lunes, 9 de septiembre de 2024

EL PORQUÉ DEL MIEDO A LA MUERTE

¡Se habla tanto sobre la Vida, sobre la Muerte!, que en el último programa que dirige Iker Jiménez,. o sea Cuarto Milenio se hizo uso de la Inteligencia Artificial, la IA para los colegas, para efectuar, según un concienzudo algoritmo diseñado en Dinamarca, un cálculo más o menos exacto (se vio, finalmente, que más bien "menos") del día en que la Muerte acudira´a visitarnos.

Pêro en cualquier caso el estudio en cuestión se jactaba de obtener un 70% de probabilidades de acertar con la (terrible) fecha. Dos de los tertulianos, con más miedo que verguenza, se sometieron al cuestionario que plantea el Algoritmo como paso previo e imprescindible para dar con la (terrorífica, sí) fecha. Los otros dos tertulianos (eran cuatro) declinaron someterse a la prueba. Sin duda, preferían no saber.

Y, de antemano, yo confesaré que formo parte de uno de estos últimos valientes-con-la-boca-cerrada. Y muchas veces me he preguntado por los motivos. Así que esto que a continuación escribo va a tratar de responder a esta cuestión. Y de una manera todo lo rigurosa que esta cabecita mía puede dar de sí; es decir, científica y filosóficamente; es decir, echando mano de todo aquello que me ha suministrado más jugosos conocimientos en esta siempre sedienta vida mía. Así que la teoría sería casi de mi cosecha, una pajota muy personal.

Y es que, en cierta manera, estaríamos diseñados para morir. Y me explico o trato de hacerlo. Nuestra racionalidad sapiens-sapiens esaría basada principalmente en el conocimiento del mecanismo que regula y rige la dupla, y en este orden, causa-efecto. Conocida la causa, conocido el efecto. De esta manera el homo sapiens sapiens puede hacer lo que ningún otro animal sabe hacer: PREDECIR, y aunque él no vea la causa, ni esté presente, simplemente con que se la "cuenten" ya estaría en condiciones de aventurar los que va a pasar.

Y si lo pensamos un segundo esto es la leche y nos pone a la cabeza, y con notable ventaja, sobre el resto de los integrantes del Reino Animal. Aunque como siempre sucede con lo "bueno", lo "malo" viene detrás, pisándole los talones, adosado a la "o" cuando no confundidos en una misma existencia, ya que este mecanismo sapiens-sapiens de la causa-efecto provocaría que la muerte se nos presente como una circunstancia para la que no podríamos encontrar un efecto seguro, una explicación racional y se nos resuelva, entonces, en una enigmática anomalía, y antinatural, para más señas, por cuanto su verdadero efecto, más allá de que dejamos de "piedra" o de "funcionar", se estrecha las manos con la ignorancia más supina. Lo que sume a este homo predictor que somos por encima de cualquier circunstancia, en el más absoluto desconcierto, lo que, de paso, nos deja en la orilla del miedo más irracional, enfrentado, y derrotado, en el combate con la horma de su zapato, con esa la impredicibilidad que nos traslada al más universo más desconciertante y, desde la óptica predictor, menos querido.

Y para confirmar todo esto que ando escribiendo apenas si haría falta echar mano del siguiente ejemplo. Supongamos que un buen día, alguien efectuara el viaje en la barca de Caronte, pero lo hiciera en sentido inverso. Esto es, que alguien regresara de la Muerte. Todos nos agolparíamos a su alrededor y le coseríamos a preguntas. Preguntas y más preguntas, sí, porque no habríamos podido predecir lo que le habría podido pasar allí. Luego no sabríamos lo que por aquellos lares de la Parca ocurre. Y supongamos, ya puestos a suponer, que aquél que ha regresado de entre los muertos (¡ay, Sir Alfred, qué vértigo!) fuese un parlanchín, una cotorra recalcitrante a la que, ni con aceite hirviendo, habría manera de hacerle callar y que nos contaría todo aquello que siempre hemos querido saber sobre la muerte con pelos y señales.

¿Qué ocurriría entonces? Pues que al fenómeno Muerte ya le habríamos buscado un efecto. Luego el homo sapiens-sapiens ya podría respirar tranquilo, aunque posiblemente no respirase (jeje), porque ya conocería lo que vendría a continuación. Y supongamos que a la Muerte le sucede un suculento banquete mano-a-mano con alguien que dice llamarse "dios".  O cualquier otra cosa. Pero COSA (conocida). Luego, EFECTO (conocido). Luego, seguimos siendo predictores. ¡Genial! Y ese miedo irracional a la muerte, que tantas horas de sueño nos habría robado, desparecería ipso facto. Porque ya sabríamos muy bien lo que nos espera después. Y si esto fuera bueno, pasote; y si fuera malo, o muy malo, miedo, sí, pero MIEDO RACIONAL o METUS SAPIENS ya que continúo haciendo mis pinitos con el latín, que se note. Y de igual manera que al cierre violento de una determinada puerta le sigue un determinado sonido, o al coscorrón, una determinada sensación, a la Muerte le seguiría eso que todos ya sabríamos. O sea, la Muerte como coscorrón o como un portazo (definitivo). O sea, un imposible para nuestras mentes sapiens sapiens.


No hay comentarios:

Publicar un comentario