jueves, 30 de marzo de 2017

LA DONCELLA DE PARK CHAN-WOOK NO ME "PONE"


Ahora que voy a pronunciar una conferencia sobre los 30 de Robocop, de Paul Verhoeven, se me ocurre que otra buena fecha para el arranque de estos caminos por los que discurre el cine actual, sería su archifamosa Instinto básico.

Se dan en ella dos características que vertebran, como un santo y seña, nuestro cine de hoy en día. Posiblemente incluso, de nuestra misma sociedad de la que el cine no dejaría de ser una parte consustancial y un reflejo de la misma.

Y me referiría con estas características, primero, a los personajes femeninos o supermujeres (¿dónde se habrá quedado aquel Superhombre que preconizaba Nietzsche?) que se las saben todas o, como suelo decir yo, que se han aprendido el guión de memoria y no les pilla por sorpresa nada  de que pueda pasar en los siguientes minutos de la película; o sea, que esta primera característica hace de ellas una especie de demiurgos, omniscientes de todos los avatares que en la película se van a suceder.

Y en segundo lugar, o segunda característica, unos guiones tan enrevesados, tan epatantes en sus giros y retruécanos que provocan la admiración de los espectadores más fácilmente impresionables, de los críticos a los que se les van las manos para bajar estrellitas del cielo y ponerlas sobre el papel, al final de sus sesudas (sic) críticas, pero que empapuzan, digo los guiones, a los propios personajes de la película hasta hacer de ellos meras marionetas al servicio de unas tramas que terminan por engullirles en sus propias complicaciones, y haciendo de ellos medios al servicio de las alucinantes (sic) historias y nunca verdaderos fines a los que las historias, los guiones deberían servir.

Porque desde Instinto básico el guionista es el rey de la función antes de que la función o la película sea filmada; después, son las otras, las féminas, las reinas del cotarro.

Claro, diréis algunos, el mundo ha cambiado. Sí, de acuerdo. Este mundo nuestro se habría feminizado, tal vez, como un correlato de aquella juvenilización que este mismo mundo ha sufrido y de la que daba algunas cuentas en Divino tesoro, mi primer ensayo (y perdón por la autocita). La feminización del mundo es algo que yo mantengo como un axioma de estos días tan posmodernos y que no tengo ningún problema en asumir porque, entre otras cosas, nada puedo hacer para cambiarlo y, de hecho, ninguna gana tengo de hacerlo.

Prefiero contemplarlo desde la barrera y reflexionar sobre ello porque, esto sí, la feminización del mundo es una cosa que me afecta como ser vivo que vive en este mundo.

Así que sobre estos dos pilares, concretando, el guión enrevesado y la supermujer, se construirían el 90% de las películas actuales. Aludir a Tarantino quizás fuera un truquete demasiado fácil, pero a mí me basta. Ver sino Jackie Brown, los dos volúmenes de Kill Bill o el Django encadenado o la última, Los odiosos ochos. O ver el cine que nos llega puntualmente desde Oriente, como los Reyes Magos, de la mano de Zhang Yimou y su musa, ¡cómo no!, Gong Li, o de esos primos hermanos de Quentin como este modernete Park Chan-wook bebiendo sus complejos vitamínicos de estas mismas premisas: guiones que son un cristo, y mujeres a las que no engaña ni un trilero.

Y, además, por eso gustan mucho estas películas. Porque son como el mundo donde van a ser proyectadas: feminizado y un lío que ni dios acierta a poner en orden, una gigantesca caja de sorpresas, piruetas sobre piruetas, hacia un más difícil todavía, mientras los personajes, que son aquello que a mí, por lo menos, más me interesa rinden pleitesía y quedan al servicio de estas mismas premisas. También lo dije antes: siempre medios, nunca fines.

Y toda esta pajota mental se me vino a la cabeza viendo el otro día en mi querido cineclub FAS La doncella, de Park Chan-wook, multipremisada allá por donde se ha presentado, multiaclamada por todos los que la han visto. Un poco como la Carol, de Todd Haynes, de la que ya comenté similar en este mismo blog.

Sí, porque antes, ¿escribía “todos”? Quizás haya exagerado. Porque yo no estoy entre esos “todos”. Lo digo también directamente. A mí La doncella me pareció un bonito soufflé que va desmoronándose poco a poco según transcurren sus interminables 145 minutos. Y lo hace, principalmente (y es mi modesta opinión y por eso he empezado hablando de lo que he hablado), porque las dos premisas, a las que he aludido una cuantas veces en este texto, se cumplen en ella a rajatabla.

El cristo de guión y la mujer, en este caso, las mujeres que sí, que se las saben todas y a las que no hay manera de torear (¡a quien se le ocurriría torear a una mujer en pleno siglo XXI!).

Y por todo esto lo que empieza pareciendo una atractiva ficción que se sirve de aquella espléndida linterna roja, de Yimou, acaba derivando en una juguetona y sinsorga sorpresa-tras-sorpresa, sin más pretensiones que embaucar a los espectadores con una pretendida, pero más falsa que un billete de 2 euros, profundidad al alcance de muy pocos entendidos, que después luego resultan que son multitud: esas multitudes que pasan religiosamente por taquilla.

Y, de esta forma, llegaríamos al colofón, al plano final de La doncella donde se resume el verdadero alcance y propósito de Park Chan-wook, donde el cachondeo campa a sus anchas, donde las dos actrices en pelota picada retozan y ríen de todo sobre la cama, como en una más de esas películas que los Reyes Magos de Oriente cargan sobre sus camellos, a cambio, eso sí, de llevarse una suculenta cosecha de Premios de la Crítica o del Jurado o del Público, o de Interpretación, femenina por supuesto; pero, ¡lástima!, los dos personajes habrían perdido, por el camino de la enrevesada ficción, todo el interés y nobleza que pudieran haber despertado en un principio, y no son ya más que divertidas gamberras que se saben el guión de antemano y se ríen y se ríen (¡viva la estulticia de Rótterdam!) de todos, de los hombres principalmente, ¡cómo no!, a los que habrían tomado por el pito de un sereno y que, mientras ellas disfrutan, ellos andan con cuchillitos rebanándose los dedos. Mundo feminizado obliga. Cada línea del guión incluida. Que no queden cabos sueltos. Que todo sea retorcido. Sin más. Y la sociedad que respire tranquila: nada de peligro avizor.

Claro, que al día siguiente vi el Nosferatu, de Murnau en una impecable copia, acompañada de la impactante música compuesta por José María Sánchez-Verdú e interpretada por la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Escribir aquello de las comparaciones… me resulta demasiado cruel. Tampoco hemos venido hasta aquí para joder a nadie. ¡Hay tantas cosas mejores que hacer..!     

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