jueves, 25 de junio de 2015

EL MANOMANISTA NO SE MERECE SEMEJANTE TXAPUZA


Titulaba una anterior entrada a este blog (4/7/2014) Salvemos al Manomanista. Y, sin embargo, este año me encuentro con lo me encuentro.  Y creedme que lo siento la h... pero cuando las cosas no están bien hechas creo que es nuestra obligación como aficionados a este deporte, el más bonito del mundo, decirlas y confiar en que aquéllos a los que les toca, puedan y sepan corregirlas.
 

Y si ando con estas cosas es, como podéis imaginar, a cuenta de la próxima final del Manomanista que no se merece semejante txapuza. Y más aún cuando haber solucionado de otra manera el problema habría sido relativamente sencillo. Nos hubiera bastado con mirar lo que, en circunstancias similares, hacen otros deportes.

 
Y me acuerdo, por ejemplo, del tenis. Del año pasado, del Máster, de la final que tenían que disputar Djokovic y Federer, la final soñada por todos. Y que sin embargo Federer, lesionado, no pudo jugar. ¿Y qué hizo la ATP? Sencillo, escribía antes. Djokovic ganó la final por incomparecencia de Federer. Y punto. Una lástima: el negocio, al traste. Pero el deporte, el tenis y el Master, con los muebles a salvo. Y lo más importante, con el prestigio intacto.
 

Y ahora vamos a lo nuestro. ¿Qué ha pasado con el Manomanista? Olaizola y Oinatz, a la final. Para frotarse las manos. El negocio y el espectáculo, garantizados. Aimar, todo un seguro. Y Onatz, por momentos, un pelotari de dibujos animados. Todo “parecía” servido. Pero entonces ocurre lo que nadie hubiera querido que ocurriera. Oinatz se lesiona. ¡¿Y qué hacer?! Un aplazamiento… Y se pide y se concede. Pero después de 10 días el dedo de Oinatz continúa sin recuperarse. Y se anuncia lo peor: que es imposible que Bengoetxea se encuentre en condiciones de disputar la Final en la fecha prevista.

¡¡¿Qué hacer?!! Y yo repito, muy sencillo. Olaizola, campeón del Manomanista 2015.  Bemgoetxea no ha podido disputar la anhelada final. El negocio, al traste. Pero el prestigio de la competición, ¡que es lo que verdaderamente nos debe importar más allá de los billetes de euro!, a salvo. Y en el primer partido importante que dispute Aimar se le coloca la txapela de Campeón.
 

Pero en su lugar, ¿qué ha sucedido?, ¿qué se ha decidido hacer? Jugar la final a toda costa. Caiga quien caiga. Aunque caiga el prestigio. Y como Oinatz no puede jugar se recurre al pelotari que ha quedado en tercer lugar. Al pobre Urruti. Que hará lo que se le diga que haga. Y la Final ya está montada. Y el negocio, se supone, medio salvado. Olaizola contra Urruti que es un finalista que perdió a pelotazos la semifinal contra Oinatz. ¡Menudo finalista, sí! Aunque supongamos que Olaizola sale vencedor el próximo domingo. Entonces ni tan mal. Olaizola, primero. Segundo, Urruti. ¿Y tercero? Oinatz, me imagino. ¡Pero si Oinatz ganó su semifinal y se clasificó para la Final! ¿Cómo puede ser entonces que sea el “tercero”? Y por aquí empiezo a perderme…

Pero supongamos otra vuelta de tuerca. Que Urruti gana la Final. Y así Urruti, primero y con txapela. Y Aimar, segundo. Y otra vez: Oinatz, tercero. Y otra vez: ¡pero si Oinatz ganó su semifinal y etc. y etc.! Y lo que es peor. Tendríamos a un campeón del Manomanista que perdió su semifinal. A pelotazos. Y por aquí sigo perdiéndome… Y lo que sería aún peor.

