miércoles, 22 de abril de 2015

EUROLEAGUE, FÚTBOL Y MALETINES


Estos días anda la Euroleague de baloncesto disputando los play-offs que decidirán los cuatro participantes en la Final Tour de Madrid. No es que esto en sí me interese demasiado. Únicamente llamaría la atención sobre el hecho de que el Real Madrid en su obsesiva y enloquecida carrera en pos de más y más títulos en las altas competiciones deportivas europeas tanto de fútbol (la Champions) como de baloncesto (la mencionada Euroleague) no ha tenido ya más remedio que volver a aflojar la cartera, desembolsar un buen puñado de euros y traerse la fase decisiva de la competición, esto es, la Final Tour, a la capital de este Reino de Taifas. Con la esperanza de que a ver si este año, por fin, Felipe Reyes levanta el preciado trofeo después de que lo hicieran aquellas huestes merengues lideradas por Arvidas Sabonis ¡allá por el año 1995!
 
Mucho tiempo, sí, mucha agua ha caído para estos ambiciosos y siempre hambrientos colmillos de Don Florentino. Cuando la sección (de baloncesto, se entiende) ya ha debido aprenderse de memoria que a su otrora (¿o lo es todavía?) flamante, rutilante y millonaria estrella o Rudy Fernández padece una incontinente cagalera, que le deja a medio gas, cada vez que debe jugar uno de esos partidos de sí o no ante un público que no es el suyo y que, tradicionalmente (méritos ha hecho el muchachito de Palma), se vuelca en su contra cuando bota el balón, arma el brazo para cascarse un tiro de tres o se fija en el aro y en el tablero de la canasta antes de lanzar un tiro libre. No, al muchachito, que ya no es tan muchachito, ya lo conocemos: nervios no precisamente de acero, a lo Nadal para entendernos, carácter más bien amembrilado, si es que la palabreja existe. Pero este año no le van a valer excusas. El Real Madrid se ha traído la Final Tour a casa, tiene un equipazo para solventar las posibles “lagunas mentales” de su otrora (¿o lo es todavía?) figura o figurita, y el muchachito ya hace tiempo que se afeita.

¿Faltaría algo más? La suerte, por supuesto. Como diría aquel general ruso de la inmortal Guerra y Paz. Pero parece que a estos arrogantes vestidos de blanco Tolstoi se la trae foja y hasta la suerte les parece una cuestión que a ellos nos les incumbe ya que sólo los débiles de espíritu se amedrentan ante ella. Ellos, nunca. Jamás. Pues que les vaya bonito. Porque a mí me gustaría que perdieran la final. Y que fuera por un punto. Y en la prórroga. Sólo lo lamentaría por Pablo Laso que siempre me ha parecido un deportista y un honrado técnico y al que, por ello, nunca he sabido muy bien colocar en semejante banquillo. Me imagino que muchos billetes de euro … morados habrán tenido la culpa.

Pero perdón por la chapa si es que a alguno de los que ha llegado hasta aquí se lo ha parecido porque, de verdad, no hubiera querido enrollarme tanto. Porque yo iba a otra cosa. Porque antes de llegar a estos play-offs previos a la Final Tour de Madrid los equipos clasificados han estado divididos en dos grupos de ocho equipos. Jugaron todos contra todos, a doble vuelta y los cuatro primeros de cada grupo son los que están actualmente disputando los mencionados play-offs. La FIBA, que es como la futbolera FIFA, llama a esta fase el TOP16. Y en él sucede lo que tiene que suceder dado el sistema de competición empleado. Y es que en su última jornada (y a veces también en la penúltima y en la antepenúltima) hay muchos partidos que enfrentan a equipos ya eliminados y que nada se juegan en el envite, contra otros que al revés, que en esos 40 minutos (si no hay prórroga o prórrogas) se juegan el ser o no ser en la competición y, en el caso de muchos (el Maccabi, por ejemplo), el ser o no ser de todo la Temporada.

