miércoles, 21 de junio de 2017

MANOS ARRIBA, PERO QUE ESTO NO SEA UN ATRACO

Harto estoy de que nadie se caiga del guindo. Como si los “popes municipales” de la cultura pusieran el precio a las entradas de los espectáculos en general porque a alguien, que pasaba por ahí, se le ocurrió decir “tanto” y todos, como borregos, hubieran asentido:, “¿tanto?, de acuerdo muchachos, tanto”.

Y esto lo saco ahora a cuenta de los 65 euracos que hubo que pagar por escuchar en el Teatro Arriaga de Bilbao al imprescindible Juanjo Mena (porque nunca me cansaré de alabar la ingente labor que hizo al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, y de cuyos valiosos réditos la BOS continúa viviendo en la actualidad, y bastante bien por lo que tenemos oído; que sea por un montón de años); al imprescindible Juanjo Mena, decía, al frente de su actual formación, la Filarmónica de la BBC londinense. Pero, ¡ojo!, y es a lo que voy: lo “imprescindible” nunca debería ser es el factor único a tener en cuenta a la hora de fijar el precio de las entradas, de una entrada, en este caso, para escuchar a Juanjo Mena dirigiendo a la Filarmónica de la BBC. Hay otros factores, otras cosas, en las que nadie parece reparar…
 
Cierto que podría aducirse, y esto es un escueto paréntesis, que hubo precios más asequibles para asistir al concierto, hasta llegar a los 50€ (sic), pero en localidades que, en el Teatro Arriaga, bien pueden llamarse, y de buen rollo, tuertas, o ciegas directamente. Vamos que si la taquillera se cubre la boca con un pañuelo, bien hubiéramos podido escuchar aquello de ¡¡esto es un atraco!!
 
Y explico porqué considero esos precios abusivos para oír en el Teatro Arriaga a Juanjo Mena y su Filarmónica, porqué me siento con ello, desplumado, atracado-a-entrada-armada. Porque así, denunciando estos abusos, puede que aquellos “popes”, a los que aludía al principio, se lo piensen dos veces antes de asentir ante la primera ocurrencia de “tanto”. Aunque debamos, si queremos resultar convincentes, hacer acopio de buenas razones, tantas como podamos, para dejar a esos “popes” sin posibilidad de contraataque. Luego, me meto en la charca hasta la cintura y busco razones.

Y nos ponemos, entonces, en los tacos de salida y empezamos, por afirmar, que el precio de una entrada, para cualquier espectáculo o concierto, como es el que caso que motiva estas reflexiones, debe, o debería (porque, de hecho, no lo está y, como también decía más arriba, nadie parece reparar en ello), estar sujeto, ya que hablamos de música, a la calidad o fama (medidas ambas, si se quiere- acepto pulpo como animal de compañía- en términos de ventas de discos) del cantante o grupo que vayamos a escuchar; también se debería tener en cuenta, la cantidad de profesionales que harán falta para montar la representación y los artistas que pisarán el escenario (no es lo mismo la actuación de un heroico y sobrio cantautor, que la actuación de una impresionante, por el número de profesores y cantantes que se necesitan, orquesta que fuera a interpretar la 8º sinfonía de Gustav Mahler; y también, habría que tener en cuenta, la “seriedad” o trascendencia del acontecimiento (no es lo mismo una actuación durante una merendola de cumpleaños que una actuación hecha y derecha o, cambiando al tercio deportivo, una confrontación deportiva amistosa o una oficial). Y pienso que hasta aquí todos estaríamos, más o menos, de acuerdo; ¿o no?

Sería la diferencia que habría que abonar por asistir a un concierto de Bruce Springsteen (al que por algo llaman el Boss) o a uno del infausto, Manel Navarro (sí, el representante español en el Festival de Eurovisión 2017, al que sus más allegados, posiblemente, llamen Manu); la misma que habría entre un partido de esos que se incluyen dentro de la preparación de los equipos de cara a la temporada venidera, y que acontecen durante los torneos veraniegos, y cuyo resultado no iría, en realidad, a ningún sitio, y una Final de la Champions cuyo resultado no sólo es que siempre vaya a alguna parte, sino que de él pende la continuidad, o sea, el empleo y sueldo, de muchos entrenadores y jugadores.

