Que el mundo del entretenimiento es algo muy serio tendría
que ser una cuestión sobre la que nadie en su sano juicio debería albergar la
más mínima duda. Si el mundo del entretenimiento genera, en la actualidad, las
ingentes cantidades de dinero que genera, la seriedad es algo que le vendrá por
añadidura. Con el dinero nunca se ha jugado. Y hoy, imbuidos en este universo
globalizado y capitalista, menos que nunca. Pero sentencias como ésta, como
todas las que se incluyen en el refranero, tiene una parte de incuestionable
verdad, y una segunda parte de irrefutable camelo.
Con el dinero claro que se juega. La descomunal industria
que aglutina a todos esos productos relacionados con el merchandising en cualquiera de las versiones lúdicas, música, cine,
deportes, comics, etc…, que se nos pudiera ocurrir citar no debería dejarnos
lugar a las mínimas dudas. Es más, podríamos asegurar que sin dinero no se
juega. Como si este mundo en el que estamos, nos guste o no, metidos hasta el
pescuezo sólo fuera sólo el reducido hall que precede al más gigantesco de los
casinos.
Pero tan cierto como que es esto, que con el dinero se juega,
es también la afirmación contraria: con el dinero no se juega. Y es en este sí o
no es donde el mundo del entretenimiento y del espectáculo ha ubicado su
residencia habitual, y donde podemos observar alguna de esas humillantes y
sangrantes bofetadas que nuestros semejantes se empeñan en atizarnos.
Y ya estaríamos hablando del mundo en su más absoluta generalidad
dado que habríamos llegado a esa orilla donde el mundo, como nos cuenta el
filósofo francés Guy Debord, o es un mundo entretenido o un mundo espectacular
o no es mundo ni es nada. O sea que los coñazos y el aburrimiento no cuentan para
él. Y eso lo vemos a diario en la prensa, en las televisiones, en Internet o en
cualquier medio de comunicación…
que se aprecie
y se precie (
sic).
El entretenimiento, lo espectacular pasa y entra con una
vistosa reverencia en nuestras retinas. Lo sesudo, lo discurrido, las vueltas
de tuerca, los tres pies del gato no entran nunca y se desvían a los oscuros
entresijos de la mente y del pensamiento donde terminan más solos que la una; otra
de las modalidades, no por menos mencionada y reconocida menos discriminatoria,
de esta dictadura del ojo en la que andamos viviendo presos; ¡encadenados con
pestañas! ¡Ja!
Porque entonces el mundo del entretenimiento ya puede
pasearse frente a nosotros como si desfilara por la más glamorosa pasarela,
enseñándonos el trasero y el escote, pero en las antípodas de cualquier juicio
crítico que no pueda medirse en estrictos términos económicos, de pérdidas y
ganancias y olvidarnos, de este modo, de los otros aspectos más orientados
hacia el respeto, la ética y la moralidad que son, mal que les pese a muchos,
los caracteres que nos diferencian del resto de seres que pueblan este reino
animal, y nos hacen ser lo que somos: seres-humanos.
Aunque si volviéramos la mirada al mundo del entretenimiento
deberíamos reconocer y entender que con estos mimbres respetables, éticos y
morales la barcaza que pudiéramos construir se nos iría a pique con la olita
más raquítica. Hasta aquí hemos llegado. Pero no habría que olvidar que este
mundo espectacular entretiene, sí, pero entretiene con el trabajo de unos seres
que son humanos y en el que, por lo tanto, el respeto, la ética, la moralidad
deben caber y tener su sitio. No dejarles jamás, ni en las peores
circunstancias, sin su correspondiente butaca, ya que hablaremos de la
televisión y del cine…
… y de dos injustas y dolorosas decisiones que este mundo
del entretenimiento ha tomado sin que el pulso le haya temblado lo más mínimo. Y
que es un mundo duro quedará con estos dos ejemplos exento de cualquier debate.
Y serio. De ceño permanentemente fruncido. Pero también irrespetuoso, inmoral y
falto de ética con las personas que se (pre)ocupan de él. O sea, además,
ingrato Y como demostraremos en las
líneas que siguen, jugando sucio. Que es la única estrategia que a los
jugadores no se les permite. Su particular línea roja. Y tendremos, así, la
equivalencia que siempre habríamos querido establecer entre este inocente mundo
del entretenimiento y el feroz mundo capitalista del que el primero, mal que le
pese al mundo “entretenido”, es su vástago predilecto. Y pondremos sólo dos
ejemplos confiando en que para nuestros propósitos valgan, en esta ocasión, dos
botones, en lugar de uno. Luego vayamos con ellos. La paciencia y el tiempo
apremian.