Y con esto llegaríamos adonde habría querido llegar desde el principio. A los partidos intranscedentes para unos, y súper trascendentes para otros. ¿Y cómo se dirimen y se resuelven estos enfrentamientos? ¿Qué podemos sacar en claro de sus resultados? Porque analizando los marcadores que se produjeron en la última jornada del TOP16 de este 2015 podríamos, seguramente, aventurar algunas cosas curiosas. Por ejemplo, Fenerbahce Ulker versus Anadolu Efes. El equipo entrenado por Zelko Obradovich, el Fenerbahce no se jugaba nada. Era segundo de su grupo ganara o perdiera. Luego partido intrascendente para él. Pero para el Anadolu, partido a cara perro. Partido, súper transcendente. Si perdía, y minutos después ganaba el Laboral Kutxa en la cancha de un Unicaja Málaga ya eliminado y que nada se jugaba en un envite para él intrascendente, a empaquetar sus ropas, cerrar las maletas y para casa hasta una próxima ocasión. ¿Y el resultado entonces? ¡Fenerbahce Ulker, 83-Anadolu Efes, 72! ¿Chocante, no? Es como si la indiferencia por perder enfrentada a la presión por ganar hubiera favorecido a la primera.

Pero fíjémonos si no todavía en el partido que vino a continuación. Los vitorianos del Laboral Kutxa contra los malagueños del Unicaja. Para los vitorianos más claro que el aire, conociendo ya la derrota del Anadolu Efes frente al Fenerbahce: ganando al defenestrado Unicaja tendrían en el bolsillo el pase a los play-offs. ¿Y el resultado? Unicaja, 93-Laboral Kutxa, 84. ¡Coño y tan chocante! Y esto bien se merece “una vueltilla de tuerca”. ¡Y confirma que en el baloncesto la “indiferencia” vence en el pulso a la “presión”.

Aunque, amigos, con el fútbol la cuestión pinta distinta: opuesta. Cuando un equipo no se juega nada en el campo y el contrario, la vida, el resultado final no deja lugar a la duda. ¿O acaso nos hemos olvidado del sonrojante 12-1 de España contra Albania o del no menos bochornoso 6-0 de Argentina contra Perú en su Mundial del 1978? Parece que en el fútbol, y al contrario de los que pasa con el basket, cuando a un equipo el partido le resulta “indiferente” ya podemos ir firmando su sentencia de muerte porque un contrario con “presión”, si le resulta preciso, le meterá tres, cuatro, cinco, o los goles que le hagan falta (por supuesto siempre dentro de unas “cantidades” razonables para 90 minutos de partido). Hasta en este detalle los dos deportes resultan tan antagónicos como el día y la noche. Y sus fieles seguidores ad hoc: apenas si puedan “seguirse” y hablar sobre sus respectivas pasiones sin una mueca de pasotismo, cuando no de franco desprecio, por el contrario de la camiseta de tirantes, por ejemplo. 
 
Pero todo esto, ¿a qué puede obedecer? Y ésta sería “la vuelta de tuerca”. Mi contribución personal. Porque las razones no serían tan difíciles de ver como una jirafa haciendo el pino. Se trata de que en el baloncesto los equipos no tienen más cojones que atacar. Para los cual se han implantado dos reglas preci(o)sas. Hay que pasar el campo propio en menos de 8 segundos. Y una vez que esto se ha conseguido hay que lanzar a la canasta rival en menos de 24. Por lo que la indiferencia por el resultado y la tranquilidad de ánimo, que ello llevaría aparejada, juegan (y valga la redundancia) ineludiblemente, CUANDO EXISTE, REPITO, ESA MARAVILLOSA (PARA EL ESPECTÁCULO) OBLIGACIÓN DE ATACAR, en favor del equipo que ostente en ánimo esa indiferencia y la tranquilidad. Y al revés, la presión, la necesidad de ganar, CUANDO EXISTE, REPITO, ESA MARAVILLOSA (PARA EL ESPECTÁCULO) OBLIGACIÓN DE ATACAR, repercutirá en contra del equipo que cargue sobre sus hombros con la mencionada presión, con esa imperiosa necesidad de ganar. Habrá, ¡qué duda cabe!, factores del juego en los que dicho equipo “con presión” saldrá beneficiado: el rebote ofensivo, por ejemplo, se cargará con mayor energía y en esa faceta del juego saldrá bien librado, sus defensas serán más pegajosas y atosigantes pero, en general, el equipo “con presión” saldrá perjudicado. La precisión de sus tiros, ante la ausencia de la debida tranquilidad, dejará mucho que desear. Sus porcentajes caerán por el precipicio. Las protestas, y las faltas y consiguientes técnicas serán, seguramente, una Espada de Damocles que, en muchas ocasiones, se afilará contra sus apurados gaznates; un mala jugada será, en definitiva, ésta de tener que jugar un partido de baloncesto “con presión” contra un equipo que, al contrario, nada se está jugando en la cancha. Y ti y tu equipo, mientras tanto, peleándose contra todo lo que se mueve cuando, en realidad, el rival está ahí porque así lo dispone el calendario. Sí, mala jugada. Una de las peores. Y a las pruebas me remito.

