martes, 17 de julio de 2012

EL ESTADO DEL BIENESTAR


No quería escribir sobre la crisis. De momento. Porque me temo que la jodida, no por manida, va a darse por satisfecha. Así que la crisis continuará, y pensaba que ya habría un tiempo mejor, o mejor dicho, peor para hablar de ella. O sea que la crisis continuará agravándose, y yo me reservaba el turno o estas líneas para cuando las aguas ya nos taponaran las narices, después de habernos cosquilleado los cojones hace un rato y un poco más abajo, y que al paso que vamos será un momento que, de un momento a otro, nos dejará sin aire.

Así que antes de que esto suceda, y de que no podamos movernos, y de que se nos hinchen y amoraten nuestras bonitas (y aún, más o menos, saludables) carnes rosadas quisiera hacer un  pequeño hincapié sobre un detalle que a fuerza de tenerlo en la lengua, y con los miles de discursos que desde todas partes se nos vienen encima y amenazan con colapsarnos los oídos, los ojos, la cabeza y el pensamiento, en definitiva, parece, sin embargo, que no acabamos de entenderlo o de que no acabamos de reparar en toda su maligna extensión.

Y hablo del Estado del bienestar. Y de esta crisis que parece estar azotándole en plena línea de flotación. Y hago constar, en primer lugar, en que escribo “Estado” con mayúsculas, es decir, no me refiero a un estado (con minúsculas) del bienestar que podríamos contraponer a un estado febril, o un estado de convalecencia, o a un estado de shock, incluso. Ni tan siquiera aludiría, tampoco, a un gobierno puntual que nos-toca-cada-cuatro-años sino a todo aquello que está, precisamente, más allá de toda circunstancia, de todo gobierno, que nos trasciende y que, en gran medida, hace que nos podamos llamar “españoles”, o “griegos”, o “italianos”, o “rumanos” o lo que sea PERO EN PLURAL, y que siempre habría que situar por encima del singular y clásico “yo soy fulano de tal”. Y esto nos debe entrar en la mollera ya que SIN ESTE ESTADO PLURAL (Y CON MAYÚSCULAS, POR LO TANTO) NO HAY BIENESTAR POSIBLE.

Por esto algunas crisis resultan peligrosas. Ésta, por ejemplo. Son aquéllas que ponen al Estado (con mayúsculas) a prueba. Y como en todas las pruebas (hasta programitas televisivos como Supervivientes nos lo enseñan) se puede salir de ellas ganador o… perdedor. Y, en este caso que nos (pre)ocupa, si el Estado pierde hay que atarse los machos, que es otra forma de decir que el bienestar se nos va escurrir entre los dedos como un puñado de arena sin que podamos hacer nada por retenerlo. Y no habrá otra vuelta de hoja. Ni de tuerca.

¿O si la hay? Nosotros insistiremos en girar, o en intentar girar la tuerca. Siempre. Son peligrosas las crisis. De acuerdo. Pero habrá que consentir en que existen diversas maneras de afrontarlas, por mucho que desde Europa se empeñen en señalarnos una dirección y nos trasladen al aeropuerto, y nos suban en un avión para llegar cuanto antes a nuestro destino. PORQUE TODAS ESTAS FORMAS QUE EL ESTADO TIENE DE AFRONTAR ESTAS CRISIS PELIGROSAS NO SE REFIEREN, EN ÚLTIMA INSTANCIA, SINO AL IMPACTO Y A LAS CONSECUENCIAS QUE TENDRÁN SOBRE EL MENCIONADO BIENESTAR. Por esto lo que hoy nos estamos jugando es el Estado del bienestar.