Como Phil Jackson, aquel entrenador que tuvieron los Bulls de Michael Jordan, con la socarronería y mala leche de los viejos luchadores, dijo acerca de los Spurs de San Antonio, campeones de la NBA el año en que en la Temporada Regular, por culpa de una inoportuna huelga, tuvo 60 jornadas en lugar de las 82 habituales, “campeones, sí, pero campeones con asterisco”. ¿Y no será este mismo e ingrato asterisco lo que le espera al Urruti campeón? Campeón sí, pero con asterisco… Sólo que en este caso el asterisco, además, se lo llevaría puesto la propia competición, el Manomanista; la especialidad reina de este deporte al que algunos insistimos en calificar como “el más bonito del mundo”.

Así que estas cosas pasen… Pero que pasen sólo una vez. En vuestras manos, en las de la Liga Profesional (sin tacos pero con bolígrafos) estará que no se repitan.
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viernes, 12 de junio de 2015

PAJAS MENTALES SOBRE EL COMBATE DEL SIGLO


At last! el pasado 2 de mayo de 2015 el púgil norteamericano Floyd Money Mayweather, 47 combates y 47 victorias, se enfrentó al filipino Manny Pacquiao que tampoco es manco: 64 combates, 57 victorias, 5 derrotas y 2 nulos. Sí, muy largamente era esperada esta pelea, desde hace más de 6 años, pero siempre pospuesta por uno u otro motivo (especialmente por las recurrentes declaraciones de Floyd acusando a Manny de utilizar dudosos métodos en su preparación y entrenamientos). Pero, por fin, se disputó el combate del siglo XXI en el Casino MGM de Las Vegas. Y alcanzó unas cifras astronómicas, en cualquiera de los sentidos con los que quisiéramos mirar las estrellas. O si no pasen y vean. El combate generó unos ingresos calculados en más de 1000 millones de dólares. Los dos púgiles se repartieron una bolsa de 300 millones; de los cuales Money se quedó con el 60% y Manny con el 40%. Se llegaron a pagar 140000 dólares por una entrada en la reventa. Y el precio de las 1000 que 1000 afortunados pudieron adquirir en taquilla osciló entre los 15000 y los 7500 dólares. El MGM Hotel desembolsó 40 millones de dólares por albergar la pelea. Y a modo de gráfico, final y obsceno ejemplo, los tres protectores bucales que Money llevó a la pelea, hechos de oro, diamantes y ¡¡billetes!!, se valoraron en 75000 dólares. Sí, para pasar y no ver.
 
 
A estas alturas habría llegado el deporte en nuestros días. Una exageración, un circo se tome como se tome. Aunque... un segundo, quizás haya una explicación. Cuando en mi libro Divino Tesoro. Casi un ensayo contra la juventud, Ediciones Maia, Madrid, 2012, hablo de los EEUU y la hegemonía, especialmente, económica y cultural que la nación americana detenta, desde el término de la 2ª Guerra Mundial, sobre el resto de países en los que este planeta se encuentra dividido, sugería que habría sido el Imperio Romano, en sus aspectos imperiales (sobre todo), la realidad que se habrían fijado estos yankees como modelo a imitar. Ciudadano romano, ciudadano norteamericano. Sí, el Circo romano: el Deporte norteamericano.
 
¿O no fue el combate de Money vs. Manny, y las mareantes cifras que se movieron a su alrededor (¡Están locos estos romanos!, diría Asterix; y nosotros, ¿no decimos, ¡están locos estos americanos!?), el más irrefutable ejemplo de que el circo romano se encontraba por aquellos días del mes de mayo justo al otro lado del charco, en las desérticas arenas de (¡qué ironía!) Nevada? Imaginemos si no el revuelo y la expectación que hubiera provocado en el siglo I una pelea entre los dos mejores y más aclamados gladiadores del Imperio; dos gladiadores que hasta ese momento jamás se habrían visto sobre la arena, que se habrían cruzado entre ellos multitud de desplantes y bravuconadas. Sería, sin duda, el combate del siglo. También la pelea de Money vs. Manny fue el combate del nuestro. (Que el púgil que resultaría ganador, después de 12 asaltos, fuera Money y no el más “coleguita” Manny no debería dejar lugar, en estos tiempos, a las dudas, aunque esto ya daría pie para otra historia, sobre los terrenos bursátiles que andamos “pisando”: minas anti-personas, sí tal vez, pero en otro momento volveremos sobre esto).

