La vieja civilización griega no
deja de asombrarme y de fliparme. No en vano ya Nietzsche decía que semejantes
dioses olímpicos se merecían un gran pueblo; y viceversa.
Y estos días en que no dejo de oír
en medios de comunicación y en las charletas de bar la expresión “nudo
gordiano” a cuenta, sobre todo, de los acontecimientos que se vienen sucediendo
en Cataluña he querido enterarme, de un vez por todas, del significado de esa expresión tan corriente, mal que nos
pese, en nuestros días y en nuestras televisiones, con una pesadez digna de
mejor causa.
Y he aquí que el nudo gordiano
también se remonta a mi muy querida e inagotable civilización griega. Si
entendemos por este nudo una dificultad que no se puede resolver, un obstáculo
difícil de salvar o de difícil desenlace, especialmente, cuando esta situación
sólo admite soluciones creativas, así “desatar el nudo gordiano” significaría
resolver el problema; la esencia del problema es decir, que descubriendo su
esencia seremos, de este modo, capaces de revelar todas sus implicaciones.
Pero, ¿de dónde viene todo esto? Y
aquí están los griegos y, concretamente, una vieja
y apasionante (como casi todas las que nos han legado) leyenda, para aclarar nuestras dudas, según la cual
los habitantes de Frigia, en la región de Anatolia, la actual Turquía,
necesitaban elegir rey, por lo que procedieron a consultar al oráculo. Éste les
respondió que el nuevo soberano sería aquél que entrase por la Puerta del Este de la
ciudad acompañado de un cuervo posado sobre su carro.
Y el que así lo hizo fue Gordias
que, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro atando a él
la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior y de una
forma tan enrevesada que nadie conseguía desatarlo. Y de esta forma, según se
dijo entonces, quien pudiera hacerlo sería el dueño de toda Asia.
Cuando años después el joven
Alejandro Magno se dirigía a conquistar el Imperio persa, sus ejércitos se
apoderaron de Frigia y pudo, entonces, enfrentarse al reto de desenredar el ya,
por entonces, famoso nudo de Gordias. Alejandro después de intentarlo en vano
solucionó el problema cortando el nudo con su espada afirmando “lo mismo da
cortar que desatar”. Esa misma noche una gran tormenta de rayos se abatió sobre
Frigia la cual, según Alejandro, simbolizaba que Zeus daba su asentimiento a la
solución que él había adoptado.
¿Y cómo no acordarnos, entonces,
del ciclo de las leyendas artúricas donde se auguraba que aquel que extrajera
la espada Excalibur de la piedra donde está clavada, sería el próximo rey de
Inglaterra y, así, lo fue el joven Arturo? ¿Cómo no rememorar esa eterna
búsqueda del elegido, enraizada en
los más íntimos rincones de nuestro imaginario occidental, a través de la solución
que solo este puede aportar para arreglar determinado problemón?
Incluso, años más tarde todavía, el
lema personal de Fernando el Católico sería “Tanto monta” en una clara alusión
a aquel mismo nudo de Gordias que proclamaba que “tanto monta cortar como
desatar”; esto sería, lo mismo da cómo se haga con tal de que se consiga.
Sí, estos viejos griegos resultan
inagotables. ¿Por qué, entonces, no dejarnos llevar por ellos un trozo del
camino y aprender un poco a su lado?
Y que nadie venga ahora y crea que
con ello defiendo que el problema catalán tendría, como el nudo gordiano, la
solución que planteó el impulsivo Alejandro Magno que no se andaba,
precisamente, con chiquitas; pero qué duda cabe que ésa sí que sería una
solución, pero siempre la ultimísima, o la más descabellada, la que nadie, o yo por
lo menos, quiere ni en pintura, pero que ahí está y pende sobre nuestras cabezas,
como otra espada que, quizás, nos haga correr tan lejos como podamos, porque
estando en este siglo XXI como estamos (nada que ver con el milagro griego), sin dioses olímpicos, ni nada ni
nadie que se les parezca, cínicos, engreídos, desconfiados, tal vez no seamos acreedores de
otras cosas más que de estas calamidades con las que nos tenemos que enfrentar
y sufrir día sí, día también.
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