Pero también habría que considerar otros factores, y entre estos ése sobre el que casi nadie cae o lo tiene en cuenta, y que sería, el lugar (recinto, estadio, …) donde la actuación musical o contienda deportiva o lo que queramos añadir a la lista, vaya a celebrarse.

Porque creo que el concierto, el partido, o lo que sea, se prestigia y debe, por lo tanto, valorarse también en función del recinto o del estadio donde vaya a producirse. Las circunstancias, y el dónde es una de las circunstancias más a tener en cuenta, deberían hacer subir o bajar el precio de las entradas.

Y ahora es cuando muchos, que han llegado hasta aquí, se paran y se lo piensan: pero, ¿qué está escribiendo este tío?, ¿se le ha extraviado, acaso, la última neurona que le quedaba sana? Y yo, primeramente, aconsejaría tranquilidad, que nadie perdiera los nervios, que no cunda el pánico, que para esto no hemos venido y le dé, a cambio, una vueltita (de tuerca) a la propuesta y calibrara si debe costar lo mismo una entrada para ver un partido de fútbol en (con todos mis respetos) Lasesarre, el campo de fútbol del Barakaldo, o una entrada para ver ese mismo partido en Wembley. Lasesarre tiene su precio y vale tanto, y Wembley tiene el suyo y vale un poco más. Yo lo tengo claro. El mítico estadio inglés se habría ganado ese plus por la cantidad de memorables partidos y hazañas que su césped ha visto. Así, el recinto donde se celebra el acontecimiento prestigia al mismo acontecimiento (de igual manera que a la inversa; cuestión de sinergias, si se quiere uno ponerse pureta), y lo que importa: el prestigio debe pagarse.

Porque los participantes en el acontecimiento (sean músicos, deportistas o artistas en general) también querrán, de forma inconsciente si se quiere (pulpo-animal-de-compañía, vale), estar a la altura de las circunstancias, del lugar, en este caso, donde va a producirse la contienda o su actuación. Y de esta manera, resulta comprensible que, en igualdad con las otras condiciones, traten de esforzarse más, de hacerlo mejor, en esos recintos con un mayor prestigio (que, por supuesto, enseguida se traduciría en una mayor repercusión mediática, y enseguida, en dinerito contante y sonante) que en aquellos otros que aún no gozan (mediáticamente) de tanta solera o predicamento.

Yo comprendo, por ejemplo, que en igualdad con las otras condiciones (y no que ese día de actuación coincida, precisamente, con el 75ª cumpleaños de Mick Jagger, por ejemplo, con lo que éste podría querer darlo todo sobre el escenario para que sus “años de platino” resalten más con una actuación memorable), los Rolling se (pre)ocupen más, se esmeren más por su concierto en el Madison Square Garden que por su concierto en nuestro querido, ya que vivo y estoy en Bilbao, Pabellón de Miribilla, el recientemente construido y flamante recinto deportivo de nuestra ciudad, si es que esto pudiera darse en alguna parte, aparte de en los sueños.   

Y vuelvo ya por donde empecé: Juanjo Mena, la Filarmónica de la BBC, los 65 pavos, y…. el Teatro Arriaga, echando tierra y piedras sobre mi propio tejado. Lo sé y lo asumo, pero Teatro Arriaga no tiene aún (y espero, como agua-de-mayo, que se lo gane en un futuro muy próximo) el aroma, el prestigio ni la solera de otros recintos.

Claro que todo esto, si le diéramos la vuelta a la tortilla, serviría también para justificar los precios de las entradas que hubo que pagar a-toca-teja (de 120€ a 40, abusivos para muchos pero, en este caso, sin motivo) para presenciar la Final del Manomanista en el Frontón de Miribilla.

