Bueno, el año que se termina.
¡Adiós, finito, caput! Quien le eche de menos que se arrasque porque una de las
cosas contra las que nunca podremos luchar en este mundo es que lo que se va
ya no vuelve.
Por eso, y ante eso, paciencia. Y ver en su lugar su lado bueno. Que lo tiene, aunque a veces nos cueste dios y ayuda encontrarlo y podamos, entonces, pensar que no existe, que todo, y este mundo en concreto, es una mierda, y todo nos da igual: que a Trump le vaya bonito con lo que quiera hacer y a los yihaddistas lo mismo, y a Kim Jong-un lo mismo, jugando con sus misiles de tan corto alcance como su cabeza, y a los demás idem de ídem.
Pero por ahí mal vamos: cada uno con
su movida: mal negocio, coleguitas. Porque de esta (mala) manera un día veremos
las hostias a distancia y al otro, sin embargo, tan de cerca que nos dejarán la
cara como el Ecce Homo de Borja. Así que al loro: que el mundo
no sea tan dulce como un polvorón (ya que estamos en Navidades) no debe darnos
permiso para tirar todo por la borda o tratar de “endulzar” la vida con un
poquito más de vinagre. Lo bueno y lo malo se estrechan siempre las manos.
Tampoco contra eso se puede luchar pero sí, en cambio, y sería ésta mi última
propuesta del año, extraer de ello esa pizca de excelencia que es lo que, en
definitiva, nos hace ser tan especiales.
Por eso, y a modo de ejemplo, os
dejo, y dejo este 2017 que se muere,
con Uliana Lopakina bailando, y ¡cómo!, La
muerte del cisne, que también se muere como el año con sus buenos y malos momentos.
Y es que si somos capaces de hacer de la muerte algo
tan emocionante y hermoso quizás entonces, aunque a veces nos cueste creerlo,
seamos únicos y geniales. Demostrarlo o no ya es otro cantar que dependerá de
cada uno de nosotros. Pero hacedme caso por una vez y, por lo menos, intentarlo:
únicos y geniales, sí, y ¡¡¡Feliz
2018 para todo quisqui!!!
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