sábado, 28 de noviembre de 2020

LA VIDA CON ASTERISCO

No es lo mismo aunque los cronistas no quieran darle mucho bombo ni sacar de ello demasiada sangre. Porque hablar, tampoco se habla mucho de esas gradas vacías, de esos campos a la intemperie, de esos partidos donde se escucha a los jugadores proferir esas llamadas o gritos que no pueden contener. Porque aunque los prebostes de nuestras existencias  se empeñen en lo contrario, esta nueva normalidad de marras en la que andamos enredados, como mucho es “nueva”, pero jamás será “normalidad”.

¿O es que, ahora, el público no vale para nada? ¿O es que, ahora, el público sí que es realmente, si hablamos del fútbol, el jugador nº 12, o sea, ése que provocaría la eliminación ipso facto de su equipo (del alma) por alineación indebida? Vaya y yo, por lo menos, que  me creo parte de él, me cierro en banda y me niego a creer que no valgo para nada. Porque si soy parte del público, ya soy algo y dejo, automáticamente, de ser nada. Acaso, incluso, pueda ser una parte de lo que diseña y escribe esta entradilla.

Por lo tanto, y en estos momentos, si algo debiera apuntarse a la categoría de “nada-de-nada” será esta (nueva) normalidad. Porque las competiciones deportivas se están jugando sin público a la vista. Y continúan jugándose como si no pasara nada, y que me valga la redundancia. Se corrió el Tour, el Giro y la Vuelta. Se ha jugado el Master de tenis, y se están jugando, entre otras, las diferentes ligas nacionales de fútbol y sus correspondientes Champions o Euroleaques, o como quiera que se llamen a las ligas europeas. Sí, claro, se insiste en continuar adelante como si nada pasara cuando, en realidad, está pasando de todo.

Porque si hemos quedado en que algo somos y las competiciones deportivas se disputan sin nosotros, en algo estará influyendo nuestra ausencia, ¿no?, la ausencia del tan ensalzado en otras ocasiones, y por continuar con el fútbol, jugador nº12. Y me acuerdo, entonces, del maestro Zen, del hijo de Buda, del insobornable y en ocasiones, flemático y toca-pelotas de Phil Jackson, el gurú que ayudó a ganar seis Anillos de campeones de la NBA a los Bulls de Michael Jordan. Y es que el místico de Phil, cuando la NBA cerró por aquella huelga en la que los jugadores se plantaron durante la temporada 1998/99, y se vio obligada a reestructurar su calendario (no se empezó el 3 de noviembre sino el 2 de febrero), y reducir el número de partidos a disputar por cada equipo durante su Liga Regular de 82 a 50 y de la que, finalmente, acabarían coronándose campeones los Spurs de San Antonio con un exultante Gregg Popovich al frente de su banquillo, no tuvo reparos en bajarle los humos y declarar, digo, el bueno de Phil, aquello de campeones sí, Gregg, pero campeones con asterisco.

Y es lo que yo pienso que va a pasar cuando esto de los estadios vacios, y del Covid, pase de largo. Porque todos los campeones, durante estos terribles meses de pandemia, habrán sido campeones con asterisco; campeones cuando en los graderíos no se escuchaba ni el sonido de una respiración, cuando el silbato del árbitro parecía la estruendosa sirena de una fábrica avisando a sus currelas del final del tiempo del bocata. Porque con público todo hubiera sido diferente. El público hubiera aplaudido, hubiera gritado, hubiera cantado cuando la ocasión lo hubiera merecido y los jugadores se hubieran sentido distintos, alegres y recargados con esa energía milagrosa y misteriosa que les hubiera llegado… ¡del cielo!. Y el público hubiera abucheado, hubiera silbado, hubiera, incluso, insultado cuando la ocasión, igualmente, lo hubiera merecido y los jugadores, entonces, se hubieran sentido cohibidos, avergonzados o, quizás, enrabietados y espoleados por la adversidad,… ¿quién podría saberlo? Pero ya lo dije antes, con público todo hubiera sido diferente. Así que nadie nos engañe y, menos aún, nos regañe: durante la pandemia, y con los campos a pelo, las competiciones y la vida deberán llevar siempre adosadas a sus siglas un enorme asterisco.

¿O no es la vida la mayor y mejor de las competiciones? Una tarjeta roja te inhabilita para seguir jugando. Varias tarjetas rojas te condenan al ostracismo durante una temporadita. O sea, a la cárcel. Y una tarjeta amarilla, un aviso para navegantes que, seguramente, el infractor solucione abonando una pequeña multa.

Por eso, el asterisco de Phil Jackson puede hacerse extensivo a todo, no sólo a la NBA. Sería el asterisco, entonces, la señal de que algo no ha ido como debería haber ido; o sea, la normalidad se ha extraviado en un bosque negro, muy negro; o sea a la normalidad le ha caído encima un asterisco; o sea, la normalidad*. 


 

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