miércoles, 27 de mayo de 2015

OTELLO, DE VERDI: APUNTES PARA UN COLOQUIO


1,- Gracias, ante todo, a la Asociación Musical de Alfredo Kraus (AMAK) por confiar en mí y dejarme ver por una vez lo toros desde este lado de la barrera para hablar sobre Otello. Espero que este debut os resulte tan interesante y, sobre todo, tan gratificante como me ha resultado a mí el pensar qué contaros sobre esta última ópera de la Temporada 2014/2015 de ABAO. Y espero que disculpéis los errores que pueda cometer y las no siempre acertadas o compartidas opiniones de este ignorante que no se cansa de aprender.

2,- Además y por ser uno de ésos que, por muy preparado que venga, no sabe lo que va a decir hasta que lo ha dicho, y por estos pelos que tengo os pido también disculpas dobles o triples de antemano.

3,- Y ahora yendo a lo que vamos, ¿qué quiero encontrar cuando leo un libro, o veo una película, o asisto a un concierto, o voy, como es éste el caso, a una representación de ópera? Y lo que quiero es que ese libro, esa película, ese concierto, esa ópera me trasmita algo: ideas. PORQUE ESTAS IDEAS ME HARÁN PENSAR. QUE ES CON LO QUE YO, POR LO MENOS, MÁS DISFRUTO.

4,- Pero antes de seguir me gustaría precisar que estas ideas que provienen de los libros, de las películas, de los conciertos o de las óperas, y en tanto que YO NO ME MUEVO Y, POR LO TANTO, NO LAS VOY A BUSCAR SON ESPECIALES. ESTAS IDEAS ME DEBEN VENIR ELLAS A MÍ desde las páginas del libro, desde los planos de la película o desde los acordes o la representación del concierto o de la ópera.

5,- Y entonces, ¿qué debe pasar para que estas ideas me vengan, y ya concreto y me olvido de libros, películas o conciertos, mientras estoy asistiendo a una función de ópera? Y diré, llegados a este punto, que cada uno, que cada espectador tendrá su propia respuesta. Porque a cada uno las ideas le vienen o no lo vienen, mientras escucha y ve la ópera, en función de lo que cada uno sabe, de lo que cada uno ha escuchado previamente,… de lo que cada uno ha vivido y de lo que cada uno es. Por eso decía que la respuesta a la pregunta de por qué me vienen las ideas mientras escucho una ópera es una respuesta súper personal e intransferible. Y por supuesto, siempre respetable. Respetable, incluso, si no se nos viene a la cabeza ninguna (idea). Y no podemos, por ello, pensar en nada. Y nos aburrimos como ostras. O nos dormimos o nos vamos del teatro antes de que el sueño nos venza.

6,- Porque sin ideas yo también aburro. Y no puedo apartar los ojos de las puertas de salida. Pero, al revés, cuando las ideas salen del escenario y se me meten dentro y PUEDO PENSAR, el placer que, en esos momentos mientras sobre la escena los personajes de la ópera viven sus propias historias a los sones de la música que interpreta la orquesta, creo que no se puede comparar con ninguna otra cosa.

7,- Y es que a veces me parece que esto de las ideas y del pensar son como los ingredientes y el plato para un cocinero. Porque también los platos o los pensamientos surgen de los ingredientes o de las ideas pasadas por nuestro propio turmix, por nuestras habilidades como cocineros o como espectadores. Por esto siempre digo que NUNCA DEBEMOS CANSARNOS DE APRENDER PARA QUE LAS IDEAS NOS VENGAN CUANTO MÁS A MENUDO, MEJOR, NI CANSARNOS DE ACUMULAR Y MEJORAR NUESTRAS HABILIDADES PORQUE CUANTAS MÁS TENGAMOS MEJORES PLATOS COCINAREMOS, Y PENSAMIENTOS MÁS “RICOS” TENDREMOS; y en la doble acepción de “ricos”.

8,- Y vayamos entonces a lo que hemos venido teniendo en cuenta lo que hasta ahora estoy diciendo. Y de entrada debo reconocer que a mí el Otello que nos ofreció ABAO y que yo vi el sábado en la función del16 de mayo me trasmitió ideas. Y no pocas. Y con ellas pensé. Y con los pensamientos, disfruté.

9,- Y para que estas ideas me fueran transmitidas ocurrieron, principalmente, dos cosas. Una, que aquello que no me gustó no me molestó demasiado. Y que, en cambio, lo que me gustó me gustó mucho. Y entre lo primero, entre lo que no me gustó demasiado citaría, por ejemplo, los movimientos del coro que a veces por su estatismo me recordaban a los coros griegos, y que más que VIVIENDO EN LA ÓPERA estuvieron sobre el escenario para cantar lo que pone en la partitura y punto (aunque, eso sí, bastante bien, creo). Y también mencionaría esa manía que no sé muy bien a cuento de qué viene pero que a mí no me convence nada de situar algunas acciones con el telón bajado, sin una iluminación a propósito y sin que la orquesta toque nada. Como si los cantantes fueran, en esos momentos, simples figurantes enzarzados en una pelea de taberna como lo fueron Cassio y Roderigo,  o ladronzuelas que escapan de la policía disfrazadas y con los elementos del atrezzo como botín como lo fueron las figurantes del 2º acto. Siempre he creído que es un defecto de la puesta en escena o la pereza mental que ataca en un momento dado a los directores de escena no saber meter esas escenas-a-telón bajado en la representación a-telón-subido.

