jueves, 28 de diciembre de 2017

ÚNICOS Y GENIALES: FELIZ AÑO

Bueno, el año que se termina. ¡Adiós, finito, caput! Quien le eche de menos que se arrasque porque una de las cosas contra las que nunca podremos luchar en este mundo es que lo que se va ya no vuelve.

Por eso, y ante eso, paciencia. Y ver en su lugar su lado bueno. Que lo tiene, aunque a veces nos cueste dios y ayuda encontrarlo y podamos, entonces, pensar que no existe, que todo, y este mundo en concreto, es una mierda, y todo nos da igual: que a Trump le vaya bonito con lo que quiera hacer y a los yihaddistas lo mismo, y a Kim Jong-un lo mismo, jugando con sus misiles de tan corto alcance como su cabeza, y a los demás idem de ídem.

Pero por ahí mal vamos: cada uno con su movida: mal negocio, coleguitas. Porque de esta (mala) manera un día veremos las hostias a distancia y al otro, sin embargo, tan de cerca que nos dejarán la cara como el Ecce Homo de Borja. Así que al loro: que el mundo no sea tan dulce como un polvorón (ya que estamos en Navidades) no debe darnos permiso para tirar todo por la borda o tratar de “endulzar” la vida con un poquito más de vinagre. Lo bueno y lo malo se estrechan siempre las manos. Tampoco contra eso se puede luchar pero sí, en cambio, y sería ésta mi última propuesta del año, extraer de ello esa pizca de excelencia que es lo que, en definitiva, nos hace ser tan especiales.

Por eso, y a modo de ejemplo, os dejo, y dejo este 2017 que se muere, con Uliana Lopakina bailando, y ¡cómo!, La muerte del cisne, que también se muere como el año con sus buenos y malos momentos.
 
Y es que si somos capaces de hacer de la muerte algo tan emocionante y hermoso quizás entonces, aunque a veces nos cueste creerlo, seamos únicos y geniales. Demostrarlo o no ya es otro cantar que dependerá de cada uno de nosotros. Pero hacedme caso por una vez y, por lo menos, intentarlo: únicos y geniales, sí, y ¡¡¡Feliz 2018 para todo quisqui!!!


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sábado, 9 de diciembre de 2017

CARLOS BOYERO, DESHEREDADO


Todo el mundo sabe que filmaffinity es un portal de Internet donde se habla de cine y se valoran las películas, después de dar cuenta del argumento y de sus principales créditos, en una escala que va del 0 al 10 en función de las opiniones que emiten los usuarios debidamente registrados.

Pero es que además, la ficha de cada película se completa con un resumen de las críticas que algunos de los más renombrados expertos de este país han publicado en la prensa y revistas especializadas; este es el caso del señor Carlos Boyero, conocido y re-conocido crítico cinematográfico (¿cuántas películas habrá podido ver en su vida?); sin duda, uno de los más valorados y consultados por los aficionados después de haber trabajado para la prensa escrita del todopoderoso El País, perteneciente al más todopoderoso todavía Grupo Prisa, y para el más modesto El Mundo.
 
Así que por filmaffinity supe que el señor Carlos Boyero, en las páginas de El Mundo, calificaba a la majestuosa (para mí, por lo menos, que también he visto desde los 16 años bastante películas- y ahora tengo 52) Stalker, del no menos majestuoso (para mí, por lo menos) cineasta ruso Andrei Tarkovski, con una escueta y única palabra: “aburrida”, y se quedaba, me supongo, tan ancho.

Aunque yo tampoco es que me quedara demasiado “estrecho”. Las opiniones de estos críticos hace ya mucho, mucho tiempo que han dejado de servirme de referencia alguna. Menos todavía la del señor Boyero cuyas líneas siempre me las he saltado “a la comba” y cuyos gustos cinematográficos difieren de los míos como una gamba a una lima de uñas.

Por eso me importaba un carajo el adjetivo “aburrida” usado para des-calificar la excelente Stalker, porque tampoco quiero, ni me imagino que puedo, entrar en una discusión con el señor Boyero. Con ella, además, tampoco iba a ir a ninguna parte. Luego quedamos en eso de que para gustos no hay nada escrito y punto pelota.

Porque a lo que voy, o a lo querría ir con esta entrada, es a otra parte porque, días después, me encontré con el cortometraje Los desheredados de la cineasta Laura Ferrés nominado en su correspondiente categoría para los Premios de Cine Europeo de este año, después de haber ganado el premio Leica Cinema Discovery al Mejor Cortometraje en competición en el Festival de Cannes, ni más ni menos.

Y entonces me acordé que estos desheredados de Laura Ferrés yo ya los había visto este mismo año durante la selección de cortometrajes para ZINEBI, el Festival de Cine de Cortometraje y Documental de Bilbao. El cortometraje fue seleccionado para el Festival pero quise repasar mis motas porque me sonaba que la película me había parecido una castaña. Y abrí el cajón, cogí las notas que escribo mientras veo los cortometrajes y, efectivamente, ahí estaban Los desheredados, a los que había calificado con un 1 sobre 3, siendo 3 el máximo, y terminando mis notas con un dramático ¡SOS! por el que clamaba una urgente ayuda que me despertara del sopor en el que había caído durante su visionado.

Luego, con Stalker y Boyero, y Los desheredados, las preguntas se me imponían con urgencia. ¿Dónde coño queda la objetividad?, ¿o acaso la puñetera no existe, y en su lugar sólo existe el más crudo relativismo?, ¿el “todo depende”, y el más caprichoso y pretencioso todavía, “todo depende de mí”? Y lo peor, ¿adonde nos lleva este relativismo a-toda-costa?, ¿no nos lleva a un sabio pero ignorante estado que ignora que es un ignorante estado?

Sólo sé que no sé nada, decían aquellos benditos griegos del pasado y nosotros, en este siglo XXI, nos vamos acercando a ellos, pero por caminos opuestos, por la puerta de atrás. No pensamos que no sabemos nada, sino justo al contrario, que lo sabemos todo o, por lo menos, tanto como cualquiera, y así nos van las cosas.

