domingo, 15 de febrero de 2015

CARNAVALES EN BILBAO, SIEMPRE "PASADOS" POR AGUA


¡Por fin podré defenderme de todos aquellos que me acusan de divagar cuando afirmo que "Bilbao + Carnaval =Lluvia; y que éste es un axioma tan cierto como que 2 más 2 es igual a 4"! Porque el otro día recibí una carta extraña. Y sin reproducir textualmente sus palabras que son farragosas a veces, y como decía antes, extrañas a menudo trataré de resumirlas.

La carta estaba fechada el 1º de febrero y la enviaba la consejería de turismo de un ayuntamiento de puño y letra del alcalde de un pueblo de cuyo nombre sí que me acuerdo pero que no voy a mencionar porque, sinceramente, pienso que no viene a cuento. Lo extraño no está en relación con los apellidos del pueblo sino con su desesperada situación y petición ad hoc.

El caso es que ese pueblo suele padecer muy prolongados periodos de sequía. Y a menudo sus cosechas se arruinan por esa falta de agua o, en el mejor de los años, éstos son cuando caen cuatro gotas de sus ingratos cielos, sus campos producen alimentos que no surtirían las despensas de un Arzak o un Ferrán Adriá pero que, por lo menos, sirven para engañar, y nunca mejor expresado, los estómagos de sus sufridos vecinos.


Y por todo esto viene la extraña petición. Porque por boca del alcalde, y con unas palabras que romperían el corazón del más desalmado bandolero de la Sierra Morena, nos piden a nosotros vecinos de Bilbao que tengamos, a bien, organizar nuestros próximos Carnavales en su pueblo ya que tienen perfectamente comprobado que siempre que los bilbaínos se tiran a Don Carnal a la chepa, las nubes descargan torrenciales ríos de agua; vaya, que no hay un bilbaíno disfrazado de pirata, de Superman, de Flautista de Hamelín o de mexicano o de lo que sea, que no se pille, durante estas animosas fiestas  carnavaleras, una buena chupa como Dios manda: caladito hasta los huesos, chorreando agua desde la cabeza hasta la última punta del zapato.


Los gastos de desplazamiento hasta el pueblo, estancia y manutención correrían a cuenta de su propia consejería de turismo. Faltaría más, escribe el alcalde. Y además para los más altruistas, desocupados y juerguistas, el ayuntamiento estaría dispuesto a prolongar su estancia en el pueblo más allá de los días que marcan e Carnaval: ¡dos semanas a contar desde el "entierro de la sardina"! Y jura y perjura el alcalde que nadie se sentirá defraudado, y pone la mano en el fuego a que todos querrán repetir el próximo año.

El hombre está convencido que con esta novedosas y sorprendente táctica todos saldremos ganando. Ellos es obvio. Conocerán a gente nueva. Y sobre todo tendrán los campos regados en abundancia. Buenas cosechas y pingües beneficios para sus humildes arcas. Y nosotros, los bilbaínos, porque la diversión estaría garantizada. Qué más da que aquí o allí, en nuestro botxo. Y porque los jóvenes y las jóvenes del pueblo están dispuestos y dispuestas para todo-todo, dispuestos y dispuestas a liarse la manta a la cabeza si hace falta y hacer que nuestra estancia entre sus convecinos sea una experiencia alucinante y única. Palabra de alcalde, añade el alcalde. Y lo jura también por éstas (aunque yo ya no sé a que "éstas" se refiere).


Y después el alcalde y la carta se despiden con un cordial saludo y quedan a la espera de nuestras gratas noticias. Y yo no sé lo que harán los demás. Pero a mí como que me apetece. Cambiar de aires. Porque si en Carnavales me calo siempre hasta el tuétano que, por lo menos, lo haga en otro lugar que no conozco y que el viaje sirva para que otras personas sonrían y sean felices cuando miren al cielo y vean alucinados cómo el agua descarga y empapa sus tierras y sus bonitos disfraces de romanos.

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