Y sin embargo con el fútbol, ¿qué pasa? Pues lo de siempre. Lo contrario de lo que pasa en el baloncesto. En el fútbol ESA MARAVILLOSA (PARA EL ESPECTÁCULO) OBLIGACIÓN DE ATACAR brilla por su ausencia. No existe. Y así el equipo al que esa indiferencia y la tranquilidad adornan sus camisetas podrá recibir tantos goles como puñetazos Margarito en su sangriento combate contra Pacquiao. Nada le obliga a atacar. Nada le obliga a salir de su campo y pasar al del contrario. Cosa tan necesaria para meter un gol. Pero nada, una regla por ejemplo, le obliga a salir de su letargo. De su bendita siesta y modorra. Y en cambio, el contrario, ese otro equipo que sí se está jugando la vida y juega y disputa cada balón con furia, con presión; ese equipo al que el resultado puede cambiarle la vida, saldrá a morder, a atrincherar en su área al rival. “Hazaña” que no le costará llevar a cabo. Porque el indiferente y tranquilón rival, por lo que hemos dicho, tampoco querrá irse mucho más lejos, ni abandonar su área. Y estas dos circunstancias unidas no podrán desembocar en ningún otro resultado: 12-1, 6-0.

Pero si esto en principio no tendría en sí nada malo, salvo para el sufrido espectador que habría pagado una entrada para presenciar una “filfa”, una “broma que a nadie hace reír y menos disfrutar”, sí que acarrea un peligro que suele poner en serio peligro al propio deporte: los amaños, los dichosos maletines. Pero estos son, si me he explicado, y “la vuelta a la tuerca” de ha dado en su correspondiente sentido, la necesaria consecuencia de las reglas del fútbol. PORQUE SI UN EQUIPO, AFECTADO POR LA INDIFERENCIA Y LA TRANQUILIDAD DE ÁNIMO, NO ATACA ALGO HABRÁ QUE HACER PARA QUE LO HAGA. Y el dinero, en estos tiempos que corren que se las pelan, será seguramente la liebre más jugosa y efectiva para conseguir que esas piernas indiferentes y tranquilas se reactiven, que esos ojos alicaídos se abran como platos y que los ronquidos dejen de escucharse sobre la hierba. Y surgen entonces los sempiternos gritos al cielo, y las sospechas. Y las sospechas enturbian, desacreditan la Competición, el juego limpio. Hacen que el sudor de los contendientes huela a gel de ducha pero que huele francamente mal. ¡¿Por qué ese equipo al que el resultado del partido le resulte indiferente está jugando como si la vida le fuera en cada regate?!...

Aunque esto es lo que hay. Así lo han dispuesto los dirigentes y mandamases del balompié. Polémicas y más polémicas. Que de esto vive también el fútbol. Y muy bien por cierto. Luego no seamos cínicos y nos andemos quejando de lo que tenemos. Cuando lo que tenemos lo tenemos porque nos da la gana. Lo que a menudo suele ser además (aunque no siempre) porque nos lo merecemos. Así que mientras no se tomen cartas en el asunto y se acuerden otras regalas los maletines seguirán yendo de mano en mano. Y el fútbol irá dejándose en cada relevo parte de aquel limpio espíritu competitivo que le hizo ser, una vez, el Deporte Rey.

 

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