viernes, 6 de julio de 2012

FAULKNER NO ES INFIERNO

 Hoy se cumplen 50 años del fallecimiento de William Faulkner. Y no me parece que haya que dejar que la efemérides se (nos) pase de largo como si tal cosa. Porque William Faulkner no es “cualquier cosa”. Creo, sinceramente, que Luz de agosto es la mejor novela que he leído nunca. La leí hace años pero aún no he encontrado nada-encuadernado que la supere. Sólo por eso William Faulkner se merece un lugar en mi particular galería de aquellos que “no son infierno”. Y me explico. Que “no son infierno” es una atinadísima expresión que se inventó otro de los brechtiamente imprescindibles (y éste aún vivo: impartirá una conferencia en el Palacio de Euskalduna de Bilbao mañana sábado), el filósofo polaco Zigmunt Bauman, para orientar nuestros pasos y conductas en estos lares por donde nos está tocando (mal)vivir.

Escribe Bauman (no puedo resistirme a reproducir su reflexión): “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Y hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: BUSCAR Y SABER QUIÉN Y QUÉ, EN MEDIO DEL INFIERNO, NO ES INFIERNO, Y HACER QUE DURE, Y DEJARLE ESPACIO” (las mayúsculas, obviamente, son mías).

Y por eso los 50 años del fallecimiento de William Faulkner me han recordado a Bauman. Porque Faulkner es uno de esos a los que hay que “dejar espacio”. Y que debe durar, ya que cuanto más dure o más se prolongue su influjo más pequeño y soportable será nuestro infierno. Nosotros sólo tenemos que “buscar” y esforzarnos en “saber quién no es infierno”. Y si yo, modestamente, puedo aportar algo desde este blog propondría una serie de qués: los techos de la Capilla Sixtina, los canales de Venecia, el skyline de Nueva York, el viaje al Polo Sur de Scott o las asistencias de “Magic” Johnson. Y una serie de nombres. Vivos y muertos porque a estos últimos (Faulkner, sin ir más lejos) se les puede también “dejar espacio” y hacerles durar consiguiendo que su obra y memoria convivan entre nosotros y nos “alimenten” y sirvan como guía y ejemplo. Y, entonces, pensaría también en Federer (un caballero para quien se inventó el tenis, parafraseando a Tomás Carbonell), en Mandela, en Fellini y Nino Rota al mismo tiempo (y en La strada y en Los clowns al mismo tiempo), en Titín III (que a sus 42 años sigue sin defraudar a nadie que haya pagado una entrada por verle jugar a pelota, dejándose la piel en cada jugada), en Lou Reed (insobornable en sus criterios musicales), en Richard Strauss (y en sus Cuatro Últimos Lieders, por ejemplo, que nunca puedo escuchar sin que la piel se me ponga de gallina- he añadido en un enlace el tercer lieder, a modo de majestuoso ejemplo) o en otro Richard, también músico, Richard Wagner (y en Tristán e Isolda- creo que si la muerte de Isolda no nos sobrecoge al final de la ópera hay que tener por seguro que la sangre no nos corre por las venas). Y pensaría en más richards (curioso). Nunca Clayderman sino en Rorty, el más lúcido de los pensadores modernos. Leer Trotsky y las orquídeas silvestres es un placer. Y una esperanza. Os invito a hacerlo. Y repasaría nuestra “piel de toro”, este país que nos ve vivir con “una mala salud de hierro”. Y pienso en Antonio López o en Iniesta. Todos ellos son gente que merece la pena. Y son muchos. Luego, quizás, no haya que desesperar. Y haya que actuar con la “atención y aprendizaje continuos” que nos pide Bauman. Y el infierno, aunque nos sintamos tan quemados (casi calcinados), se podrá reducir. Seguro. Volverse reversible. Porque los que “no son infierno” son más de los que pensamos. Cada uno de nosotros tiene su lista particular. Y esa lista personal es una obligación humana: otra forma de referirnos a los saludables ejercicios de admiración de los que nos habla Cioran (le incluyo en mi particular lista). Y, entonces, dejándoles espacio a todos ellos y haciendo que duren se logrará que el infierno “jibarice”, poco a poco (la tarea es ardua y complicadísima: no engañamos a nadie), sus dimensiones y su duración (infernal). Y podremos coger aire. Más aliviados. Sin que nos ardan los pulmones. Y creer que todo lo que se nos ocurra imaginar como bueno o mejor es, sin ninguna duda, posible.


 

 

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