jueves, 21 de agosto de 2014

TITÍN III Y LOS IMPRESCINDIBLES



Ando estos días, tristes días (y enseguida expondré en qué medida lo son, al menos para mí), cuando el verano ya nos anuncia lo inevitable (y enseguida diré el qué), con una preci(o)sa cita del gran Bertolt Brecht rondándome la cabeza; unos versos que, años después, recitaría el también gran Silvio Rodríguez para comenzar aquella canción que algunos llamamos Sueño con serpientes. Los versos, en cuestión, vendrían a decir lo siguiente, Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.

Y hagamos, ahora, la siguiente operación, con el permiso de Brecht, que aunque ya no esté entre nosotros yo creo que sí nos lo concedería, y cambiemos “toda una vida” por “todos los partidos”. Y leamos de nuevo la cita. Despacito, durante 15 segundos, por ejemplo.

Pero hay los que luchan todos los partidos, esos son los imprescindibles.

Y entonces espero que se entienda que si he subrayado, o colocado en cursivas, el adjetivo “imprescindibles” no lo hecho por casualidad ni porque se me haya trastabillado el cursor del ordenador si no porque es en ese adjetivo donde se encuentra la razón de que los versos de Brecht me anden rondando la cabeza y de que estos días sean para mí, efectivamente, unos tristes días. Porque el 5 de octubre, Augusto Ibánez Titín, o Titín III para los que hemos disfrutado y nos hemos emocionado viéndole jugar en un frontón, colgará el gerriko, y nos dirá adiós con esa sobriedad propia de los guerreros que nunca se dan por vencidos. Porque la vida para ellos será siempre “el gran partido”. Y las disputas en el frontón sólo una parte de ella. Y que ésta, la vida, apenas si terminará cuando uno acepte que le falta el aire. Mucho después de que al marcador haya subido el cartón “22”.

Y Titín III, como pocos en este mundo (me supongo que por aquí vendrá lo de la Medalla al Mérito Deportivo), y como poquísimos en este deporte es sin duda uno de esos, uno de los imprescindibles. ¡Más de 1500 partidos en sus manos y espalda! ¡Más de 900 victorias, que al final son lo de menos pero que ahí quedarán! ¡Y cuántos inolvidables instantes que se nos han prendido en la memoria para siempre! ¡Después de 22 años como profesional! Que se cuentan pronto. Y que, sin embargo, si los pensamos bien y nos echamos una ojeada en el espejo comprobaremos que son muchos partidos y, sobre todo,… muchos años.

Sí, el 5 de octubre Titín III se despedirá de la pelota profesional. Y lo hará desde su tierra, desde su frontón, desde ese Adarraga que tiene su estampa grabada en la pared del rebote, presidiendo con su figura toda la cancha donde él ya no volverá a estar pero donde todos le echaremos de menos y, de vez en cuando, aún nos podremos imaginar que continúa lanzándose como un rayo a por esa pelota puñetera que el rival le ha cruzado astutamente al ancho.

Porque estas cosas hacen a los hombres imprescindibles. Que en un momento determinado se pueden ir, se pueden ausentar a hacer algún recado que, incluso, les vaya a ocupar el resto de su vida pero que, sin embargo, por ser imprescindibles siempre estarán con nosotros. Siempre que presenciemos un partido de pelota.

Porque estos imprescindibles, a diferencia de los otros profesionales con los que comparten la cancha, no sólo juegan a un determinando deporte, en este caso la pelota a mano, sino que hacen ese deporte, lo cambian, lo construyen, lo convierten desde sus aptitudes en algo diferente a cuando ellos aún no habían empezado a jugar; en algo que desde su llegada ya no volverá a ser lo mismo. Por eso decía que cuando Titín III ya no juegue en los frontones él seguirá estando en ellos, jugando en cada paridita al txoko, en las estiradas imposibles hasta la contracancha en busca de esa pelota que sí se puede devolver…

Y pienso que éstas son las cosas que tienen los imprescindibles. Que se despedirán y continuarán estando entre nosotros, en cada uno de los aficionados. Por eso, su marcha nos puede dejar un nudo en la garganta. Al principio, claro. O durante unos días que serán, sin duda, días tristes. Pero después recuperaremos los ánimos. Porque otro pelotari se lanzará a por esa bola imposible, hasta la contracancha y en su vuelo, en ese vuelo acrobático, horizontal y centelleante nos volveremos a encontrar con Titín III. Que nunca se habrá ido del todo. Y que por eso formará siempre parte de esos imprescindibles, de los que nos habla Bertolt Brecht. 

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