jueves, 24 de septiembre de 2015

ALFONSO BASTERRA: SE ABRE LA SESIÓN

(Este artículo ha sido escrito para la Revista de Antiguos Alumnos del Colegio de los Jesuitas de Bilbao. Que vaya a ser publicado o no, ya no me concierne totalmente a mí. Pero lo he hecho porque creo que Alfonso se lo merece y porque pienso que, de paso y ahora que el juicio va a abrirse, no nos vendría mal a nosotros echarnos cierta capa de humildad a las espaldas).
 
Si una tarde, esta tarde por ejemplo, me lo cruzara por la acera nos saludaríamos efusivamente e incluso podría darle un abrazo, gesto que tengo reservado para los que son muy amigos o para los que son bastante conocidos y a los que hace mucho tiempo que no veo. Y sin duda que Alfonso entraría dentro de este segundo grupo. Porque si me lo encontrara por la calle, esta tarde digo, por ejemplo, se romperían los 20 años (o más) que llevaría sin saludarle en vivo y en directo. Así que si tuviéramos un rato quizás hasta nos iríamos a tomar un café o lo que fuera y hablaríamos resumidamente (el tiempo sigue siendo oro) de nuestras cosas, de cómo nos va la vida y de qué ha sido de nosotros en estos últimos 20 años.

Sí, y creo que además yo estaría a gusto. No recuerdo que Alfonso fuera un mal chaval, agresivo o borde sino más bien al contrario, tranquilo, hasta pánfilo, un buenazo, hasta la ingenuidad, como suelen serlo casi todos los hombres un poco pasados de peso, tripones, a lo oso panda; un tipo, en resumen, que no molesta en absoluto y que tampoco asusta a nadie.


Y sin embargo, Alfonso Basterra, que así se apellida, lleva casi dos años en la cárcel. A la espera de que se abra el juicio o, por el tiempo que lleva esperando, a la espera de que se abran nuevamente las aguas del Nilo (que parece que, ¡¡¡por fin!!!, lo van a hacer). Acusado de asesinato o de homicidio que, a decir verdad, nunca he tenido muy claro qué es lo uno y lo otro, y que ni me importa ya que el resultado de ambas palabras es igualmente aterrador. Y Alfonso Basterra ahí sigue, en Galicia adonde se fue a vivir después de acabar sus estudios de periodismo en la UPV de Lejona, y donde se casó y adoptó a una cría oriental, y donde después se separó, solo que ahora en lugar de estar en casa le han metido en una celda que no será más grande que mi dormitorio, y a la espera, a la espera de juicio porque la Justicia le acusa de haber matado, en complicidad con su exmujer (que también está detenida), a su hija.

Y, ¿dos años, veinticuatro meses, setecientos veinte días esperando no son mucho tiempo para que se continúe hablando de Justicia? ¿O quizás sea que la Justicia y la Injusticia, como tan a menudo ocurre con todos los términos contrarios, se dan efusivamente y demasiado a menudo la mano? Porque una Justicia lentísima, ¿es justa o es una tortura añadida que ningún ser humano debería merecerse simple y llanamente por el hecho irrefutable de que somos humanos?

Sí, a mí estas cosas me estremecen. Como me estremecen los refugiados sirios o los que ocupan las dependencias de Guantánamo. O quien esté jodido. Cuando estás frente al dolor, pisas territorio sagrado, decía más o menos Oscar Wilde. Y esta frase es hoy, y más que nunca, una categórica afirmación. Cuando disponemos a nuestro alcance, en pleno siglo XXI, de los mayores y mejores medios de los que jamás la humanidad ha dispuesto, sino para eliminar por completo el dolor (me temo que éste siempre se empeñará en caminar a nuestro lado mientras andemos por aquí), sí, por lo menos, para atenuarlo hasta límites soportables (que esa compañía no nos resulte tan ingrata y desagradable). Y esto lo escribiría y se lo diría a todos aquellos que en algún desafortunado momento se ven las caras, frente a frente, con esa Justicia-Injusticia, y se enredan en su tela de araña; en unos hilos que amordazan, humillan y no te dejan ver más allá de ellos, como si el fino pero indestructible tejido del que se componen les hiciera infinitos y se alargaran y se alargaran hasta que sólo cabría arreglárselas como buenamente se puede y, de este modo, vivir, no, sobrevivir en la tela procurando que la araña no nos engulla en un descuido.
 

Así que desde aquí ¡¡ánimo Alfonso Basterra!! Que algunos y alguien como yo nos acordamos de ti de vez en cuando. A distancia, sí. Pero pensando también en que lo que a ti te está ocurriendo podría habernos ocurrirnos a cualquiera de nosotros. Porque como tú, ¿no estudié también yo en Bilbao con los Jesuitas de Indautxu?, ¿y no pertenecemos a la misma Promoción, a la del 83?, ¿y no subiste y bajaste de Lejona, dos veces al día, durante los cinco años que dura la carrera de Periodismo con uno de mis mejores amigos?

Sí, la vida pasa, Alfonso. Sólo que a veces a unos les pasa por encima. Como te ha pasado a ti. Y que nadie me pregunte porqué a unos sí y a otros, no. Porque no tengo ni idea. Toca y te ha tocado. Porque muchos no tienen tan mala suerte. Y lo leemos en las páginas de esta Revista de Antiguos Alumnos, por ejemplo. Con sus éxitos llenando líneas, párrafos y pies de fotos. Porque es bonito reconocer que ese flamante y nuevo Director para Hispanoamérica de X estuvo en mi clase, a mi lado, en un pupitre a dos metros apenas de distancia, y durante tres años, 6º, 7º y 8º si no recuerdo mal. Pero también es hora de que nos acordemos que un infortunio ha “colocado” a otro de nuestros compañeros en una celda de una prisión gallega. Y que tiene nombre como ese flamante y nuevo Director para Hispanoamérica de X. Se llama Alfonso. Y se apellida Basterra. Y él también estuvo en nuestra clase, a nuestro lado o en ese pupitre a dos metros apenas de distancia. Porque, que no se nos olvide, el Triunfo y la Desgracia no dejan de ser sino las dos caras de una misma moneda; la moneda que todos (y sin excepción) llevamos en el bolsillo y con la que cada día compramos el pan.

 

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