lunes, 8 de junio de 2020

SPOILERS, PARÁSITOS, Y DESAYUNO CON DIAMANTES

Vamos a hablar hoy, y sin que sirva de precedente, de dos películas. Serán, por orden de antigüedad, Desayuno con diamantes (1961), de Blake Edwards y Parásitos (2019), de Bong Joon-ho, la última súper gran campeona en esto de los premios que se otorgan a las diferentes películas estrenadas durante el año al ser, ni más ni menos, la ganadora, ¡por 1ª vez en la Historia del 7º Arte!, de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y del Oscar a la Mejor Película siendo una película de habla no-inglesa.

Pero las diferencias que existen entre ellas, y que me pareció apreciar al visionarlas con pocos días de diferencia, son las que, realmente, existen entre el cine clásico y el actual cine moderno que inunda a borbotones nuestras pantallas (de cine, tv, tablets, y cualquier otro utensilio que se nos ocurra donde se pueda ver una película, que no son tan pocos, ni mucho menos). Y por último también hablaremos sobre los tan denostados spoilers. Y es que damos para mucho.
Pero si decidimos empezar con las películas y por el final, tendremos primero a Parásitos donde se impone, como mandan las reglas del cine moderno, un guión particularmente brillante, enrevesado, donde se trata de cuadrar el círculo, lleno de muchísimas sorpresas y muchísimas cosas de las que se suponen atan (con grilletes) al espectador a la butaca (del cine o de su casa o de donde sea) mientras asiste camuflado en la invisibilidad de un espectador cualquiera a las peripecias de las dos antagónicas familias, por lo menos en cuanto a recursos económicos se refiere. Los premios, que Parásitos ha recibido, no me dejan lugar a la duda de que el objetivo ha sido cumplido con creces, de que Parásitos es una auténtica película moderna. En ella el guión es el rey de la función. Y el resto de elementos que componen el film bailan a su alrededor rindiéndole la más honda y ferviente pleitesía.

Quizás todo esto pudo haber empezado con Instinto básico, la película que Paul Verhoeven rodó en1992. No lo sé. Quizás algún día pudiéramos hablar sobre ello, darle una vueltilla a este empiece. Porque hoy no. Hoy no toca. Hoy toca Parásitos y con ella no me puedo sustraer a la sensación de que ese Ave, guión!, que figura en las cabeceras de todos los Grandes, y no tan Grandes,  Estudios, ha terminado llevándose como un tsunami de letras a todo lo demás por delante. Personajes, incluidos. Y esto que acabo de escribir ya no me parece ni tan gracioso ni tan bienvenido.

Sí, porque parece como si los personajes en cuanto encarnaciones de personas de carne y hueso, en estas películas tan modernas ellas,  importaran más bien poco. Porque lo que importarían serían las cosas, ese aluvión de sorpresas a las que antes hacía mención. Y así cuando termino de ver una de estas películas tan modernas, recuerdo el guión, la peripecia, enroscada  hasta donde las meninges de los guionistas han podido llegar sin perder la razón, pero sobre los personajes apenas si me queda algún vago recuerdo. Sí, apenas los he sentido mientras veía la película; y después, apenas los recuerdo. Por ejemplo, de Parásitos me acuerdo de la cosa, de la trama, de las idas y venidas de los personajes. Pero, ¿de los personajes-en-sí, de la hermana, del hijo de la familia rica, de su hija, de la madre pobre, del hombre que vive en el sótano,  etc…? Sí… algo… sí, algo=cerocoma. Sí, ¿cómo eran esos personajes? Y me encojo de hombros. O sea que, por lo visto,  me dieron y me dan igual. No me importan. Y paso. Y esto sí que es, desde mi modesto punto de vista, un defecto bastante gordo. Yo, por lo menos, todavía no estoy acostumbrado. Sigo apuntado a los personajes simpáticos en situaciones interesantes, que escribía John Ford sobre este complicado oficio de hacer películas. Y yo con ello me quedo. Y en Parásitos me faltan esos personajes simpáticos, aunque situaciones interesantes las tengo a punta pala. Aunque también diría que sin las simpatías de los personajes, el interés de las situaciones deja, a veces, mucho que desear. Y Parásitos no se libra tampoco de ello.

