lunes, 2 de junio de 2014

LEBRON, EL REY

Sólo una cosa. Admiremos cómo LeBron, el Rey, se toma el gesto de Stephenson de soplarle, puñetero, en el oído durante uno de los decisivos partidos de las series de los play-offs de la NBA que han enfrentado a los Heat de Miami contra los Pacers de Indiana.

El Rey, hoy que el nuestro ha abdicado, muestra una actitud impecable. Por un lado no se rebaja a contestar el gesto de su adversario. LeBron es el Rey, y el Rey nunca se molesta por los infantiles "prontos" que afectan, de vez en cuando, a sus "súbditos". Ese no hacer aprecio de LeBron desnuda en su nadería más "nada" la actitud y al mismo personaje que sopla para eso: para nada.

Pero es que además el rostro que compone Lebron es bonito, casi cinematográfico: no sólo aguanta al busca-bocas-de-Indiana sino que aguanta el plano, compone una escena de una serenidad y aplomo majestuoso (¿no está el mismo Mizoguchi a la vuelta de la esquina?), propio de alguien que sabe que medio mundo le está mirando y aguardando su reacción ante la provocación del rival. Y es, en esos momentos, cuando el Rey sabe también que debe estar a la altura de su corona y se muestra como lo que es: el admirado (y su reacción es sólo un ejemplo del por qué de esa admiración) y magnífico monarca (de la NBA). Su indisimulada sonrisa es real. Su mirada está más allá del vulgar Stephenson (al que ni mira) y de la misma cancha de baloncesto. Cuando se está tocado por los dioses hay que demostrarlo. Sí, sobre todo eso: de-mos-trar-lo. Y el resto de los mortales le rendiremos la pleitesía que se merece y que le hace diferente. O encenderemos la televisión y le veremos jugar al basket como lo que es: el mejor jugador del mundo: el Rey.





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