Y la justificación, con los mismos argumentos que he venido exponiendo hasta ahora, resulta obvia. La Final del Manomanista es el enfrentamiento cumbre de la Pelota a Mano. No hay una confrontación entre dos pelotaris de semejante nivel, un Campeonato de Pelota a Mano de semejante prestigio y, además, un recinto, el Frontón de Miribilla de semejante prestigio, con enfrentamientos en él que ya han hecho Historia por su trascendencia y calidad, con sus 3000 localidades (posiblemente el más grande del mundo), y su perfecta visión desde cualquiera de ellas, ninguna tuerta, ninguna ciega; sin duda, el recinto Nº1 para presenciar un cara a cara de este nivel.

Por ello los precios, para presenciar el partido, pueden ser elevados; pueden, incluso, rozar el precio que se desee, ya que nada hay, en el deporte de Pelota, que se pueda poner a su altura. Es Pelota a Mano, de acuerdo, un deporte minoritario, pero es el mejor partido que se puede disputar y presenciar dentro de esa minoritaria especialidad deportiva.

Así que, en este caso, habría que abonar el precio que se nos pida, porque merece la pena, porque ningún enfrentamiento deportivo que se celebre en un frontón podrá superarlo. Nada habría mejor.

Y al revés, y sobre estos mismos derroteros, volviendo a girar la tuerca, tendríamos que subir los gritos al cielo ante los abusivos, ¡estos sí!, precios (¡95€!, desde los 40, que ya están bien) que cuestan las entradas para ver la Final de la European Cup de rugby, el año que viene aquí, en Bilbao, en San Mamés, que sí que tendría su indiscutible solera, pero más como estadio de fútbol; unos abusivos precios que, ni siquiera, pagué (pagué casi la mitad) por asistir a un partido decisivo del Seis Naciones en el Milenium de Cardiff, uno de los templos de este deporte o, cambiando la hierba pero sin salirnos de los templos, por una entrada (porque también fui, ¿qué pacha?) en la Pista Central de Wimbledon para ver jugar a Venus Williams, a Nadal y a Murray (cierto, en octavos de final, y no en la Final, pero bueno) durante el más prestigioso torneo de tenis.

Aunque resumo y ya termino (que va siendo hora), con todo esto no estaría tratando sino de poner un poco de cordura, y de sentido común (lo sé también: el menos común de los sentidos) en las mentes de los responsables, de esos “popes” cuando se sientan y deciden asignar un precio a las entradas de cualquier acontecimiento cultural que vaya a celebrarse en los recintos, por supuesto, sobre los que tengan poder de decisión.

Colocar en una lado de la balanza, el precio; y en el otro lado, todas las circunstancias que rodeen al evento, sin olvidarse de ése del que casi todos se olvidan (por esto empecé a barruntar este artículo), del recinto donde el evento pasa de las letras y grafismos que se dibujan en la entrada al escenario y se hace realidad; y si la balanza queda equilibrada, en una horizontal más o menos admisible, será que los cálculos no se han hecho del todo mal. Y entonces no quedará más que dar la enhorabuena a todos esos “popes” y responsables, y levantar las manos pero para estrechar las suyas, encantados, porque esto ya no sería un atraco, y por desgracia no abundarían encuentros como estos, con gente tan sensata.

Y ya que se incluyó en el concierto de Juanjo Mena en el Teatro Arriaga, os dejo con la Variación 18 de la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninov. Para amenizar la lectura de esta (un poco extensa) entrada, y para flipar: uno nunca se cansa de escuchar estas cosas…
 
 
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domingo, 4 de junio de 2017

NI UNA PALABRA SOBRE LA 12ª CHAMPIONS


Casi nadie se dio cuenta. ¡Qué pocos leen mi blog! Porque si lo leyeran, hubieran reparado en el artículo que subí del 6 de diciembre de 2016, Ocurrió el 27 de noviembre, por la tarde: Del Potro & Bengoetxea, y hubieran sabido que Oinatz Bengoetxea ocupa desde ese día un puesto en el Olimpo de los dioses del deporte, y que eso es decir muchísimo y, lo más importante, no se hubieran llevado las manos a la cabeza ni rascado el bolsillo cuando el domingo 28 de mayo el de Leitza derrotó en la Final del Manomanista (18-22) a Iker Irribarría, el vigente campeón, y súper favorito (100 a 60 cantaron por él los corredores).