 
Así que, por ahora, la pelea me confirmó lo que apuntaba en mi ensayo. Lo que siempre es gratificante. Que los hechos nos confirmen lo que pensamos. Y que los EEUU y el Imperio que los emperadores romanos montaron desde el año 27 a.C. hasta 1453, cuando se produce la caída de Constantinopla, se estrechan las manos en más de un aspecto. Y si entendemos al Imperio entenderemos al Empire. Y entender nunca viene mal. Porque entendiendo las similitudes podremos, incluso, entender otras cosas que quizás aquellos locos romanos no captaran del todo. Y que nosotros, con el tiempo a nuestro favor, ya intuimos más claras. Y que, entonces, lo que sigue a continuación sirva de posdata a este combate del siglo XXI y a las formas de hacer y ser de la hegemónica nación norteamericana.
 
Y me estaría refiriendo al resultado del igualado combate. Sí, lo ganó Money. Lo hemos escrito. Y ganó después de que se disputaran los 12 asaltos. También lo hemos escrito. Luego ganó a los puntos; esto sería, que el resultado de la pelea lo decidieron las puntuaciones de tres jueces. Y aquí está a mi parecer una de las madres del cordero. Y a la que voy a referirme porque si lo entendemos, o si entendemos a la madre, entenderemos muchas otras cosas, y entre ellas entenderemos al cordero. O sea a los EEUU. Y lo dicho. Los tres jueces dieron ganador de la igualadísima pelea, ¡por unanimidad!, a Money. ¡Uno de ellos 118-110! Y los otros dos, más comedidos, 116-112. Y para quien no sepa o no esté muy avezado en esto de las puntuaciones del boxeo trataré de explicarlas. Y de no resultar farragoso en el intento.
 
 
Cada asalto se puntúa sobre un máximo de 10 puntos. Esto es, el púgil que el juez determina como ganador del asalto recibe 10 puntos. Y si el asalto ha estado equilibrado, el segundo púgil recibe otro 10. Pero si no ha sido así, y se dictamina que el segundo púgil ha perdido el asalto, se le otorga un 9. Y si lo ha perdido muy claramente o le han untado los morros de lo lindo o ha sido noqueado durante los 3 minutos que dura el round y después, claro está, ha proseguido en la pelea, podría recibir un discreto 8. Y si la paliza ha sido aún más contundente o numerosas las caídas a la lona, un 7. Y así, sucesivamente…. Luego, y en resumen, los jueces puntuarán cada asalto 10-10 o 10-9 o 10-8… De esta manera un boxeador que haya ganado la pelea, venciendo discretamente todos los asaltos, ganará con una puntuación de 120-108; o sea 10x12 asaltos=120 puntos y 9x12asaltos= 108 puntos.

¿Y qué podríamos concluir con todo esto aplicándolo al combate del siglo XXI sobre el que estamos escribiendo estas líneas? Pues que para los dos jueces que puntuaron la pelea 116-112, Money ganó 8 asaltos y perdió 4 (10x8+4x9= 116); y al revés, Manny ganó 4 y perdió 8 (4x10+8x9=112). ¡Y para el tercer juez que puntuó 118-110, y sobre el que no se sabe a ciencia cierta si estuvo presente o no en el Coliseum o, perdón, en el Casino del MGM, Money ganó 10 asaltos de la igualadísima pelea y perdió sólo 2 (y añado el sic de los romanos)! Y ya no repito las operaciones por no cansar al personal.

