Hay personas y artistas por las que siento una
especial debilidad, me resultan entrañables. Hablando de música citaría al
gran, desconocido e infravalorado Nino Rota (sí, el del padrino, pero también el de cualquiera de sus tres excelentes Sinfonías) y, justo a su lado, también le haría dar un paso al frente,
a Korngold, quizás más (o por ahí, por ahí…) desconocido e infravalorado aún
que el músico italiano y por motivos que se antojan muy similares: haber
compaginado la todo santa-música-clásica compuesta para salas de conciertos,
con la música de cine compuesta para escucharse mientras se está viendo
tranquilamente una película. Y esto, por lo visto, para los grandes popes
“clásicos” resulta algo imperdonable. Y si además en esa otra actividad musical
se tiene éxito y se ganan unas buenas perras ya ni te cuento. Como si el gran
músico debiera ser siempre pobre de solemnidad, sufrido o muy sufrido,
atormentado o muy atormentado, con una desgraciadísima vida personal, y afecto
a todas las calamidades que a un ser humano le pueden caer encima.
Pero Korngold no fue así. Nace en 1897 en Brno, por
entonces parte del Imperio Austrohúngaro, en el seno de una familia, más o
menos, acomodada, y durante su infancia goza del fervor de sus contemporáneos
que ven en él a un nuevo niño prodigio, ¡el nuevo Mozart! Casi nada al aparato.
Aunque, como tantas veces suele pasar, su vida pronto se torcería. Primero,
aunque parezca mentira, con la llamada de Hollywood para que arreglara la
partitura de El sueño de una noche de
verano, de Mendelsshon en la bonita adaptación para el cinematógrafo que en
1935 realizaría William Dieterlie. Y escribo “aunque parezca mentira” porque
Korngold se sintió tan a gusto con la experiencia que, entre la amenazadora
subida al poder de Hitler y las perspectivas que le pintaba Pero, ¿quién se había molestado en escuchar, seriamente, su excelente score para Robin Hood, por ejemplo? Seguramente ni pitxitxi. Y menos aún cualquiera de esos grandes directores que dirigían desde el podio a las más renombradas orquestas europeas. Así que, ¿Korngold?, ¿quién coño es Korngold?, ¿uno que fue niño prodigio?, ¿de qué niño me estás hablando, y de qué prodigio? Por eso cuando, terminada la guerra, Korngold vuelve a Europa, Europa ni se digna a mirarle. Enseña los Oscar y todos esos endomingados y puristas de la música clásica le dan la espalda y ya, entonces, no le queda más remedio que ahuecar el ala y volver, abatido, a las Américas, a Hollywood donde compone un par de bandas sonoras más, unas melancólicas variaciones para orquesta y un sentido homenaje a Johann Strauss hijo. Después, como a todos nos pasará algún día, Erich Wolfgang Korngold muere a la edad de 60 años en 1957.
[1] El bueno de Korngold los
ganaría por Anthony Adverse (1935) y
por Las aventuras de Robin Hood
(1938) con Errol Flynn.
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