El relativismo nos obliga a caminar entre arenas movedizas, y con el arte y con el cine, que es de lo que estamos escribiendo, este terreno es, particularmente, pantanoso. ¿Qué película está bien o mal o regular, y en función de qué criterios? Y oímos la respuesta, todo depende y todo depende de cada uno. O sea, que no hay criterios. Y las consecuencias a este aserto nos esperan a la vuelta de la esquina, a la salida del cine: si la película te ha gustado, la película es buena; si no te ha gustado, la película es mala. Y punto pelota otra vez.

Pero yo a lo mío: así no vamos a ningún lado… o a lo mejor sí: al lado en el que todo da igual, en el todo se olvida a toda leche, al lado en el que, parafraseando a Woody Allen, el cachondeo no deja de ser la mayor de las tragedias más el tiempo necesario para que las lágrimas dejen de resbalar por nuestras mejillas, a ese lado, en definitiva, del todo depende y depende de mí, que para eso sé más que nadie o tanto como cualquiera, ¡¿qué pasa?!
 
 
Nada, tranki, no pasa nada... O sí que pasa, ¡qué coño! Pasa, por ejemplo, que necesitamos criterios objetivos y razonados que nos ayuden a despejar el grano de la paja. Pasa que necesitamos que nos expliquen los porqués, y así descartar los porque sí, o los que porque yo lo valgo o yo lo digo. Y entonces el señor Boyero, y tantos otros como él (no me duelen prendas en reconocer que, aunque trate de evitarlos a toda costa, a veces yo también caigo en esos porque sí), dejarán de deprimirme por partida doble. Por parecerme unos charlatanes-siempre-sin-criterio, y porque esos charlatanes-siempre-sin-criterio, en estos mercados tan volátiles y relativos como los que frecuentamos hoy en día (¡que ellos mismos habrían creado con sus alegres pareceres!), se cotizan a precio de oro. Sí, charlatanes por eruditos, y opiniones por verdades. Y esto nunca me ha parecido ni me parecerá de recibo.

 
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viernes, 24 de noviembre de 2017

BLACK FRIDAY

 
Como parece que hoy va a ser el Black Friday, el invento ese que la industria americana se ha sacado de la manga para vender más y más, y como a mí desde Bilbao este Black Friday me da por donde siempre me han dado las cosas que me interesan cerocoma, pero como a pesar de todo ello sigo reconociendo en la cultura yanqui más de un mérito que debería a muchos a animarnos a mirarnos en su espejo, sobre todo, en ese increíble sentido de comunidad que aún hoy continúan teniendo, como si la herencia de aquellos primeros Padres Fundadores de la Nación que arribaron a las que hoy son costas neoyorkinas, en el MayFlower y otros pasajes semejantes, inserto estos dos temazos del país de las Barras y Estrellas: el Black Market, de los Weather Report, con su connotación de "mercado negro", para quien quiera entenderlo, y el Friday On My Mind, del inolvidable Bowie, y compongamos, mezclando ambos títulos, nuestro muy particular y original Black Friday que espero que poco, o nada, tenga que ver con el que estos "capitales" americanos, tan derrochadores ellos, quieren convencernos a todos para que andemos de jauja, gastando pasta y pasta a lo tonto, incluso aquella de la que nuestros bolsillos no han visto ni la sombra.

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sábado, 11 de noviembre de 2017

CHIQUITO, SÓLO TU NOMBRE ERA PEQUEÑO

 
Estaba, más o menos, cantado. La muerte le andaba rondando desde hacía unos días, y ésta rara vez desafina. En cuanto te echa el ojo encima, te quita el corazón. Todo lo que tienes y todo lo que podrías tener, como diría el inolvidable William Munny de Sin perdón.

Así que esta mañana me despertado con la muerte del GRAN Chiquito de la Calzada. Para mí, el último gran humorista que ha rondado por este país de marras. con un sentido del humor, original, irreverente, surrealista por momentos, y que no desmerecería al lado de las mejores páginas de Miguel Mihura o Carlos Arniches.

Pero la muerte se lo tenía pedido, y cuando la maldita se encapricha con alguien hay que joderse. Ahí será nada el cachondeo que se pueda montar a partir de ahora en los Cielos, con sus andares y sus tonadillas flamencas. Mientras nosotros, aquí abajo, nos quedaremos con su recuerdo y sus chistes emitidos por televisión y hoy al alcance de todos en YouTube. Será casi igual, pero eso: casi.

Y puestos a elegir uno, vuelvo a quedarme (no me gusta repetirme, pero ese chiste es una debilidad) con el mítico, sí, mítico chiste del burro. Lo metí en su día como la 9ª pastilla contra la depresión, aunque bien podría ser la única porque, estoy seguro de que con ella valdría y sobraría para que muchas consultas de psiquiatría cerraran sus puertas por "cese del negocio".

Hace un rato se lo contaba a uno de mis mejores amigos y me daba la razón. Y añadía, y sin canutos, Toni. Touché. Porque, sin duda, sin canutos todo tiene doble mérito.
DEP.
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domingo, 5 de noviembre de 2017

DÓNDE ESTÁ LA CASA DE MI AMIGO

Para Manu Abans

Yo a Abbas Kiarostami no le conocía personalmente, pero voy a hacer como que sí, porque algunos artistas, y Kiarostami era uno de ellos, no te dan la mano para que les puedas tratar de “tú” sino que, en su lugar, hacen películas, por ejemplo como Abbas, y a través de ellas los que disfrutamos de la suerte de verlas, nos vamos sintiendo cercanos al hombre que las ha rodado, familiarizándonos con él, al extremo de que al tercer o cuarto visionado de alguna de sus películas, ya nos sentimos como en casa, con arrestos suficientes para tutearle (aunque no nos oiga directamente), y adjudicarle, sin temor a equivocarnos, un puesto “entre los nuestros”.