 
Y aunque las puntuaciones fueran descaradamente discriminatorias con Manny, y en especial ese 118-110 que me suena directamente a robo a mano armada, lo que destaco de ellas, y que es lo nos enseña una parte del modo en que estos yankees son y piensan, es que en una pelea igualada ¡¡ninguno de los tres jueces puntuó ni un solo asalto con 10-10; es decir, y según sus sabios pareceres, ningún asalto terminó en empate!! Y ésta es una de las madres del cordero. En el imaginario norteamericano no cabe que una disputa concluya sin que uno de los contendientes se imponga al otro. Es más, a los escasos combates (por seguir con esto del boxeo) que acaban con un empate entre púgiles se les llama, ¡puaff!, combates nulos. Vaya, como si no hubieran servido para nada. Como si los cortes y las heridas que se habrían infligido estos púgiles no hubieran sido más que leves rasponazos que se aliviaran con un chorrito de agua oxigenada.

Por eso los empates en baloncesto se desempatan con una prórroga. Y de ahí que si me preguntaran porqué el fútbol no entretiene a estos locos norteamericanos no dudaría en decir que la razón, o una de las razones, y no la menos importante, sería que los partidos de fútbol acaban muy a menudo con un empate en el marcador. Y todos a la ducha o a casa. Y a nadie con el empate le pasa nada. Pero si los partidos de fútbol pueden terminar así, sin que ninguno de los equipos gane o pierda, entonces ¿para qué juegan el partido?, se preguntaría uno de esos locos norteamericanos. Y yo recordaría entonces que en el Circo de los romanos el Emperador, al final de cualquier combate, y por igualado que éste hubiera sido, siempre apuntaba con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. Esto es, siempre debía haber un ganador y un perdedor. Nunca se empataba a nada. Como ha sucedido 2000 después en el Circo MGM de Las Vegas, en Estados Unidos, en el combate del siglo, en la pelea que enfrentó al púgil local, Floyd Money Mayweather, contra el boxeador que vino desde las Islas Filipinas, Manny Pacquiao. Aunque ya puestos y ya que hablamos tanto de Money,
 

tendré que añadir que yo siempre preferiré la calderilla...
 
  

 
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sábado, 6 de junio de 2015

CHAPEAU, KYRIE IRVING!


Flipé con el 1º partido de las Finales de la NBA 2015. Flipé con el juego físico y eléctrico que desplegaron los dos equipos, los Warriors y los Cavaliers. Flipé con Curry y su manera de sobreponerse a un inicio de partido algo errático y desafortunado en el que, me imagino, influyó la presión que puede, y es lógico que sufra, un novato en estas grandes ocasiones. Por mucho Curry que sea. Y flipé también con LeBron y con su forma de echarse el equipo a la espalda. Y sobre todo con esa última e inútil canasta que anotó en la prórroga, cuando ya el partido estaba perdido. Pero el King no quiso que sus Cavaliers acabaran la prórroga a cero. Y corrió y machacó el aro rival como si en esos dos puntos le fueran algo más que la vida. ¿El amor propio?... ¡A raudales! Por eso el King continuará siendo el King aunque sus Cavaliers pierdan (¡ojalá no, por el espectáculo!) 4-0 las Finales.



Pero, sobre todo, flipé con el partido Kyrie Irving. Y con su manera de hacer frente a esa lesión, a esa jodida adversidad que le va a apartar de las canchas de basket durante tres o cuatro meses y que le deja sin Finales. El emocionado y emocionante mensaje que envió a sus compañeros es toda una declaración de principios sobre cómo los yankies se toman estas cosas del deporte, que también son las cosas de la vida; además de hacer (o eso me gustaría creer) una hermosa referencia a uno de esos mágicos instantes que me acompañarán siempre y al que nunca me cansaré de recurrir.