10,- Y entre lo segundo, o sea, entre lo que me gustó mucho, entre eso que me transmitió ideas y me hizo pensar y disfrutar hubo muchas cosas. Tantas que, para mí, ganaron por goleada a “lo primero” o a lo que no me gustó y que hicieron, sumando las buenas y restando lo otro, que Otello me pareciera un magnífico espectáculo. Como su colorista y acertado vestuario que me llevó a pensar en las escenografías que Franco Zeffirelli montara para su película sobre Romeo y Julieta. Otra tragedia de Shakespeare. ¿Casualidad? No lo sé. Pero tampoco importa. Porque no se trata de copiar o de imitar sino de basarse en una cosa, en una película por ejemplo, para hacer otra cosa distinta o el vestuario de una ópera.
 
 11,- Y también pensé en que este Otello    que Verdi compone en 1887, cuando tiene  ya 74 años, si no me equivoco, y que son bastantes años, y que yo vi el 16 de mayo en el Eusalduna de Bilbao me parece toda una obra maestra de vejez, y en el sentido más noble de la palabra, cuando Verdi ya lo ha hecho todo, cuando ha compuesto óperas que quedarán para siempre en la Historia de la Música y de la Cultura Universal, cuando ya es inmensamente famoso y respetado, cuando ya ha culminado su obra y, casi, su vida con la monumental Aida en 1871, ¡dieciséis años antes! y se vuelve, entonces (anotemos cómo el otrora prolífico Verdi compone desde Aida, y revisiones aparte, sólo dos óperas, Otello y Falstaff, en sus últimos 30 años), con sus 74 años, hacia una de las posibles espinitas que aún tiene clavada, hacia Shakespeare, otro de los ilustres iconos de la Cultura, y sobre el que sólo había hecho ese Macbeth en el ya muy lejano 1847 y que, a pesar de sus aciertos, (me) resulta una obra claramente insuficiente y menor para su genio (como pudimos comprobar en su última y desgraciada representación en Bilbao), y regresa a la escena con el excelente libreto de Arrigo Boito, uno de los mejores que Verdi habrá tenido jamás entre sus manos. Y septuagenario compone su penúltima ópera ya con toda la tranquilidad del mundo, con toda esa tranquilidad que le dan el arte y la vida acumulada durante tantos años, una ópera con la que ya no tiene nada que demostrar, con todos los deberes hechos y que parece que la compone sólo para él y… para la humanidad; sin esas prisas y presiones que el éxito, desde sus años de galeras, le han llevado a trabajar a un ritmo, a veces, demasiado frenético; y sin distinciones de credos partidistas, siempre en pugna por leyes escritas nadie sabe dónde ni cuándo ni por qué, pero que sólo provocan muertes y desgracias personales. Sí, porque Otello me parece, por fin y tal vez por primera vez en la carrera de Verdi, ¡a los 74 años!, un VERDI puro. Y no un Victor Emmanuel Rey De Italia, ese Sambenito que Verdi llevaría colgando y arrastrando, desde que estando a punto de arrojar la toalla ante los estrepitosos fracasos de sus dos primeras óperas, compuso el Va Pensiero de Nabucco que los nacionalistas del Piamonte adoptarían entusiastas como emblema e himno, y que hizo que todo cambiara, de repente, para él. Pero Otello es (y le ha costado la friolera de 40 años conseguirlo) otra cosa. Es el Verdi más humano y humanista, ése que asomaba en las figuras de la Traviatta y Rigoletto Y que yo creo que es el Verdi que siempre quiso ser Verdi. El menos mezclado con esas disputas políticas que, irónicamente, le darían la plata y la lana, el Verdi que, ahora y no todavía en 1847, puede darse, libre ya de pasquines y panfletos, la mano y mirarse en el espejo, de tú a tú, con Shakespeare. Y reconocerse con él ya no sólo como artista sino, y sobre todo, como ser humano. 

12,-Y pensé, por eso, en que este Otello de Verdi no desmerece al lado del de Shakespeare. Y eso es mucho decir. ¿O no vemos en él el mismo ruido y furia que caracterizan a las mejores obras del genio inglés?, ¿o qué nos está anunciando esa tormenta que  abre la función con una de las más potentes orquestaciones que se hayan compuesto para una ópera, y a la que sigue un 1º acto conciso, medido al milímetro y donde los principales personajes quedan perfectamente descritos a golpetazos de timbal como Otello, o con inquietantes acordes como ésos que acompañan la presentación sibilina, acechante, rencorosa y retorcida de Iago, a pesar de la estatura del excelente y sorprendente (al menos lo fue para mí) Juan Jesús Rodríguez, o con esa sutil y hermosísima frase del violonchelo que retrata en un suspiro musical a la delicada Desdémona con la que la soprano armenia, de impronunciable apellido, supo estar a la altura de las circunstancias?
 

