jueves, 7 de marzo de 2024

EL AMOUR FOU DE FRANÇOIS Y SIR ALFRED


Que La sirena del Missisipi, la película que François Truffaut dirigió en 1969 con Jean-Paul Belmondo y Catherine Deneuve, es una verdadera muestra de amour fou, es algo que casi ningún buen aficionado podrá poner nunca en duda. Y más aún tratándose del director parisino, ese amante (el mejor y más fiel de todos) que el Cine, con mayúscula, ha tenido desde aquellos memorables años en los que escribió su imprescindible El cine según Hitchcock, ese libro de cabecera que, inmerso en la Política de Autores que ideara la mítica Cahiers du Cinema- con el mismo Truffaut al frente de sus redactores- hiciera bandera de una nueva forma de ver y analizar películas, y que ningún proyecto de cineasta debería dejar pasar y tener, por el contrario, siempre a mano: sobre la mesilla de noche, por ejemplo.

Sí, Truffaut habría sido el amante del Cine por excelencia. Habría admitido a otros a su lado, pero nunca por delante de él. Y El Cine según Hitchcock sería, entonces, como la antorcha que el direcrtor parisino habría enarbolado en sus manos, iluminando por siempre los caminos, siempre difíciles y, en muchas muchas ocasiones, pedregosos y en cuesta, que conducen a quienes lo intentan hacia la realización de películas que merecen la pena, buenas películas con las que no tenemos la maldita tentación de haber preferido tirar el dinero de la entrada al cubo de la basura, antes que haber entrado al cine a verlas. Y si en El Cine según Hitchcock, Truffaut habría plasmado todo esto en negro sobre blanco, con La sirena del Missisipi lo habría hecho en color, y  sobre su más querido celuloide.

No es que piense, con todo esto, que La sirena... es una excelentísima película, porque Truffaut- según mi modesto criterio- jamás habría firmado una de esta índole, pero a cambio sí que es una declaración de amor en toda regla; una doble, inolvidable- al menos lo es para mí- y bella declaración de amor. Por un lado, de Jean-Paul Belmondo (Louis) hacia Catherine Deneuve (Julie), embelesado por su presencia y sin que, más allá de su verdadera identidad, de las verdaderas e ignotas intenciones que pudiera tenerle reservadas, dude nunca de que su lugar no pueda estar en otra parte más que a su lado, entre sus brazos. Pase lo que pase. Por siempre jamás.

Por eso, el plano final de La sirena..., entre la nieve y la niebla, en el que Louis y Julie escapan, y lo harán hasta que Julie decida poner fin a la huída, cuando ella lo quiera y se haya cansado de Louis- y que éste admitirá sin alzar lo más mínimo la voz y sí, por el contrario, bajando la mirada y asumiendo que hasta aquí habría llegado, pero que nadie le quitará ya de encima todo lo que ha vivido y sentido por esa mujer de incomparable y glacial belleza.

¿Glacial, digo? Sí, la nieve te delata, Julie. Y Truffaut, encantado. O, ¿quién no piensa viendo el pesado caminar de los dos amantes entre la nieve, en el final que Jean Renoir diera a su gran ilusión y que Truffaut, rizando el rizo, convierte en su magnífica y propia gran ilusión. ¿Quién no quiere ver que detrás del personaje, que detrás de la ficción, que detrás de Julie, se esconde la persona de carne y hueso, el real,  Sir Alfred Hitchcock, así como detrás de Louis no hay otra sombra más que la del propio François Truffaut?

Sí, lo reconozco, este paralelismo me encanta. Por eso La sirena... no será una excelentísima película (quizá demasiada precipitación en algunos pasajes, ciertos trazos gruesos para una película que hubiera necesitado de una mayor sutileza, o una banda sonora a todas luces insuficiente y pobretona, etc.), pero siempre tendrá reservado un lugar en mi particularísima lista de películas que me hicieron amar la vida a tope Amour fou, escribía antes. Amour fou, repito ahora.faut noSeguro que Truffaut no es mejor director de cine de la Historia, ni tan siquiera uno de los mejores, pero seguro que ha sido su mejor amante.Y esta sirena sería el más ardiente ejemplo de lo que digo. Hace que la película se someta al espíritu de Hitchcock, y tome la figura y los gélidos rasgos de Catherine Deneuve. Mientras él mismo adopta el semblante de Belmondo, dejándose llevar hasta donde la Rubia quiera. Amour fou, lo llaman los franceses.

es mejor director de cine de la Historia, ni tan siquiera uno de los mejores, pero seguro que ha sido su mejor amante.Y esta sirena sería el más ardiente ejemplo de lo que digo. Hace que la película se someta al espíritu de Hitchcock, y tome la figura y los gélidos rasgos de Catherine Deneuve. Mientras él mismo adopta el semblante de Belmondo, dejándose llevar hasta donde la Rubia quiera. Amour fou, lo llaman los franceses.

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