acordes, yo los derivaría del aire que "sopla" sobre las dos piezas y que vuelven a congraciarme, ¡una vez más!, con este género humano al que pertenezco, me guste o no, y que no puedo negar que en muchas ocasiones, en muchas más de las que debería, me saca, y me temo que continuará sacándome, de quicio.
 
     MATAR A UN RUISEÑOR, BERNSTEIN               
 



  LE TOMBEAU DE COUPERIN, RAVEL  
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jueves, 12 de marzo de 2015

QUÉ VIENEN LOS RUSOS

 
No sé lo que ocurre o, mejor dicho, si sé lo que ocurre pero se me escapan los motivos de que todo transcurra detrás de una simple máscara demonizada, cuando no de franca (e injusta, ya que aún no habrían hecho nada: ni bueno ni malo) antipatía y desdén. Porque, ¿a qué obedecen estos “gritos subidos hasta el cielo”, estas voces crispadas, esos tertulianos de diferentes ideologías, analistas en distintas televisiones y espacios radiofónicos puestos, sin embargo, unánimemente de acuerdo por una vez y sin que el medio de comunicación, sea cual sea su bandera, coaccione sus opiniones sobre el indiscutible ascenso al poder de Syriza en Grecia o los espectaculares resultados que las encuestas vaticinan sobre Podemos en España?

A mí que me gusta mucho el cine me viene a la memoria aquella película de Norman Jewison que en este país (eran años 60) se tituló ¡Que vienen los rusos!, pronunciado a modo de ¡socorro! o ultimátum desesperado hacia toda la población, tal y como lo soltaría, después de tantos meses de incertidumbre, el más solícito y tembloroso de los centinelas, apostado sobre un andamio al borde de una playa y sin quitar ojo (¡Dios le libre!), prismáticos en mano, a todo aquello que pudiera suceder o venir allende los mares. Y aunque alguno pensara que este desembarco de tan indeseables huestes (sic) nunca fuera a pasar, ha pasado. Y los rusos ya andan sobre la arena. Perdón, Syriza y Podemos ya están entre nosotros. Y vienen para quedarse.

Pero, ¿a cuenta de qué tantos miedos, tantas precauciones, tanto ¡cuidado!? Al fin y al cabo, ¿no son hombres y mujeres como nosotros y nosotras los que componen el número de afiliados y simpatizantes de los dos partidos, aunque Tsypras no haya nombrado a ninguna mujer para su primer gabinete y eso haya enfurecido y recargado las pilas de feministas y hombres bienpensantes con motivos indiscutibles- sic- e incrementado, por si alguna falta hiciera, las críticas y los malos augurios? Pero, ¿justifica eso, al fin y al cabo una muy vieja versión de la tan cacareada “guerra de sexos”, tanto revuelo?, ¿tanta “mieditis”? Yo creo que los tiros, si persistimos en hablar de “guerra”, van por otro lado.

Y es, tal vez, lo que se nos antojaba tan baladí, tan ficticio, cinematográfico e insustancial como aquel ¡que vienen los rusos!, a modo de torticera versión “telón de acero” del más infantil ¡qué viene el lobo!, no sea, en el fondo, ni tan baladí (porque es más serio de lo que parece, y eso trataré de mostrar en estas líneas), ni tan ficticio ni cinematográfico (porque es muy real), ni tan insustancial (porque es muy sustancial), cuando detrás de todo ello, de todas las cortinas de humo se me aparece con la máxima y terrible claridad la eterna aversión a los postulados que sostiene la izquierda más radical.

Aunque no se me malinterprete. Que escribo “radical” no con un sentido extremista, yihadista o arcaico, del tipo de que ¡no quede en pie ni una iglesia, ni una sotana sin agujerear!, sino en la más noble acepción de una izquierda que no ha torcido aún los brazos, que se niega a verse domesticada; una izquierda, izquierda, zurda, mcenroe, impertinente, siniestra y orgullosa de ser todo eso (por lo que siniestra tendría de un toque de “asustador”, de “despertador” de unas conciencias ya dormidas durante demasiadas noches); dispuesta a cambiar lo que crea que debe cambiarse. Y sin que el pulso vaya a temblarle con el cambio.

Y entonces, ¿qué pasa?, ¿qué hay de malo en ello? Y pregunto, ya sin miramientos de ninguna clase, si toda esa inquina no responde, realmente, al nulo encaje que la izquierda-izquierda tendría en los esquemas sobre los que nos estamos empeñando en construir esta mastodóntica y macroeconómica Europa del euro; estos serían, capitalismo, más o menos, salvaje y campando, más o menos, a sus anchas, obscenas y progresivas desigualdades entre una población que cada día pinta menos (ya lo dijo Marx, un sistema que perfecciona al obrero pero que denigra al ser human), que cada día está más micro y desafectada de esas cifras macros bajo los gritos, éstos también, de ¡sálvese quien pueda!, y que Europa y este mundo globalizado, en general, quieren convertir en los únicos índices a tener en cuenta, como si el pan y el periódico llegaran a nuestras mesas sobre las alfombras mágicas de PIB.