Y al primer botón le llamaremos Blanca Suárez, actriz
española para más señas. Elegida, tras numerosas y arduas pruebas de selección
y casting, para interpretar a Isabel
de Portugal, la esposa del emperador Carlos V en la serie prime time y estrella de TVE para el Otoño 2015, Carlos, Rey Emperador. Y ni que decir tendría
que, en este mundo espectacular, el apasionado romance y los turbulentos amores
entre los dos personajes, entre Carlos e Isabel constituyeron uno de los
principales reclamos de la serie para captar y enganchar a un público aún
(supuestamente) ávido de tramas y avatares históricos tras el éxito y las más
que decentes cuotas de audiencia de Isabel,
serie que tuvo a las figuras de los Reyes Católicos como personajes
principales. Y en estas tesituras entretenidas y espectaculares (claro, la
belleza siempre es espectacular) a
nadie extrañó que el bonito rostro y figura de Blanca Suárez fuera, además, el
icono, la marca registrada por la cadena pública para anunciar y promocionar Carlos, Rey Emperador.
Y sin embargo, la serie no funcionó como la funcionó la anterior
Isabel. Con las audiencias en las
manos y el dinero en los bolsillos, por supuesto. Pero como entiendo que no es
éste el momento ni el lugar para excavar y descubrir los motivos de este
fracaso comparativo, lo resumiré recurriendo a la manida sentencia de que
“segundas partes nunca fueron buenas”, y me quedaré tan ancho, sin atender al
grado de acierto que pudiera tener o no tener la frase porque lo que aquí y
ahora sí (me) importa iría por otros derroteros que no se relacionan con las
cifras de audiencia, ni con los shares
ni con otros conceptos que apelan directamente al éxito o fiasco de un producto
televisivo medido en estos fríos baremos numéricos y sí, por el contrario,
apelar a esas cuestiones respetuosas, éticas y morales a las que tanto me he
referido anteriormente, y que nunca podrán ser valoradas ni contempladas con
los anteojos de los shares o de las audiencias.
Y ya traídos hasta aquí, hasta la nunca suficientemente
mencionada Ética o Moral o Respeto, habría que ir citando algunos incontestables
resultados para resultar comprensibles en aquello que nuestra ética o respecto o moralidad quiere
poner sobre el tapete (también hablamos de juego y entretenimiento, de acuerdo)
y que denuncia. Vamos a ver. Carlos, Rey
Emperador comenzó su primer capítulo con unas estimables cifras de
audiencia. Se rondaron los tres millones de espectadores. No obstante, las
sucesivas entregas demostraron que la serie no cuajaba, no conseguía atrapar al
público y las audiencias fueron, progresivamente, desmoronándose hasta no alcanzar
los dos millones durante la novena semana, en el Capítulo 9.
Y fue entonces cuando las cabezas pensantes o de chorlito de
la dirección de la televisión pública, cansadas de que su serie estrella para
el Otoño no pudiera competir y saliera derrotada en sus enfrentamientos directos
(en términos de día y de horario, que nadie piense que se cruzaron puños entre
ellos) con
La voz kids y
El hormiguero, programas (¡no lo
olvidemos!) emitidos por cadenas ¡privadas!, toma la drástica decisión de
suspender la emisión de
Carlos… hasta
después de las fiestas navideñas aduciendo que se trata de un buen momento para
parar (
sic), que la decisión ya
estaba prevista (
sic et sic) y
asegurando que en 2016 la serie, con esta medida, volverá con mayor interés y
fuerza (
sic et sic et sic).
Pero tampoco es ahora éste el momento de desviarnos de
nuestro ético, respetuoso y moral
sendero y comentar las mentiras y sinrazones que alimentan estos argumentos y
que atentarían contra la inteligencia del más sufrido de los telespectadores. Carlos, Rey Emperador constaba de 17
capítulos de emisión semanal. Y a nada que hagamos las cuentas, y sumemos con
los dedos, no nos costaría deducir que con el Capítulo 17 se despediría no sólo
a la serie sino al propio año 2015 (ya que Carlos,
Rey Emperador empezó a programarse a mediados de septiembre).
Todo cuadraba: el número de capítulos y el final del año. Y
sin embargo tampoco vamos a sacar la tierra del tiesto ni a rasgarnos las
vestiduras. Esto de las mentiras disfrazadas de medias verdades y de
improvisadas excusas está a la orden del día y por una más no vamos a montar un
cristo. Pero el modo que tuvo TVE de cortar Carlos…
sí que me resulta, además de patético, altamente reprochable y perseguible con
todos esos ejércitos éticos, morales y
respetuosos bien dispuestos y alineados y… armados hasta los dientes, por
si las moscas.
Según mis notas, ocurrió más o menos así. Hastiados de perder
en la franja horaria de los lunes contra dos programas que, repito, se emiten por
canales privados, a los que obviamente deben mover otros intereses más crematísticos
si cabe que los emitidos por una televisión pública, siempre más atenta al
interés general y a otras cuestiones no tan puramente económicas, del tipo de
aquel
¡¡enséname la pasta!! que
gritaba Cuba Gooding Jr. en
Jerry Maguire,
decide hacer desaparecer de su parrilla a
Carlos…,
cuando incluso, si se mira bien, los tres últimos capítulos emitidos habían
estabilizado la línea descendente de la audiencia situándose en torno a los dos
millones de espectadores y adoptando, además, un método rastrero que algunas
cadenas yankis ponen en práctica con espacios que no han enganchado al público
como se pretendía, y que consiste en unir para la emisión de cierre y despedida
y a modo, se supone, de espectacular traca final, dos capítulos y guardar los
capítulos restantes (en el caso de
Carlos…
¡¡sólo cuatro!!) para una mejor ocasión (
sic)
con un recuerdo imperecedero (
sic et sic)
en las memorias del público que, cuando se decida el ente disponga, serán
consecuentemente saciadas.