Y cierto que aquella entrada obedecía a ese hecho concreto: la llegada con todos los honores de Oinatz al Olimpo. Aquella tarde había ganado a Asier Altuna la Final del 4 ½ y conseguía, con ello, la Triple Txapela, por llamarla de algún modo; esto es, Oinatz era ya campeón del 4 ½, Campeón del Parejas, y Campeón del Manomanista, especialidad esta última en la que había vencido a su paisano, Abel Barriola, allá por ¡¡2008!!

Y echemos, ahora, mano a las hemerotecas y comprobemos cuántos pelotaris hay que puedan presumir de haber sido campeones en la modalidad reina de la pelota con nada menos que ¡¡9 años de diferencia!! Así que si Oinatz había entrado en el Olimpo no era, precisamente, porque alguien le hubiera regalado un bono. Si un deportista ha sudado la camiseta por conseguir un puesto entre los elegidos, ése bien puede llamarse Oinatz Bengoetxea. Pero esto no deja de ser un pequeño apunte de la épica que envuelve a estos dioses del Olimpo; y si para muestra un botón, no, para muestra, Oinatz Bengoetxea, y con todos los merecimientos.

Pero, y lo escribía al principio, sobre todo esto nadie parecía haberse dado cuenta: ni los apostadores, que alegremente cantaron 100 a 60; ni los aficionados, que no llenaron el Frontón: claro, pan comido para Iker, seguro que será un visto-y-no-visto, ¿para qué gastarse, entonces, la “tela” (que no sobra)?, ¿para qué acudir a Miribilla?, si además lo echan por televisión y cuando la paliza ya sea de escándalo podremos levantarnos de la butaca y tomarnos la merienda. ¿Y la prensa?, ¿qué podríamos contar de ella y de sus pronósticos? Pues más de lo mismo, añadiendo que para el negro sobre blanco Oinatz nunca ha sido un pelotari de esos que llenan las portadas.

Sí, aún recuerdo cuando Oinatz derrotó a Abel en la Final del 2008. Las crónicas no se refirieron, entonces, a Oinatz como a un campeón menor directamente, pero lo sentían sin escribirlo. Para ellas Oinatz era un pelotari menudo, sin demasiado carisma, revoltoso, habilidoso tal vez, pero poco más. Había derrotado a Abel plantándose heroicamente, eso sí, en el cuadro 5 y entrando al aire a todo lo que salía rebotado del frontis, hasta que Abel bajó los brazos, agotado, derrotado.

¿Y poco más? Yo creo que más no, suficiente. Pero en aquellos tiempos, los imperiales tiempos de los Irujo, Olaizola, Titín, e incluso Xala, las maneras que exhibía Oinatz se antojaban acaso pillerías infantiles; sí, un buen pelotari pero muy poco más si lo comparamos con los otros monstruos, con la seriedad  y el talento que repartían a borbotones aquellos que he mencionado más arriba, con los que competía día sí, día no, y no siempre con los resultados que Oinatz hubiera deseado.

Sí, aquel fue el sambenito de Oinatz. No haber sido otro de esos monstruos. Pero es que de esos salen uno o dos cada ¿cuánto tiempo? Así que no debimos ser tan exigentes con él, y confiemos en que ahora el sambenito de Oinatz se haya esfumado para siempre, que hayamos acabado con la murga esa que cuenta que Oinatz sí, pero… Pero, ¿qué?, digo yo. Porque desde el 28 de mayo Oinatz ya será para siempre un pelotari mayor, pero como una directa extensión de aquel mismo pelotari de play-station que nos deslumbraba antes de romperse en vísperas de la Final de 2015 y, sobre todo, de aquel glorioso día del mes de noviembre cuando pudo lucir sobre su cabeza la Triple Corona de la Pelota a Mano.