O esto es, más  menos, lo que me ha ido pasando a mí con Kiarostami. Primero con A través de los olivos, su sexta película (si no cuento mal), allá por 1994, después, y sin orden cronológico, con El sabor de las cerezas que le consagró en 1997 con la Palma de Oro en Cannes, pero después, y ya ganándose un particular huequecito (del que va a costar sacarle) en mi particular lista de filias cinematográficas, y más aún, humanas, con su inolvidable Dónde está la casa de mi amigo, en 1987 (por lo que esta casa cumple este año 30 años), y con su secuela, cinco más tarde, Y la vida continua, ya en 1992.

Y como esta increíble facultad que atesora el cine de Kiarostami hace que me sienta tan cercano a él como a mi querido tío Kote, su nombre de pila Abbas siempre me recordará a otro gran amigo, y al que uno de sus mejores amigos, llamaba cariñosamente Abans, porque éste era su apellido.

Así que Abbas y Abans. Uno, el amigo desconocido, murió en 2016; el otro, el amigo conocido un poco antes. Y los dos prematuramente. Siempre ocurre lo mismo con los amigos de verdad. A Abans le di la mano muchas veces, trabajé y compartí con él muchos tragos y ratos divertidos. A Abbas no le di la mano nunca, nunca trabajé con él, nunca nos bebimos un vinito juntos y nunca llegamos a hablarnos. Pero vi sus películas. En especial Dónde está la casa de mi amigo que es como ese apretón de manos que nunca nos dimos, como ese currelo en el que nunca nos enfrascamos, como esa ronda que nunca nos bebimos o esa amistosa charla que nunca compartimos, pero, aun y así, el más entrañable abrazo que se ha podido tejer con celuloide.

Por eso cuando me acuerdo de uno me acuerdo del otro, y esa es una magnífica señal que me habla de dos hombres como la copa de un pino. Del uno lo sé a ciencia cierta porque le traté, del otro lo sospecho y apuesto, por sus películas, a que no me equivoco: Dónde está la casa de mi amigo, 30 años después, me lo confirma cada vez que la echo un vistazo. QDEP. Los dos. Estén ahora sus casas donde estén.
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miércoles, 1 de noviembre de 2017

POR DIOS Y POR TODOS LOS SANTOS

Escribo esto para la festividad del 1 de noviembre, Todos los Santos, y creo que fue hace 10 días, sobre el 20 de octubre o por ahí, pero lo que leí, fuera cuando fuera, me dejó perplejo y, ¿por qué no decirlo?... acojonado.


Un turista de 52 años había fallecido mientras contemplaba los interiores de la Santa Croce, la bonita iglesia florentina, al desprenderse de sus cimientos una piedra que fue a estrellarse fatalmente contra su cabeza. Cuando las asistencias se personaron en el templo para socorrerle ya no había nada que hacer. La muerte había sido casi instantánea.

Y enseguida a la perplejidad y al acojono que me produjo la noticia vino a añadírsele una perpleja, y acojonada también, reflexión personal porque algunos, entre los que insistimos en creer en Dios o, al menos, en que Algo que nos trasciende y que se encuentra más allá de todas estas circunstancias temporales que nos rodean y con las que, ¡maldito remedio!, no nos queda más opciones que convivir, existe y… puede, no sé cómo, vernos por aquí abajo.

Y asumo, ya desde que las películas de Bergman me lo enseñaron, en que este Dios, desde que Eva mordisqueó la manzana del Árbol de la Ciencia, no aparece por ningún lado, no nos habla y  guarda, erre que erre, un completo silencio. Pero es que además, como si su mutismo e invisibilidad Le parecieran poca cosa, muchos de los consecuentes de sus comportamientos, ¡tiene que ser Él!, nos dejan con la boca abierta en un sentido (asombro) o en otro (desconcierto y estupefacción). Sí, y eso ya me cuesta más. Aunque también intento asumirlo poco a poco. A regañadientes…

Porque cuando leo noticias como ésa sobre la desgraciada muerte del turista que había ido a la Santa Croce a visitar a Dios ¡a su propia casa! (Dios tiene varias distribuidas por el mundo y la Santa Croce es una de ellas), a rendirle sus más humildes y amables respetos, y al que lejos de honrarle con su presencia (sería demasiado pedir, lo sé), permite directamente o le arroja un ladrillazo a la cabeza (sin mediar palabra, como siempre), que se ha desprendido de las vigas de su casa, causándole la muerte, me parece, por decir algo, una de esas bromas macabras sobre las que ese personaje de Hitchcock (eso sí, ¡más cine!) decía que, por un lado, tiene gracia, aunque por el otro, maldita la gracia que tiene.

Sí, porque este Dios, ¿qué demonios es? A su Hijo nunca se le vio reír en los 33 años que nos cuentan los Evangelios. Y a Él menos todavía. De hecho la risa ha sido anatema para la comunidad católica hasta hace bien poco; un rictus más propio del Ángel Caído, del Diablo que siempre andaría riéndose por cualquier cosa. De hecho a los sacerdotes no se les ha permitido asistir a funciones de teatro y otros espectáculos de feria hasta antesdeayer.

Entonces, a lo que voy: si la piedra de la Santa Croce no se desprendió para servir de hazmerreír en cualquier fiesta celestial,  entonces, ¿qué pasa? ¿Que este Dios es un cachondo?, ¿un descerebrado con mucho talento?, ¿y que, a pesar de que se diga lo contrario, nos toma a todos nosotros, sus criaturas, hombres y mujeres, por el pito de un sereno, su entretenimiento favorito?
 
¿O acaso la piedra se cayó sola y solo porque la argamasa que la sostenía al techo se secó y dejó de servir como argamasa, y el turista se plantó justo debajo de su trayectoria porque en algún sitio tenía que estar, y entonces todo coincidió para desgracia del hombre y de sus familiares y amigos más cercanos?

Y así, ¿todo ocurre porque sí?

