lunes, 19 de agosto de 2024

PARÍS, XXXIII JJOO: QUIZÁS EN EL MOGOLLÓN SE VIVA MEJOR

Aprovecho la ocasión, ahora que los JJOO han concluido pero sin estar todavía muy lejos del recuerdo, para apuntar un par de cosillas que me ha sugerido este multitudinario acontecimiento que cada 4 años colapsa nuestra atención y la de cualquier medio de comunicación que se precie.

Lo primero sería, en cualquier caso, lo primero. ¿Cómo es posible organizar semejante evento, sin que ocurra ninguna desgracia digna de reseñar, y seamos incapaces de poner freno a la guerra de Ucrania o a los continuos y devastadores bombardeos israelíes sobre en territorio gazatí? Lo cual me lleva a pensar, y a la conclusión, de que ambos conflictos continúan vivitos y coleando porque a aquellos que podrían ponerles remedio, simplemente, les trrae al pairo o no les da la gana de frenarlos y ven mayores réditos en el pim-pam-pum-fuego que en el silencio que seguiría a un ¡alto-ahí! como Dios manda. Pero si me preguntárais por el porqué esto es así, perdodadme y admitir que me encoja de hombros introduciendo, al tiempo, el sobre con la pregunta en ese cajón de cuestiones-sin-respuesta-posible, junto a ese "es lo que hay", aquella sentencia con la que a menudo se despachaba Vonnegut en su magnífica novela, Matadero 5.

Lo segundo sería, entonces y yendo ya al grano, la Ceremonia de Apertura que, como novedad, habría tenido lugar sobre las aguas del Sena, y bajo una lluvia, por momentos, torrencial. Lo cual no evitó, sin embargo, que el despiporre ¿más sano?, campara a sus anchas y se adueñara de todo pitxitxi. Sí, todos a grito limpio, saltando, agitando los brazos, bailando y desfilando sin tregua hasta acogotar la atención del espectador mejor dispuesto.

Y habría escrito "todos", confiando en no dejarme a nadie en el tintero. Porque entre "todos" había mujeres, hombres, y el colectivo LGTBI al completo, cachondo-cachondísimo como siempre que se les da la mínima oportunidad de exhibirse y dar el más vistoso cante no apuntándose a otras circunstancia que a aquellas que trae consigo el mogollón, el todo vale, el que mañana será mañana, OK, pero hoy todavía estamos a hoy y no vamos a dejarlo pasar "indemne".

Y yo que siempre he pensado que estas Ceremonias, a escala planetaria, están diseñadas y llevan en su escaleta el sello de lo que el futuro, más cercano, nos puede deparar, me atrevería a resumir su esencia con una palabra, aun a sabiendas de la insuficiencia en la que podría incurrir al quedarme sólo con una. Y dicha palabra, y creo que haberla mencionado en las líneas precedentes, no sería otra que "mogollón", con todo lo que ello implica y trae consigo: masa, descontrol, viva-la-vida; cachondeo por encima de cualquier circunstancia, y a lo bestia, mucho, muchos, muchííísimos.

El gran Italo Calvino ya nos lo habría advertido hace años, con una frase genial que yo siempre llevo en los bolsillos, un día me asomé a la ventana- dice, menos o más, Calvino- y, de repente, todo estaba lleno de gente". Sí, "lleno de gente", lo que en estas líneas quedaría transmutado en "mogollón de gente", en "mogollón de todo"; tope-guay.

¿Guay, habría escrito ahora? ¡Ridículo! Porque sólo haría falta escuchar a los puretas de turno para adivinar que este "mogollón" no es plato de todos los gustos. Muy al contrario, porque el pureta, y sin que el calificativo deba etnenderse en sentido negativo, se ahoga en estas charcas multitudinarias y se retuerce enfurecido. ¡Eso es el opio para el pueblo, que diría Marx! ¡Falta un mínimo de calidad!, clama sin que nadie parezca escucharle. ¡Esto es una feria, una autentica Torre de Babel!, y continúa con sus diatribas. Y se pregunta,  ¿dónde se han quedado aquellos viejos tiempos donde el talento era visible y reconocido por todos? Ahora, sin embargo- se lamenta-, todo depende, que cantaba Jarabe de palo,. Y concluye desmoralizado, todo es relativo.

Y así es. En este mogollón relativo hasta Isabel Pantoja puede estrecharse las manos con J.S. Bach. Y rivalizar con él. Vade retro! Pero cuidadín, que diría Chiquito, que no todo es tan malo, porque en este mogollón "relativo", nadie puede aducir que sea mejor que nadie. Luego, la genialidad, la validez se habría democratizado. Y nada puede ser descartado porque sí o porque a mí me dé la santísima gana, lo que teminaría confirmando el predicado máximo con que se conformaría el auténtico núcleo duro del mogollón "relativo". Como nadie desmerece, todos valen. Y de este todo se alimenta y se empacha el mogollón "relativo" sin que la cantidad le provoque el más pequeño contratiempo o una digestión pesada. Antes, al contrario, el mogollón "relativo" erupta e, insaciable, pide más. Y la masa, encantada, sí, abre la boquita, dice y, alargando la cuchara continúa, ¡toma más... y más!