El instante en cuestión lo vemos en la película Tierras de penumbra, de Richard Attenborough, el mismo director de la más célebre, más oscarizada y también más plomiza, Gandhi, basada en una novela autobiográfica de C.S. Lewis que no es ninguna excepción a la regla y es mucho mejor que la película. Aunque lo que ahora me importa no es eso sino un diálogo que podemos oir en la película y leer en el libro. Lewis, un solterón e introvertido escritor irlandés, lleva una monótona pero cómoda existencia como profesor de literatura en Oxford hasta el día en que conoce a Joy Gresham, una joven poetisa estadounidense divorciada y gran admiradora de su obra, que viaja por Inglaterra en compañía de su hijo, Douglas, de 12 años. Y a pesar de la edad y de sus diferentes caracteres Joy y Lewis se enamoran, se casan y viven juntos unos meses de intensa felicidad. Apenas un año, porque a Joy le diagnostican un terrible cáncer. Y muy pronto, y ante la impotencia y desesperación de Lewis, la mujer muere. Entonces, y a lo que voy, una tarde en la Douglas pasea con Lewis por los jardines de la Universidad el muchacho pregunta al viejo profesor por qué en la vida tienen que ocurrir cosas tan terribles ésta que les ha sucedido, como la muerte de su madre. Y Lewis, sabio, estoico, pero casi tocado-y-hundido, le contesta (y al que en ese momento no se le haga u nudo en la garganta que levante la mano) que el dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces. Ése es el trato. Y pienso, claro, el  trato que suscribimos sin bolis ni papeles con la vida. Y desde que nos asomamos a este mundo. Y pienso, claro, el mismo trato al que Kyrie Irving se refiere en el mensaje que envia a sus compañeros después de que se confirmara la gravedad de su lesión. Quiero daros las gracias a todos por los buenos deseos, dice Irving en él. Estoy triste por la forma en la que tengo que dejarlo, pero eso no me prohibirá ser parte de estos playoffs junto a mis hermanos. Realmente significa mucho para mí todo el apoyo y cariño que estoy recibiendo. He dado todo lo que tenía y no me arrepiento de nada. Adoro este deporte sin importar lo que pase, y volveré pronto. A mis hermanos: Ya sabéis cuál es el trato. (...).

Y el subrayado es, obviamente, mío. Porque el “trato” al que alude Irving es, obviamente (y así lo quiero creer), el mismo al que Lewis alude cuando habla con su hijo Douglas en estas tierras, a veces, de penumbra. Pero también, a veces y gracias a gestos como estos de Curry, LeBron o de Irving, tierras increíbles. Y ya sólo me quedaría quitarme el sombrero. Chapeau, Irving! Y desear que el ejemplo cunda por otras partes del planeta (y no miro a nadie). Y en éste o en otros deportes (y sigo sin mirar a nadie).

 
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martes, 2 de junio de 2015

NBA 2015: CURRY VS LEBRON: LA MEJOR FINAL... ¡PARA TODOS!


Final servida en bandeja de plata de ley. Stephen Curry vs. LeBron James o Warriors vs. Cavaliers o Ladrones vs. Caballeros. ¿Alguien daría más? Porque estos yanquis saben hacer muy bien las cosas y el MVP de la Temporada Regular se enfrentará al mejor jugador de baloncesto de este planeta en los últimos 6 años, por lo menos. Y no como nos ha ocurrido, de forma patética, a este lado del charco en nuestra patética, sí, Liga Endesa donde el MVP ha ido a parar a las manos de Felipe Reyes, un pivot que ¡no figura ¡ni entre los 15 mejores reboteadores de la Temporada Regular! pero que, eso sí, juega en el Real Madrid. Y el Madrid ha sido y continuará siendo (¿hasta cuándo?) el Madrid. Y así nos luce el pelo... Si todo va a ser para ellos, digo yo, dejemos de organizar Ligas y castañas semejantes y démosles antes de empezar en octubre, el título de Campeones. Y las gracias por dejarnos jugar con ellos.


Pero la NBA, y gracias a Dios, es otra cosa: el espectáculo de la mejor Liga de basket del Mundo, por encima de los equipos que componen sus distintas Divisiones y Conferencias. El todo siempre por encima de las partes; haciendo, por ejemplo, que los galardones individuales se repartan siempre entre jugadores pertenecientes a diferentes franquicias. Y así todos salen ganando. Y gana la NBA. ¿O, volviendo a lo nuestro, no hubiera sido mucho mejor que el MVP de nuestra Liga Endesa hubiese recaído (y merecidamente) en Marko Todorovich o en Pau Rivas del Bilbao Basket o del Valencia y, de esta manera, en unas hipotéticas semifinales que hubieran jugado contra el Madrid se hubieran enfrentado el Campeón de la Regular Season con el equipo (será el Valencia) que cuenta entre sus filas con el flamante MVP? ¿Y no hubieran sido entonces unas semifinales más apasionantes y atractivas para todos? ¡Pero lástima! Seguimos sin pensar en nada..., ¿hasta cuándo? Y mirándonos el ombligo..., ¡que sí coño, que es redondo y que lo tenemos todos en mitad del estómago!