Entonces, tal vez, los que creamos algo en Algo, tengamos que admitir que ese Algo, ¡y todas las demás cosas detrás de Ello!, también podrían ser porque sí. Y no darle más vueltas. Y si no, ¿por qué se me ha ocurrido precisamente a mí esta entrada en este blog? Pues porque sí, y punto pelota.  

Quizás sólo apostillaría un detallito al hilo de lo que llevo escrito, que este mundo me coge siempre desprevenido, y que apenas si acierto a retirarle una esquina de la tapa sin poder, o sin atreverme, a retirarla por completo, porque seguramente, como escribe el poeta y como yo repito muchas veces, For us there is only the tryng./The rest is no our business.

Sí eso: para nosotros, levantar la esquina de la tapa; lo demás, lo que contiene realmente el frasco, no es asunto nuestro. Y, ahora sí, por Todos los Santos amén y punto pelota.
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sábado, 21 de octubre de 2017

EL NUDO GORDIANO

 
La vieja civilización griega no deja de asombrarme y de fliparme. No en vano ya Nietzsche decía que semejantes dioses olímpicos se merecían un gran pueblo; y viceversa.

Y estos días en que no dejo de oír en medios de comunicación y en las charletas de bar la expresión “nudo gordiano” a cuenta, sobre todo, de los acontecimientos que se vienen sucediendo en Cataluña he querido enterarme, de un vez por todas, del significado de  esa expresión tan corriente, mal que nos pese, en nuestros días y en nuestras televisiones, con una pesadez digna de mejor causa.

Y he aquí que el nudo gordiano también se remonta a mi muy querida e inagotable civilización griega. Si entendemos por este nudo una dificultad que no se puede resolver, un obstáculo difícil de salvar o de difícil desenlace, especialmente, cuando esta situación sólo admite soluciones creativas, así “desatar el nudo gordiano” significaría resolver el problema; la esencia del problema es decir, que descubriendo su esencia seremos, de este modo, capaces de revelar todas sus implicaciones.

Pero, ¿de dónde viene todo esto? Y aquí están los griegos y, concretamente, una vieja y apasionante (como casi todas las que nos han legado) leyenda, para aclarar nuestras dudas, según la cual los habitantes de Frigia, en la región de Anatolia, la actual Turquía, necesitaban elegir rey, por lo que procedieron a consultar al oráculo. Éste les respondió que el nuevo soberano sería aquél que entrase por la Puerta del Este de la ciudad acompañado de un cuervo posado sobre su carro.

Y el que así lo hizo fue Gordias que, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro atando a él la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior y de una forma tan enrevesada que nadie conseguía desatarlo. Y de esta forma, según se dijo entonces, quien pudiera hacerlo sería el dueño de toda Asia.

Cuando años después el joven Alejandro Magno se dirigía a conquistar el Imperio persa, sus ejércitos se apoderaron de Frigia y pudo, entonces, enfrentarse al reto de desenredar el ya, por entonces, famoso nudo de Gordias. Alejandro después de intentarlo en vano solucionó el problema cortando el nudo con su espada afirmando “lo mismo da cortar que desatar”. Esa misma noche una gran tormenta de rayos se abatió sobre Frigia la cual, según Alejandro, simbolizaba que Zeus daba su asentimiento a la solución que él había adoptado.

¿Y cómo no acordarnos, entonces, del ciclo de las leyendas artúricas donde se auguraba que aquel que extrajera la espada Excalibur de la piedra donde está clavada, sería el próximo rey de Inglaterra y, así, lo fue el joven Arturo? ¿Cómo no rememorar esa eterna búsqueda del elegido, enraizada en los más íntimos rincones de nuestro imaginario occidental, a través de la solución que solo este puede aportar para arreglar determinado problemón?

Incluso, años más tarde todavía, el lema personal de Fernando el Católico sería “Tanto monta” en una clara alusión a aquel mismo nudo de Gordias que proclamaba que “tanto monta cortar como desatar”; esto sería, lo mismo da cómo se haga con tal de que se consiga.

Sí, estos viejos griegos resultan inagotables. ¿Por qué, entonces, no dejarnos llevar por ellos un trozo del camino y aprender un poco a su lado?

Y que nadie venga ahora y crea que con ello defiendo que el problema catalán tendría, como el nudo gordiano, la solución que planteó el impulsivo Alejandro Magno que no se andaba, precisamente, con chiquitas; pero qué duda cabe que ésa sí que sería una solución, pero siempre la ultimísima, o la más descabellada, la que nadie, o yo por lo menos, quiere ni en pintura, pero que ahí está y pende sobre nuestras cabezas, como otra espada que, quizás, nos haga correr tan lejos como podamos, porque estando en este siglo XXI como estamos (nada que ver con el milagro griego), sin dioses olímpicos, ni nada ni nadie que se les parezca, cínicos, engreídos, desconfiados, tal vez no seamos acreedores de otras cosas más que de estas calamidades con las que nos tenemos que enfrentar y sufrir día sí, día también.

 
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martes, 26 de septiembre de 2017

CATALUNYA, DIVAGANDO A TOPE

Que allá por donde ande, que me perdone Fidel,-
 
Divago y afirmo que nunca se construyó en país serio en manga corta.

Para eso, para construir el dichoso país, hace falta justo lo contrario: una buena txupa, calzar zapatos de abrigo y si es necesario, por los vientos y la nieve, llevar las orejas y la cabeza gozosamente cubiertas con una gorrita de cuero.

De esta forma nos aproximaremos más a los rusos y a todos esos habitantes de la extinta URSS. Esta gente sí que se las gasta gordas. No van de broma. Ni se les ocurre. Estar a 10º bajo cero, a la intemperie, con un frío que pela, en la céntrica Plaza de la Independencia, por ejemplo, en Ucrania, protestando y diciendo la de dios-es-cristo contra el régimen de quien toque, no es asunto para tomárselo a chirigota.

La rasca, y el pueblo ruso sabe de eso un rato largo, convierte a cualquier arenga en algo mucho más serio, en una cuestión, en muchos desgraciados momentos, de vida o muerte. Con el frío todos nos atrevemos a más. Aunque sea por el noble y humano motivo de entrar en calor.

