viernes, 9 de octubre de 2020

EL MUNDO POR EL DESAGÜE

Este mundo en el que nos está tocando vivir,  o ¿por qué no decirlo más exactamente?, en el que nos está tocando malvivir, parece empeñado en despeñarse por cualquier acantilado. Sí, estas parecen ser las funestas perspectivas de la era post-Covid 19, de esta presente e inacabable pandemia, y de la consiguiente y brutal crisis económica. Además todo indica como cierto ese aserto que yo, por lo menos, no me estoy cansando de escuchar durante estos días y que vendría a decir más o menos, nunca en tiempos tan nefastos, hemos tenido tan nefastos dirigentes para sacarnos del atolladero.

Y en estas circunstancias el mundo despeña. Cuesta abajo y sin frenos. Y suenan las verdaderas alarmas, estridentes como un parque de bomberos enloquecido. Y ese manido y perturbador grito de, ¡sálvese quien pueda, y como pueda (añadiría yo, si me dejan añadir)!, nos sacude en las orejas y nos deja temblando.

Claro que en medio de tanto dramatismo, nuestra primera opción bien pudiera ser volver la vista hacia la primera economía mundial, esos Estados Unidos de América que, además, celebran elecciones el próximo mes de noviembre. Ahí podría clavarse la primera estaca de nuestra salvación. Quizás no fuera un disparate. Pero sin embargo, ¿qué está pasando? Pues que al tan denostado y actual presidente o Donald Trump, sí, el mismo, el impresentable, el maleducado, el zafio, el botarate Donald Trump, el peor, al decir de muchos sesudos analistas, presidente que los Estados Unidos han tenido a lo largo de su historia, cuando ahora se nos presenta una oportunidad que ni pintada para echarle con una bonita patada en el culo de su residencia en la Casa Blanca, eso sí, tras un recuento democrático de los votos depositados en las urnas, su más feroz opositor y el que más interesado debería estar en eso de la patada en el culo, o sea, el Partido Demócrata decide elegir como su más avezado contrincante (sic) al si-te-he-visto-no-me-acuerdo Joe Biden, que en una de sus primeras declaraciones ha asegurado que en caso de ganar no se presentará a las próximas elecciones. Bien estamos, buenas las tenemos. De acuerdo, el muchachito tiene 78 palos. ¡Ahí le gana por 4 a Donald! Peina canas. Y presenta un aspecto más propio de un pulcro sacristán que de todo un candidato a la presidencia de su país. Y, sobre todo, ahora, en estos tiempos Covid y de penurias económicas que corren y cuanto más falta nos hace, según parlotean todos los cerebrines, deshacernos de Trump.

¿O nos estarán engañando a todos? ¿Quieren todos estos prebostes salir de ésta? Pero de verdad,  o por el contrario, ¿estamos más dispuestos a resbalar por el estercolero y a rescatar, después, los restos más potables del naufragio y empezar casi de nuevo, desde el cero coma?

Porque si observo las maniobras que están llevando a cabo las instituciones democráticas estadounidenses estoy más que tentado a pensar de que hay mucha más gente de la que yo creía, dispuesta a cerrar los ojos… y ¡a tirar todo a la mierda! Porque Donald Trump es a la mierda con todo. Y que los demócratas no hayan encontrado, en estos días, un candidato más solvente que Joe Biden para desbancar de Donald es todo un síntoma de que el sabor a mierda tampoco nos debe desagradar demasiado y que Donald es, en realidad, como el pato del mismo nombre, un cascarrabias pero un buen tipo.

Así que, tal vez, el mundo se acabe despeñándose por el basurero. Y sería increíble. Porque cuando nos lo proponemos somos capaces de lo mejor, del Renacimiento y de Venecia. Pero también cuando nos lo proponemos somos capaces de las mayores calamidades o del bochornoso genocidio judío. Y ahora es como si nos apeteciera (¡y vaya usted a saber por qué) decantarnos por lo segundo. En las peores circunstancias, por el desagüe y sin que a nadie parezca importarle mucho más que una mala digestión. A los estadounidenses, por lo menos, más que una mala digestión, el pito de un sereno. Pero ellos continuarán asegurándonos que son la sal de la tierra. Aunque Biden sea más soso que un algodón esterilizado. Por eso dejadme que me aclare la garganta y diga, por si alguien sensato me escucha, ¡socorrrro!




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