miércoles, 10 de octubre de 2018

LEBRON Y LOS LAKERS: EL ELEGIDO Y LOS ÁNGELES

Para Alfonso,
que está atravesando su particular 11-S
 
Ahora que la pretemporada del nuevo curso de la NBA ya ha comenzado, yo voy y me descuelgo con estas reflexiones que espero que nos lleven, al final del camino, a hablar de la mencionada NBA.

Porque salgo (¡toma ya!) desde Las conversaciones con Goethe, el libro que J.P. Eckermann escribió sobre los últimos años de vida del gran escritor alemán, y que tan fascinante me ha resultado (bien que decía Nietzsche que le parecía la mejor obra escrita en lengua germana) y, sobre todo (por lo no previsible), por las dudas que me ha aclarado sobre el alucinante ascenso al poder de Adolf Hitler, sobre la 2ª Guerra Mundial, el Holocausto judío y todas esas barbaridades que cientos de documentales, películas y entrevistas dedicadas al tema, nos cuentan casi a diario.
 
Pero continuo. Y me refiero entonces a la figura del Daimon, sobre la que Goethe habla largo y tendido en estas conversaciones, y sobre la que no puede dejar de manifestar su admiración y que, además, me ha respondido a alguna de esas preguntas-sin-respuesta que me han rondado desde siempre por la cabeza, como esa por la que me he preguntado en el párrafo anterior; o sea, ¿cómo fue posible que un país tan civilizado como Alemania desencadenara las monstruosidades que desembocaron en los crematorios de Auswitz y de tantos otros lugares de infausto recuerdo?

Y es que el Daimon sobre el que Goethe escribe viene a ser una persona que aparece sobre la faz de esta Tierra cada cierto número de años, investido con una serie de particularidades que lo hacen vivir casi al margen del resto de los mortales, diferentes y geniales en su singularidad, enérgicos, impulsivos, dioses y demonios a partes iguales pero, en el fondo, una manifestación de que una divinidad “vigila” todos nuestros movimientos y nos envía, de vez en cuando, a uno de estos Daimon, situados más allá del bien y del mal (Nietzsche, again!), para hacernos ver a nosotros, vulgares mortales, lo que es capaz de realizar.
 
Os pongo algunos ejemplos. Por ejemplo, el Daimon por antonomasia para Goethe fue Napoleón Bonaparte. y es que a pesar de las guerras y muertes que provocó, su figura no podía dejar de asombrarle: su juventud, su osadía, su energía, su capacidad de generar empatías y entregas totales a su persona, su visión de futuro, su ánimo de alterar el curso de la Historia … Otro Daimon para el escritor alemán sería, sin duda, Mozart que con sólo 5 años ya componía música y daba sus primeros conciertos, o Lord Byron y su personalísima poesía. Son, sin duda, todos ellos personajes tocados por la varita del genio, singulares en su genialidad y que, normalmente, gozan de muy pocos años de vida, ya que sus años son, realmente, años que valen el doble o el triple que los normales, años vividos sin desperdicio, a tope para, rápidamente (no pueden esperar), alcanzan sus objetivos, aquello para lo que fueron depositados en la Tierra... y, rápidamente, morir a continuación. Napoleón lo hizo con 52 años, Lord Byron, con 36 años, Mozart, 35, ¿nos acordamos del “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”, de Nick Ray?.

Ellos serían los elegidos… que mueven con sus ideas al resto de una Humanidad que, por momentos, parece dormida. Son los elegidos a los que debe rendirse la merecida admiración, a pesar de no coincidir con ellos en muchas de sus acciones, pero a los que nunca puede negarse esa singularidad de la que se hayan investidos: únicos en medio de la masa.

Goethe lo sentía de esta manera y, durante sus últimos años, no dejaba de añorar la próxima venida de uno de estos elegidos que sacudiría a la futura Alemania, y al Mundo, ¿porqué, no?, del letargo y de la apatía política y artística en la que se hallaba sumido malgré lui; ¿tal vez, y por desgracia en este caso, hablaría del próximo Führer? Aunque yo prefiero mirar con las lentes más cortas y pensar en Richard Wagner, ese músico que puso banda sonora al despertar alemán.

Y todo esto se me habría ocurrido mientras leía esas bonitas conversaciones de Eckermann y veía a Lebron James, ¡sí, a Lebron por fin!, con su desgarro ocular, enfrentándose a los Warriors de Oakland durante las últimas finales de la NBA.

Porque Lebron es uno de esos Daimon de los que hablaba Goethe. Estoy seguro. Más allá del bien y del mal. De los odios y simpatías. Y si para muestra de cómo se las gastan estos Daimon valiera un botón, recuerdo que, antes de uno de esos decisivos partidos finales, con los calambres, con el ojo como un tomate (¿vería algo por él?... Pero para un Daimon eso es simple cosquilleo), Lebron habló con su entrenador. Tú preocúpate sólo, le dijo, por los cuatro jugadores que saltarán a la pista conmigo porque yo voy a jugar todo el partido.  Así son los Daimon. Y LeBron lo es. Sabía que la Final estaba perdida como Waterloo lo estuvo para Napoleón, pero no podía actuar de otra manera. Sólo al Destino se rinden estos Daimon rendirse. Pero a su propio Destino.

Y por cierto, esta temporada Lebron jugará con los Lakers de Los Angeles. Sí, el elegido y los ángeles, una mezcla de la que no pienso perderme ni un sorbito.
 

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