Todo, precioso. Muy bonito,
sic. Y patético, decía antes. Y aún más en el caso que nos
(pre)ocupa. Porque los dos capítulos juntos de
Carlos…, a los que les tocaba la china, correspondían a los
capítulos 12 y 13 (¡de 17, coño!), teniendo en cuenta que en este último, el
13, finalizaba con uno de los instantes cumbres de la serie como era la muerte de
Isabel de Portugal dando a luz prematuramente. Y en él Blanca Suárez echaba el
resto. La vi debatirse entre los abrazos de la muerte y de su amado esposo, el
emperador Carlos en un momento excelente, con excelentes interpretaciones de la
misma Blanca y de Álvaro Cervantes como Carlos, y con una excelente la
realización. Estaba claro o, por lo menos, lo estaba para mí, que la serie en
esas secuencias se ponía a pecho descubierto delante del toro, con toda la
carne en el asador. Y, modestamente, pienso que con unos resultados más que
dignos.
Pero como también soy, y al decir de muchos colegas, algo
tocapelotas, desvié en esos álgidos y estremecedores segundos la mirada del
televisor hacia el reloj que tengo sobre la mesa para consultar la hora. Y eran
casi ¡la una de la madrugada! E Isabel agonizando… Como tantos inocentes y
mortificados espectadores que habían llegado hasta esas altas horas de la
noche. Como yo. Claro, el doble capítulo había comenzado pasadas las diez. Y el
final del 13, después del 12, y el final de la estrella, de Blanca Suárez en la
serie estrella del Otoño de TVE estaba aconteciendo pasadas la una. Luego en
ésas estuvo Blanca, debatiéndose entre las desgarradoras convulsiones del
parto, empapada en sudores, brindando con toda su alma su adiós a la serie para
la que había sido elegida como uno de sus principales (si no el principal)
reclamos publicitarios y muriendo delante de un millón escueto de valientes y
medio adormecidos teleespectadores.
Y la pregunta se me cae de vergüenza, de la boca, ¿es ésta
la manera de tratar a una persona, a una actriz en este caso, que entre castings, ensayos y rodajes habrá
dedicado dos años de su vida, y calculo por lo bajo, en la preparación y
grabación de su personaje; destinar su escena cumbre, su muerte y despedida de
la serie, a unas horas infames de la madrugada sólo aptas para algunos
noctámbulos de pro, o agotados y contumaces seguidores de Carlos…r? Pero qué importa, habrán pensado los rectores de TVE.
Blanca Suárez ya ha cobrado, y muy bien por cierto, por su trabajo y debe
atenerse a los criterios que en cada momento debemos, nos guste o no, seguir y
que casualmente, ¿o no?, siempre se corresponden con esas malditas cuentas de
pérdidas y ganancias que un ente público jamás debe tener como único patrón y señor.
Y pienso entonces no ya en la cruenta muerte de Blanca,
física y televisiva, sino en aquellas famosas y sentidas palabras de Shylock en
El mercader de Venecia del divino
Shakespeare cuando recita aquello de (y cambiemos para nuestros intereses y los
intereses de este artículo, la palabra “judío” por esta otra de “actriz”) (…), y ¿qué razón
tienen para hacer todo esto? Soy una actriz. ¿Es que una actriz no tiene ojos?
¿Es que una actriz no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos,
pasiones? ¿Es que no está nutrida de los mismos alimentos, herida por las
mismas armas, sujeta a las mismas enfermedades, curada por los mismos medios,
calentada y enfriada por el mismo verano y por el mismo invierno que los demás?
Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis,
¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo
lo demás, nos pareceremos también en eso.
Y me detendría aquí. Incluso daría
un poco marcha atrás, Blanca porque no están los tiempos para venganzas. Aunque
razones las haya y las tienes. Y vamos a dejar pasar el ultraje. Conformémonos
con que sepan que lo sabemos. Que el mundo del entretenimiento es algo muy
serio y duro, pero que no por ello la jeta, a todos estos mandamases del
entretenimiento pero que malviven de espaldas a las más elementales pautas de respeto,
ética y moralidad, se les ponga roja como los tomates maduros. Y que sea para
su escarnio. Y tú, Blanca, más chula que un ocho, como una reina auténtica,
como la propia Isabel, mira hacia otro lado y perdónales porque no saben lo que
hacen. Y que les den. Tu trabajo ahí está y ahí queda. Y quien lo sepa apreciar
lo apreciará. Y con tal de que haya sólo uno de estos será más que suficiente. Porque
el mágico e inigualable regusto personal por el trabajo bien hecho es algo que nadie
nos podrá nunca arrebatar.
NOTA,- El "botón segundo" también queda
aplazado hasta después de las Fiestas de Navidad. ¡Ja!