Napoleón sufrió en sus propias carnes esta seriedad del pueblo ruso aterido por unas temperaturas glaciales. Y a Hitler le pasaría años después más de lo mismo. El pueblo ruso es mucho pueblo. Basta echar un vistazo a su historia reciente y pasada para echarnos a temblar aunque, en nuestro caso, estemos tostándonos en una playita del Mediterráneo. ¿O tendríamos que echar mano del Euromaidán o aquellas violentas proclamas que, entre noviembre de 2013 y febrero de 2014, tuvieron lugar contra el gobierno de Yanukóvich, contra el acuerdo con la Federación Rusa, que movilizó a miles de ucranianos en la Plaza de la Independencia de Kiev, todos-los-días, bajo un frío que pelaba la pana (aquí abajo os dejo como homenaje a aquellos sufridos manifestantes la Batalla en el hielo orquestada por Prokofiev para la película Alexander Nevski, de Eisenstein: ¿bromas?, las justas) y que, al final, se resolvieron, ¡cómo no!, con la destitución de Yanukóvich por la Rada Suprema, y el establecimiento de un gobierno interino a cargo de Oleksandr Turchínov. Sí, con el frío, con los alientos y gritos ahumados por el vaho las cosas se resuelven más seriamente, sin duda.
 
 

Y a esto es a lo que voy. Las protestas que llevamos sufriendo de estos catalanes a 20, 22º de media durante los últimos meses no me parecen serias, ni realmente peligrosas; un incordio, sí, pero un incordio a lo sumo, un incordio que está llenando los telediarios patrios con demasiada insistencia, poniéndonos un dolor de cabeza que para qué nos contamos. Pero repito, incordio, porque cuando los manifestantes desfilan en bermudas, manga corta, nikis a tutiplén, chancletas y bajo un solete súper a gusto podría asegurar que nada de fuste va a salir de todo ello.

La Primavera Árabe, aunque con burkas y paños hasta los tobillos enarbolando los puños a más de 30º, sería otro triste y palmario ejemplo de que las revoluciones y los termómetros disparados hacia arriba siempre andarán reñidos.

Es lo que tienen los calores y las temperaturas hawaianas, que si invitan a la seriedad lo hacen siempre hacia una seriedad entre comillas, una seriedad ma non troppo: el buen tiempo es capaz de relativizar, incluso, cualquier cuestión de vida o muerte; y si a todo esto le añadiéramos, como es el caso de esta Catalunya, los sones del más puro cachondeo o de la rumba de Peret (aquel bailongo Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder, ¿os acordáis también?- las distancias con la música de Alexander Nevski son tan evidentes),
 

el despiporre estará servido más temprano que tarde, el chiringuito se colapsará hasta los topes, guiris y playas llenas de chavales y chavalas de bandera (y no roja, precisamente), pero de país, de construir un País En Serio que nadie pretenda venir a hablarme.
 
… y así pasará el último rasgueo y giro hortera de la guitarra rumbera y todos, más o menos, nos iremos olvidando de estos revueltos tiempos de independencia. Los calores lo hacen posible. Con ellos los vehementes e insistentes esfuerzos que estas ocasiones requieren no son muy bien venidos y admitamos, además, que la manga corta, que tanto se agradece con esos bochornos, tiene siempre una pésima memoria.

¿Apostamos algo?

PS,- El otro día leí que Antonio Banderas decía que lo de Catalunya le recordaba a una película de Berlanga; ciertamente, ¿habría algo más contrario al cine de Berlanga que el cine ruso?

 

 
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viernes, 22 de septiembre de 2017

EL TORO SALVAJE MURIÓ EL PASADO 19 DE SEPTIEMBRE

Jake LaMotta murió el pasado 19 de septiembre. Lo hizo sin mucho ruido, como en él NO era habitual, pero lo años no perdonan. Tenía 95 y expiró en una confortable y triste, como todas, residencia de ancianos. Su hermana publicó una nota en facebook y Robert De Niro, que le interpretó en Toro salvaje, de Scorsese, un bonito y sentido pésame, RIP, champion. Era lo menos que se podía decir y hacer por él.

Y por lo que a mí respecta poco más que añadir. Apenas un par de cosas. Rendir mi más sincera admiración hacia el hombre que se metió entre las doce cuerdas ¡6 veces contra el gran Sugar Ray (quizás, al decir de muchos entendidos, el mejor boxeador de todos los tiempos)!, saliendo victorioso en una de esas peleas y recibiendo una monumental paliza en la última, conocida en los mentideros boxísticos como La matanza del día de San Valentín, y donde Jake, que había jurado aguantar a Sugar Ray 10 asaltos, consiguió que fueran 13 a pesar de que, al final de la carnicería, se dudaba de que al Toro algún hueso le quedara todavía entero. Pero creo que Jake era así: valiente y terco.


Ahora ya podrá discutir con Sugar Ray todos los pormenores de esas seis peleas, y todo aquello que más les apetezca. Porque prisas, ninguna. ¿Y tiempo?, todo el del mundo. Allá donde están el “gong” ya no volverá a sonar. Y si lo hace acaso sea para anunciar que la comida está, puntualmente, servida.

En 1980 Scorsese y De Niro rodaron Toro salvaje, una película que se basaba en la autobiografía de Jake. Para muchos, entre los que me cuento, una de las grandes películas de todos los tiempos y, posiblemente, la mejor de las que ha rodado Scorsese. Con ella bajo el brazo Jake podrá presumir ante Sugar Ray. A este nunca la vida le hizo semejante regalo, y si se le recuerda para siempre es sus increíbles e inigualables cualidades sobre el cuadrilátero del noble arte; a Jake sin embargo, más modesto, los buenos aficionados lo retendremos por su coraje, por su terquedad en mirar y en tirar siempre hacia delante, y porque un día un par de jóvenes americanos quisieron inmortalizarle sobre el celuloide y nos ofrecieron la que es también la mejor película que existe sobre el boxeo, con unos créditos iniciales al son del Intermezzo de la Cavallería rusticana, que para qué os cuento (sí, mejor os adjunto el enlace).