Pero así, y mientras me dura el "mosqueo" (el 2º, el sábado tuve otro en Barcelona: ¡sí, hasta los c...!), y aguardo impaciente a las finales... de la NBA (¡que ya están aquí!), he decidido aliviarme las penas Endesa y catalanas con estas dos "perlas" de Curry y LeBron. Un triple desde el Quinto Pino, del MVP, y un mate desde "un poco más cerca", del mejor, del King.



 
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lunes, 1 de junio de 2015

HASTA LOS COJONES DE VOLVER CON LAS MANOS VACÍAS


Suele decirse que la vida es impredecible. Y si estamos de acuerdo en que la vida NO es sueño, tal y como nos contaba el gran Calderón sino que la vida es juego, tal y como yo defiendo en mi ensayo de próxima publicación (o eso espero), Las lágrimas de Roger, habrá que admitir entonces que el juego es impredecible y que, como parte de él, el fútbol es asimismo impredecible.


Y si suelto este preámbulo lo hago a cuenta de la Final de Copa que el sábado disputaron el Athletic, como equipo local, y el F.C. Barcelona, como visitante, en el ¡Nou Camp! (aunque sobre esta desafortunadísima circunstancia ya hablé en este mismo blog, en la entrada del 27 de marzo, Athletic, que nadie duerma en Barcelona). Y el partido, sobre las 23,30, concluyó con el resultado sabido ya por todos de 1-3. Y así el Athletic tuvo que conformarse con la bandejita plateada que distingue a los subcampeones. Y el Barcelona hizo lo propio con el “Copón” de los Campeones. E Iniesta y Xabi: Tiqui y Taca, como les llamó uno de los comentaristas de la retransmisión, la levantaron por encima de sus hombros (pequeños pero sólo en altura) ante la algarada de su afición. Y los nuestros con esa indudable mezcla de envidia y tristeza en sus miradas. No en vano ésta era la tercera Copa que desde 2008 el F.C. Barcelona nos arrebata en la Final, en el último suspiro. En ése que es donde más nos duele perder las cosas porque es el instante que ya no tiene vuelta atrás.

Luego compuestos y sin novia. Y otra vez a casa con las manos vacías. Una maldita costumbre a la que nadie se acostumbra. Y de la que ya empezamos a estar hasta los c… Porque no nos resignamos. Hemos sido un equipo ganador. Y tenemos un orgullo que podríamos dar y regalar, y aún nos sobrarían unos cuantos kilos. Por eso estas derrotas finales nos duelen tanto.


Pero, ¿qué podemos hacer ante tanta adversidad? ¿No habíamos quedado en que el fútbol, como el deporte, como la vida misma, era impredecible? A eso nos hemos agarrado, y más cuando nos enfrentamos a un equipo que casi multiplica por diez nuestro presupuesto, con una plantilla increíble y un jugador, Lionel Messi que sin duda es el mejor futbolista de todos los tiempos; un compañero de Oliver y Benji, un jugador de dibujos animados. Aunque en 1984, hace 31 años, el F.C. Barcelona también jugaba con Bernd Schuster y Maradona, dos de los mejores futbolistas de aquella época y, sin embargo, el Athletic le ganó 1-0 en aquella memorable final de Copa en el Santiago Bernabeu; la de la tangana, sí, pero también, y sobre todo, la del doblete porque unos días antes habíamos ganado la Liga.

