viernes, 1 de julio de 2022

VERTIGO & EL TIEMPO RECOBRADO

 

Acabo de terminar de leer las 7 novelas que componen En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, uno de esos puntuales de la Literatura Universal que todos deberían leer, por lo menos una vez en la vida. Así me lo propuse yo cuando empecé por la primera, Por el amor de Swann, allá por 2014, coincidiendo con el centenario de la novela. Luego, he ido a libro por año hasta terminar la serie este 2022 con El tiempo recobrado.


Y me he quitado el sombrero ante la descomunal tarea que Proust llevó al mejor puerto. Y aunque debo reconocer que la novela, en su conjunto, no me ha apasionado, sí que, a sombrero quitado, me descubro ante su segunda entrega o
A a la sombra de las muchachas en flor, para mí la mejor de las 7 que componen el conjunto, todo un prodigio de sensibilidad como, casi nunca, he tenido ocasión de disfrutar, y ante decenas de pasajes de sus otras compañeras de viaje que no me dejan, precisamente, indiferente.

Lo compruebo cuando, una vez terminada la lectura de la novela en cuestión, repaso aquellos pasajes que más me han interesado y que, por ello, he subrayado- ¡a lápiz!- y me doy, entonces, cuenta que esos pasajes bien que podrían engrosar, a su vez, otra pequeña-gran novela- como si de dos muñecas rusas se trataran: una en el interior de la otra. Entonces sí, y aunque a primera vista no me lo haya parecido, En busca del tiempo perdido, además de su bonito título, es una obra maestra (aunque, en su totalidad, no me haya apasionado).

Y si para muestra de lo que digo sirviera un botón, extraería de la última entrega, de El tiempo recobrado un excelente momento, más o menos, extenso, y al que mientras le ponía los ojos encima, hacía aflorar en mi (calenturienta) mollera la escena que Alfred Hitchcock diseñara casi 60 años más tarde para la aparición de Judy salida de entre los muertos y reconvertida en Madeleine en su inagotable Vertigo.

Por eso las obras de Proust y de Hitchcock son cumbres de nuestra cultura. Las dos saben buscarse, encontrarse y reencontrarse, ser siempre las mismas, pero siempre diferentes, inagotables en sus enseñanzas.

Y ya os dejo "trankis". Primero, la página de El tiempo recobrado. En ella yo leía hace unos días: (...) como un aviador que, rodando penosamente en tierra, despega bruscamente, me iba elevando despacio hacia las silenciosas alturas del recuerdo. En París, esas calles se destacarán siempre para mí en una materia distinta de las demás. Cuando llegué a la esquina de la Rue Royale, donde estaba en otro tiempo el vendedor de aquellas fotos que tanto le gustaban a Francisca, me pareció que el coche, arrastrado por centenares de antiguas vueltas, no podría hacer otra cosa que girar por sí mismo. No atravesaba yo las mismas calles que los transeúntes que pasaban aquel día, sino un pasado deslizante, triste y dulce. Por otra parte, se componía de tantos pasados diferentes que me era difícil reconocer la causa de mi melancolía... Y después, ¡dentro vídeo!, la increíble secuencia de Vertigo a la que la página de El tiempo recobrado me remite como un imán. No sé. Pero sí, ahora una me lleva a la otra (a la de Proust, que desconocía hasta hace unos días). Y la otra, a la una.



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