Y llegados ya a este punto podemos hablar de medidas. Y enumerar casos concretos. El Estado español, por ejemplo. Más que nada porque es el que más conozco, y el que tengo más a mano. Y me pregunto, en una facilona y primera vuelta de tuerca, ¿podríamos poner a la/s causa/s de esta crisis peligrosa una cara, un nombre o un mote ((¡sin faltar, de momento!) con el que poder referirnos a ella/s? Claro que sí. Hemos oído hablar de ellos en muchísimas ocasiones. Son los mercados. Los mercados nos están machacando. ¿Nos suenan, verdad? Síííí… Pero, ¿quién coño son los mercados? Y respondo. Los mercados son el dinero, la “pasta” no-italiana, los beneficios. Pero también son el todo-vale, el pisotón-al-enemigo, el-solo-cuento-yo-y-mi-cuenta-corriente, el-soy-más-listo-que-nadie-y-por-eso-me-merezco-las-indemnizaciones-que-cobraré-el-día-en-que-me-vaya-de-aquí, el que-se-jodan-los desempleados-y-los-funcionarios-que-cobran-de-mi-dinero-sin-hacer-nada, el-que se-jodan-todos-aquellos-que-no-son-yo. Eso: los mercados son yo-yo-y-yo-y-solamente-yo. Y el Estado queda en el extremo opuesto. El Estado somos nosotros-nosotros-y-nosotros-y-solamente-nosotros.

Las diferencias saltan a la vista. Las distancias entre los dos modelos de entender el mundo son abismales. El primero es la selva. El segundo es la civilización. El primero apela al sálvese-quien-pueda. El segundo, al salvemos-entre-todos-a-cuantos-más-mejor. El primero habla de mi bienestar. El segundo, de NUESTRO BIENESTAR. Por esto SÓLO en la pluralidad de bienestares podemos, también, pronunciar “Estado de bienestar” con todas las de la ley (por cierto, en la selva no existe la ley) porque afecta a MUCHOS (y no a uno solo). Y a CUANTOS MÁS “MUCHOS” AFECTE MÁS BIENESTAR SE OBTENDRÁ.

Por todo ello si en este crisis peligrosa, que no es sino la más maligna dialéctica entre el Estado y los mercados, una lucha encarnizadísima entre la solidaridad y el dinero (monedas y papeles sin ética ni corazón), el Estado acaba claudicando se van a poner las cosas muy, muy cuesta arriba. Y habrá que olvidarse de viajar de Bilbao a Madrid, por ejemplo, en un comodísimo tren, con bar, prensa, tv y cd y cuatro o cinco canales de radio incorporados a los asientos por 48€ (conste que yo lo hice y lo pagué), en apenas 5 horas y con ¡sólo 4 personas en el vagón! Los mercados, contrariados, anotarían que, ¡uhmm! cuatro personas y 48€ son muy pocos euros. Eso no puede ser rentable. Es-un-viaje-claramente-deficitario. Por lo que los mercados, rápidamente (¡no más pérdidas!), se apresuran a tomar medidas. Y vienen las medidas. Y el tren se suprime. O se incrementa el precio del billete de 48 a… supongamos 200€ (para cubrir también las posibles indemnizaciones a los miembros del Consejo de Administración en la tesitura de que el tren, aun con las medidas, descarrile). Y, entonces, el bienestar que, o bien afecta al común de los mortales o NO ES BIENESTAR, se ve tocado de muerte o de malestar. Ya no viaja de Bilbao a Madrid en tren el común de los mortales o cualquier bicho viviente cómodamente por 48€ sino SÓLO AQUELLOS QUE PUEDEN ABONAR LOS RECIENTEMENTE IMPLANTADOS 200€ POR EL TRAYECTO. Y el todo bicho viviente o el común de los mortales pasa a ser un poco más pobre, disfruta de MENOS BIENESTAR. Y, sin embargo, el que puede viajar puede ahora viajar más veces porque los que bien-están son menos, y en este nuevo Estado del menos-bienestar, el dinero se repartirá entre menos gente.

Las distancias (económicas) entre los integrantes de dos extremos de la cadena (económica; estos son, los ricos y los pobres) se alargarán, se alargarán y se alargarán hasta los que están en medio (estos son, la clase media) acaben reventando, o la cadena rompiéndose, y finalmente desapareciendo sus miembros, engullidos por los extremos.

Y sin esta clase media… Que alguien coja el avión y se acerque a África, y baje al antiguo Congo belga, por ejemplo. Y pregunte, ¡¿dónde está la clase media?! Y que vaya acostumbrándose a escuchar el silencio. Y que, a continuación, grite, ¡¿Dónde se encuentra el Estado del bienestar?! Y, seguramente, si no se anda con cuidado su pierna se apoye sobre (una oculta y `puñetera) mina anti-personas. Y se escuche un ¡booooom! Y un bonito zapato mocasín de marca salga volando llevándose una (aún) bronceada pierna derecha con él.      

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