jueves, 27 de febrero de 2020

QUÉ MÁS DA, SI TODO DA IGUAL

La cosa, no penséis que exagero, se las trae. Porque desde que la Revolución Francesa instauró aquello tan bonito de Igualdad-Fraternidad-Libertad la cosa no sólo ha ido rápido sino que, con esta rapidez (o liquidez, que diría el imprescindible Bauman), la cosa se nos ha hecho paradójicamente complicada, o muy complicada.

Claro, con la cosa me estoy refiriendo a la Vida, a nuestras vidas cotidianas, en las que andamos diariamente enredados mientras el tiempo pasa (volando), mientras que con esa Egalité nos las prometíamos tan felices. O, ¿no nos ha resultado, acaso, una promesa fallida o, por lo menos, no tan feliz como proclamaban y soñaban nuestros antepasados en las Tullerías?

Claro, la cosa nunca se nos dice del todo. Parece que siempre nos empeñamos en hablar a medias. Y la Egalité se nos presenta, hoy en día (y ya en el siglo XXI), como una preciosa conquista irrenunciable. ¿Preciosa, he puesto? Porque ya sabéis que he aprendido desde que escuché el mítico vinilo The Dark Side Of The Moon, de los imprescindibles Pink Floyd, que todo lo bueno tiene su otra cara, aquélla oscura, no tan buena y que, por lo tanto y del mismo modo, todo lo precioso tiene también su otra cara, también oscura, no tan preciosa, e incluso, fea (como eso de atizar a la abuela con un palo).

Y es que con la Egalité, con la Igualdad corremos un serio peligro en el que no siempre hemos reparado: pensar que todos somos iguales, que todos valemos lo mismo, que todas nuestras palabras cuestan, por lo tanto, lo mismo, las pronuncie quien las pronuncie, sin reparar en que, quizás, esta completa y absoluta Igualdad nos está llevando por los más oscuros y revueltos (de “eses”) caminos de la amargura que, de hecho, es por donde parece que nos estamos empeñando en transitar.

Porque si nos agarramos a esa Igualdad universal posiblemente también nos estemos acercando (inconscientemente, vale, lo concedo) a ese qué más da con el que comenzaba el título de esta entrada. Claro, qué más da, si todo da igual, si todo vale lo mismo, si todo es igual, si todos somos iguales, si lo mismo vale un roto que un descosido. Y es que, aún a riesgo de encontrarme más solo que la una o con más de uno en desacuerdo o, peor todavía, con ganas de gresca, apuntaría a que esta Igualdad debe ser afinada ya que si con Ella nos vemos abocados a ese peligroso todo-da-igual, habrá que frenarle los pies y reconocer que no todos somos tan iguales, que al igual que un brazo y un cerebro, que pertenecen los dos al mismo cuerpo humano pero con innegables y diferentes valores, un servidor y Bill Gates, por ejemplo se me ocurre, también somos iguales en cuanto integrantes de la raza humana sapiens pero, ¡qué duda cabría!, también somos diferentes (y no sólo físicamente, claro) y valorados, por lo tanto, con diferente rasero y precio.

No podemos obviar esta realidad. Cruda o no. Pero en un hipotético caso de destrucción masiva del Planeta y en la coyuntura de tener que salvar, digamos, a 20 individuos de esta raza humana sapiens, a la que sí, todos pertenecemos porque todos somos humanos e iguales, algunos habría que tendrían prioridad sobre otros, por sus mayores méritos o valía para la Humanidad, y desde este punto de vista yo mismo debería reconocer con la cabeza gacha y, quizás, con los ojos arrasados por las lágrimas (soy un giñao) que Bill Gates, con los otros 19 afortunados, subiría a esa nave nodriza que le sacaría de la Tierra y lo llevaría a otro planeta más saludable y a salvo, mientras que un menda le vería despegar con los pies en el suelo, tragando saliva y muerto ya (de envidia cochina).
 
Pero esto que suena tan horrible evitaría que cayéramos de bruces en ese babilónico todo-da-igual y evitaríamos tonterías como este calendario con el que nos viene obsequiando la copistería Goya desde hace un par de años, y en el que se han suprimido los santorales (se supone que por no herir las susceptibilidades de nadie, ya que todos-somos-iguales- sic) que corresponden a cada día del año. De forma que el 14 de febrero, ya no es San Valentín sino Valentín, a secas; del mismo modo que el 19 de marzo ya no es San José sino José, como si el tal José fuese un coleguita más de la cuadri (sí todos-somos-iguales) y sin caer en la cuenta, además, que por estos derroteros tan absolutamente igualitarios podemos despeñarnos en cualquiera de esas “eses” que puntúan nuestro particular camino de la amargura. Sí, posiblemente, en el año 2021 este 19 de marzo sea el día de Pepe. Y todos nos reiremos cuando arranquemos la hoja de febrero y lo veamos; sí, porque todo-da-igual. ¡Socorro!

No hay comentarios:

Publicar un comentario