Porque su triunfo contra Irribarría se debió, precisamente a eso, a palabras mayores: a saber estar, a saber empezar perdiendo 5-1, a saber no ser favorito, a saber no perder la cabeza ni el norte durante toda la contienda, cuando Iker le remontó un 12-17 y le empató a 18, a saber buscar las cosquillas al rival, a saber volverle loco, con los saques al ancho o contra la pared, a saber desquiciarle, a saber hacerle fallar ese pelotazo facilón y decisivo con el 18 iguales, a saber tantas cosas, y saber más por diablo que por viejo.
 

Sí, y no me equivoco de orden: a saber más por diablo que por viejo (Oinatz aún no tiene 33 tacos). Porque a Oinatz le ha tocado bailar no con la más fea, sino con toda la cuadrilla de feas, y en pleno apogeo; los Irujo, Olaizola, etc., a los que antes aludía. Y no sólo ha bailado con todas ellas sin excepción, sin dejar que ni una se quedara aburrida esperando en el taburete, sino que en la discoteca, perdón, en el frontón ha aprendido todos los pases de baile que esos callos le han enseñado.

Por eso ganó Oinatz. Por ser el mejor alumno de los profesores más feos, y saber demostrarlo: por pillo, por jugar con el cuchillo entre los dientes, por buscavidas, por astucia, por malicia, por no querer coger prisioneros, por… diablo, pero diablo de los buenos, no de esos con cola y cuernitos, y cuando, además, toca ser diablo.

Y por eso perdió Iker. No por buenísimo, sino por buenazo, por no haber roto un plato en su vida y no llevarse nunca el cuchillo a la boca, por noblote, por respetar hasta las comas de la Convención de Ginebra, por buen chaval, por pensar que ese diablo sin cola ni cuernos no existe y creer que la Cátedra siempre tiene la razón, por no haber leído tampoco mi blog y no saber, por ello, que Oinatz reside en el Olimpo de los dioses desde hace unos cuantos meses, por todo eso que le hizo cometer 12 errores, por todo eso que al no saberlo le colocó allá donde ni en sus peores pesadillas se imaginó estar: 18-22.
 

Y sospecho que en el Olimpo hubo juerga esa noche de domingo, y juerga de la buena. Creo que todos esos maestros que Oinatz ha tenido en su larga carrera y que, tan a menudo, le han zurrado con la regla en punta de los dedos y obligado a morder el polvo, habrán sonreído. Con malicia y hondo respeto. Porque Oinatz había enseñado a todo el mundo (la Cátedra no volverá a cantar en su contra un 100 a 60 con ese entusiasmo de los Niños de San Ildefonso, la prensa se lo pensará dos veces antes de lanzar un pronóstico en su contra, y los buenos aficionados no lo dudarán y llenarán los frontones cuando vean su nombre en los carteles del Festival) que la lección se la ha aprendido de memoria y que ya no la olvidará mientras viva, esa lección que cualquier diablo que se precie, te la suelta de corrido, pero diablos de los buenos, de esos que no tienen ni cola ni cuernitos, de esos que, hayan ganado o perdido, aún compiten en la duchas con el puño cerrado, mientras, con una mueca contrariada, se repiten, ¡ese j. dos paredes no estuvo bien tirado!, y un chorro de agua les aclara y les recuerda, tranquilos, muchachos, el partido ya se ha terminado.

Aunque tampoco habría que sacar las cosas tan de quicio. Iker sabrá sobreponerse. ¡Cómo no! Sólo tiene 20 años, y pegada y talento para dar y regalar. Pero aprenderá también, ¡cómo no!, que para ganar algunas finales no hay más remedio que vestirse de diablo, aunque todas las madres del mundo sigan queriendo casar a sus hijas contigo.

Ah, sí, y ya lo veis: ni una palabra sobre la 12ª Champions. No pensaba decir nada sobre ella, pero es que ahora, además, con los atentados de esa misma noche en Londres, la solidaridad con las víctimas, familiares y amigos de las víctimas, y con el pueblo británico que, después de todo, son los inventores de esto del fútbol y de la Champions, por extensión, debería ser total. Así que silencio doble, un recuerdo sentido, y sepamos estar a la altura de las circunstancias… y no miro a nadie de blanco, aunque me temo que, en este mundo nuestro, esto sea lo más parecido a pedir peras al olmo.

 
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