Vaya, entonces, con que éstas tenemos: más y más. Pero entonces ¡alto ahí! Si todo es mogollón y relativo, ¿dónde se queda lo bueno, lo mejor? Porque algunos, entre los que yo me contaría, nos negamos a cruzarnos de brazos y a dimitir de esa búsqueda de lo bueno, de lo mejor ya que, quizá, y sin que nadie se me vaya a echar ahora al cuello, podría defender que ese mogollón "relativo" no sea, en el fondo, tan pernicioso y chungo como las primeras impresiones habrían podido darnos a entender y apuntar, incluso, que hasta con él y en él podamos vivir ¡mejor!

Pero, ¿qué está dice este lumbreras?, podría espetarme alguno de aquellos "puretas" de los que, a pesar de todo, yo continúaría sni querer desprenderme. Y pediría, entonces, un poco de calma. Que se atendiera, por lo menos, a mi siguiente explicación. Es un ejemplo. Quiza tonto, pero un ejemplo al fin y al cabo, que espero sea válido y aclare a lo que estoy yendo.

Y es que el pasado 12 de agosto escuché en mi PC el Concierto de Nochevieja celebrado en Berlín con la Orquesta Sinfónica de esa ciudad dirigida por su incompable titular, el gran Kirill Petrenko. El concierto comenzó con la Obertura y el Venusberg, en su versión vienesa, del Tannháuser de Richard Wagner. Y a continuación, y como plato principal del Fin de Año, el aclamado tenor Jonas Kaufmann, el bajo Georg Zeppenfeld y la exquisita soprano Vida Miloneviciuté nos ofrecieron en versión concierto el Acto I de La walkiria, del mismo Wagner. ¿Y no fue aquello una memorable gozada, un auténtico lujazo poder eschuchar ese concierto seis meses después de celebrado y en la tranquilidad que me transmite la butaca de mi casa?

Y, no contento con ello, y venido arriba después de tan magnífico concierto, apenas unas horas después, programé en mi televisión Los  golfos, la ópera prima de Carlos Saura, ya que ando repasando la filmografía del excelente productor-director Pere Portabella. Otra súper gozada. Pero entonces, ¿no nos damos cuenta que estas gozadas son fruto, irónicamente, de ese mismo mogollón "relativo"? Porque, que son fruto de la tecnología, creo que nadie lo pondría entre interrogaciones; y que la tecnologíia actual precisa para su supervivencia de ese mogollón "relativo", tampoco.

Ya Henri Ford, con su cadena de fabricación de automóviles en serie, habría dado vidilla a ese mogollón "relativo". Y, desde entonces, en esas seguimos. Nadie nos apea de la burra. Y todos, a pesar de los contratiempos, parecemos razonablemente felices.

A lo que el pureta de turno atizaría un golpazo en la mesa y continuaría, quizá más que nunca, mostrando su desacuerdo. Pero, entonces, yo le preguntaría, ¿cuándo en tu vida, desgraciado, has podido disfrutar en tu casita del Concierto de Nochevieja de la Filrmñónica de Berlín?, ¿cuándo has podido completar el visionado de una de las filmografías más inasequibles- hasta hace dos telediarios- de nuestro cine, la de Portabella, con un simple movimiento de muñeca que haría que el ratón de nuestro PC se deslizara de una a otra pestaña hasta dar con aquella que deseamos y ponerte la película, después, en la tele a la hora que te da la gana?

Claro, todo esto también forma parte de ese mogollón "relativo". Y no me disgusta. Y si el pureta de turno se lo pensara mejor, yo le respondería que todos esto nos estaría conduciendo (¿será por lo de Ford?) hacia un reto fascinante; un reto que deberíamos aceptar y nunca dejar de lado. Porque el mogollón nos obliga a elegir, claro. No podríamos con todo, Pero esa elección en la que me quedo con uno sólo, eso para mí sería lo mejor o lo más appropiado en ese momento, supone una incomparable experiencia; la experiencia de ir haciéndome en esas distintas elecciones, de ir conformándome, de ir creciendo según vaya adoptando, acogiendo o descartando las diferentes opciones. Y cuantas más posibilidades haya entre las que pueda elegir, la elección, y valga la redundancia, se acercará más a lo mejor. Claro, ¡cuánto más mogollón!, mejores elecciones podremos realizar.

Sí, me quedo con la elección. Sí, yo la elijo. Porque la elección, si deseo que sea acertada, buena o mejor, me incitaría a estar versado sobre las cuestiones a las que ésta atañe. Hará que muestre mayor interés sobre  temas a los que, hasta entonces, quizás no haya prestado demasiada atención (cfr,- la filmografía de Pere Portabella). Me empuja, continuamente, la elección a estar en la pomada. O, ¿a quién le gusta perder? Y si quiero elegir con fundamento,  nada debería resultarme ajeno. Todo será de mi incumbencia. Como la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos, como el Concierto de Nochevieja de la Sinfónica de Berlín, como Saura, como Portabella. Como todo ese mogollón "relativo". Sí, yo también quiero más y más. Como Groucho pedía más y más madera. Para obligarme a elegir, y elegir mejor. Y en el mogollón "relativo", con sus múltiples opciones, lo consigo haciendo que deba estar siempre muy atento, ojo avizor, para no equivocarme y elegir con acierto entre las casi infintas opciones. La elección se habría puesto picuda, complicadilla. En el mogollón "relativo". Pero así me gusta más. De las complicaciones siempre habría salido lo mejor de nosotros mismos.             


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