viernes, 19 de enero de 2024

LA SOCIEDAD DE LA NIEVE O EL HOMO IUVENIS

Sobre La sociedad de la nieve, la película que Bayona ha rodado en 2023 y que representa a España en la edición 2024 de los Oscar hollywodienses, qué podría escribir. Sin duda que muchas cosas. Aunque apenas me atrevo. Sin duda que es el viejo temor a resultar el mismo cascarrabias de siempre, aquel terco que odia la Navidad, la risa y los niños. Pero no, yo no soy así. Porque tengo mis motivos para calificar a La sociedad... como engendro; castaña milonga, y sin perdón alguno de Dios. Y lo reseño antes de que los Goya, donde aparece nominada a tropecientas mil categoriías, o los Oscar donde sigue erre-que-erre en la lista de candidatas a Mejor Película Extranjera, dicten sentencia. Porque aunque estos premios me importen, más bien, cerocoma, no querría que, una vez publicado el veredicto y entonado, pongamos el caso, el ¡ay, qué injusticia!, se me calificara entonces de "sabelotodo" entre comilas, o sabelotodo a posteriori. Lo que es como no saber nada que merezca la pena.

Pero, ¿por qué ponerse tan tremendo y calificar a La sociedad... como una castaña milonga, o con un cero patatero en la calificación que algún medio me pidiera otorgar a la mencionada película? Y lo primero sería lo primero: La sociedad... no me cuenta nada nuevo o, dicho sea por pasiva, todo lo que me cuenta La sociedad... ya lo sabía antes de entrar en el cine. Y esto tiene su importancia. o, ¿no nos damos media vuelta cuando alguien empieza a contarnos, ¡socorro!,, algo que ya sabemos o que hemos oído mil veces?, ¿no le calificamos, directamente, de chapas y huímos de él como de la peste?

Pues con el cine me pasa lo mismo. James Cameron se enfrentaba al mismo problema cuando decidió rodar su Titanic. Pero el fue muy listo, más que Bayona por supuesto, y empezó su película con aquello que todo el mundo sabía: que el Titanic se había hundido, y con un pequeño batiscafo que paseaba su cabina entre los restos mudos del barco, como si quisiera decir al espectador, ok, de acuerdo muchacho, los dos sabemos cómo terminó el viaje del Titanic, pero ahora sobre su naufragio voy a contarte una cosa que ni tú ni nadie te ha contado todavía. Y de esta manera, Titanic suelta amarras, y vuelve a navegar. ¡Y bien que le fue en su millonaria travesía comercial!

Pero Bayona, ¿si dígame?, nada de todo esto,, ¿sí, dígame?, nada de nada. Bayona trata al espectador, y es lo que siempre me pone de un humor de perros, como si este fuera bobo, como si yo fuera bobo porque ahora soy espectador y con él me solidarizo, como si no supiéramos nada de la tragedia de los Andes, de aquel equipo de rugby, de los supervivientes que se comieron, después del fatídico accidente, los restos de sus compañeros fallecidos, de las turbulencias tan frecuentes en ese espacio aéreo del cielo argentino, y todo como si tuviéramos la babita colgándonos de los labios. ¡Y nosotros, los espectadores, somos sagrados! ¡Lo más sagrado que tiene el Cine! Pero Bayona se pasa esta máxima por el forro.

Luego, La sociedad... mal empieza, pero continúa peor porque no rectifica y sigue por los caminos que todos ya hemos conocido por ¡Viven!, la película que Frank Marshall rodó en 1993, y por los numerosos documentales que se han realizado sobre el tema. Aunque posiblemente no haya que sulfurarse demasiado porque que al paso que lleva el cine y este mundo del entretenimiento para 2043, ¿o se ha quedado en hacer un "viven" cada 20 años?, tendremos otra entreguita sobre la tragedia de los Andes, sobre imprevistas turbulencias, sobre el equipo argentino de rugby que viaja a Chile y que confiemos por lo menos, ya que tendremos que tragárnosla si queremos seguir a la moda, subsane el último disparate perpretado por Bayona.

¿Y cómo podría hacerlo?, ¿al modo de Cameron? ¿poniendo las cartas sobre la mesa y reconociendo que el espectador también piensa, y también conoce la increíble aventura que los jóvenes rugbiers vivieron en los Andes?... Sí,... ¡pero alto ahí! ¿Acaso no he escrito los "jóvenes rugbiers"? ¡Pues ahí tengo la clave! Nadie ha profundizado en esa circunstancia. O no me suena que nadie lo haya hecho. Quiero decir, ¿hubiera ocurrido lo mismo si los supervivientes no hubieran sido deportistas y hubieran estado "bajos de forma" o hubieran tenido en lugar de esos 20 mágicos años los, supongamos, 60- que yo cumliré el año que viene, D.m.? ¡Por supuesto que no!

Luego aquí tenemos la novedad que nos permitirá seguir tirando del hilo, de la tragedia de los Andes porque ésta es, y no tengo duda alguna al respecto, el triunfo del homo iuvenis, de la fuerza y energía que supura cada átomo de un cuerpo en "la flor de la vida", como los poetas catalogan a esa irrepetible edad; una flor que, a pesar de su aún frágil tallo, no se dobla ni a la de tres. Y resiste. Y crece hasta... alcanzar la gloria de la madurez.

Sí, de aquí podría salir un nuevo enfoque para la (tan manida) tragedia de los Andes: la Juventud como el más divino e invencible tesoro, que nuestras manos sujetan pero que no pueden retener más allá de unos añitos. Y cierto que Bayona podría haber filmado su sociedad sobre estas premisas. Claro, ¡pero es tan fácil hacer lo de siempre! ¡Comerse el tarro, ¿para qué?! Claro que si hago lo de siempre y no me como el tarro y, además, las vitrinas de mi casa se llenan con Goyas y Oscars, ¿quién es el valiente que me va a decir que me he equivocado? ¡Pues sí, pues yo te lo digo, Bayona: tu sociedad está en bancarrota!   

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