Y ahora ya empiezo a comerme el tarro. Este blog pretende ser, entre otras cosas, eso: una invitación a comerse el tarro, un ataque frontal contra los lugares comunes. Y me pregunto, por ejemplo, ¿son el fútbol, y el deporte, y la vida, tan impredecibles como dicen… algunos amiguetes de esos lugares comunes? ¿O es esta afirmación la que es ciertamente predecible?


Porque seamos sensatos y honestos. El Athletic de la Final del 84 era un gran y excelente equipo. Repasemos sino el once que presentó Javier Clemente: Zubi, Urkiaga, Rocky, Goiko, Txato Núñez, Patxi Salinas, De Andrés, Urtubi, Dani, Endika y Estanis Argote; y en la recámara, Gallego y Manu Sarabia. ¡Coño, casi nada! Y ya teníamos en las vitrinas la Liga del 83´ y la del 84´. Y cierto que el Barcelona jugó con Urruti, Tente Sánchez, Alexanko, Julio Alberto, Víctor, Marcos, Juan Carlos Rojo, Carrasco y además con Schuster y Maradona, y que también era un gran equipo. Pero entre dos grandes cualquier resultado es posible. Y en aquella ocasión la moneda cayó de nuestro lado.


Y sin embargo, 31 años después, ¿qué pasa? Que el F.C. Barcelona de Messi es también el F.C. Barcelona de Neymar, de Suárez, de Mascherano, de Piqué, de Iniesta, de Rakitic, de Alves y de Alba, de Busquets. … y de quién sé yo: un equipo no grande sino grandísimo. Y si en la Liga de 1984, con 18 equipos y dos puntos por victoria, el Athletic había sido 1º con 49 puntos y 53 goles a favor y el Barcelona 3º con 48, y 62 goles, en ésta del 2015, con veinte equipos, y tres puntos por victoria, el Barcelona ha ganado la Liga con 94 puntos ¡y 110 goles a favor! Y el Athletic ha sido 7º con 55 y… 42 goles. La duda y las diferencias ofenden. Y si además jugamos la Final, y sin desmerecer a nadie por Dios, con Herrerín, Bustinza, Etxeita, Laporte, Balenciaga, Iraola, San José, Beñat, Mikel Rico, Aduriz e Iñaki, las distancias con el once, que sacó Clemente en aquel bendito día de 1984, se hacen dolorosamente mayores. Demasiada diferencia para cualquier cuerpo. Así que mientras ellos ahora no son un “gran equipo” sino un “grandísimo equipo”, nosotros habríamos dejado de ser “grande” para ser, simplemente, un “buen equipo”. Y eso de vez en cuando. Porque aunque me duela decirlo, durante la Final del sábado, y durante muchos minutos, ni siquiera fuimos “buenos” y adolecimos de furia y mordiente; de esa garra que afloraría rabiosa después del gol de Iñaki. Y que sólo sería un canto del cisne.


Y esto fue todo. Cuando un grandísimo equipo juega contra uno que es simplemente bueno y de vez en cuando, el resultado quizás no sea imprevisible y responda, por el contrario, a la realidad más cruenta: a recoger la bandeja en lugar de la Copa, y a maldecir en el regreso al Botxo la mala suerte de encontrarnos siempre con este F.C. Barcelona al que nadie quiere ver ni en pintura en estas ocasiones. Pero no saquemos las cosas de quicio. Cuando fuimos excelentes, cosechamos excelentes resultados. Y ahora que somos simplemente buenos y de vez en cuando, tenemos lo que nos corresponde: simplemente buenos resultados y de vez en cuando. Y el Subcampeonato de Copa forma parte de ellos, de los buenos resultados de vez en cuando. ¿Impredecible? Y desgraciadamente me temo que no. Y digo “desgraciadamente” porque detrás de la previsibilidad siempre vienen de la mano la monotonía, el aburrimiento, el bostezo y el siempre-lo-mismo. Por eso no nos queda otro remedio que continuar regocijándonos con aquella soleada tarde del 84. Y no es que David, en estos tiempos que nos tocan sufrir, no pueda ya derrotar previsiblemente a Goliat sino que además el gigante abusón, y por si acaso, le ha quitado hasta la honda.    
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