sábado, 8 de diciembre de 2018

STANLEY KUBRICK Y ERNESTO CARDENAL CHOCAN ESOS CINCO


Sabido es que en este 2018 se están celebrando los 50 años del estreno de 2001: una odisea en el espacio, la película de Stanley Kubrick que cambió los caminos por donde hasta entonces se había movido la Ciencia Ficción cinematográfica, y que abrió nuevas y enormes posibilidades (aún no agotadas) para el futuro del género. Pero esto lo sabe casi todo pitxitxi.

Aunque también pienso que si la película gusta más o menos, o es considerada más o menos buena es, en este caso, y valga la redundancia, lo de menos, porque lo que de verdad importa, o lo que de verdad me importa a mí, es que el género, desde 2001, ya no volverá a ser el mismo, ni podrá seguir siendo considerado por la sesuda crítica un género, sí, pero menor. Y creo que sólo por esto ya podríamos anotar un buen tanto en favor de Kubrick, y de su 2001: haber hecho que el género sacara pecho, se pusiera de puntillas y creciera lo suficiente y necesario para hacerse por fin mayor. Y todo esto, ¡qué duda cabe!, siempre tiene su gran mérito sin importar tanto, y valga otra redundancia, los méritos o deméritos de la cinta en cuestión.
 

Pero es que además Kubrick, contando con la oposición y las puyas de una parte de esa sesuda crítica, se atrevió a prescindir, durante el montaje, de un músico del prestigio de Alex North para componer la banda sonora de su película y utilizar, en su lugar, extractos de conocidas piezas musicales clásicas. Así, por ejemplo, lo hizo con el archipopular Danubio Azul de Johann Strauss para alguna emblemática secuencia. Y al decidirse por esta opción, y he aquí lo que me interesa, la secuencia en cuestión, localizada en el espacio infinito, en el cosmos, con la nave espacial girando y bailando frente a la Tierra, tiende una mano, un choca esos cinco, al extraordinario e increíble Cántico cósmico del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal con el que estoy alucinando durante estos días.

Porque para Cardenal el cosmos, el universo en su totalidad, la vida es, sobre todo, unión, amor, armonía, y también música y danza. Así lo transcribe en muchas de las cántigas que componen su Cántico. Porque, sin ir muy lejos y sin atosigar al personal, podemos leer en la que hace la nº20:
(…)
La materia en formación tuvo una música
y su eco son los cantos de las ballenas en el fondo del mar
o los Cuartetos de Beethoven.
(…)
Animales y plantas, todos
nosotros del mismo antepasado microscópico.
Somos notas de la misma música.
(…)
Sinfonía del universo.
La creación es un canto.
La creación que no ha terminado todavía.
(…)
“Si nuestros ojos fueran más perfectos veríamos los átomos cantar”.
El protón dicen que parece una fuga de Bach.

O en la 30:
(…)
Newton vio lo que unía
a la manzana, a la tierra y a la luna.
La danza de la energía.
(…)
Materia terrestre y materia celeste con Newton
fueron la misma.
Los movimientos de la luna y los planetas:
los de las manzanas.

Y entonces cuando la nave espacial gira y baila a los sones del Danubio en el espacio bajo la atenta mirada de La Tierra me retrotraigo (¡incluso- ver el clip- la estilográfica, como una mini-nave, baila en el interior de la nave mayor y los pasitos de la azafata sobre la moqueta también son baile!), me retrotraigo, digo, a estos versos de Ernesto y pienso que una vez más, y ya irían unas cuantas, el director estadounidense se junta en sus películas con la Cultura mayúscula, con la Cultura que a todos nos compete e incluye; hace medio siglo con 2001, unos años después con Barry Lyndon, siempre con genio y con ideas singulares e inagotables; ideas que tienen, en este caso, en 2001 al cosmos como protagonista, como gigantesca pista de baile donde los danzantes, estos son, los planetas, estrellas, galaxias, nosotros mismos sabemos guardar las distancias, flirteamos, nos juntamos y nos separamos para volvernos a unir y componer, de esta forma, ese imponente mosaico de formas, de luces y sombras, de ritmos silenciosos que nos hacen quedarnos con la boca abierta cada vez que miramos hacia arriba y vemos una estrella que, es un decir, se encuentra a 11 mil años luz de nosotros; o sea, a un porrón de kilómetros de distancia, teniendo en cuenta que un Año luz sería la distancia que recorre la luz en un año; o sea, e intento no atragantarme, ¡9,46 x 10 elevado a la 12ª potencia kms!


Sin duda, el cosmos como discotecón, como pista de baile de proporciones descomunales en el que todos y todo estamos re-unidos y movemos el esqueleto (por la fuerza de la gravedad, claro). Kubrick y Cardenal lo sabían. Y 2001, El Danubio Azul y el Cántico cósmico nos lo enseñan.


Fijaos, por último, que sólo el súper computador Hal-9000 no mueve, no menea sus huesos metálicos. Y así le luce el pelo: muere. Y a nosotros y, sobre todo, al astronauta David Bowman, con sus increíbles peripecias por salvar el pescuezo, casi nos arruina la película.



 
 
 

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