sábado, 6 de junio de 2015

CHAPEAU, KYRIE IRVING!


Flipé con el 1º partido de las Finales de la NBA 2015. Flipé con el juego físico y eléctrico que desplegaron los dos equipos, los Warriors y los Cavaliers. Flipé con Curry y su manera de sobreponerse a un inicio de partido algo errático y desafortunado en el que, me imagino, influyó la presión que puede, y es lógico que sufra, un novato en estas grandes ocasiones. Por mucho Curry que sea. Y flipé también con LeBron y con su forma de echarse el equipo a la espalda. Y sobre todo con esa última e inútil canasta que anotó en la prórroga, cuando ya el partido estaba perdido. Pero el King no quiso que sus Cavaliers acabaran la prórroga a cero. Y corrió y machacó el aro rival como si en esos dos puntos le fueran algo más que la vida. ¿El amor propio?... ¡A raudales! Por eso el King continuará siendo el King aunque sus Cavaliers pierdan (¡ojalá no, por el espectáculo!) 4-0 las Finales.



Pero, sobre todo, flipé con el partido Kyrie Irving. Y con su manera de hacer frente a esa lesión, a esa jodida adversidad que le va a apartar de las canchas de basket durante tres o cuatro meses y que le deja sin Finales. El emocionado y emocionante mensaje que envió a sus compañeros es toda una declaración de principios sobre cómo los yankies se toman estas cosas del deporte, que también son las cosas de la vida; además de hacer (o eso me gustaría creer) una hermosa referencia a uno de esos mágicos instantes que me acompañarán siempre y al que nunca me cansaré de recurrir.

El instante en cuestión lo vemos en la película Tierras de penumbra, de Richard Attenborough, el mismo director de la más célebre, más oscarizada y también más plomiza, Gandhi, basada en una novela autobiográfica de C.S. Lewis que no es ninguna excepción a la regla y es mucho mejor que la película. Aunque lo que ahora me importa no es eso sino un diálogo que podemos oir en la película y leer en el libro. Lewis, un solterón e introvertido escritor irlandés, lleva una monótona pero cómoda existencia como profesor de literatura en Oxford hasta el día en que conoce a Joy Gresham, una joven poetisa estadounidense divorciada y gran admiradora de su obra, que viaja por Inglaterra en compañía de su hijo, Douglas, de 12 años. Y a pesar de la edad y de sus diferentes caracteres Joy y Lewis se enamoran, se casan y viven juntos unos meses de intensa felicidad. Apenas un año, porque a Joy le diagnostican un terrible cáncer. Y muy pronto, y ante la impotencia y desesperación de Lewis, la mujer muere. Entonces, y a lo que voy, una tarde en la Douglas pasea con Lewis por los jardines de la Universidad el muchacho pregunta al viejo profesor por qué en la vida tienen que ocurrir cosas tan terribles ésta que les ha sucedido, como la muerte de su madre. Y Lewis, sabio, estoico, pero casi tocado-y-hundido, le contesta (y al que en ese momento no se le haga u nudo en la garganta que levante la mano) que el dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces. Ése es el trato. Y pienso, claro, el  trato que suscribimos sin bolis ni papeles con la vida. Y desde que nos asomamos a este mundo. Y pienso, claro, el mismo trato al que Kyrie Irving se refiere en el mensaje que envia a sus compañeros después de que se confirmara la gravedad de su lesión. Quiero daros las gracias a todos por los buenos deseos, dice Irving en él. Estoy triste por la forma en la que tengo que dejarlo, pero eso no me prohibirá ser parte de estos playoffs junto a mis hermanos. Realmente significa mucho para mí todo el apoyo y cariño que estoy recibiendo. He dado todo lo que tenía y no me arrepiento de nada. Adoro este deporte sin importar lo que pase, y volveré pronto. A mis hermanos: Ya sabéis cuál es el trato. (...).

Y el subrayado es, obviamente, mío. Porque el “trato” al que alude Irving es, obviamente (y así lo quiero creer), el mismo al que Lewis alude cuando habla con su hijo Douglas en estas tierras, a veces, de penumbra. Pero también, a veces y gracias a gestos como estos de Curry, LeBron o de Irving, tierras increíbles. Y ya sólo me quedaría quitarme el sombrero. Chapeau, Irving! Y desear que el ejemplo cunda por otras partes del planeta (y no miro a nadie). Y en éste o en otros deportes (y sigo sin mirar a nadie).

 

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