jueves, 5 de junio de 2014

ABDICACIÓN

Que nadie se eche las manos a la cabeza. Que tampoco es para tanto. Aunque a casi todo quisqui nos ha cogido desprevenidos. Pero lo dicho: "tampoco es para tanto". El rey, Juan Carlos I de España, ha abdicado. Sí, pero algún día tenía que hacerlo. Tampoco se iba a eternizar. Ni se puede andar jugando con las personas, y menos aún con un  hijo, y hacer, por ejemplo, como la reina madre (o madrasta, diría yo) de Inglaterra con Carlos al que su papel de príncipe heredero, juntándose con los años que va cumpliendo el hombre ya más que maduro, viejo, ha terminado por llevarle hacia una patética y triste ridiculez, hacia un no saber qué hacer con su vida, hacia un qué pinto yo en este mundo. Eso no se le hace ni al peor enemigo. Por eso me alegro de que Juan Carlos I haya abdicado, que haya dejado paso para que su hijo, Felipe, VI creo, pueda hacer lo que le han enseñado a hacer. Y que acierte o que se equivoque. O que meta la pata hasta las rodillas. Y que sea lo que Dios quiera. Porque todos nos merecemos nuestra oportunidad. Y si además esta abdicación está motivada por ese dejar el terreno libre a una "nueva generación joven", tal y como se le ha oído comentar a Juan Carlos I, pues mejor que mejor. Porque es otra muestra, y van ya muchas, de que mi libro Divino Tesoro, sí porque-yo-he-venido-aquí-para-hablar-de-mi-libro-etc.-y-etc., está particularmente "sembrado". Porque en estos tiempos jóvenes, o  ADSL (como a mí me gusta llamarles), que corren que se las pelan, nadie con una muleta bajo el brazo puede pretender seguir su ritmo sin tropezarse y meterse un buen estacazo contra la acera.

Así que me alegro. ¡Por mí, y por todos mis compañeros! Y de cualquier forma, y ya que hablamos de "abdicaciones", y para terminar con esta entrada, yo recomendaría que no nos tomáramos demasiado a pecho estas historietas "borbónicas" a las que el tiempo colocará en el lugar que les corresponde; y que mucho mejor haríamos en disponernos a ver una noche cualquiera aquella excelente película de Anthony Harvey, con una, ésta sí, majestuosa música de Nino Rota, que se llamó, y se llama precisamente, Abdicación




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