domingo, 13 de septiembre de 2020

SUERTE PARA TODOS


¿A quién no le gustaría conocer los mecanismos mediante los que se rige la suerte, la buena suerte, por supuesto? Claro, me imagino que a todo el mundo, pero entonces la suerte dejaría de ser la suerte. Porque la suerte si algo es, es aquello que hace referencia a lo imprevisible, a la casualidad que se empeña, en la mayoría de los casos, en desbaratar nuestros planes concienzudamente trazados; entremezclarse, en fin,  con aquello que nosotros, ingenuos donde los haya, pensamos que tenemos totalmente bajo control.

La suerte sería, así, el reverso de aquello que acontece por necesidad o, hablando en plata, de aquello que acontece por pelotas. Y sobre esta circunstancia podríamos citar, por ejemplo, ese tonto ejemplo de arrojar una piedra al aire y esperar a que, tras unos segundos, vuelva a caer sobre la tierra. La ley de la gravitación, descubierta por Newton, y sin ir mucho más lejos, hace que esto de la manzana ocurra por necesidad, por pelotas o porque la naturaleza así lo tiene contemplado.

Pero también los hombres podemos intervenir en el asunto (¿en cuál, no?) e intentar que las cosas se nos presenten así: por pelotas. ¡Buenos somos! Otro ejemplo tonto quizás nos pueda ilustrar al respecto. Si en una baraja de cartas apartamos todos los naipes menos los ases, y después los barajamos, para disimular más que nada, y escogemos una, seguro que esa carta es un as. O sea que habríamos colocado el grado de “por pelotas” en el 100% y el grado de suerte, ahora ya innecesario, en el 0%, lo cual parecería estar enseñándonos, además, que en esta vida las cosas se nos presentan por pelotas o, siendo ya más finos, por necesidad, o por suerte o azar. Y de este modo, nuestros más obstinados esfuerzos se volcarán para conseguir que lo segundo, el azar tienda al 0 y la necesidad al 100. Lo he escrito antes: que todo, todo esté bajo control. Esto nos encanta.

Aunque aquí nos encontraríamos de golpe y porrazo con un problema, el problema gordo. Porque en innumerables ocasiones,  y por innumerables motivos, la suerte no puede ser reducida al 0 ni la necesidad incrementada hasta el 100. Ésta sería la cruda realidad. Y a ella hay que plegarse si insistimos en seguir viviendo y pisando este planeta. No obstante, y como siempre nos pasa, nos revelamos y nos revolvemos contra esa cruda realidad. Y luchamos, a veces mucho más allá de nuestras humanas capacidades (qué le vamos a hacer, sí, el homo sapiens es así de terco) para conseguir que esa necesidad, ese “por pelotas”, se acerque al (tranquilizador) 100 y la suerte, el azar quede reducido a un (inofensivo) 0 patatero.

Y así, todo este tremendo jamacucos me ronda siempre la cabeza cuando recuerdo aquel bonito pasaje de la  novela de Tolstoi Guerra y paz en el que (y hablo de memoria), ante la inminente llegada de la tropas napoleónicas a las fronteras rusas, un coronel del ejército pregunta a uno de sus capitanes, capitán, ¿está todo listo? Y el hombre responde, sí, señor, todo está preparado, ya sólo falta que la suerte nos acompañe.

Sí, me encanta Guera y paz, y me encanta esa respuesta. Es decir, deberemos prepararnos, y a tope, para que la suerte sea 0 pero si no lo conseguimos confiar en que nos acompañe; o sea, que la suerte sea, en este caso, buena suerte, porque muy a menudo es comulgar con ruedas de molino intentar que, en todos nuestros humanos y mundanos asuntos (como sí sucede, en cambio, con muchos asuntos mundanos y naturales, cfr,- la gravedad), la suerte sea igual a 0 y que, por lo tanto, nos traiga al pairo que nos acompañe o no.

Y finiquitaría con esto de la suerte recordando el prodigioso putt que embocó, hace pocos días, desde 20 metros Jon Rahm en el último hoyo del último BMW Championship, y que le sirvió para alzarse con la victoria en el desempate contra Dustin Johnson. A algunos puede parecerles que la suerte, la folla, la txiripa habría decidido tenderle la mano por su cara bonita, pero a mí se me abre, entonces, otra cosa: como un cielo radiante donde resuenan las sabias palabras que solía pronunciar el gran y siempre añorado Severiano Ballesteros: cuando más trabajo, más suerte tengo. Éste sería el quid. Y es que si la suerte se niega a ser 0, como nos pasa casi siempre, mejor será que nos acompañe como el mejor y más leal coleguita. Y para eso, hay que currar. Severianus dixit.

Y ahí radica el secreto: trabajar duro, muy duro- y esto todos, sin excepción, lo podemos hacer- para que la suerte deje de sernos esquiva y traicionera y se incrementen con ello nuestras posibilidades de tenerlo todo bajo control o, en los términos con los que se conjuraba aquel capitán de Guerra y paz, conseguir que la suerte nos acompañe.





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