domingo, 5 de noviembre de 2017

DÓNDE ESTÁ LA CASA DE MI AMIGO

Para Manu Abans

Yo a Abbas Kiarostami no le conocía personalmente, pero voy a hacer como que sí, porque algunos artistas, y Kiarostami era uno de ellos, no te dan la mano para que les puedas tratar de “tú” sino que, en su lugar, hacen películas, por ejemplo como Abbas, y a través de ellas los que disfrutamos de la suerte de verlas, nos vamos sintiendo cercanos al hombre que las ha rodado, familiarizándonos con él, al extremo de que al tercer o cuarto visionado de alguna de sus películas, ya nos sentimos como en casa, con arrestos suficientes para tutearle (aunque no nos oiga directamente), y adjudicarle, sin temor a equivocarnos, un puesto “entre los nuestros”.

O esto es, más  menos, lo que me ha ido pasando a mí con Kiarostami. Primero con A través de los olivos, su sexta película (si no cuento mal), allá por 1994, después, y sin orden cronológico, con El sabor de las cerezas que le consagró en 1997 con la Palma de Oro en Cannes, pero después, y ya ganándose un particular huequecito (del que va a costar sacarle) en mi particular lista de filias cinematográficas, y más aún, humanas, con su inolvidable Dónde está la casa de mi amigo, en 1987 (por lo que esta casa cumple este año 30 años), y con su secuela, cinco más tarde, Y la vida continua, ya en 1992.

Y como esta increíble facultad que atesora el cine de Kiarostami hace que me sienta tan cercano a él como a mi querido tío Kote, su nombre de pila Abbas siempre me recordará a otro gran amigo, y al que uno de sus mejores amigos, llamaba cariñosamente Abans, porque éste era su apellido.

Así que Abbas y Abans. Uno, el amigo desconocido, murió en 2016; el otro, el amigo conocido un poco antes. Y los dos prematuramente. Siempre ocurre lo mismo con los amigos de verdad. A Abans le di la mano muchas veces, trabajé y compartí con él muchos tragos y ratos divertidos. A Abbas no le di la mano nunca, nunca trabajé con él, nunca nos bebimos un vinito juntos y nunca llegamos a hablarnos. Pero vi sus películas. En especial Dónde está la casa de mi amigo que es como ese apretón de manos que nunca nos dimos, como ese currelo en el que nunca nos enfrascamos, como esa ronda que nunca nos bebimos o esa amistosa charla que nunca compartimos, pero, aun y así, el más entrañable abrazo que se ha podido tejer con celuloide.

Por eso cuando me acuerdo de uno me acuerdo del otro, y esa es una magnífica señal que me habla de dos hombres como la copa de un pino. Del uno lo sé a ciencia cierta porque le traté, del otro lo sospecho y apuesto, por sus películas, a que no me equivoco: Dónde está la casa de mi amigo, 30 años después, me lo confirma cada vez que la echo un vistazo. QDEP. Los dos. Estén ahora sus casas donde estén.

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