domingo, 23 de julio de 2017

CLINT EASTWOOD, EL ABUELO CHOCHEA


 Clint Eastwood ha supuesto, posiblemente, una de las mayores alegrías que me ha proporcionado en los últimos años el decadente (¿y hasta dónde irá a parar?) cine yanqui. En su momento me vi 7 veces, un al día durante una semana completa, su magistral Sin perdón. La reflexión que Clint plasmaba en ella sobre la violencia y, lo que pareció más increíble, su increíble puesta al día del personaje de justiciero que él mismo se había ido cincelando desde sus primeras películas con Sergio Leone, me dejó boquiabierto, al no haber asistido a nada similar desde los lejanos e incomprendidos tiempos del acerado cine de Jerry Lewis y del personaje que con él había creado. Sí, sí, Jerry Lewis, el payaso que actuaba con Dean Martin, y que luego decidió montarse un gran circo por su cuenta.

Pero, volviendo con Clint, y a lo que iba, el otro día vi Sully, su película basada en Chester “Sully” Sullenberger, aquel piloto que en 2009 se convirtió en un héroe cuando logró realizar un aterrizaje forzoso en pleno río Hudson, en Nueva York, salvando las vidas de sus 155 pasajeros. Y, creedme, que lo siento mucho, pero Clint Eastwood a sus 87 años ha perdido el “punch” por el que era envidiado por todos sus colegas de profesión y por tantos admiradores (yo entre ellos), apoltronados en las distintas butacas de los cines del mundo entero. Sí, el abuelo Clint chochea.

Yo ya había notado algo de todo esto: ciertos resbalones, ciertas salidas de tono, en los años de sus aclamados puentes de madison. Corría entonces el año 92, del siglo pasado, pero la historia que protagonizaban los hijos de Meryl Streep, en crisis con sus respectivas parejas, y que, después de conocer el diario y la bonita historia que su madre vive durante unos días en la soledad de su hogar con el fotógrafo que interpreta Clint Eastwood, vuelven a congraciarse y a comer perdices, como si nada hubiera ocurrido, ya me resultaba muy endeble; una peligrosa premonición del tono almibarado, con muy poco peligro que iría apoderándose del grueso de su filmografía, que vendría después, donde el genio recio y sin concesiones que nos entusiasmaba de, por ejemplo, El jinete pálido o Bird, de Sin perdón o Un mundo perfecto ya empezaban a perderse detrás de la esquina, a brillar por su ausencia.

¿O que nos depararon en su día, seamos sinceros, Medianoche en el jardín…, Poder absoluto, Ejecución inminente, Space Cowboys, Deuda de sangre, Mystic River- sería la excelente y ¿última? excepción a la regla, sus bienintencionadas pero, ¿algo más?, Million Dollar Baby, el díptico guerrero Banderas de nuestros padres-Cartas de Iwo Jiwa, la ya cargante (tanto como su protagonista, la mediocre Angelina)  El intercambio, o las apáticas e insuficientes Gran Torino, Invictus, Más allá de la vida, por no hablar ya de la-poca-cosa que suponen sus Jersey Boys, El francotirador o, por fin, y la que motiva estas líneas, la triste e insuficientísima Sully?

Quizás alguien me aconsejara que zanjara la cuestión diciendo que un abuelo no está ya para demasiados trotes, que 87 palos son ya muchos palos, demasiados. Pero, sin embargo, Clint sigue en la brecha con otra película para el año en el que estamos, una adaptación de The 15:17 to Paris, que describe el intento de asalto de Ayoub El Kazan a un tren de pasajeros el 21 de agosto de 2015 durante el servicio París-Amsterdam. Luego el abuelo no para, pero repito: chochea, y yo no esperaría grandes alharacas de este viaje en tren hasta los Países Bajos y sí en cambio, por hacer un chiste barato, un (según seamos de críticos) pequeño o gran bajón.

Luego, e incluso atentando ahora contra uno de mis últimos héroes cinematográficos, me preguntaría si como se pregona entre los más puristas círculos críticos cada vez que Clint estrena una película, cual si del lugar más común se tratara, si Clint Eastwood, digo, es realmente el último cineasta clásico.
Porque más allá de cuestiones puramente cinematográficas, o no, mejor inmersos en ellas, ¿no sería una característica común a todos los clásicos, que con el celuloide han sido, a los Hitchcock, Houston, Hawks, Ozu, Mizoguchi, Dreyer, etc. y etc., el hecho de que las arrugas y los años les hicieron mejores y que, de hecho, algunas de sus grandes películas son, precisamente a las que les toca figurar en los últimos escalafones cronológicos de sus filmografías?
Y acordémonos de Frenesí (Hitchcock), de Dublineses (Houston), de El Dorado (Hawks), de El hombre que mató a Liberty Valance o de Siete mujeres (Ford), de Cuentos de Tokio (Ozu), de Gertrud (Dreyer) o, por no resultar abrasivo, de El intendente Sansho o de La emperatriz Yang Kwei Fei (Mizoguchi), y comparémoslas, ya sé que son odiosas las comparaciones, pero hagámoslo y sin que sirva de precedente, con las últimas entregas del otrora (ya va siendo hora de decirlo) gran Clint Eastwood, y preguntemos ahora, ¿será de verdad Clint Eastwood el “último cineasta clásico”?, ¿o será esta otra de esas exageraciones a las que tan propensos parecemos en estos tiempos, para atenuar y soportar mejor este desolador panorama cultural que tenemos entre las manos y ante los ojos? Vosotros diréis.



 

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