sábado, 9 de diciembre de 2017

CARLOS BOYERO, DESHEREDADO


Todo el mundo sabe que filmaffinity es un portal de Internet donde se habla de cine y se valoran las películas, después de dar cuenta del argumento y de sus principales créditos, en una escala que va del 0 al 10 en función de las opiniones que emiten los usuarios debidamente registrados.

Pero es que además, la ficha de cada película se completa con un resumen de las críticas que algunos de los más renombrados expertos de este país han publicado en la prensa y revistas especializadas; este es el caso del señor Carlos Boyero, conocido y re-conocido crítico cinematográfico (¿cuántas películas habrá podido ver en su vida?); sin duda, uno de los más valorados y consultados por los aficionados después de haber trabajado para la prensa escrita del todopoderoso El País, perteneciente al más todopoderoso todavía Grupo Prisa, y para el más modesto El Mundo.
 
Así que por filmaffinity supe que el señor Carlos Boyero, en las páginas de El Mundo, calificaba a la majestuosa (para mí, por lo menos, que también he visto desde los 16 años bastante películas- y ahora tengo 52) Stalker, del no menos majestuoso (para mí, por lo menos) cineasta ruso Andrei Tarkovski, con una escueta y única palabra: “aburrida”, y se quedaba, me supongo, tan ancho.

Aunque yo tampoco es que me quedara demasiado “estrecho”. Las opiniones de estos críticos hace ya mucho, mucho tiempo que han dejado de servirme de referencia alguna. Menos todavía la del señor Boyero cuyas líneas siempre me las he saltado “a la comba” y cuyos gustos cinematográficos difieren de los míos como una gamba a una lima de uñas.

Por eso me importaba un carajo el adjetivo “aburrida” usado para des-calificar la excelente Stalker, porque tampoco quiero, ni me imagino que puedo, entrar en una discusión con el señor Boyero. Con ella, además, tampoco iba a ir a ninguna parte. Luego quedamos en eso de que para gustos no hay nada escrito y punto pelota.

Porque a lo que voy, o a lo querría ir con esta entrada, es a otra parte porque, días después, me encontré con el cortometraje Los desheredados de la cineasta Laura Ferrés nominado en su correspondiente categoría para los Premios de Cine Europeo de este año, después de haber ganado el premio Leica Cinema Discovery al Mejor Cortometraje en competición en el Festival de Cannes, ni más ni menos.

Y entonces me acordé que estos desheredados de Laura Ferrés yo ya los había visto este mismo año durante la selección de cortometrajes para ZINEBI, el Festival de Cine de Cortometraje y Documental de Bilbao. El cortometraje fue seleccionado para el Festival pero quise repasar mis motas porque me sonaba que la película me había parecido una castaña. Y abrí el cajón, cogí las notas que escribo mientras veo los cortometrajes y, efectivamente, ahí estaban Los desheredados, a los que había calificado con un 1 sobre 3, siendo 3 el máximo, y terminando mis notas con un dramático ¡SOS! por el que clamaba una urgente ayuda que me despertara del sopor en el que había caído durante su visionado.

Luego, con Stalker y Boyero, y Los desheredados, las preguntas se me imponían con urgencia. ¿Dónde coño queda la objetividad?, ¿o acaso la puñetera no existe, y en su lugar sólo existe el más crudo relativismo?, ¿el “todo depende”, y el más caprichoso y pretencioso todavía, “todo depende de mí”? Y lo peor, ¿adonde nos lleva este relativismo a-toda-costa?, ¿no nos lleva a un sabio pero ignorante estado que ignora que es un ignorante estado?

Sólo sé que no sé nada, decían aquellos benditos griegos del pasado y nosotros, en este siglo XXI, nos vamos acercando a ellos, pero por caminos opuestos, por la puerta de atrás. No pensamos que no sabemos nada, sino justo al contrario, que lo sabemos todo o, por lo menos, tanto como cualquiera, y así nos van las cosas.

El relativismo nos obliga a caminar entre arenas movedizas, y con el arte y con el cine, que es de lo que estamos escribiendo, este terreno es, particularmente, pantanoso. ¿Qué película está bien o mal o regular, y en función de qué criterios? Y oímos la respuesta, todo depende y todo depende de cada uno. O sea, que no hay criterios. Y las consecuencias a este aserto nos esperan a la vuelta de la esquina, a la salida del cine: si la película te ha gustado, la película es buena; si no te ha gustado, la película es mala. Y punto pelota otra vez.

Pero yo a lo mío: así no vamos a ningún lado… o a lo mejor sí: al lado en el que todo da igual, en el todo se olvida a toda leche, al lado en el que, parafraseando a Woody Allen, el cachondeo no deja de ser la mayor de las tragedias más el tiempo necesario para que las lágrimas dejen de resbalar por nuestras mejillas, a ese lado, en definitiva, del todo depende y depende de mí, que para eso sé más que nadie o tanto como cualquiera, ¡¿qué pasa?!
 
 
Nada, tranki, no pasa nada... O sí que pasa, ¡qué coño! Pasa, por ejemplo, que necesitamos criterios objetivos y razonados que nos ayuden a despejar el grano de la paja. Pasa que necesitamos que nos expliquen los porqués, y así descartar los porque sí, o los que porque yo lo valgo o yo lo digo. Y entonces el señor Boyero, y tantos otros como él (no me duelen prendas en reconocer que, aunque trate de evitarlos a toda costa, a veces yo también caigo en esos porque sí), dejarán de deprimirme por partida doble. Por parecerme unos charlatanes-siempre-sin-criterio, y porque esos charlatanes-siempre-sin-criterio, en estos mercados tan volátiles y relativos como los que frecuentamos hoy en día (¡que ellos mismos habrían creado con sus alegres pareceres!), se cotizan a precio de oro. Sí, charlatanes por eruditos, y opiniones por verdades. Y esto nunca me ha parecido ni me parecerá de recibo.

 

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