13,- Y porque no desmerecieron las actuaciones de los cantantes, y me resultaron verosímiles, y los decorados, aunque demasiado “cerrados” a veces, como sucedió en el 1º acto en beneficio de las voces y del coro (todo hay que decirlo), y la iluminación, demasiado plana, excesiva y sin intención en otras ocasiones, como creo recordar de un 2º acto blanquísimo, me parecieron asimismo convincentes y cumplieron de sobra, las ideas continuaron viniendo hasta mi butaca. Y pude seguir pensando…

14,- Y pensé, entonces, en que el personaje de Otello no representa sino a un hombre que está continuamente fuera de lugar; en su caso, fuera del agua. Como le sucede a otro de mis personajes verdianos favoritos o a Simon Boccanegra. Tanto Otello como él son lobos de mar; personajes de batallas, de luchas, de acción. Y que fuera del mar, como los peces, se ahogan. Se asfixian en la inactividad, se aburren en la calma palaciega, prisioneros siempre entre cuatro paredes a las que no les faltaría de nada excepto el aire; en esa hogareña pero, también y a su manera, peligrosa intimidad que se filtra, perversamente, en la ópera en su último acto, y en contraste con los tres primeros, ruidosos y furiosos. 

15,- Por esto me gustó, y me pareció también una excelente idea de puesta en escena, el leve ondular que mecía las cortinas de la alcoba de Desdémona durante la consumación de la tragedia en el final de la ópera. Cuando después de matar a su esposa Otello se suicida. Porque ese aire, que antes decía que faltaba en los interiores del castillo de Otello, me remitía en esos momentos fatales a los exteriores salados, a ese mar que, posiblemente, Otello (ni Simon Boccanegra) no debió abandonar nunca. Porque más que los celos puedo pensar (la representación que vi el sábado me dio, sin duda, permiso para eso) que ha sido esa engañosa calma chicha de la tierra firme la que ha terminado con su vida. En ella Otello, héroe de mil combates en el mar, debe enfrentarse a otros enemigos para los que no ha sido adiestrado y a los que no está en condiciones de plantear batalla. Las mezquinas intrigas, las mentiras, los advenedizos, las ambiciones desmedidas le cogen a traición. Y sin embargo a Iago que, casualmente (¿o no?), continúa siendo alférez (en el mar no ha logrado ascender, qué curioso, ¿verdad?), éstas le vendrán como anillo al dedo para urdir su maquiavélica venganza.

16,- Y entonces Otello escapa de los estrechos márgenes que trazan y en el que se desarrollan los estereotipos. Otello es un hombre celoso, si, pero también es mucho más. Y Otello, la tragedia y la ópera sobre los celos, sí, pero también muchísimo más. Y Marco Berti me lo transmitió: sus gestos nerviosos, sus ademanes siempre crispados, su actuación llena de ruido y de furia, siempre eléctrica como la tormenta que le precede; …y fuera de sitio (¿o no os parecía patético verle escondido como una vulgar alcahueta mientras espía al malévolo Iago conversando inocentemente con Cassio?).

17,- Y termino y pienso (porque, repito, la representación de ABAO me dio permiso) que el desgraciado y negro Otello no sólo es negro porque sea de ascendencia morisca sino porque, literalmente, el aire que respira en tierra firme le quema. Iago y la tierra le sacan de quicio. Le ennegrecen aún más que la brisa del mar y los genes de sus padres. Y así la pálida e inocente Desdémona sólo puede inquietarle. Y morir. Y quizás por una simple cuestión de contrastes cromáticos. Porque hasta el pañuelo que causa las penalidades de Otello es de un humillante color blanco. Y si hablamos de contrastes, de negros y blancos, de los agitados mares y de las cálidas tierras, no podemos dejar de mencionar, como en cualquier tragedia que se precie, a la vida y a la muerte o a ese espléndido instante en que Otello le pide a su mujer otro beso al final del 1º acto (ancora un bacio) y que como en un irónico leit-motiv repite al terminar la ópera, con Desdémona ya muerta sobre la cama, y él, moribundo, arrastrándose a su lado y cantando ahora a la inversa, un bacio ancora.

18,- Y que a mí que como sabéis también me gusta el cine me hizo pensar, ¡siempre pensar!, en la muerte de Gregory Peck y Jennifer Jones en el final de Duelo al sol, otra historia también llena de ruido y furia, un altro bacio. Sí, porque a Verdi aún le quedaba otro beso, el último que nos regalaría con Falstaff, su última ópera, mirándose también en el humano espejo de Shakespeare. Y con 80 años… Eskerrik asko, y que el próximo sábado ¡el Athletic nos traiga la Copa a casa!         

 

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