RIP, champion, dejó escrito Robert De Niro cuando supo la noticia del fallecimiento de Jake LaMotta. Me apunto. Y este fin de semana volveré a ver y a disfrutar con Toro salvaje. Sin duda que Jake se lo merece.

 
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viernes, 15 de septiembre de 2017

LA MUERTE DE DIOS, MILTON Y WAGNER


Hoy quizás me apetezca ponerme pelín serio y escribir algo sobre, sobre, por ejemplo,… la muerte de Dios. Porque nos guste o no (a Él me imagino que no le gustará nada) este es un signo de nuestros tiempos; o mejor aún, el signo de nuestros tiempos. Porque si realmente Dios ha muerto, ¿quién nos puede decir ¡alto!, quién nos puede frenar?, ¿quién puede impedirnos cabalgar a nuestras anchas? Si nadie nos vigila desde allá arriba, Alguien además que lo ve todo sin necesidad de usar prismáticos, ¿quién se va a cortar aquí abajo?

Y de momento lo dejaría ahí. Porque este sería uno de los retos que debiéramos asumir para tratar de enderezar el maltrecho estado de nuestras cosas: aprender a eso, a cortarnos, a comportarnos sin necesidad de que nadie nos ande poniendo continuamente el ojo encima.

 
Y con estas estaba, pajeándome con estas comeduras de tarro, cuando terminé el otro día de leer El paraíso perdido, de John Milton (no se me ocurre decir nada porque todo lo que diga se quedaría corto), con esos increíbles versos finales donde se da cuenta de la expulsión de Adán y Eva del Edén y… (hasta entonces no se me había ocurrido) del fracaso de Dios y de su divino plan, ya que el Creador se quedará solo en su mundo creado para el hombre y para que este lo poblara, y estoy seguro que cuando ve a Adán y a Eva salir por patas, porque aunque no se escriba Él lo está viendo (¿alguien lo duda?), y si hubiera podido (tal vez sea eso lo único que un dios no puede hacer) hubiera derramado las más tristes y amargas lágrimas.

Y como a mí que gusta el cine, ¿lo sabéis, verdad?, si hubiera recibido el encargo de rodar esa secuencia final de El paraíso perdido (transcribo abajo los versos finales en la impecable traducción que publicó la Editorial Abada) hubiera situado, posiblemente, la cámara sobre el rostro acongojado de Dios mientras observa (¿alguien lo duda?) a sus criaturas abandonando el Paraíso, sintiéndose igualmente abandonado, traicionado por esos seres a los que insufló esperanzado la vida.

 
Y me vino a la cabeza entonces una grabación de El ocaso de los dioses, de Wagner, el último título de su monumental Tetralogía del Anillo, en la que se puede asistir durante su imponente final al momento en que Wotan, el dios supremo (en la grabación que os dejo debajo, Wotan está a la izquierda del plano y de espaldas), mira impotente el incendio que, al fondo, consume el Walhalla, su querido y particular paraíso.

 
Y yendo a lo que voy, ¿no representarían ambos momentos un preciso plano/contraplano de un mismo instante? En uno Dios (desde el fuera de campo) miraría al hombre y a la mujer dejar el Paraíso mientras el fuego trepida y le hace ondular, escribe Milton; en el otro con Wotan, en escorzo cinematográfico (desde el minuto 7, más o menos, en el enlace), serían el hombre y la mujer, seríamos nosotros mismos, quienes asistimos a la muerte y soledad del dios (en escorzo) mientras, al fondo, perece su Paraíso particular o Walhalla entre las llamas, mientras suena majestuosa la orquestación de Wagner, mientras un telón oblicuo cae dejándole fuera de los asuntos terrenales.

 
La muerte de Dios, preconizada por ese inagotable e imprescindible toca-pelotas que fue Nietzsche, da para estas cosas y muchas otras. Porque quizás más que de una muerte de Dios tuviéramos que referirnos entonces a una escisión definitiva entre ambos mundos, terrenales y celestiales, entre el Cielo y la Tierra, y hablar de soledades también (en plural), aunque los resultados sigan siendo los mismos: el hombre solo sin Dios, pero Dios también solo sin todos nosotros, expulsados del Paraíso y vagando, desde entonces, por aquí abajo, dando vueltas, como moscardones mareados por un exagerado tufillo a caca.

 
El paraíso perdido, de John Milton (versos finales)
(…) Llegado el Ángel,
de la mano cogió a los desdichados;
por la puerta oriental, entre los riscos,
descendieron los tres a la llanura.
El Ángel se esfumó. Volvieron ellos
con tristeza a mirar el Paraíso,
hasta entonces su lugar afortunado,
que el fuego, al trepidar, ahora ondulaba.
La puerta se llenó de hoscos semblantes
que alumbraba el fulgor de su armamento.
Como era natural, un breve llanto
sus ojos enturbió, mas lo enjugaron.
Del Mundo la amplitud, delante de ellos,
permitía escoger cobijo y casa.
Prestábales su luz la Providencia.
De la mano los dos, con paso incierto,
a través del Edén se fueron solos.

El ocaso de los dioses, de Richard Wagner (la inmolación de Brunilda, y final)

 
 

  


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sábado, 2 de septiembre de 2017

LE MEPRIS & BARBER, MÁS PARECIDOS RAZONABLES

Para Gaizka; él ya sabe porqué

Si se parecen, yo creo que sí. A mí, por lo menos, una me lleva a la otra: o el Tema de Camille, que Georges Deleure compusiera para Le Mépris, la bonita película que Jean-Luc Godard rodara en 1963 a partir de una novela de Alberto Moravia, con Michel Piccoli, Brigitte Bardot y el inmortal Fritz Lang (¡casi nada!), y que el gusto impecable de Scorsese incluyó en su farragoso, para muchos (yo entre ellos), Casino, al profundo Adagio para cuerdas que Samuel Barber arreglara en 1938 basándose en su primer Cuarteto de cuerdas.

