Un turista de 52 años había fallecido mientras contemplaba
los interiores de la Santa
Croce , la bonita iglesia florentina, al desprenderse de sus
cimientos una piedra que fue a estrellarse fatalmente contra su cabeza. Cuando
las asistencias se personaron en el templo para socorrerle ya no había nada que
hacer. La muerte había sido casi instantánea.
Y enseguida a la perplejidad y al acojono que me produjo la
noticia vino a añadírsele una perpleja, y acojonada también, reflexión personal
porque algunos, entre los que insistimos en creer en Dios o, al menos, en que
Algo que nos trasciende y que se encuentra más allá de todas estas
circunstancias temporales que nos rodean y con las que, ¡maldito remedio!, no
nos queda más opciones que convivir, existe y… puede, no sé cómo, vernos por
aquí abajo.
Y asumo, ya desde que las películas de Bergman me lo
enseñaron, en que este Dios, desde que Eva mordisqueó la manzana del Árbol de la Ciencia , no aparece por
ningún lado, no nos habla y guarda, erre
que erre, un completo silencio. Pero es que además, como si su mutismo e
invisibilidad Le parecieran poca cosa, muchos de los consecuentes de sus
comportamientos, ¡tiene que ser Él!, nos dejan con la boca abierta en un
sentido (asombro) o en otro (desconcierto y estupefacción). Sí, y eso ya me
cuesta más. Aunque también intento asumirlo poco a poco. A regañadientes…
Porque cuando leo noticias como ésa sobre la desgraciada
muerte del turista que había ido a la Santa
Croce a visitar a Dios ¡a su propia casa! (Dios tiene varias
distribuidas por el mundo y la
Santa Croce es una de ellas), a rendirle sus más humildes y
amables respetos, y al que lejos de honrarle con su presencia (sería demasiado
pedir, lo sé), permite directamente o le arroja un ladrillazo a la cabeza (sin
mediar palabra, como siempre), que se ha desprendido de las vigas de su casa, causándole
la muerte, me parece, por decir algo, una de esas bromas macabras sobre las que
ese personaje de Hitchcock (eso sí, ¡más cine!) decía que, por un lado, tiene
gracia, aunque por el otro, maldita la gracia que tiene.
Sí, porque este Dios, ¿qué demonios es? A su Hijo nunca se le vio reír en los 33 años que nos
cuentan los Evangelios. Y a Él menos todavía. De hecho la risa ha sido anatema
para la comunidad católica hasta hace bien poco; un rictus más propio del Ángel
Caído, del Diablo que siempre andaría riéndose por cualquier cosa. De hecho a
los sacerdotes no se les ha permitido asistir a funciones de teatro y otros
espectáculos de feria hasta antesdeayer.
Entonces, a lo que voy: si la piedra de la Santa Croce no se desprendió
para servir de hazmerreír en cualquier fiesta celestial, entonces, ¿qué pasa? ¿Que este Dios es un
cachondo?, ¿un descerebrado con mucho talento?, ¿y que, a pesar de que se diga
lo contrario, nos toma a todos nosotros, sus criaturas, hombres y mujeres, por
el pito de un sereno, su entretenimiento favorito?
Y así, ¿todo ocurre porque sí?
Entonces, tal vez, los que creamos algo en Algo, tengamos
que admitir que ese Algo, ¡y todas las demás cosas detrás de Ello!, también podrían
ser porque sí. Y no darle más vueltas. Y si no, ¿por qué se me ha ocurrido precisamente
a mí esta entrada en este blog? Pues
porque sí, y punto pelota.
Quizás sólo apostillaría un detallito al hilo de lo que
llevo escrito, que este mundo me coge siempre desprevenido, y que apenas si
acierto a retirarle una esquina de la tapa sin poder, o sin atreverme, a retirarla
por completo, porque seguramente, como escribe el poeta y como yo repito muchas
veces, For us there is only the
tryng./The rest is no our business.
Sí eso: para nosotros, levantar la esquina de la tapa; lo
demás, lo que contiene realmente el frasco, no es asunto nuestro. Y, ahora sí, por
Todos los Santos amén y punto pelota.
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