lunes, 16 de abril de 2018

LOS TIEMPOS SÓLIDOS Y LOS HERMANOS LUMIERE

 

Y continúo dándole vueltas a esto de las manecillas del tiempo. Me parece un asunto fundamental. De esos de poder perder el tiempo con ellos (y valga la gracieta), hasta hartarse. Porque si para el tiempo del siglo XX Bauman acuñó la expresión de “tiempos líquidos”, que nos viene al pelo para lidiar con este cronómetro que nos consume la existencia a toda leche, que nos hace ir de La Ceca a La Meca en menos que canta un gallo, que nos junta y nos separa a la velocidad del rayo y con el ruido ensordecedor del trueno, que hace, en definitiva, que hombres y mujeres movamos agitados y estresados el culo, la mayoría de las veces sin ton ni son y sin saber dejarlo estar quieto, en esta entrada echo el freeeeno de mano. Hasta arriba y parado como un poste de la luz. Y me reafirmo en que los tiempos no siempre han sido líquidos como hoy los padecemos. Que es más, que los tiempos de la Madre Naturaleza son más bien lentísimos o, por seguir con el pensamiento de Bauman tiempos, más bien, sólidos.

Pero en este inocuo y, aparentemente, inofensivo enfrentamiento entre tiempos; líquidos por un lado, versus, sólidos por otro radica, a mi parecer, uno de los grandes problemas que sufrimos, actualmente, todos los que nos empeñamos en circular por este mundo. Porque podríamos referirnos a los tiempos sólidos, los tiempos lentorros, como a los tempora naturale, a ese trote cochinero con el que la Madre Naturaleza se conduce, con el que hace sus cosas, mientras que los otros, los tiempos líquidos, escurridizos como una ardilla, serían los humanos, los tiempos racionales, los tiempos del homo sapiens con el disfraz que éste se empeña en ponerse desde que empezó el siglo XX. Y no me cabe duda de que este desfase de velocidades, de tiempos, es una de las causas de que la cabeza nos duela más veces de las que quisiéramos.

Porque con ello nos pegamos de bruces con la Naturaleza, y entrar en contradicción con ella no puede llevarnos a ningún sitio. Pero nosotros erre que erre (¡y que nadie me mencione a Martínez Soria, por favor!), insistiendo en hacerlo todo, nuestra vida incluida, más y más rápido, y cruzando los dedos porque la locomotora aguante y no descarrile pero presintiendo, también, que en cualquier curva pronunciada puede acabarse el chollo e irse todo, locomotora incluida, al traste y entonces sí: ¡sálvese quien pueda!

Y citaría, como empezamos hablando de cine y de los Lumiere, en un flash-back, apenas un par de ejemplos para que veamos a lo que quiero referirme hablando del tiempo. Porque nada de sol, ni de lluvia, nada de ciclogénesis, nada de nieve por encima de los 300 metros. Nada de este tiempo. Y sí, en cambio, del tiempo que sitúa al homo sapiens sobre la superficie de este Planeta que nosotros continuamos pisando: alrededor de 315.000 años a.C. Casi nada al aparato.

Pero es que después de esto, las primeras pinturas rupestres de las que tenemos constancia; esto sería, cuando a nuestros ancestros les dio la gana de ponerse a dibujar las paredes de las cuevas donde residían, suele fecharse sobre los 40.000 años a.C. (incluso hoy las últimas investigaciones tiran las fechas más atrás, hasta casi los 70.000 años a.C.), con lo cual las conclusiones que podemos sacar son de cajón de madera: ¡el homo sapiens habría tardado casi 250.000 años en coger el lápiz de colores! Si a este tiempo no se le puede llamar lento o sólido que baje Dios y lo cuente.

Pero es que si tiramos adelante, la modorra no se nos quita fácilmente de encima. Desde las pinturas rupestres hasta encontrar los primeros vestigios de lo que pudiera ser una civilización humana habrían transcurrido otros ¡65.000 años! Bosteeezo que te crió…

Sí, el homo sapiens se lo habría pensado dos veces antes de juntarse y formar Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eúfrates, o construir las pirámides en el Antiguo Egipto. Luego, “sólo” 4.000 años después surgirían las primeras colonias que darían lugar a la civilización griega.

Así que lo que nadie debería poner en discusión es que el viejo homo sapiens hacía lo posible, aún sabiendo lo infructuoso del intento, por acomodar sus ritmos a los ritmos naturales que marca la Madre y con los que erige las montañas o gana terreno para una selva virgen e inhóspita. Sí, sin duda, estos tiempos lentorros, estos tiempos sólidos son los más afines a los tiempos naturales.

Pero con la llegada del siglo XX todo se habría desmadrado. El cine nos daba un buen ejemplo y nos abría el camino sobre el que escribía en la 1ª parte de esta entrada: Salida de la fábrica de los Lumiere, 1895, la incomparable Amanecer, de Murnau, 1927: 32 años de nada. Moco de pavo para un salto de gigante. ¿Y somos conscientes- ahora un flash-foward- de que el homo sapiens cruza en avión los 560 kilómetros del Canal de la Mancha en 1909 y sólo ¡60 años más tarde! los 384.400 que nos separan, y hacia arriba, de La Luna?

Seguramente a la Madre Naturaleza (¡buenas son las madres!) no le gusta que nadie le haga un sorpaso. Y menos por la derecha. Y seguramente al homo sapiens se la tendrá jurada. Por lo tanto, tampoco es de extrañar que todo nos vaya como nos va. Quizás, incluso, la Madre se esté cachondeando mientras nosotros, los homines sapientes, nos empeñamos en mandarlo todo al garete a-toda-hostia. Porque, y que nadie se atreva a ponerlo en duda, si algún día hacemos mutis por el foro y desaparecemos, la Naturaleza va a seguir estando aquí en La Tierra, adoptando las formas que le toque adoptar, y quizás nos eche un poco de menos (han sido muchos años de convivencia, milenios de tiras y aflojas), pero tampoco por ello va abrirse las venas. Lo tengo claro.

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