Vosotros diréis aunque, ante todo, pienso que las dos piezas son razonablemente inolvidables.
 
Tema de Camille
 
Adagio para cuerdas
 
 

 
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sábado, 19 de agosto de 2017

CHAVALES CONTRA HOMBRES, UNA GUERRA SIN TRINCHERAS


PS,- Vistos a los responsables de los recientes y asquerosos atentados de Barcelona, vistas sus fotos, calculados sus años, vistos sus rostros malencarados y achulados de niños bravucones y peligrosos, y después a sus sufridas madres clamando por sus "angelitos" tal que si estos, en lugar de matar, hubiesen roto todas las farolas del paseo a pedradas, no he podido sino acordarme de aquello que escribí hace unos día y en lo que, desgraciadamente, me confirmo.

Aunque no haya que alarmarse, porque yo, por lo menos, dispongo de una explicación; y esta, a menudo, ayuda a tranquilizar los ánimos y nos pone sobre la pista de qué coño está ocurriendo y de c. podríamos hacer para solucionarlo. Claro, si esto es de verdad lo que queremos.

Porque ya lo escribía en Divino Tesoro, aquel ensayo que me publicaron hace ahora unos tres años. Aborrezco autocitarme, pero ya que nadie viene en mi ayuda, o me corrobora lo que en Divino apuntaba, pues voy yo y lo repito. En sus líneas está esa explicación a la aludo en el párrafo anterior.

Resumo la tesis: la preocupante juvenilización, cuando no infantilización (probablemente me quedara corto echando las manecillas del reloj hacia atrás), que sufren nuestras sociedades, encabezadas por las pertenecientes al otrora sólido y, más o menos congruente, Occidente.

Y esto lo escribiría ahora a cuenta del gesto que realizó el magnífico, juvenil y añiñado (para sus 27 tacos) Curry, ilustre base del equipo de baloncesto de los Warriors de San Francisco durante el tercer partido de las Finales de la NBA de este curso 2016/17.

El “muchacho”, después de que un compañero de equipo anotara un triple que iba a suponer la victoria de su equipo en la cancha del contrario, los Caballeros (¡qué ironía, ¿verdad?) de Cleveland, se acuclilla, en actitud de sufrir de repente un inoportuno apretón, apunta a la grada con las posaderas, y simula que lanza un (tor)pedo a la grada o suelta un zurullo en mitad del parquet, ante la vista abochornada y los silbidos de los 20.000 asistentes al partido. Os pongo aquí el vídeo (en cámara lenta, no es un error); echadle un vistazo. (Aunque lo siento, por lo no-visto, y por ahorrarnos el sonrojo más violento, las autoridades de YouTube han decidido cancelar el vídeo; buscadlo vosotros si podéis; quizás ande por ahí; yo no he podido).

Aunque lo dicho: yo, más o menos tranqui, hasta donde se puede estar tranquilo. La redacción de Divino Tesoro me habría servido para eso. Para no tomarme estas cosas demasiado a la tremenda, para soltar un suspiro desolado, eso sí, y decir para mis adentros, ¿adónde estamos llegando?, meterme en los bolsillos un par de cápsulas de estoicismo y confiar en que esto se pase ya que, y lo habríamos oído en algún sitio, si hay una enfermedad que se cura con el tiempo ésa es la juventud.

¡Que duda nos debe caber entonces si afirmo que la juvenilización de la sociedad nos está llevando, a primera página de los periódicos y de las redes sociales, este tipo de gestos gamberros, maleducados, juveniles, pero sin mayor trascendencia, estúpidos en sí mismos, y que enseguida pasarán, y si no pasan, pues cambiamos de canal y a otra cosa, que no tendremos prisa pero tampoco tiempo que perder, como suele decir un buen amigo.

¿Por qué os imagináis a los Magic, Bird, Jordan haciendo gestos como este de Curry? Aquéllos, y por no salirnos del mundo de la NBA, eran adultos, hombres hechos y derechos, cuidado, para lo bueno y para lo malo, pero hechos y derechos, y a los que chorradas como las del mocoso Curry seguro que les hacen agachar sonrojados las cabezas. Las broncas y malos modos del chaval Kyrgios no serían sino otro más de estos ejemplos de esta creciente y mal entendida juvenilización de nuestras sociedades, adscrita en esta ocasión, y por no salirnos de los ámbitos deportivos, al circuito tenístico de la ATP.

O ya más en serio, aunque sólo fuera por su inequívoca influencia en nuestras vidas, más allá de los Curry o Kyrgios de turno, el propio Kim Jong-un desde el Norte de Corea con sus rabietas y soflamas de chiquillo-tragón, o el musculoso Vladimir (Putin) o Donald Trump, con su procaces poses y declaraciones, con su nombre de dibujos animados, sus frecuentes salidas del tiesto, impropias de un presidente de una nación civilizada, no serían sino otros ejemplos de este calamitoso estado de las cosas que nos está tocando vivir.

Que la juvenilización actual y el auge de los populismos están en línea directa y se retroalimentan la una al otro, es algo sobre lo que, al día de hoy, no tengo la más mínima duda.

Y si me estiro, y con esto ya termino, ¿no son los mismos atentados yihadistas, de no contarse las tragedias y muertos que ocasionan, y atendiendo a las edades, al cruel ensañamiento y a las tácticas (sic) empleadas por los terroristas, extravagantes chiquilladas de adolescentes mosqueados porque les han dejado tres para septiembre?