¿Y no tendríamos pruebas suficientes para probar un cambio de rumbo? ¿No sentimos unas ganas inmensas de meter el pan, ya que hablamos de “pan”, en otra salsa? ¿Una roja de tomate, por ejemplo? Simplemente por curiosidad. Aunque cierto es que, como dice la canción, la curiosidad mató al gato, pero ¿quiénes de los que están leyendo estas apresuradas, como siempre, líneas son un gato o tienen cuatro patas? Pero lo dicen y lo repiten todos, ¡que vienen los rusos! Y ya me lanzo porque, ¿no fueron precisamente esas mismas y absurdas palabras las que hicieron posible hace 70 años (estos días en los que, irónicamente, conmemoramos la liberación de Austwitz) uno de los capítulos más sangrantes y vergonzosos de la Historia de la Humanidad? Porque ese maldito e hipócrita aviso (sí, ya va siendo hora de que llamemos a las cosas por su nombre) contribuyó a que las principales potencias europeas (o Francia y Gran Bretaña) y los EEUU de América demoraran su intervención en los planes que Hitler llevaba madurando desde muchos años antes, desde el 31 o el 33 o mucho antes, cuando el huevo de la serpiente era sólo eso: un huevo y tal vez con un certero y contundente golpe de cuchara nos hubiéramos ahorrado los disgustos que nos vinieron después por todas partes, y cuyas consecuencias aún sufrimos 70 años después (y los que nos quedarán, porque estas cosas no se arreglan como un grifo que estuviera goteando)?

Pero quizás todo esto no sea tan difícil de entender si apelamos al furibundo antagonismo que plantea entre el capitalismo y el comunismo; dos estructuras económicas que, seguramente, lo único que tengan en común sea precisamente esa categoría de estructura y de ordenadores de los ámbitos económicos. Y que desde este status de las “perras” haría que los restantes difirieran también como el agua del vino. Aunque tampoco esto debería ser ni dar para tanto porque las mismas nociones de “estructura” y “ordenador” ya recogen muchas ideas que hacen que los dos regímenes no puedan asimilarse bajo esferas tan antagónicas, como el día y la noche, el círculo y el cuadrado o el agua y el vino.

Por lo menos se me ocurre y confío en que los dos sistemas desean que los hombres y mujeres que viven y se rigen bajo sus auspicios lo hagan de la forma que creen más justa y armoniosa. E, incluso, me atrevería a conceder que esa forma fuera diferente en ambos casos pero lo que nadie, ni en las peores circunstancias, debería poner en duda es de que para los dos sistemas su forma es la más justa y armoniosa. Y esto, desde que los griegos decidieron inventar la filosofía, se ha asimilado siempre con lo mejor.

Así que si vienen los rusos, que vengan. Y dejémosles que hagan aquello que crean más justo. Que por ahí nunca nos van a ir mal (o peor) las cosas. No les neguemos la oportunidad (¿o no decimos, como un latiguillo, que todo el mundo merece una de ésas?), la palabra, el turno de hacerse oír porque, entre otros muchos motivos, con ello está en juego la calidad de nuestras democracias. ¿O no sería, acaso, una democracia menor aquélla que corta de raíz y se cierra en banda a los argumentos de una parte, por lo visto cada vez mayor, de la población? ¿O es que, y por aquí andaría el quid de muchas cuestiones, esta mastodóntica y macroeconómica Europa del euro ha decidido que se vive mejor (sic) bajo una democracia menor y recortada, una democracia que premia a los iguales aunque estos representen a diferentes siglas y condena a los distintos que presumen, y a mucha honra, de ser distintos, invocando y repitiendo insensatas consignas para amedrentar a la población (sí, ¡que vienen los rusos!)

Hace 70 años también las democracias nos asustaron. Por motivos similares. Y Hitler frenaría con sus panzers a las hordas rojas. Dejémosle hacer… No es tan mal tipo. Y el verdadero susto nos vino después. No quiero repetirme. Pero salvando todas las distancias que sean precisas, por supuesto, aprendamos la lección de la intolerancia. En una democracia o cabemos todos, y todos sin excepciones, o la democracia se convierte en un micro juguete en manos de unos pocos macros. Y los juguetes ya se sabe lo que ocurre con ellos: cuando nos hacemos o nos creemos mayores nos aburren y los arrojamos al cuarto de los trastos viejos. Y entonces ¡que tiemble la tierra! Rojos, verdes, amarillos, azules… : ¡el arco iris parpadea, vuelve a estar en peligro! Y este peligro es el real. Y no porque los rusos vengan.

 

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