viernes, 13 de marzo de 2020

COVID-19: SOBRE QUEDARSE EN CASA

La mayor parte de los problemas del ser human provienen de no saber quedarse en casa
(Solía escribir el columnista Manuel Alcántara)

No quiero hablar del Coronavirus de marras, que bastante turre nos está dando y, desgraciadamente, más que nos puede dar. ¿O si quiero hablar, y mucho? Porque, por ejemplo, sobre el reciente consejo de las autoridades sanitarias y políticas de meternos y no salir de casa salvo para hacer las cosas que obligadamente tengamos que hacer, sí que me gustaría poner unos puntitos sobre las “íes”; sobre todo para aquellos/as que entienden que eso supone el mayor castigo que uno/a puede recibir: ¡no salir de casa!, ¡Dios mío, menudo coñazo! Porque entonces aparecería yo, y ¡ta-tachan!, les hablaría que también, bien quietecitos y en casa, te puedes dedicar a muchas tareas útiles y en las que, a menudo, ni hemos reparado.

Por eso, digo yo, me ha venido a la cabeza el caso de mi admirado Robert Louis Stevenson, hombre enfermizo donde los haya habido, y al que el maltrecho estado de sus pulmones,  que acabaría con su vida a los 43 años, obligó a pasar gran parte de su infancia postrado en la cama.

Pero eso, y es “eso” sí lo que me interesa, lejos de amilanarle o deprimirle le sirvió, sin duda, para formarse como hombre y como escritor, para desarrollar una finísima y particular sensibilidad hacia todas las cosas y seres que pueblan esta Vida, ahora con mayúsculas, y que plasmaría en muchas novelas, ensayos y relatos imperecederos, y en algunos poemas, como éste que aquí os dejo y que, cada vez, que lo releo me es imposible evitar que un nudo me atasque la garganta.

Así que si hay que quedarse en casa, en casa  nos quedaremos. Pero sin perder el tiempo, no, que a esto ni las autoridades políticas ni sanitarias ni nadie en este vírico mundo nos puede obligar.

Los horizontes de mi colcha
 en traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez

Cuando enfermo en mi cama yacía

disfrutaba con dos almohadas para mi cabeza,

y mis juguetes estaban junto a mí

manteniéndome alegre todo el día.

Algunas veces durante largo tiempo

contemplaba a mis soldaditos de plomo marchar

con sus uniformes de mil colores avanzando

sobre las colinas de las sábanas

y algunas veces enviaba mis barcos

arriba y abajo sobre las mantas;

o imaginaba árboles y casas

que por doquier se levantaban.

Yo era el gigante grande e inmóvil,

sentado sobre la montaña de mi almohada

y ante mí se extendían, hondonadas y valles,

los horizontes del mundo de mi colcha.

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