Conducir, por circunscribirme a lo más reciente, un camión o una furgoneta a lo loco, en zig-zag, por una avenida llena de gente inocente (que no les ha hecho nada), para atropellar al mayor número de viandantes posible, o asestar puñadas a diestro y siniestro entre los asistentes a un mercadillo popular, o llevar a cabo ataques suicidas a la salida de un concierto de música cargando en una mochila explosivos, en lugar de libros de texto, para llevarse por delante a cuantos más, mejor; sean hombres de 90, de 39 (Ignacio Echevarría), o de 10 (Manchester), más y más desgraciados ejemplos de que el Tesoro ha dejado de ser Divino y de que el panorama, más que preocupante (por aquello de que confiemos en que los años, el sentido común y las arrugas, en último término, nos arreglarán el problema), resulta, y esto sí no nos lo quita nadie, vergonzoso y dolosamente desmoralizante.
 

 
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domingo, 23 de julio de 2017

CLINT EASTWOOD, EL ABUELO CHOCHEA


 Clint Eastwood ha supuesto, posiblemente, una de las mayores alegrías que me ha proporcionado en los últimos años el decadente (¿y hasta dónde irá a parar?) cine yanqui. En su momento me vi 7 veces, un al día durante una semana completa, su magistral Sin perdón. La reflexión que Clint plasmaba en ella sobre la violencia y, lo que pareció más increíble, su increíble puesta al día del personaje de justiciero que él mismo se había ido cincelando desde sus primeras películas con Sergio Leone, me dejó boquiabierto, al no haber asistido a nada similar desde los lejanos e incomprendidos tiempos del acerado cine de Jerry Lewis y del personaje que con él había creado. Sí, sí, Jerry Lewis, el payaso que actuaba con Dean Martin, y que luego decidió montarse un gran circo por su cuenta.

Pero, volviendo con Clint, y a lo que iba, el otro día vi Sully, su película basada en Chester “Sully” Sullenberger, aquel piloto que en 2009 se convirtió en un héroe cuando logró realizar un aterrizaje forzoso en pleno río Hudson, en Nueva York, salvando las vidas de sus 155 pasajeros. Y, creedme, que lo siento mucho, pero Clint Eastwood a sus 87 años ha perdido el “punch” por el que era envidiado por todos sus colegas de profesión y por tantos admiradores (yo entre ellos), apoltronados en las distintas butacas de los cines del mundo entero. Sí, el abuelo Clint chochea.

Yo ya había notado algo de todo esto: ciertos resbalones, ciertas salidas de tono, en los años de sus aclamados puentes de madison. Corría entonces el año 92, del siglo pasado, pero la historia que protagonizaban los hijos de Meryl Streep, en crisis con sus respectivas parejas, y que, después de conocer el diario y la bonita historia que su madre vive durante unos días en la soledad de su hogar con el fotógrafo que interpreta Clint Eastwood, vuelven a congraciarse y a comer perdices, como si nada hubiera ocurrido, ya me resultaba muy endeble; una peligrosa premonición del tono almibarado, con muy poco peligro que iría apoderándose del grueso de su filmografía, que vendría después, donde el genio recio y sin concesiones que nos entusiasmaba de, por ejemplo, El jinete pálido o Bird, de Sin perdón o Un mundo perfecto ya empezaban a perderse detrás de la esquina, a brillar por su ausencia.

¿O que nos depararon en su día, seamos sinceros, Medianoche en el jardín…, Poder absoluto, Ejecución inminente, Space Cowboys, Deuda de sangre, Mystic River- sería la excelente y ¿última? excepción a la regla, sus bienintencionadas pero, ¿algo más?, Million Dollar Baby, el díptico guerrero Banderas de nuestros padres-Cartas de Iwo Jiwa, la ya cargante (tanto como su protagonista, la mediocre Angelina)  El intercambio, o las apáticas e insuficientes Gran Torino, Invictus, Más allá de la vida, por no hablar ya de la-poca-cosa que suponen sus Jersey Boys, El francotirador o, por fin, y la que motiva estas líneas, la triste e insuficientísima Sully?

Quizás alguien me aconsejara que zanjara la cuestión diciendo que un abuelo no está ya para demasiados trotes, que 87 palos son ya muchos palos, demasiados. Pero, sin embargo, Clint sigue en la brecha con otra película para el año en el que estamos, una adaptación de The 15:17 to Paris, que describe el intento de asalto de Ayoub El Kazan a un tren de pasajeros el 21 de agosto de 2015 durante el servicio París-Amsterdam. Luego el abuelo no para, pero repito: chochea, y yo no esperaría grandes alharacas de este viaje en tren hasta los Países Bajos y sí en cambio, por hacer un chiste barato, un (según seamos de críticos) pequeño o gran bajón.

Luego, e incluso atentando ahora contra uno de mis últimos héroes cinematográficos, me preguntaría si como se pregona entre los más puristas círculos críticos cada vez que Clint estrena una película, cual si del lugar más común se tratara, si Clint Eastwood, digo, es realmente el último cineasta clásico.
Porque más allá de cuestiones puramente cinematográficas, o no, mejor inmersos en ellas, ¿no sería una característica común a todos los clásicos, que con el celuloide han sido, a los Hitchcock, Houston, Hawks, Ozu, Mizoguchi, Dreyer, etc. y etc., el hecho de que las arrugas y los años les hicieron mejores y que, de hecho, algunas de sus grandes películas son, precisamente a las que les toca figurar en los últimos escalafones cronológicos de sus filmografías?
Y acordémonos de Frenesí (Hitchcock), de Dublineses (Houston), de El Dorado (Hawks), de El hombre que mató a Liberty Valance o de Siete mujeres (Ford), de Cuentos de Tokio (Ozu), de Gertrud (Dreyer) o, por no resultar abrasivo, de El intendente Sansho o de La emperatriz Yang Kwei Fei (Mizoguchi), y comparémoslas, ya sé que son odiosas las comparaciones, pero hagámoslo y sin que sirva de precedente, con las últimas entregas del otrora (ya va siendo hora de decirlo) gran Clint Eastwood, y preguntemos ahora, ¿será de verdad Clint Eastwood el “último cineasta clásico”?, ¿o será esta otra de esas exageraciones a las que tan propensos parecemos en estos tiempos, para atenuar y soportar mejor este desolador panorama cultural que tenemos entre las manos y ante los ojos? Vosotros diréis.



 
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