Justo lo contrario de lo que me pasa con el cine clásico. Y aquí está Desayuno con diamantes para demostrarlo. Su guión es normalito. Pero el guión en una película es un medio, NUNCA un fin, como a menudo creo que piensan los modernos cineastas y que yo pude sentir mientras veía Parásitos. Sí el guión, más allá de su interés, es un medio para que los personajes se nos hagan, siguiendo la boutade fordiana, simpáticos, cuando no inolvidables. Porque, ¿quién no se acuerda de Audrey Hepburn o de George Peppard o de… Gato? Aunque de las peripecias y giros del guión de Desayuno… uno casi no se acuerde. Ni maldita falta que hace. Porque lo escribiría por enésima vez: EL GUIÓN ES UN MEDIO Y NUNCA UN FIN COMO PARECE SER QUE OCURRE EN EL 90% DEL CINE QUE SUFRIMOS HOY EN DÍA. Y con mayúsculas. Aunque esto apenas sea otro de los signos que corroen nuestros tiempos, donde las cosas (los guiones) importan mucho más que las mismas personas (los personajes). Y esto sí que debiera hacernos pensar un rato largo… Porque las emociones surgirían de y con los personajes simpáticos. ¿Y a quién no se le pone la carne de gallina viendo, aunque sea por enésima vez, la secuencia final de Desayuno… con Audrey y George Peppard buscando a Gato en un callejón, entre basuras y bajo una intensa lluvia? Y nos emocionamos PORQUE LOS PERSONAJES SON SIMPÁTICOS: NOS IMPORTAN (también mayúsculas, por favor) aunque las cosas, las situaciones, el guión, sean más bien arquetípicas y no tan brillantes como aquellas otras que nos ofrecerán medio siglo más tarde películas tan modernas como Parásitos donde sí que recordaremos con el tiempo LO QUE PASA EN ELLA aunque se nos haya olvidado hace más tiempo todavía si las familias protagonistas tenían uno o dos hijos, o quién coño vivía en los sótanos de la lujosa casa de Park,  y si ese tipo ¿lo hacía solo o acompañado? Claro, a veces un guión (las ramas) demasiado brillante impide que la película (el bosque) luzca en todo su potencial.

Aunque por eso hoy, tal vez, le demos tanta importancia a los malditos spoilers. Nadie nos puede decir lo que va a pasar en la película. Nadie nos puede contar su final antes de que la hayamos visto. Porque eso sería una putada, además de la ruina del negocio ya que enterados, ¿para qué pagar por una entrada?, ¿para qué ver lo que ya sabemos? En cambio con el cine clásico, con el guión como un elemento más de la fiesta, al servicio de los personajes y, por extensión, de la película, ¿a quién le importa un spoiler?, ¿a quién le importa saber de antemano que Audrey encontrará, finalmente, a Gato entre las basuras?, ¿y que no se marchará a Brasil y se quedará con George Peppard (en una relación a la que, por cierto, no auguro demasiado futuro)? Sinceramente creo que a nadie. Así podremos ver Desayuno… 10 veces. Y no nos importará. ¿Podríamos decir lo mismo de Parásitos? Sinceramente, creo que no. El spoiler de turno nos habría jodido. Porque él, con su indiscreción, puede joder las cosas, esos giros endemoniados que tiene el guión, quiero decir, pero nunca podrá jodernos las emociones porque éstas vienen por y del brazo de los personajes. Y que me “chive” el spoiler que Audrey en la última secuencia de Desayuno… encontrará a Gato, que a mí, cuando la vea a los sones de Moon River, la carne seguirá poniéndoseme de gallina; y del spoiler…, ¿a qué spoiler te refieres? ¡Ah, sí!, una chorrada más de estos tiempos tan modernos.

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